Diario de un resentido social

Semana del 26 de mayo al 1 de junio de 2003

«El sabio de Hortaleza»

Quien quiera que pusiera al entrenador recurrente del Atlético de Madrid Luis Aragonés el apodo de «el sabio de Hortaleza» demostró no sólo ser un cursi de consideración, sino también un imprudente. Porque el hombre –al que otros más a ras de suelo le pusieron por mote «Zapatones»– se creyó lo de su sabiduría. Y hay que ver las ínfulas que se da.   

Ayer, en el curso de una conferencia de Prensa, volvió a mostrarse faltón y displicente. Llegó a decirle a un periodista: «Bueno, y ya vale de darte lecciones, que lo mismo aprendes».

No es sólo que no conteste a lo que se le pregunta, o que responda en un tono de chulería insufrible, sino que a veces mete el cuezo hasta el corvejón, y se queda tan ancho. Soltó: «Cuando quedan tres jornadas para el final de la Liga, no sólo influye cómo juegas, sino también, y sobre todo, la suerte que tengas, y los árbitros que te toquen». Hasta ahí, todo bien. Pero añadió, tras la mención a la suerte y a los arbitrajes: «...El Madrid no suele tener problemas con ninguna de las dos cosas». (O algo así: cito de memoria).

Un aficionado, o un comentarista, puede salirse con una pata de banco semejante y no pasa nada: quien quiera lo aplaude, quien no lo silba, o no hace ni caso, y ya está. En cambio, es inadmisible que se exprese en esos términos un señor que entrena a un equipo que ha de enfrentarse al Real Madrid próximamente y que tiene un importante ascendiente sobre su afición. Porque está atizando el fuego de la crispación, que tantas veces desemboca en violencia. Bastará con que el árbitro del Atlético-Real Madrid cometa un error grave –o que los espectadores crean que lo ha cometido– para que se arme la marimorena.

Ese hombre es un perfecto irresponsable.

Pero es que encima no pudo afirmar tal cosa en peor día. Porque el Real Madrid –cuyo peso específico impresiona a más de un árbitro local, según puede comprobarse con cierta frecuencia–, ayer, precisamente ayer, fue víctima de un arbitraje pésimo. El árbitro, un tal Carmona, anuló sin razón un par de jugadas de gol del equipo blanco. Doy por hecho que no lo hizo a propósito –distribuyó su incompetencia de manera muy liberal entre ambos equipos–, pero lo indiscutible es que perjudicó al Real Madrid en un partido que puede ser fundamental en el desenlace del campeonato.

Y nadie podrá decir que me quejo por madridismo: soy seguidor de la Real Sociedad, que es el equipo que más puede beneficiarse de lo ocurrido. Pero a mí me gusta que mi equipo gane porque se lo merece; no de mala manera. Eso de «aunque sea en el último minuto y de penalti injusto» lo dejo para los fanáticos. Que me echan para atrás... hasta en el fútbol.

La contextualización (2)

Escribí ayer: «Me contaron anoche que un portavoz de Batasuna –o como quiera que se presentara– había intervenido ante los medios de comunicación tras el atentado de Sangüesa para “contextualizar” el hecho, “inscribiéndolo” dentro del “contencioso Estado-Euskal Herria” y recordando que pocas horas antes el Parlamento de Madrid había tomado tales y cuales medidas contra “el colectivo de presos vascos”. He rastreado los periódicos vascos y no he encontrado ninguna referencia a las declaraciones en cuestión.»  

Horas después de haber escrito eso, salí a la calle y compré la prensa. Figuraba la noticia. Y la realidad era mucho peor que lo que había entendido –mal– cuando me la contaron: quienes habían hecho esas declaraciones no eran de Batasuna, sino de AuB. Eran dos representantes de la misma AuB que antes de las elecciones había dado a conocer un decálogo de principios en el que afirmaba que «no resulta suficiente contextualizar los atentados o las vulneraciones de los derechos». Un decálogo que algunos nos tomamos en serio y que presentamos como esperanzadora muestra del distanciamiento de AuB con relación a las peores tradiciones doctrinales de HB-EH-Batasuna.

¡Qué peligro tiene querer que algo suceda! Muchos deseábamos que AuB fuera otra cosa, que se dejara de todas esas mandangas de la contextualización y que tuviera el coraje de poner en su sitio a quienes recurren al crimen en plan salvapatrias, cuando las patrias –en la medida en que existen– o se salvan solas o no hay dios que las salve.

