Diario de un resentido social

Semana del 14 al 20 de abril de 2003

Una noticia, dos visiones

Una Conferencia Regional de la Liga Árabe que ha reunido a los ministros de Exteriores de seis estados limítrofes con Irak ha aprobado una resolución que reclama la retirada de las fuerzas de ocupación anglo-estadounidenses y la instauración de un Gobierno iraquí representativo, que esté al margen de cualquier injerencia extranjera y que controle la explotación de los recursos naturales del país.

Lo cual puede verse de dos modos, por lo menos.

De un lado, es obvio que esa resolución representa un serio revés diplomático para las huestes de Bush, cuyas posiciones se ven así rechazadas por la práctica totalidad de los estados del área, con la única excepción de Israel. Vale la pena subrayar, en ese sentido, que la resolución ha sido aprobada incluso por regímenes tan proestadounidenses como los de Turquía, Arabia Saudí y Kuwait, lo que da cuenta del aislamiento extremo en que se encuentra el Gobierno de Washington en su operación de castigo y control de Irak.

Ahora bien: la resolución también puede verse –y debe verse– como un ejercicio de cinismo apabullante. Porque varios de los estados firmantes, ahora tan críticos con la toma militar de Irak, han contribuido por activa y por pasiva a la realización de ese acto de agresión del que ahora hablan como si les escandalizara e indignara.

Eso sin contar con la perplejidad que produce ver reivindicar la celebración de elecciones libres para la designación de un gobierno legítimo a tipos que, en algunos casos, representan a monarquías semifeudales que ni han celebrado jamás unas elecciones que quepa calificar de «libres» ni tienen a su frente Gobiernos que cuenten con un mínimo de legitimidad democrática.

¿Cuál de estas dos visiones del hecho se ajusta mejor a la realidad? Las dos. Por contradictorias que sean.

En realidad, no son contradictorias las visiones; lo es la propia realidad.

Eso es lo que hace a veces tan endemoniadamente complicado el análisis de lo que sucede.

 

(20 de abril de 2003)

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Cuando a alguien se le tolera todo, es imposible que se pase

El Gobierno de Bush ha decido enviar un equipo compuesto por –copio– «un millar de militares, analistas del Gobierno, científicos civiles y contratistas privados» (sic) para que encuentren las famosas armas de destrucción masiva de Sadam cuya existencia «indudable» fue la excusa de la que se sirvió el trío de las Azores para decidir que la guerra debía empezar sin ninguna dilación.

Colin Powell ha dicho que las armas aparecerán «sea como sea».  Donald Rumsfeld ha afirmado que las encontrarán «antes o después».

La Unión Europea ha recordado que ya existe un equipo de inspectores de las Naciones Unidas que, amén de contar con una importante experiencia en la tarea, es depositario de un encargo del Consejo de Seguridad, cosa que el millar movilizado por Bush no tiene. De querer que se aclare si existen o no las armas de marras, lo lógico sería que la Administración estadounidense facilitara el regreso de Hans Blix y los demás miembros de la Comisión de Control, Verificación e Inspección, poniendo a su disposición, eso sí, todos los medios que reclamaran para trabajar mejor y más rápido. Sin embargo, la Casa Blanca ha hecho saber que «no es aún el momento de discutir ese punto». Sorprendente respuesta: o se discute ahora, precisamente, o no se discute nunca, porque dentro de nada los mil de Bush habrán ya usurpado las funciones de la Comisión de Blix.

¿Qué tiene de malo el equipo de Blix, que tanto empeño pone Washington en mantenerlo a distancia? Mírese el asunto por donde se quiera, la explicación sólo puede estar en sus acreditados rigor e independencia. Rumsfeld, que no es el colmo de la astucia, ha puesto el dedo en su propia llaga al quejarse de que, cuando encuentren las armas, seguro que habrá alguien que denuncie que las han puesto ellos.

Sin embargo, tiene un medio perfecto para que esa denuncia no pueda producirse: dejar que la labor corra a cargo de las Naciones Unidas, con todos los refuerzos que demanden sus expertos.

Pretenden obrar sin que nadie les vea y, a la vez, exigen que los demás nos fiemos de que no hacen trampa. Es demasiado.

Pero no, qué va. No es demasiado. Alguien al que se le tolera todo es imposible que se pase. Haga lo que haga. Aunque se trate de una clamorosa tomadura de pelo.

Ah, y ya que estamos en ello: ¿para qué hubiera podido querer Sadam Husein sus terribles armas de destrucción masiva si no estaba dispuesto a utilizarlas ni siquiera en el último momento?

