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2006/10/25 08:59:00 GMT+2

Ars columnae

Una vez que el escritor ha puesto en limpio (o en lo que cree limpio) aquello que se le ha ocurrido, sea del género que sea, el texto deja de pertenecerle. Pasa a tener tantos dueños como gente repare en lo escrito. Y lo aprecie o lo desdeñe. Como quiera o sepa interpretarlo.

Cada escritor incluye en sus textos, más o menos consciente o inconscientemente, unos determinados códigos propicios para la interpretación, pero cada persona lectora tiene su propio sistema de desciframiento, en el que incluye muchas claves propias, fruto de su experiencia particular, que pueden ser de muy diverso género: cultural (dicho sea en el sentido más amplio del término cultura), ideológico, político, de estado de ánimo, de humor transitorio... A veces el propio autor escribe bajo el influjo de motivaciones varias y abre a propósito diferentes vías de acercamiento a su texto, abandonando ex profeso la pretensión de darle una forma acabada, cerrada, unívoca.

Sucede con cierta frecuencia que los que nos dedicamos a escribir (a comunicar) nos sentimos malinterpretados. Alguien nos cuenta cómo ha descifrado algo que hemos escrito y nos deja de piedra, porque su interpretación o sus sentimientos están muy lejos de las intenciones que nos movían (al menos en la medida en la que nosotros éramos conscientes de ellas). Eso cabe que suceda porque lo hemos hecho mal y no hemos acertado a comunicar lo que pretendíamos, pero también porque el mecanismo de descifre de quien nos ha leído manejaba otras claves, buscaba otros registros, respondía a otros estímulos, navegaba en otra longitud de onda. Lo cual a veces puede ser una pena, pero otras algo estupendo –no hay por qué desdeñar la posibilidad de ejercer de burro flautista–, y otras ser, sin más. A mí me sucede bastante a menudo que escribo en broma fingiéndome serio y alguna gente se cree que hablo en serio, o lo contrario, que estoy en plan solemne y me creen de vacile (lo que no suele caerle muy bien a mi exagerado sentido del ridículo).

Todo esto se complica algo más cuando el escritor (o escribidor, que suelo decir yo, para quitarle ínfulas a este oficio, que tampoco es como para echar cohetes) se autoimpone la obligación de producirse a diario, lo que hace muy conveniente, tanto para su propia supervivencia como para la de su amable público, que busque cierta variedad tanto en el temario –todo no puede ser «el proceso», ni siquiera hoy, que andan de jarana a su propósito por Estrasburgo– como en los tonos, que conviene discurran de lo muy serio a lo muy guasón, por el aquel de amenizar la existencia a los demás y, ya de paso, al escribidor propiamente dicho.

¿Y que por qué me he largado hoy este rollo? Para responder en bloque y sin acritud ninguna a cuantos de vosotras y vosotros, oh dilectos especímenes de mi dilecto público, me reprocháis últimamente que escriba sobre asuntos poco o nada trascendentales para el destino de la Humanidad, o me ría de mi propia sombra y de la de algunos más practicando juegos de escritura que no persiguen otra cosa que invitar a que nos tomemos todos algún respiro en este largo penar que es nuestra muy consciente existencia.

Si hasta ETA concede treguas, ¿por qué no habríamos de concedérnoslas nosotros, que somos de natural pacífico?

Las mías prometo que no son indefinidas.

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Nota bene.– Tengo prácticamente resuelta la interpretación de mi sueño de ayer, aunque debo mantenerla reservada, no porque afecte a mi vida privada (yo no tengo de eso), sino porque incluye elementos de información sobre asuntos privados de otras personas que tienen derecho a su intimidad. Lo único que se me escapa ya en la interpretación del sueño de marras, a estas alturas, es la nacionalidad colombiana de mis paramilitares. Si el entrenador del Real Madrid fuera colombiano, ya todo estaría aclarado. (Aunque, bien pensado, el nombre de Colombia viene de Colón, que era italiano... No sé...)

Escrito por: ortiz.2006/10/25 08:59:00 GMT+2
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