ENTREVISTA A JAVIER ORTIZ APARECIDA EN EL NÚM. 39 DE «EL OTRO PAÍS».

SEPTIEMBRE DE 2007

 

¿Qué lee… Javier Ortiz?

 

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Facsímil de la portadilla de la entrevista. © El Otro País

 

“Hay muchos más periodistas dispuestos a venderse

que poderes ocultos dispuestos a comprarlos”

 

–LUTGARDA SAMPIL–

 

La frase pertenece a Javier Ortiz, un periodista de la vieja escuela, conocido, entre otras muchas cosas, por sus columnas (“zooms”) los lunes y sábados en el diario El Mundo, donde defiende posturas que, en la mayoría de las ocasiones, se encuentran en las antípodas de la línea editorial de dicho periódico.

 

Pregunta.– ¿Tan mal está la profesión?

Respuesta.– El periodismo, entendido al modo tradicional, se encuentra hoy recluido en unas pocas publicaciones minoritarias y en algunos sitios de internet. Lo que hacen los grandes medios de comunicación actuales no es periodismo, en sentido estricto. Actúan como parte de los departamentos de publicidad de grandes corporaciones empresariales, que tienen intereses en los más variados ramos de la economía. Por ese motivo, no están en condiciones de informar sin tapujos ni de opinar libremente sobre casi nada, porque los consorcios a los que pertenecen los condicionan hasta extremos inauditos. Antes, un periodista debía cuidarse de meterse con tal o cual empresario, porque era accionista del  diario, o de criticar al concejal Fulano, porque era cuñado del director, pero la lista de intangibles cabía fácilmente en un folio. Ahora, si hablamos de un medio importante, la relación de intocables podría ir encuadernada.

En las empresas supuestamente periodísticas no sólo hay editoriales, casas discográficas, productoras y distribuidoras cinematográficas, cadenas de TV y otros negocios más o menos vinculados con el mundo de la información y el entretenimiento, sino también tinglados de telefonía, bancos, farmacéuticas, petroleras, fabricantes de automóviles… De todo.

La lista de intocables va asociada, además, a la lista de aquellos a los que hay que atacar por obligación. Es tan forzoso defender lo propio a capa y espada como denigrar lo que hace la competencia. O, en el mejor de los casos, hacer como que no existiera.

Nunca he tenido en muy buen concepto la profesión periodística, desde luego, pero mi juicio actual va mucho más lejos. La veo en trance de desaparición.

P.– ¿«Qué hace un chico como tú en un sitio como ése»? Fuera de bromas: a muchos consumidores de opinión no les encaja que un periodista con tu bagaje de izquierdas escriba en un periódico que defiende posiciones claramente conservadoras.

R.– Siempre me ha resultado chocante la cantidad de gente que trabaja para empresas vomitivas, y que se da con un canto en los dientes por ello y ni se plantea siquiera la posibilidad de despedirse, porque tiene que pagar cada mes el alquiler del piso, el plazo del coche, el colegio de los niños y la comida… y que, sin embargo, se cree que los escritores podemos elegir dónde trabajamos y cuánto cobramos. Como si las ofertas se nos agolparan en la puerta de casa.

La cuestión de fondo no es por qué yo escribo en El Mundo. Ésa es sencillísima: en algún sitio tengo que escribir, y cuánto más importante sea el sitio, mejor para mí. Hoy en día, como he dejado dicho más arriba, no existen medios de muy amplia difusión que resulten ideológicamente potables, de modo que ése no es el asunto.

La cuestión de fondo no es por qué yo escribo en El Mundo –insisto–, sino por qué El Mundo me publica. Y ahí habría que mencionar muy diversos factores.

Citaré dos que son clave.

Uno, nada desdeñable, es que soy uno de los fundadores de ese periódico, del que fui subdirector durante una década. Digamos que eso implica la existencia de lazos sentimentales por ambas partes que, aunque se hayan debilitado en razón de las discrepancias ideológicas, no han perdido por entero su vigencia.

