Sings Manos Hadjidakis
Savina Yannatou

Lyra (Grecia), 2002

Distribuido en España por Resistencia, 2003

 

En cierta ocasión, hace ya bastantes años, me formularon una de esas preguntas tópicas propias de los sucedáneos del cuestionario de Proust: «Si tuvieras que quedarte con un solo disco, ¿cuál escogerías?».

Quien me planteó la cosa no sabía probablemente que me enfrentaba a un imposible metafísico. Dios mío, ¡yo, un solo disco! Pero había pactado que respondería, y lo hice: «”El 62 de Manos Hadjidakis”, de Savina Yannatou y Lena Platonós», dije.

«¿Queeeeé?», saltó el entrevistador, convencido de que me estaba quedando con él.

Me vi obligado a explicarle quién era Manos Hadjidakis, hube de descubrirle que en realidad conocía alguna cosa suya (así fuera sólo Los niños de El Pireo), me tocó contarle que fue el gran renovador de la música griega a partir de la posguerra, cómo recuperó y dignificó la música barriobajera de su país (el rebetiko), cómo logró que colaboraran con él algunos de los poetas helenos más insignes del pasado siglo XX... y cómo la jovencísima Savina Yannatou, con la colaboración inestimable de la musicóloga y pianista Lena Platonós, había hecho una selección de sus piezas más hermosas y sentidas, fijándolas en un disco inimitable, emocionante, que podría rivalizar en delicadeza, elegancia y fragilidad con el más cuidado cristal de la vieja y extinta Checoslovaquia.

Sigo siendo un rendido devoto de aquel disco, editado por Lyra en los primeros 70, del que conservo incluso la versión de vinilo, que me trajo algunos años más tarde de Atenas una amiga bien aconsejada. Hace tres o cuatro años, ese prodigio de amor por la música que son los responsables del sello Resistencia me consiguieron una copia en cedé: si cuando me muera llego a pintar algo en el cielo, juro que a los de Resistencia les negociaré una entrada de palco. Y Dios les rendirá culto.

Pero, de la misma manera que todo es siempre empeorable, nada puede darse por definitivamente inmejorable. Y resulta que ahora, casi diez años después de la muerte de Hadjidakis –se nos fue el 15 de junio de 1994–, una Savina Yannatou algo menos juvenil pero bastante más sabia ha decidido, con el auxilio sempiterno de Lyra, poner en el mercado una nueva tanda de canciones maravillosas de Hadjidakis, algunas rescatadas de trabajos anteriores, otras nuevas, todas en versiones estudiadas para la ocasión.

Me declaro incapaz de describirlo. La gran música no se comenta: se escucha. Comprad el disco, buscaos un lugar tranquilo, decidid que queréis sumergiros en un mar de encanto –el Mediterráneo, en concreto– y dedicaos a escuchar a Yannatou cantando a Hadjidakis. Una y otra vez.

Creedme: al cabo de un rato, uno llega incluso a olvidarse de que Aznar existe. < Javier Ortiz

 

 

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       Página de Javier Ortiz