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2006/06/21 06:00:00 GMT+2

Desproges y la muerte

Decía Pierre Desproges –un humorista. sí, pero mucho más que un humorista, como Groucho Marx, como Woody Allen– que no pasaba ni un minuto sin pensar en la muerte, salvo cuando dormía. Supongo que exageraba por los dos extremos: imagino que pasaría sus buenos ratos sin pensar en la muerte –dejándola llegar, simplemente– y que, por contra, tendría algunos sueños con la Parca de por medio.

En apariencia, carece de sentido darle vueltas al propio fallecimiento. Porque, mientras vivimos, nuestra muerte no se interfiere para nada en nuestra existencia y, una vez muertos, ya no estamos en condiciones de preocuparnos por ella (ni por nada). Pero el contrasentido es tan sólo formal, porque la conciencia de la muerte es esencial para sentirse vivo.

Comparto con Desproges el convencimiento de que nuestra vida es, en lo esencial, el recorrido que realiza la muerte hasta engullirnos por entero en su vacío. Comentaba él: «Nunca falta algún amigo que ve a mis hijos al cabo de dos o tres años y me dice: “¡Cómo han crecido!”. A lo que yo siempre contesto: “Sí, han envejecido bastante”». Típico de nuestro hombre. Y certero: cada día que transcurre es un paso más en la cuenta atrás.

Todo sería distinto si la muerte fuera un acto único, con apertura y cierre simultáneos. Pero no. Vamos muriendo poco a poco. No hago filosofía; constato hechos. Hay un trozo de muerte en cada pelo caído, en cada cana, en cada nuevo dolor, en cada muela cariada, en cada letra borrosa, en cada insomnio, en cada fatiga fácil, en cada impotencia inesperada, en cada temblor del pulso, en cada recuerdo perdido, en cada cariño muerto, sea por alejado o por enterrado... En cada una de esas pequeñas conquistas de la muerte –unas veces mayores, otras menores, siempre constantes– vamos asistiendo al penoso espectáculo de nuestra rendición final sin condiciones.

Desproges murió hace mucho, tratando de mantener el tipo riéndose de la muerte («Cabe reírse de todo, aunque no con todo el mundo», decía), y yo sigo disfrutando con sus bromas, sus impertinencias y sus pasadas de radical travieso.

Me he acordado de sus cosas porque el sábado me topé con una frase típicamente suya: «Una mujer sin un hombre es... como un pez sin bicicleta».  Me hizo reír, como siempre.

«¿Ves? ¡Su obra perdura! ¡Eso es lo que hace que siga vivo!», me comenta un amigo. Pero no tiene razón. Eso es lo que hace que algunos sigamos riendo con lo que dijo y con lo que escribió.

Nada más. Fuera de eso, está requetemuerto. Y bien que me fastidia.

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 P.D. Quizá alguien se pregunte a cuento de qué viene esta reflexión sobre Desproges y la muerte. Se debe a que hoy se cumplen exactamente 18 años y 62 días de su fallecimiento.

Era la ocasión: él también odiaba las tópicas conmemoraciones a fecha fija (5, 10, 25, 50, 100, etc.). Me he dicho: «Venga, Javier, no seas así. Dedícale un recuerdo antes de que te pase lo mismo que a él y se te haga tarde».

Escrito por: ortiz.2006/06/21 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: humorista muerte | Permalink