Otro elemento significativo es que El Mundo, sea cual sea la línea editorial que haga suya en cada momento, siempre ha tenido una cierta nómina de discrepantes profesionales, cosa que no puede decirse de otros diarios, en los que o vas disciplinadamente en la fila, al paso que marca el patrón, o te plantan en la calle sin la menor misericordia.

Digamos que constituyo la cuota de pluralismo que el periódico desea tener.

P.- Los medios de comunicación más influyentes están hoy instalados en el poder. ¿Cómo puede un ciudadano detectar que el medio que le está proporcionando la información le esta vendiendo “una moto”?

R.– No necesita detectarlo en cada caso concreto. Debe darlo por hecho.

P.- Has dirigido durante muchos años el equipo de opinión del diario El Mundo, y has pasado por diversas redacciones en los más de 30 años que llevas en la profesión. ¿Estamos hoy mejor informados que hace 30 años?

R.– Efectivamente, llevo más de 30 años en la profesión. Algo más de 40, para ser exactos. (Aunque tampoco me quejo. Decía el carca de Maurice Chevalier que «envejecer tampoco está tan mal, sobre todo si se piensa en la alternativa».)

La diferencia entre lo de los 30 y los 40 años no es trivial, de cara al contenido de la pregunta. Los españoles, como colectivo, estamos mucho mejor informados que hace 40 años, sin duda alguna. La información que llegaba a la mayoría en 1967 era patética, por activa (lo que se le contaba) y por pasiva (lo que se le ocultaba).

En cambio, es muy posible que esté peor informada que en 1977. En aquellos momentos todavía reinaba la eclosión de libertad que acarreó la caída del franquismo. El peso que tenían en las redacciones los periodistas con ganas de informar de verdad, unido al acobardamiento del que eran víctimas los empresarios y los altos cargos de los medios, muchos de los cuales querían hacerse perdonar su colaboración con la dictadura, contribuyó a que viviéramos algunos meses de relativa felicidad informativa.

P.- ¿Se compran hoy más opiniones? ¿Cómo se compra a un periodista?

R.– Recientemente he escrito sobre eso con cierto detalle. Hay modos muy diversos. El salario es –no hace falta decirlo– el más común. Pero son muchos los periodistas que ambicionan ingresos superiores a los que les proporciona su sueldo. Entonces tratan de venderse, o al menos de alquilarse, a terceros. Y a cuartos, y a quintos.

Los más menesterosos son capaces de realquilarse por una comida con gambas y jamón de Jabugo en un local de medio pelo. A otros los compensan con ofertas de más enjundia: cruceros, viajes a lugares exóticos… En los casos principales, les buscan chollos de importancia: conferencias pagadas a precio de oro, artículos de a euro la letra… Sinecuras de toda suerte.

Luego están los que son capaces de lo que sea si se les halaga la vanidad. El gremio de los figurones tiene muchos adeptos. Los llevan a un sarao de la aristocracia y se derriten de gusto.

De todos modos, a la mayoría de los lameculos del poder no hace falta ni pagarles. El alma de esclavos la ponen gratis.

P.-Parece que el pensamiento crítico escasea actualmente. ¿Qué recomendarías a quienes busquen estar bien informados de lo que ocurre en realidad?

R.– No es imposible, pero sí difícil. Internet ofrece bastantes posibilidades, pero hay que contar con el tiempo necesario para acudir a las fuentes y, además, saber cuáles son esas fuentes, y luego tener el necesario criterio propio para discernir, dentro de ellas, lo que resulta más y menos de fiar.