(19 de abril de 2003)

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Bobadas diplomáticas

El primer ministro griego y presidente de turno de la UE, Costa Simitis, se declaró ayer satisfecho con el contenido de la resolución sobre Irak que acababan de suscribir los representantes de 40 estados europeos reunidos en Atenas. «Hemos orillado las cuestiones en las que las divergencias no permiten un acuerdo concreto», dijo.

Pero es que, justamente, son esas cuestiones «orilladas» las que importan. Al no entrar en ellas, la declaración se convierte en una mera proclama de buenas intenciones, sin valor práctico alguno. Ni aprueba ni condena la agresión de los EUA, ni avala ni rechaza las decisiones que la Administración Bush está tomando para dotar al país de una autoridad formal, ni respalda ni desdeña la reclamación de los inspectores de las Naciones Unidas, que quieren regresar para terminar el trabajo que estaban haciendo y, en fin, cuando se refiere al papel de la ONU en la conformación del nuevo Irak, se limita a afirmar que tiene que ser «central», sin precisar si se refiere a un «centro» único o a un «centro» subordinado a la autoridad de la potencia ocupante. Decir eso y no decir nada viene a ser todo lo mismo.

Esta gente vive de ficciones. ¿Por qué se empeñan en anunciar que han llegado a un acuerdo cuando, de hecho, no han alcanzado nada que merezca tal nombre? Lo hacen –suelen confesar en privado– para no ofrecer al gran público «una deplorable imagen de división». Pero lo cierto es que, en primer lugar, no engañan sino a aquellos que pasan olímpicamente de estas cosas, y, en segundo término, lo verdaderamente deplorable no es la imagen, sino la división. Y ésa ahí está, con o sin declaración retórica.

¡Qué cantidad de tiempo y de dinero pierde toda esta gente para salir de ninguna parte y regresar a ningún lado!

(18 de abril de 2003)

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Cuestiones de fe

Pensaba yo que, cuando Aznar decía que sabía que el régimen de Sadam Husein tenía un importante arsenal de armas de destrucción masiva («Créanme, créanme», suplicó en Antena 3), era porque tenía fe ciega en las afirmaciones que en ese sentido hacía el Gobierno de Bush. Daba por hecho yo que había de ser así, dado que los inspectores de las Naciones Unidas no habían encontrado nada parecido a eso y habida cuenta de que, que se supiera, ninguna misión del Ejecutivo español había realizado por su cuenta ninguna misión investigadora en Irak.

Pero ahora se descubre que no, que Aznar no se fía de las afirmaciones de Bush. O por lo menos no siempre. El presidente de los EUA proclama que Siria es «un Estado terrorista» que posee armamento químico, y Aznar responde que nones. O, mejor dicho, hace como si no hubiera oído y pretende que nadie está acusando a Siria de nada. El vicepresidente Rajoy va incluso más lejos –es lo suyo– y afirma taxativamente que Siria no tiene armas de destrucción masiva, presentando para sustentar tan valiosa afirmación las mismas pruebas con las que respaldó la contraria en el caso de Irak, esto es, ninguna.

¿Qué justifica un tan brusco declive de la confianza que Aznar tenía depositada en la palabra de Bush y sus colaboradores? ¿Tal vez le ha servido de escarmiento la experiencia anterior? No tendría nada de extraño, porque el caso es que no sólo las famosas armas iraquíes de destrucción masiva no han aparecido por ningún lado, sino que, además, los inspectores de la ONU han probado –y denunciado– que varias de las supuestas pruebas presentadas por Colin Powell ante el Consejo de Seguridad eran burdas falsificaciones. Si a eso se le añade el desafecto popular que se ha ganado por estos pagos precisamente por mostrar tanta devoción hacia Bush –un rechazo masivo que, diga lo que diga, le trae por la calle de la amargura–, cabe suponer que deben de sobrarle los motivos para huir de una repetición de la experiencia. De una repetición que, además, le sobrevendría con las urnas de por medio.

Eso sin contar con que tiene bastantes más negocios con Siria que los que tenía con Irak.

De modo que es muy, pero que muy comprensible que no quiera ni oír hablar de las acusaciones estadounidenses contra el régimen de Damasco.

Pero con su rechazo de esas acusaciones, Aznar deja abierto otro enorme flanco para la crítica. Porque ¿cómo puede justificar que ahora no conceda crédito a las afirmaciones de Bush y Rumsfeld cuando se lo concedió de manera incondicional en vísperas del ataque contra Irak? ¿Se equivocó entonces? Y, si es así, ¿por qué no lo reconoce? Y, si hizo bien fiándose con los ojos cerrados de los dirigentes estadounidenses, ¿por qué no repite ahora?

¿Cómo era aquello del mentiroso y el cojo?

