Inicio | Textos de Ortiz | Voces amigas

2006/09/05 07:50:00 GMT+2

Calor

Di cuenta ayer del trago psicológico que me suponía dejar mi casa de Aigües, en donde he pasado casi por completo los meses de julio y agosto, y regresar a Madrid. Diréis: «Pues vaya una originalidad. Es el famoso síndrome posvacacional. Le pasa a todo el mundo». Pero no. No es lo mismo, porque lo mío no es que vuelva a mi casa después de haber estado fuera, de vacaciones, sino que me voy de la que para mí es mi verdadera casa, en la que tengo mi propia rutina de vida –y de trabajo–, para regresar a un ambiente que me resulta hostil en muchos aspectos.

Con lo que no contaba es con que, entre los cambios que el viaje iba a suponerme, había uno que iba a convertirse en el principal: el calor.

Ayer en Madrid los termómetros llegaron a los 43º C. Al menos eso indicaban a media tarde el de mi casa y el de la farmacia de enfrente. En tales condiciones, subir las maletas, sacar todo, colocarlo en su sitio (o empezar a hacerlo), comprobar que el ordenador de casa no funciona (ya lo sabía, pero me había olvidado de ello), mirar fijamente toda la correspondencia atrasada (sin abrirla, claro), hacer los preparativos para el viaje de hoy (dentro de unas horas he de ir a Bilbao, en vuelo de ida y vuelta, como quien dice)... y todo lo demás, imaginable, se convirtió en una empresa mucho más deprimente (aún) de lo calculado.

Sudoroso y agotado, me tumbé en la cama. Y, de pronto, reparé en la realidad de algo que sí esperaba, pero en lo que no me había parado a pensar hasta ese momento: el ruido de Madrid. Lo que hizo que me diera cuenta de que a esa hora, bajo aquel calor terrible, cientos de miles de personas estaban trabajando. Oí la voz inconfundible de la vendedora de cupones de la ONCE, los bufidos de los autobuses municipales en la parada del Centro de Salud, los silbatos de los guardias tratando de evitar el caos en el puente de Ventas, los bocinazos de los conductores impacientes... Desde la propia cama, por el ventanal, vi en la lejanía las inevitables grúas de Madrid: construcción, obras. Ya sé que la ciudad está llena de aparatos de aire acondicionado, pero la gente que trabaja al aire libre –y bastante que lo hace en locales no climatizados– no los disfruta.

Me vino al recuerdo un día (el 2 de julio de 1967, exactamente) en el que llegué a Madrid y hacía un calor así, como el de ayer. En la estación de Chamartín no había taxis. Begoña y yo (Begoña es mi primera mujer, que me estará leyendo: Hola, Bego) habíamos tenido la ocurrencia de meter en una sola maleta, enorme, todo lo que llevábamos para el viaje, que iba a ser largo. La condenada maleta pesaba como ella sola, y no tenía ruedecitas, como las de ahora. Nos deslomamos cargándola a hombros por la Castellana, que hervía al pil-pil. Le dije: «No sé cómo alguien puede vivir en esta ciudad. Y trabajar, menos todavía».

Vale: pues me vine a Madrid ocho años después de aquel glorioso día y he pasado aquí, desde entonces, la tontería de 30 años. ¡Y trabajando!

A veces cuesta Dios y ayuda imaginarse cómo se puede, pero se puede. Yo he llegado a escribir con los pies metidos en un cubo con agua y un ventilador sobre la mesa. Está claro que la necesidad crea el órgano.

Escrito por: ortiz.2006/09/05 07:50:00 GMT+2
Etiquetas: jor apuntes preantología 2006 aigües miscelánea | Permalink