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2006/10/23 07:30:00 GMT+2

Divagando

Tiendo a divagar.

Bertolt Brecht tomó prestado de Lenin, a modo de divisa, un lema de Hegel: «La verdad es concreta». Me extraña que tres mentes tan eximias incurrieran en semejante simpleza. Para empezar, la verdad no existe. Existen muy diversas verdades. Es cierto que la exposición de algunas verdades puede ser relativamente concreta, pero la de otras, en cambio, no. Hay verdades complejas, no cerradas, sujetas a desarrollos diversos, no predecibles. Además, ¿cómo cuánto de precisa y acotada debe ser una exposición para que podamos tenerla en rigor como «concreta»?

¿Lo veis? Tiendo a divagar.

Ayer me puse a escribir sobre la estancia de Putin en Lahti, y eso me llevó a recordar los tiempos en los que Finlandia estuvo unida a Rusia, y lo cerca que ha estado siempre el territorio finlandés de San Petersburgo –con los problemas militares resultantes de ello–, y las diversas veces que el único puerto importante de Rusia en el Báltico ha cambiado de nombre, siempre para honrar a alguien prominente, siempre por razones de oportunismo político: San Petersburgo (en honor de Pedro el Grande), Petrogrado (para rusificar un nombre de resonancias extranjeras coyunturalmente indeseables), Leningrado (para celebrar a Vladímir Ilich Ulianov, alias Lenin) y de nuevo San Petersburgo (para apear de la honra al fundador del Estado de los Soviets).

Ese hilo de pensamientos me llevó a recordar que Lenin estuvo siempre en contra de esa costumbre de hacer la pelota a tales o cuales prohombres del Estado dedicándoles ciudades, instalaciones industriales, complejos deportivos, etc. A instancias suyas, la recién nacida URSS aprobó un decreto que proscribía esas prácticas de lo que ya por entonces empezó a llamarse «culto a la personalidad». Leningrado fue bautizada como Leningrado tras la muerte de Lenin y en contra de su expreso deseo. (Si Vladimir Ilich hubiera visto el mausoleo que le montaron cual santo embalsamado, sufre otro infarto y se muere aún más triste todavía.) Luego vinieron Stalingrado, Kalilingrado y todas las demás ciudades-fetiche.

Divagando-divagando –que es lo mío, como queda dicho–, me vine poco después de regreso para aquí y reparé en las múltiples singularidades ridículas que tiene por estos lares el culto a la (supuesta) personalidad. Por ejemplo: acaban de entregarse los Premios Príncipe de Asturias. ¿Puede alguien decir qué proezas extraordinarias ha hecho el segundo marido de Letizia Ortiz para que concedan su título a distinciones honoríficas tan principales? El mayor mérito que encuentro al mozo, y ya es encontrar, es que habla en un tono menos gangoso que su papá y con un acento menos griego que su mamá. Pero da lo mismo, porque tanto él como sus hermanas, por no hablar de sus progenitores, han sido receptores de toda suerte de homenajes a perpetuidad (esperemos que no) en el bautizo de premios, museos, calles, plazas, hospitales, polideportivos, salones de juego, hipódromos y (esto no me consta, pero lo supongo, porque sería de rigor) serrallos y lupanares. Cerca de mi casa, en El Campello, tenemos incluso un “Centro de Parálisis Cerebral Infanta Elena”, aunque admito que ese nombre lo mismo fue puesto a mala hostia.

Lo del culto a la personalidad es como un cáncer, que se cuela por todos los tejidos sociales. Acabo de ver los carteles que promueven la candidatura de Esquerra Republicana de Catalunya, en los que se ve a Josep-Lluís Carod Rovira –con el que tengo, por lo demás, una buena relación personal, dicho sea de paso– realizando un conjunto de actividades humanas, demostrativas de que es una persona como cualquiera. Gracias a esos carteles, nos enteramos de que Carod hace la compra, lee, charla con gente delante del Palau de la Generalitat e incluso se afeita porque –nos ilustra el cartel– los candidatos de ERC son «humanos como tú». (Mi amiga Marieta, que tiene retranca, me hace ver que ella es tan humana como el que más, pero todavía no se afeita.)

Yo no pido a los dirigentes políticos que sean humanos (entre otras cosas porque no sé qué clase de mérito es ése: Hitler era humano, y ya se vio la gracia que tenía en él semejante condición), ni tampoco que sean como yo, porque para ser como yo me basto y me sobro, valiente caca, sino que tengan buenas ideas, mejores propuestas y, a poder ser, algo más de preparación que yo, que sólo valgo para divagar. Y ni siquiera.

Escrito por: ortiz.2006/10/23 07:30:00 GMT+2
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