Queríamos que esa reflexión fuera verdad, dijeron que era lo que pensaban... y les creímos.

Me molesta –claro que me molesta: cómo no– que se burlen de mí. Pero eso es lo de menos. Lo principal es que esta gente ha vuelto a frustrar una esperanza. La enésima esperanza.

No sé si serán conscientes de que hasta las personas más voluntariosas acaban hartándose.

Es más: ni siquiera sé si les importa.

 

(1 de junio de 2003)

Para volver a la página principal, pincha aquí


La contextualización

Me contaron anoche que un portavoz de Batasuna –o como quiera que se presentara– había intervenido ante los medios de comunicación tras el atentado de Sangüesa para «contextualizar» el hecho, «inscribiéndolo» dentro del «contencioso Estado-Euskal Herria» y recordando que pocas horas antes el Parlamento de Madrid había tomado tales y cuales medidas contra «el colectivo de presos vascos». He rastreado los periódicos vascos y no he encontrado ninguna referencia a las declaraciones en cuestión. Me da que no las han considerado reseñables, de puro repetitivas. Por esta gente no pasan los años, ni las experiencias. Son impermeables.

Lo que sí he visto es un cálculo postelectoral suyo en el que consiguen atribuirse una portentosa cantidad de votos a base de considerar de su propiedad no sólo votos nulos que no estaba demostrado que fueran a su favor, sino también los votos de todas las formaciones políticas y plataformas ciudadanas de izquierda abertzale –en general: no de su izquierda abertzale– que se presentaron sin hacer caso de sus consignas, por su cuenta y riesgo.

No me molesta tanto que intenten engañar a los demás como que se engañen a sí mismos. Porque si realmente se creen todo lo que dicen creer, tanto a la hora de «contextualizar» los atentados como a la de sumar votos, entonces habrá que concluir que son muy escasas las esperanzas de que puedan salir del pozo de subjetivismo en el que habitan y ver cómo está realmente el patio.

Pero tampoco hay que desesperar del todo. Recordaba yo ayer en Radio Euskadi la experiencia de ETA político-militar en los primeros ochenta. Los poli-milis llegaron al punto realmente increíble de organizar auténticas carnicerías para exigir... ¡el Estatuto de Autonomía! Sólo en un atentado con bomba en las consignas de la estación de Chamartín, en Madrid, mataron a 18 personas que pasaban por allí.

El personal normal tiende a suponer que el recurso a métodos tan extremos sólo puede ser obra de gentes que plantean exigencias políticas no menos extremas. Pero las lógicas particulares de determinados grupos producen paradojas como ésa: asesinar en reclamación de meras reformas. Pues bien: apenas unos años después, los integrantes de aquel club macabro de reformistas sanguinarios se reconvirtieron en pacíficos ciudadanos, e incluso algunos iniciaron una nueva carrera política dentro de partidos de orden.

Lo cual quiere decir... que todo es posible. Incluso en gentes que, miradas desde el desastre de su día a día, parecen decididamente casos perdidos.

 

(31 de mayo de 2003)

Para volver a la página principal, pincha aquí


No los oigo, no los veo

Leí y oí durante los días anteriores a las elecciones una gran cantidad de augurios –unos en forma de análisis personal, otros revestidos con las galas de la prospección demoscópica– que daban por hecho que estábamos en la antesala de un cambio sustancial del panorama político vasco. Coincidían en que, gracias a la prohibición de las candidaturas de la llamada izquierda abertzale –es decir, al silenciamiento de un porcentaje importante del electorado–, se iba a producir un desplazamiento del centro de gravedad de la política vasca, que iba a quedar a partir del 25-M en manos de los partidos que se hacen llamar constitucionalistas.

Seguro que ustedes lo recuerdan. Incluso ridiculizaron y pusieron en la picota a quienes nos permitimos dudar de la precisión de sus predicciones.

El caso es que se han dado una monumental galleta. La coalición nacionalista vasca ha logrado mayoría absoluta en las representaciones provinciales de Guipúzcoa y Vizcaya y ha sido la más votada en Álava; la Izquierda Unida del denostado Madrazo ha ganado terreno; el socialista que ha salido mejor librado es Odón Elorza, tantas veces calificado de «patético» por los agudos analistas matritenses... y, para colmo de males, las papeletas anuladas –pero recontadas– de AuB, que han sido muchas, han vencido en varias plazas, creando una situación que a ver quién es el guapo que gestiona. 

