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2007/03/13 05:00:00 GMT+1

Negocia quien no tiene más remedio

Estaba ayer por la mañana ojeando la Prensa –suelo echar todos los días un vistazo a bastantes periódicos, no tanto para saber qué ha pasado como para saber cómo presentan los unos y los otros lo que pretenden que ha pasado– cuando me topé en El Mundo con una columna de Isabel San Sebastián cuyo título me llamó mucho la atención. Tenía forma de pregunta. Decía: «¿Se negociaría con los asesinos de Atocha?»

Debo empezar por aclarar que mi interés provino de una confusión. Cuando leí «los asesinos de Atocha» pensé de inmediato en quienes acabaron a tiros hace tres décadas con la vida de cinco trabajadores de un despacho de abogados laboralistas sito en la calle de Atocha, en Madrid. Entendí que se trataba de preguntar retóricamente, apelando a aquel crimen concreto, algo más general y categórico: «¿Se negociaría con los asesinos franquistas?».

Lo cual me resultó chocante, por razones obvias: todos sabemos que la tan mitificada Transición española se basó en el pacto –a veces explícito, siempre implícito–  que sellaron in illo tempore los representantes de la llamada oposición democrática con los albaceas testamentarios del criminal régimen franquista, es decir, con los criminales del régimen franquista.

De modo que la pregunta de San Sebastián, tal como yo la había entendido, se respondía sola. Puesto que los asesinos de Atocha, y los de Vitoria, y los de Montejurra, y tantos otros, fueron pistoleros con o sin título oficial que se beneficiaron del manto de silencio con el que se cubrió el pasado dictatorial de España, vaya que sí se negoció con ellos. O con sus valedores, que tanto da. Y lo peor no es que se negociara, sino lo que se acordó: dejarlos impunes y permitir que prosiguieran sus muy productivas carreras, que no han tenido más término –las que lo han tenido– que el fijado por la Parca, la implacable, que no entiende ni de olvidos ni de perdones.

Pero no era esa pregunta –si seré zote– la que planteaba San Sebastián, sino otra, mucho más cómoda para sus propósitos. Ella se refería a los asesinos del 11-M.

Que era también, por cierto, una pregunta retórica, porque con los asesinos del 11-M no parece que se pudiera negociar gran cosa, aunque se quisiera. El que no está muerto se encuentra preso o, en el mejor de los casos (para él), enterrado en vida.

La sagaz columnista chilena apelaba a sus jefes espirituales supremos. A Osama Ben Laden y demás.

Sólo que, llegados a tal punto, sigo sin tener claro de qué narices se trata.

Los representantes del Gobierno de los Estados Unidos que se sentaron en Ginebra alrededor de una mesa de negociación con los enviados de aquello a lo que despectivamente llamaban Vietcong y con los representantes del Gobierno de la República Popular China, ¿se supone que lo hicieron por gusto, porque los consideraban nobilísimos y adorables, o porque no les quedó otro remedio? (*)

Digo, por poner un ejemplo histórico no demasiado lejano. Podría poner decenas más.

Respondo a la pregunta concreta de Isabel San Sebastián: «¿Se negociaría con los asesinos de Atocha?» (y le hago gracia de no reparar en ese “se”, tan obviamente tramposo). Y digo: cualquier gobernante sensato negociaría con cualquier enemigo, por asqueroso que fuera, si ese enemigo estuviera en condiciones de causar graves males que cupiera evitar por la vía de la negociación.

A veces las propuestas más rotundas y campanudas tienen respuestas de lo más elementales. Recuerdo, no sin cierta sorna, lo que me dio por responder a una menda, tipo Isabel San Sebastián, que me espetó una vez, en plan muy solemne: «¡Cómo se nota que a ti no te ha matado ETA!».

Le respondí: «Y, por lo que veo, a ti tampoco».

Nota de edición: Javier publicó una columna de parecido título en El Mundo: Se negocia si no hay otra.

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(*) Los más viejos del lugar recordamos que se pasaron varias semanas discutiendo qué forma debería tener la mesa ante la que se sentaran. No era una bobada, aunque fuera una bobada. Los estadounidenses querían que los representantes del Frente para la Liberación Nacional de Vietnam (el llamado Vietcong), los de la República Democrática de Vietnam (Vietnam del Norte) y los de la República Popular China se pusieran del mismo lado de la mesa, como si fueran todo y lo mismo. Tuvieron que renunciar a ello.

Recuerdo también un comentario del entonces ministro de Exteriores chino, Chu Enlai (Zu Enlai, en la versión pinyin, actualmente imperante) que se mofó de la estupidez de un jefe de la delegación estadounidense (me parece recordar que era Henri Kissinger, pero lo mismo me equivoco) que, cuando se encontraron antes de empezar la reunión y él le tendió la mano, le dio la espalda. «Confundió la cortesía con el entreguismo, supongo», ironizó.

Zu Enlai era todo un personaje. De joven estuvo en Francia, como inmigrante, y trabajó durante varios años en una factoría de la Renault. Hablaba muy bien el francés, lógicamente. Pero, cuando tuvo que entrevistarse muchos años más tarde con un jefe del Gobierno francés –el que fuera, el de turno–, se hizo traducir al chino todo lo que le decía su oponente, al que respondió invariablemente en chino. Fue un gesto de altivez nacionalista, por supuesto.

Es lo que tienen los rencores históricos.

Escrito por: ortiz.2007/03/13 05:00:00 GMT+1
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