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2007/07/26 05:15:00 GMT+2

Ocho sentencias de muerte

Hace pocos días, repasando mi voluminosa colección de películas grabadas en VHS, que ocupa mucho más espacio del que me conviene, y planteándome una vez más cuántas y cuáles  me compensaría pasar a DVD para rescatarlas de la limpieza que inexorablemente tendré que hacer en el futuro, me topé con un clásico del cine en blanco y negro cuyo solo título me hizo ya sonreír. Aquí se llamó Ocho sentencias de muerte, aunque su título original fue Kind Hearts and Coronets. Llegó a las pantallas en 1949  y tuvo entre sus peculiaridades una muy sobresaliente: el genial Alec Guinness, que entonces tenía 35 años y todavía no había alcanzado la popularidad mundial que le dio El puente sobre el río Kwait, interpretaba nada menos que ocho papeles, uno de ellos de mujer.

Si no la habéis visto os la recomiendo, porque, sin poderse calificar de obra maestra, ni mucho menos, es memorable, y además muy divertida.  

La película cuenta la historia de un personaje vagamente aristocrático que, para acceder a la posesión de un determinado título nobiliario y a los bienes anejos, ha de conseguir la desaparición de todos cuantos lo preceden en la línea de sucesión, que son ocho.

Convencido de que, como afirma la dudosa sabiduría popular, «a grandes males grandes remedios», decide asesinarlos a todos, aventura que emprende con desternillante ingenio.

Tenía el recuerdo de la película todavía fresco cuando ayer oí las últimas novedades sobre la presente edición del Tour de Francia. Y no pude evitar la sospecha de que en esa carrera hay este año un aspirante a duque, como el de la película de Guinness.

Para mí que alguien ha decidido ganar la competición ciclista borrando del mapa a todos los que tiene por delante en la clasificación.

Admito que en este brumoso julio le había cogido yo apego al Michael Rasmussen ése, más que nada porque tiene pinta de cabezota tímido, modo de ser muy típico en Euskadi que me resulta enternecedor. Además, tuve de compañero de fatigas en la cárcel de Girona en 1973 a un guapetón danés, también muy tímido, que se apellidaba igual que él (lo mismo en Dinamarca Rasmussen es como Pérez en Sevilla). A mi Rasmussen de Girona lo trincaron porque en su pandilla se jugaban todos los años a suertes quién bajaba a Marruecos para subir el chocolate de todos. Y aquel año le tocó a él la china (y perdón por el chiste malo).

El pobre no sabía ni papa de castellano, pero se desenvolvía bien en inglés y francés, así que yo le hacía de intérprete.

De modo que en el Tour de este año ya se han cargado también a Rasmussen.

Y todo porque sospechan que el chico se ha drogado. Probablemente con razón.

En este asunto hay diversos subasuntos latentes que yo no tengo nada claros, y que expongo a la consideración general, por si pueden valer para algo.

Resumo:

1º) En la historia de todas las formas de excelencia humana, especialmente las artísticas, está presente la droga. Han sido muchos los genios que han buscado en tal o cual sustancia estimulante la mejora de sus prestaciones, por decirlo en lenguaje ciclista. ¿Deberíamos desposeer de todos sus muy ensalzados títulos a Freud, a Rimbaud, a Mallarmé, a Shakespeare y a tantos otros drogotas?

2º) El consumo de determinadas sustancias estimulantes, psíquicas o físicas (en realidad, y en último término, todas físicas), acorta la vida de quien las utiliza y le produce trastornos de salud más o menos graves. Bien. Pero, ¿en qué medida tal práctica forma parte de las opciones particulares de cada persona y en qué medida ha de serle impedida, por motivos de interés general?

3º) Los individuos que forman parte de los organismos oficiales que determinan que tal o cual sustancia es una droga prohibida, ¿pasan por test médicos que certifican que ellos no consumen drogas prohibidas? Si es así, ¿dónde se exhiben los resultados de esos test?

4º (y como extensión de lo anterior): ¿por qué los ciclistas han de ser sometidos a exámenes tan continuos y exhaustivos, mientras tantos otros profesionales, de cuyo equilibrio psicológico dependemos todos, y mucho más, pueden realizar sus funciones profesionales sin que nadie les haga un mal análisis?

El martes defendí en la televisión vasca que podría estar bien que se hicieran análisis de sangre a los líderes políticos a la entrada y salida del Congreso de los Diputados. Por ejemplo, los días en los que hay debates de ésos que empiezan a las 10 de la mañana y acaban a las 12 de la noche.

Quizá es que me paso de suspicaz, porque soy muy flojo y me pierde la envidia que me producen los fuertes, pero la verdad es que me resulta muy pero que muy sorprendente que haya gente que pueda estar más fresca que una lechuga durante 14 horas seguidas. Y continuar en el mismo plan ocho horas después.

Tengo entendido que la cocaína ayuda a producir efectos de ese género.

Y, como resulta que he estado en reuniones de gente de alto copete que se metía cocaína sin parar, pues voy y sospecho.

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P.S. (y por si acaso).–  Detesto la cocaína. Por dos razones. La primera: vete a saber qué te venden. La segunda: no pretendo ser más lúcido. Mi grado de lucidez natural me resulta ya suficientemente deprimente.

Escrito por: ortiz.2007/07/26 05:15:00 GMT+2
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