¿Dónde están las autocríticas de quienes han demostrado que cuentan con un olfato de sensibilidad cercana al cero absoluto? ¿No tienen nada que decir los institutos dedicados a los sondeos de opinión que no han dado una en la herradura? ¿Devolverán lo que cobraron por errar? ¿Por qué no se presta más atención a las declaraciones –éstas sí realmente patéticas– de quienes presumen ahora de haber logrado «la movilización del 40% de la población vasca», cuando hace apenas diez días decían encabezar al 50%? ¿Por qué nadie les recuerda que, para más inri, su 40% no tiene como referencia al total de la población, sino sólo el conjunto de los votos válidos, con lo que si representan a un tercio van que chutan? ¿Dónde están los reportajes sobre el varapalo que se han llevado en las urnas los sacerdotes, tan celebrados hace cosa de nada, que decidieron cambiar el mensaje evangélico por el panfleto electoral made in Iturgaiz? ¿Nadie va a fijar su atención, así sea por mera curiosidad estadística, en el récord propio de Guinness que está logrando Jaime Mayor Oreja en materia de fracasos electorales?

No los oigo. No los veo. Y de veras que me gustaría enterarme de cómo se justifican. Así sea ante sí mismos.

 

(30 de mayo de 2003)

Para volver a la página principal, pincha aquí


Odón Elorza, «el patético»

 No siento particular simpatía por Odón Elorza.

Para no llamar a nadie a engaño, admitiré que mi poco aprecio tiene un componente personal. Para una vez que le pedí una entrevista –modosita, discreta, dentro de una serie de ellas– acabó negándomela de mala manera. De mala –digo– por maleducada: su jefe de Prensa me estuvo mareando durante días, reclamándome papeles y aclaraciones de todo tipo, para terminar dejándome un recado displicente en el que me comunicaba que don Odón no veía razón alguna para hablar conmigo.

Porque no, punto y final.

De tratarse de Fraga, lo habría admitido como un gesto natural: el ex ministro de Franco jamás ha pretendido dárselas de político jatorra, llanote y al alcance de cualquiera. Pero Elorza va de estupendo. Y resulta que luego, cuando la cámara no le enfoca, te trata con más ínfulas que el mismísimo Pavarotti.

Tomé nota de su descortesía (ya se ve).

Pero, como decía Baroja, lo marqués no quita lo valiente, y mi cabreo con el alcalde de mi pueblo no me ha llevado nunca a pensar que sea peor munícipe que cualquier otro de los posibles. Lo fue, cuando estaba de aprendiz, abandonaba su despacho y se bajaba a la calle quitándose la chaqueta en plan «¡A mí, Sabino, que los arrollo!», presto a enfrentarse no sólo con la kale borroka toda junta, sino también con la kale y la borroka por separado. Pero luego la vida le fue enseñando, empezó a pensárselo dos veces, se dio cuenta de que las cosas de este mundo son más complicadas, vio su peor retrato en la imagen de doña María San Gil y terminó adoptando posiciones de mediación y apaciguamiento.

Cosa que le agradezco.

Y cosa que no le perdonan los nacionalistas españoles, que se la tienen jurada. En particular, los del gremio periodístico matritense, que lo ponen de vuelta y media, hoy sí y mañana también.

Le tienen reservado un adjetivo muy especial: «patético». Odón Elorza no les parece mal socialista, mal español, mal calvo y mal bajito –que también–, sino, sobre todo, «patético».

Miro los resultados electorales y me pregunto: ¿quién es realmente patético? ¿Es patético Odón Elorza, que no para de mejorar su cuota de apoyo ciudadano, es patético el electorado donostiarra, que lo respalda cada vez con más amplitud... o son patéticos los comentaristas políticos matritenses, que demuestran no entender nada de nada, y cada vez menos?

Son los mismos que auguraron que estas elecciones iban a mostrar la verdad de la cosas en Euskadi, y que ahora no saben qué decir sobre lo que realmente ha ocurrido.

No; no son patéticos. Son ridículos, sin más.

l

 

Otro asunto.

Enfatizó ayer mucho Alfredo Urdaci en el telediario nocturno de la 1 de TVE que los compañeros de los 62 militares muertos en accidente de aviación en Turquía cantaron un himno en el que sostenían que «la muerte no es el final».

Se ve que a Urdaci ésa le pareció una idea muy bonita.