De todos modos, también cabe informarse bastante oyendo y leyendo los informativos de los grandes medios. Pero eso exige saber cómo darle la vuelta a lo que te están contando. Hay que hacer un ejercicio como el que proponen el norteamericano Jim Thomson en su «1.280 almas» o el valenciano Rafael Chirbes en «Los disparos del cazador», dos novelas de primerísima altura. En ambas, quienes cuentan la historia son tipos impresentables, pero los dos aportan los suficientes elementos de juicio como para que el lector se haga una idea muy precisa de la realidad que describen, aunque ellos lo hagan a su modo, distorsionado, sin ni siquiera ser conscientes del material excelente que están proporcionando.

Pero también ese modo de informarse requiere un cierto grado de adiestramiento previo.

P.- En los Apuntes del Natural, que publicas todos los días en tu blog, contabas no hace mucho, tras la muerte de Umbral, que él mismo te había reconocido que “la gran mayoría de los asuntos sobre los que escribía le importaban un pijo”. ¿Consideras ética profesionalmente esa actitud?

R.– Es que él no trataba de que fuera ética, sino estética. Umbral no era un periodista, sino un escritor, un columnista. No pretendía informar, sino divertirse y divertir jugando con el lenguaje.

Tenemos ejemplos muy variados de eso mismo en la historia de la literatura en lengua castellana. Quizá el caso más espectacular sea el de Francisco de Quevedo, que fue tan hijo de perra y chivato de la policía como excelentísimo escritor. El cielo me libre de comparar a Umbral con Quevedo, pero pongo el ejemplo para señalar la diferencia abismal que puede haber entre la ética y la estética.

Conozco escritores que son bellísimas personas y honrados como ellos solos, pero que no hay modo de leerlos sin bostezar, y algunos –muy pocos– que son perfectos canallas, pero escriben que da gloria. A Umbral lo vi siempre en algún lugar indeterminado entre ambas categorías. Dependía de qué día tuviera, estaba más en lo uno que en lo otro.

P.- Decía Tom Wolfe que el Nuevo Periodismo debía basarse en la formula I+D+I igual a Informar, Divertir e Innovar. Con el mundo que nos ha tocado vivir hoy, ¿qué debe predominar, en tu opinión, en el periodismo: informar, divertir o innovar?

R.– El periodismo, en lo esencial, debería dedicarse a informar, sin más. Lo que no significa que tuviera por qué prescindir de otros géneros asociados, como la opinión o el entretenimiento.

Pero todo eso es pura especulación. Porque el periodismo realmente existente no tiene nada que ver con nada de eso. Ni informa, ni divierte, ni innova.

P.– Los informativos de las televisiones dedican mas de la mitad de su tiempo a los   sucesos, accidentes, crímenes y desgracias, todo muy aliñado por imágenes francamente impactantes. Se diría que tienen más interés en provocar emociones que en informar. ¿Qué consecuencias puede tener esto? ¿Se está creando una sociedad analfabeta políticamente?

R.– No tienen necesidad de crear el analfabetismo político. Ya existía. Se dedican a asegurarse de que vaya a más.

La tendencia que se está imponiendo al galope en los informativos de las televisiones es la de convertirlo todo, incluyendo las informaciones políticas, en crónicas de sucesos. Y presentar las noticias sin ninguna jerarquía, como si todo lo que ocurre fuera lo mismo: tanto da que mueran 100.000 personas en Indonesia en una inundación como que un niño se haya roto un dedo en Guadalajara jugando con una playstation o como que Pepiño Blanco haya dicho que Rajoy es todavía más tonto que él mismo.

No informan: aturden. Lo cual conviene a sus intereses.

P.- ¿Qué opinión te merece la reforma que ha llevado a cabo el gobierno del  PSOE con el ente de RTVE?

R.– El modelo que dijeron que pretendían promocionar –el de unos medios de comunicación públicos independientes, no enfeudados al Gobierno de turno y volcados en la subsidiaridad, es decir, en el esfuerzo por proporcionar a la ciudadanía lo que los medios de propiedad privada ni quieren ni pueden dar, porque son deudores de intereses comerciales– no tiene nada que ver con lo que están haciendo en la práctica. Lo están empeorando todo a marchas forzadas, llenando las emisiones de gente tan pretenciosa como inexperta, que cree que para demostrar que son independientes les basta con meter en cada cosa a uno del PP y otro del PSOE.

