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2007/04/27 06:15:00 GMT+2

A cinco minutos

Hablé hace unos días con una periodista vasca sobre el plantel de dirigentes con los que cuenta allí el PP. Coincidimos rápidamente en que hay alguno –no me pidáis nombres– que tiene menos luces que el cuarto de revelado de un fotógrafo de los de antes. Y también en que hay otros a los que no les falta arrojo, y no sólo para sobrellevar el riesgo de que los maten cualquier día –ojalá no–, sino también para dar la cara por una política que no se caracteriza precisamente por sus muchos adeptos. Recordamos al que tuvo el coraje de sentarse junto a los representantes de los demás partidos vascos en las recientes Jornadas sobre Euskadi que se celebraron en Barcelona: acudió, trató de explicarse (seamos justos: se explicó, aunque sus argumentos no tuvieran demasiado éxito) y se comportó con gran corrección, sin perder las formas ni dar la espalda a nadie.

Me vino a la memoria en ese momento Gregorio Ordóñez, el concejal popular de Donostia al que asesinó ETA en 1995. En 1990 escribí en El Mundo del País Vasco una columna en la que hacía irrisión de algunas de sus patas de banco. Me sorprendí cuando me contaron que había recortado el artículo y lo tenía colgado de una chincheta en su despacho. Él mismo me dijo meses después que mis ironías le habían hecho gracia. Fue con ocasión de un programa de la televisión vasca en el que polemizamos mano a mano, él defendiendo el matrimonio católico como suma de todas las perfecciones y yo tomándole el pelo, sin más.

Cuando lo mataron, volví a ver la grabación de aquel programa. Me resulté odioso. Me parecieron bordes a más no poder las burlas pedantonas con las que no paré de chotearme de sus lagunas culturales.

Se lo comenté a la colega con la que hablaba de estas cosas.

–Te sentiste así de mal porque lo mataron –me respondió.

Y en ese momento me salió una frase que ni siquiera había pensado antes de decirla. Que quizá pensó el otro yo que suele acompañarme, escondido entre los meandros de mi cerebro, para darme sin parar la tabarra, objetándomelo todo.

Sea como sea, el caso es que dije:

–Deberíamos hablar a todo el mundo como si fuera a ser asesinado cinco minutos después. Con el mismo respeto.

Mi colega se quedó pensativa. Yo también.

Pero en seguida me entró la risa.

–¡Perdón! –le dije, bromeando–.¡ Se ve que me ha perdido mi gusto por las frases!

Me había salido una sentencia solemne y campanuda, sin más.

¿Sin más?

No sé.

Lo cierto es que la frasecita me persigue desde entonces.

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Mi amigo Joaquín, melómano impenitente, me envía desde Zaragoza, coincidiendo con el 25 de abril, esta insólita versión de "Grándola, vila morena", cantada por Amália Rodrigues. Es, por decirlo así, como si tuviéramos una grabación de Lola Flores cantando "La Internacional". Aunque dudo de que Lola Flores hubiera podido disfrazarse de roja tan bien como lo hace aquí Amália.

Agradeced a Joaquín el regalo.

Escrito por: ortiz.2007/04/27 06:15:00 GMT+2
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