La muerte no es «el final», cierto, porque «el» final no existe. Nada se crea ni se destruye, etcétera. Pero la muerte de esos 62 militares es el final de la vida de esos 62 militares, vaya que sí. Déjense de zarandajas, que lo saben de sobra.

No ha sido el final, en cambio, del Ministerio de Trillo, ni de los telediarios de Urdaci. En ese sentido, se entiende su consuelo.

 

(29 de mayo de 2003)

Para volver a la página principal, pincha aquí


El fuero y el huevo del Parlamento Vasco

¿Qué es lo que el Tribunal Supremo ha ordenado al Parlamento Vasco? Que considere disuelto el grupo denominado Sozialista Abertzaleak. ¿Y en qué se traduciría esa disolución? En que los integrantes del grupo parlamentario en cuestión se pasarían con armas y bagajes –si se me permite la expresión– al Grupo Mixto, del que se convertirían en dueños y señores y dentro del cual gozarían en la práctica de los mismos derechos y las mismas prerrogativas que tenían con su denominación anterior.

Dicho de otra manera: no se está discutiendo nada que tenga consecuencias efectivas que resulten perjudiciales para el grupo de parlamentarios que encabeza Arnaldo Otegi. Todos los perjuicios que le acarrearía el cumplimiento de la orden del TS serían de tipo moral, de imagen, etcétera.

Lo que está en discusión aquí –al igual que en la discordia de los nobles con el rey a la que se atribuye el dicho– no es el huevo, sino el fuero. O dicho de otro modo: la cuestión material importa un huevo; de lo que se trata es de determinar si el TS tiene atribuciones para dictar al Parlamento Vasco resoluciones que tienen que ver con su organización interna. El PNV, EA y EB-IU creen que no, y que para disolver el grupo de SA habría que reformar el Reglamento de la cámara. PP y PSOE dicen que sí (lo cual no deja de ser curioso, porque cuando se les planteó un problema similar en el Parlamento de Navarra optaron... por modificar el Reglamento). Yendo más al fondo del asunto, lo que se plantea es un doble tira y afloja: entre el poder central y el autonómico y entre el poder judicial y el legislativo. Una pelea que tiene muchos aspectos técnicos, pero que, en último término, apela al eterno problema del sujeto de la soberanía.

Da toda la impresión de que, en su afán por cortar las alas al nacionalismo vasco, las autoridades con sede en Madrid han optado por pasearse cual elefante por cacharrería. Lo cual, aparte de poner en peligro el negocio mismo –a ver quién entra a comprar en un sitio así–, hace muchísimo ruido.

 

––––––––––––––-

Nota.– Veréis que, a veces, se desvanecen misteriosamente las ilustraciones de los incisivos comentarios televisivos de nuestro Marat y las de las no menos brillantes crónicas que Belén Martos hace desde su portal. Sé que hay ciertas razones técnicas que lo explican, pero no consigo aclararlas. Tienen algo que ver con las mayúsculas y las minúsculas de los hipervínculos. Quizá algún día lo aclare, pero no será desde luego un día como el de hoy, en el que me veo obligado a volcar esas columnas desde la habitación de un hotel, a horas muy tempranas y con una perspectiva de trabajo de aúpa. Pido disculpas para mi impericia a ambos autores y al público en general.

 

(28 de mayo de 2003)

Para volver a la página principal, pincha aquí


La fortaleza del PP

Despertada a bofetones del sueño republicano de los años treinta, la sociedad española ha dado sobrada prueba de sus querencias profundamente conservadoras. El franquismo no se hundió, como tantas veces y tan pomposamente se dice, porque «el pueblo» impusiera la democracia. De hecho, por cada ciudadano español que se movilizó en pro de las libertades hubo cincuenta que se quedaron al margen, mirando con recelo la marcha de los acontecimientos. El franquismo se vino abajo porque, sencillamente, no se tenía en pie: España no podía quedar al margen del proyecto unitario europeo y en éste no cabía una dictadura fascistona como la de Franco, Fraga, Martín Villa y compañía.

Desde entonces seguimos en las mismas: sólo hay relevos en el Poder cuando los que están agotan sus recursos y ya no saben cómo seguir. La UCD constituyó desde sus comienzos una disparatada jaula de grillos, pero sólo se fue al garete cuando los propios grillos empezaron a escapar de la jaula. El PSOE perdió a los puntos su pelea final porque se hizo evidente que Felipe González ya no sabía qué hacer con tanta vía de agua como se le había abierto en la nave. El electorado se buscó otro timonel ante la evidencia de que el anterior ya no sabía ni por qué mares navegaba, ni a qué puerto encaminarse, ni en qué isla enterrar el botín. ¿Cuándo consiguió Aznar la mayoría absoluta? Cuando acudió a las urnas a revalidar el poder que ya ejercía. Cuando movilizó la voluntad conservadora del electorado.