Si lo que pretenden es hundir la radiotelevisión pública, lo están haciendo de cine.

P.- Decías en otro de tus apuntes que “las opciones editoriales del diario El País en materia de política latinoamericana están dictados por sus intereses empresariales, que  son muchos y sustanciosos”. ¿Puedas aportar más detalles?

 R.– Prisa tiene intereses muy variados en Latinoamérica. Está asociado con grupos de comunicación, como el de Cisneros, con los que se juega mucho dinero. Por no extenderme: que quien quiera informarse sobre este aspecto entre en Google y teclee Prisa + Cisneros. Tendrá para rato.

Aparte de eso, el grupo de Polanco lleva años ganando una pasta gansa con la venta de libros de texto. Como quiera que tanto Morales como Chávez han considerado que ese grifo estaba injustificadamente abierto y han obrado en consecuencia, los de Miguel Yuste les han puesto en la lista negra.

A más a más, que diría algún amigo mío catalán: Prisa tiene negocios con el BBVA, y con Repsol-YPF, y con varias multinacionales más con fuerte presencia en América Latina y con preferencias políticas marcadísimas.

P.- La lucha por el poder entre los medios de comunicación en España es cada vez más feroz. Incluso entre grupos que se alinean ideológicamente a la izquierda como el grupo Prisa y Mediapro  y que mantienen entre ellos una pelea encarnizada por emitir los partidos de fútbol. ¿Son realmente progresistas estos medios?

R.– No sé qué es el progresismo. Sé lo que se pensaba del progreso en el siglo XIX, cuando todo parecía que iba a mejor por la evolución natural de las cosas, pero dudo de que sea buena idea mantener ese progresismo ingenuo a la altura del siglo XXI.  A la vista de cómo evoluciona la comunidad internacional, veo serias razones para pensar que el progreso, globalmente considerado, no aporta demasiadas satisfacciones a la mayoría de la Humanidad.

Algo semejante me pasa con lo de «la izquierda». ¿Qué es ser «de izquierda» en el mundo de hoy? ¿Qué tienen de común el subcomandante Marcos y Rodríguez Ibarra? Los dirigentes de ETA se dicen de izquierda, igual que Pérez Rubalcaba. ¿Qué les une? ¿Que a todos les gusta el cine de Woody Allen?

Ignoro en qué quedará el papel de Mediapro en el ámbito de la prensa, pero el de Prisa está ya más que claro, desde hace décadas. Y si estar del lado de las multinacionales, de la OTAN, del Pentágono, del capitalismo financiero, del centralismo español y del imperialismo en todas sus variantes es ser «de izquierda», entonces sólo puedo decir que yo no soy «de izquierda».

P.- Está el ciudadano indefenso ante las elites periodísticas y los medios de comunicación?

R.–  Lo estará en la medida en que acepte ser «el ciudadano», es decir, alguien aislado. Si es capaz de suscitar un movimiento colectivo, o de integrarse en uno que se ponga en marcha, su fuerza no tendrá límites prefijados.

Los poderosos no lo son tanto. Sólo son invencibles en la medida en la que los más no nos agrupamos para vencerlos.

P.- Para acabar, ¿cuál es el último libro qué has leído?

R.– Se titula Total Khéops y es una novela negra de Jean-Claude Izzo, un periodista marsellés comunista, hijo de un camarero italiano y de una costurera española, que murió en 2000, muy joven, cuando sólo había tenido tiempo de escribir tres libros. Un hallazgo.

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Nota.– Esta entrevista fue realizada cuando Javier Ortiz aún colaboraba como columnista para el diario “El Mundo”. A partir del próximo mes de octubre escribirá su columna, todos los días, en el nuevo periódico que está a punto de aparecer, “El Público”.

 

(Vuelta a javierortiz.net)