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2007/02/09 05:00:00 GMT+1

Las blasfemias de «Charlie Hebdo»

El juicio que está teniendo lugar en la Sala 17ª del Tribunal Correccional de París contra el director de publicación del semanario satírico Charlie Hebdo,  Philippe Val, plantea un muy interesante tema de reflexión. Y lo plantea porque es un asunto complejo, contradictorio, sobre el que resulta imposible pronunciarse sin matices (y muy complicado hacerlo con ellos).

Una primera aproximación: la ley francesa castiga las «injurias públicas hacia un grupo de personas en razón de su religión». Desde el punto de vista estrictamente legal, lo que el tribunal ha de determinar es si la reproducción en Charlie Hebdo de las caricaturas de Mahoma publicadas inicialmente en el diario danés Jyllands Posten reúne los rasgos propios de un delito de injurias. Desconozco las leyes que rigen en Francia sobre este particular, así que no me meteré por ahí. De juzgarse el hecho en España, es probable que se considerara de aplicación el art. 525 del Código Penal, que establece: «Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican». Como sucede con frecuencia en el Código Penal español, la redacción es confusa. (¿A qué viene esa alusión a la intencionalidad del acto? ¿Cómo se establece? Y si no se hace –o no se admite que se haya hecho– «para ofender los sentimientos» de nadie, ¿da igual el escarnio?)

Una segunda constatación: mejor si no tratamos de establecer en este asunto un campo progresista y un campo reaccionario. El diario danés que publicó las caricaturas de Mahoma es de orientación ultraderechista, y sus posiciones agresivas hacia el islamismo remiten tanto a su rechazo del terrorismo como a su hostilidad hacia la inmigración de origen árabe.

Trasladado el asunto a Francia, merece resaltarse el hecho de que, entre los apoyos que ha recibido Charlie Hebdo en este juicio, uno, particularmente valorado por la defensa, ha sido el del ministro del Interior y candidato a la Presidencia de la República, Nicolas Sarkozy, personaje no muy caracterizado ni por su defensa a ultranza de las libertades ni por su ferviente internacionalismo.

Dicho lo cual, no me cabe la menor duda de que, si Charlie Hebdo publicó las caricaturas, lo hizo en lo fundamental por dos razones: porque al equipo que lo hace le tocan las narices todas las censuras y porque, además, le encanta trasgredir. Con Charlie Hebdo, como con el viejo Hara-Kiri, no pueden utilizarse argumentos del tipo de: «Sí, tú dices eso de Mahoma, pero no te atreverías a decirlo de Jesucristo». Vaya que sí se atreverían. De hecho, se han atrevido: Charlie Hebdo sacó una portada en la que Jesucristo aparecía disfrazado de ilusionista diciendo: «La semana que viene os haré el truco de la Resurrección». No recuerdo cuál de los dos semanarios satíricos fue el que, cuando murió el cardenal Danielou, primado de Francia, en los brazos de Mimí, una prostituta de chez Madame Claude, sacó una colección de dibujos en la que explicaba por qué algo así no podía sucederle al Papa. La serie comportaba varias caricaturas en las que Pablo VI aparecía mostrando sus atributos viriles. En uno se sostenía la tesis de que el Papa no podía copular porque tenía el pene en forma de cruz.

El miércoles pasado comenté en Radio Euskadi la que montaron a raíz de la muerte del general Charles de Gaulle. Atribuí el suceso a Charlie Hebdo, pero me equivoqué: fue Hara-Kiri el que sacó una portada en la que se cachondeaba directamente del muerto (*). El escándalo fue tan enorme que entrañó la desaparición del semanario. Pero atreverse, se atrevieron.

No creo que Charlie Hebdo sea más irrespetuoso con el Islam que con cualquier otra religión o cualquier otra ideología, incluidas, por supuesto, las políticas. También es cierto que, como ha dicho Philippe Val en el curso del juicio: «Si todo el mundo tuviera que respetar los tabúes de todas las religiones del mundo, ¿cómo nos las arreglaríamos para vivir?»

En mi criterio, la publicación de las caricaturas fue un error en todos los sentidos, pero especialmente en el político, porque venía a sumarse, aunque Charlie Hebdo no lo pretendiera, a la ola de xenofobia que va creciendo en Europa con el terrorismo y las disfunciones de la inmigración como pretexto. Tampoco creo por entero en la pureza de intenciones de los responsables del semanario. El propio Val, cuando quiso explicar al tribunal el sentido de los dibujos, sostuvo que trataban de «denunciar con toda claridad la utilización del islam que hacen los terroristas y la justificación del terrorismo por el islam». Que hable del islam como un todo unificado y atribuya a ese todo la intención de justificar el terrorismo demuestra hasta qué punto ignora cómo es realmente lo que se permite ridiculizar.

Huelga decir que ni el error de Charlie Hebdo, ni la mala fe directa del Jyllands Posten, justifican el escándalo que montaron no pocos islamistas movilizados a cuento de este affaire menor, como si sus creencias fueran de cristal y no pudieran aguantar los embates de unas cuantas blasfemias.

En lo que no merece la pena detenerse ni poco ni mucho es en la consideración de las escenas de violencia que se produjeron por aquellos días en algunos países de mayoría islámica: fueron pocas y de escasa importancia, por más que los medios occidentales las magnificaran.

Por cierto: ¿qué pasó al final con la historia aquélla de la monja que había sido asesinada en represalia por las caricaturas? Nadie volvió a insistir en ello. Leí que efectivamente la habían matado, pero que su asesinato no guardaba ninguna relación con el asunto de las caricaturas. ¿Fue otra más de las muchas noticias sustentadas en simples rumores que los mass-media del Primer Mundo utilizan como mercancía de usar y tirar?

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(*) Lo contaré brevemente. Días antes de la muerte del general De Gaulle en Colombey-les-deux-Églises, donde vivía retirado, se había producido un desgraciado accidente en una discoteca de una estación alpina. El techo se derrumbó y murieron decenas de personas. La prensa sensacionalista habló de «baile trágico». Cuando De Gaulle murió, la portada de Hara-Kiri, con formato de esquela, decía: «Baile trágico en Colombey. Un muerto». Fue tal que así:


El interior de la revista no le iba a la zaga. En una tira cómica, aparecía el presidente Georges Pompidou diciendo ante las cámaras de televisión: «¡Franceses, francesas! ¡Francia está viuda!» (que es exactamente lo que dijo). Pero el dibujante añadía una viñeta más en la que se veía a Pompidou con sonrisa maligna añadiendo: «…¡Y yo la consuelo!»

Escrito por: ortiz.2007/02/09 05:00:00 GMT+1
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