Voluntad conservadora, insisto. No necesariamente reaccionaria. Conservadora. En el sentido literal: como rechazo al riesgo. Como miedo al cambio.

Dice el aforismo militar que no hay mejor modo de conquistar una fortaleza que atacarla desde dentro. En el caso español podría ampliarse el ámbito del dicho: no sólo es el mejor modo, sino el único. Asustado por la presunta importancia de la batalla de Madrid y de su profetizado simbolismo –que luego ya se ha visto en qué ha quedado: cuarto y mitad de nada–, Aznar optó por ponerse en manos de Ruiz Gallardón, lo más parecido al contrario que tenía en su propia casa. La victoria del candidato, exagerada por todos –no ha sido para tanto: ha sacado menos votos de los que le encumbraron a la Presidencia de la Comunidad Autónoma–, unida al compromiso de retirada del propio Aznar, parecen augurar el inicio de un proceso de lenta pero firme autodestrucción del PP.

El verdadero enemigo de todos –la carcoma– se ha puesto en marcha.

Más les vale a los seguidores del PSOE confiar en que así sea. Porque, como tengan que esperar a que Rodríguez Zapatero lance a sus huestes a un asalto victorioso, van de cráneo.

 

––––––––––––-

Nota.– Ayer esta web registró el mayor número de visitas por día desde que fue creada: 1.291.

 

(27 de mayo de 2003)

Para volver a la página principal, pincha aquí


Mendiluce

«De no ser por Mendiluce...», se quejan entre dientes los del PSOE madrileño. ¿De no ser por Mendiluce? De no haberse presentado Mendiluce, los partidarios de Mendiluce en Madrid se habrían quedado sin su candidato predilecto.

Hay gente que cree tener la propiedad de una parte del electorado. Anoche oí en Radio Euskadi –hasta la 1 de la madrugada estuvimos hablando allí por los seis costados, que son los que tienen las urnas– que Arnaldo Otegi se había referido en términos similares a los votos de Aralar.

Me recuerdan los unos y los otros a José Luis Perales cantando aquello de «¿Y quién es él...?¿A qué dedica el tiempo libre?», etcétera. Recordaréis que el tipo de la canción lanza amargas quejas contra el amante de su chica: «Es un ladrón –dice– que me ha robado todo». El protagonista de la cosa –Perales, por delegación– no sólo se pensaba que la moza era de su propiedad, sino que ni siquiera concedía a la chica capacidad de elección: si se había ido con otro, sólo podía ser porque el otro se la había llevado.   

No concedo a Mendiluce el menor valor político. Me parece como su amigo Esteban Ibarra, dirigente vitalicio de Ancianos Contra la Intolerancia (¿o es Aprovechados Sin Fronteras?). Estoy dispuesto a pensar incluso que su candidatura ha sido favorecida por el PP. Y qué. Se habrá puesto ahí solo o con ayuda, pero no sé de ningún elector que le haya votado tras ser conducido por la oreja hasta la ranura de la urna. Si ha habido un millón y pico de censados –y censadas– que han respaldado la candidatura de esa perfecta nadería –y naderío– llamada Trinidad Jiménez, y algunos miles más que se han inclinado ante la impostada liberalidad del hipócrita de Ruiz Gallardón, ¿por qué no iba a haber un pico al que le cayera en gracia la sosería del trosco advenedizo y renegado? Con todo el derecho, oigan.

Por un momento pasé ayer por el espejismo de los sondeos a pie de urna –por más que supiera de sobra que las urnas no tienen pie– y me creí que el electorado hispano podía dar un revolcón a las huestes de Aznar. Volví poco a poco a la realidad para comprobar que sólo queda en la Galia una pequeña aldea en la que las legiones del César todavía no han logrado imponer su SPQR (¿o era CGPJ?).

Han borrado del mapa al 20% de los electores y siguen sin ganar. Algún día comprenderán que los primeros interesados en la independencia de Euskadi son ellos. Lo mismo consiguen incluso que Mendiluce se vuelva para Bilbao.

 

(26 de mayo de 2003)

Para ver los apuntes del pasado fin de semana, pincha aquí

Para volver a la página principal, pincha aquí