 

(17 de abril de 2003)

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El Estado, hecho un Cristo

Mientras se va aclarando si Siria es «un país amigo» (Aznar) o «un Estado terrorista» (Bush) y si los EUA deciden proseguir su blitzkrieg («guerra relámpago») por ese flanco, arrastrando a Aznar de mejor o peor grado –no va a estropear ahora lo logrado con su duro servilismo durante las últimas semanas–, podemos volver los ojos a la Madre Patria para que no descienda nuestra capacidad de anonadamiento con los asuntos domésticos. 

Me detendré en uno que tiene fecha de caducidad inmediata: el de los presos liberados con motivo de la Semana Santa.

Mi apego a la lógica formal me sume de nuevo en el estupor. ¿En razón de qué la Justicia española, parte de un Estado que se proclama «no confesional», pone en libertad a unos cuantos presos (y presas) seleccionados por tales o cuales Cofradías de Semana Santa? ¿Qué clase de autoridad civil tienen las Cofradías en cuestión? ¿Por qué la Dirección General de Instituciones Penitenciarias sigue religiosamente –nunca mejor dicho–  las indicaciones de, por ejemplo, el Cristo del Perdón y no, en cambio, las de la Asociación contra la Tortura o las de Madres contra la Droga?

Carece de lógica formal. A cambio, tiene mucho sentido si uno no se cree gran cosa la afirmación retórica que pretende que éste es un Estado no confesional. Entre ofrendas al Apóstol, procesiones del Corpus y enseñanzas concertadas con la Santa Sede, éste Estado tiene de laico lo que yo de cura.

Personalmente, no tendría nada contra el hecho de que soltaran presos, con cualquier excusa, si no fuera porque en este caso la selección se hace teniendo en cuenta criterios ideológicos bastante grimosos. Aquí, en Alicante, han liberado a una presa –«totalmente rehabilitada», según han dicho– argumentando, entre otras cosas, que «es una mujer muy devota».

Otro problema de lógica formal. Existen dos posibilidades: que los presos liberados estén realmente rehabilitados... o que no lo estén. Si lo están, ¿qué falta hace que pida su libertad ninguna Cofradía? Deberían soltarlos por propia iniciativa. Por elemental sentido de la Justicia. Y si no lo están y no ha transcurrido aún el tiempo de condena que les quede, no deberían soltarlos.

Algo falla. ¿Que digo algo? Falla muchísimo.

 

(16 de abril de 2003)

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No había plan

«Todo se ha ido desarrollando conforme a los planes trazados», dice y repite Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de los EEUU,  encantado con la rápida ocupación de Tikrit por sus tropas. 

¿Todo lo que ha ocurrido se ha ajustado realmente a sus planes previos? ¿Hemos de entender que también estaba previsto el caos que se ha adueñado de las ciudades iraquíes desde que las tropas anglo-estadounidenses se hicieron con su teórico control? ¿Debemos suponer que han provocado esa situación a propósito y que el alto grado de tolerancia mostrado por sus soldados ante los actos de pillaje, el asalto a hospitales, la destrucción de bibliotecas y el desvalijamiento de museos responde a un plan previamente trazado?

Hay quien estima que sí. Que lo que Washington pretende no es tan sólo poner término a un régimen político, sino hacer inviable la persistencia de Irak como Estado independiente y soberano y que, en esa línea, cuanto mayor sea la obra de destrucción física y de degradación social, mejor.

No lo creo. Más probable me parece la otra hipótesis: que la situación de descontrol se ha producido porque la Casa Blanca no se había preocupado de trazar un plan previo para organizar el país una vez que su Ejército lo ocupara, ni luego, una vez visto el desastre reinante, ha pasado a situar ese problema entre sus prioridades.

Lo cual demuestra de la manera más fehaciente que existe –por la vía de los hechos– que a la troupe de George W. Bush el pueblo de Irak, su bienestar, su salud y sus bienes se la traen al pairo.

Dice nuestro sabio refranero que «obras son amores, y no buenas razones». De boquilla puede afirmarse lo que se quiera, pero es en la práctica donde cada cual se retrata. El Gobierno de los EEUU ni siquiera se dignó pensar en los más de 23 millones de habitantes de Irak. Ni siquiera se tomó la molestia de constatar que, si una Administración se desmoronaba o salía huyendo, habría que improvisar otra que tomara las riendas de la situación y se encargara de que no ocurriera... lo que ha ocurrido. Rumsfeld no miente, probablemente: ellos estudiaron y planificaron todos los detalles. Lo cual demuestra que, para ellos, el pueblo de Irak no alcanza la categoría de detalle.

Hay un dato que prueba que sí tuvieron en cuenta lo que verdaderamente les importa. Desde el principio, las tropas anglo-estadounidenses han cercado y protegido de la manera más eficaz un edificio: el del Ministerio del Petróleo. Da igual que se incendien los incunables de la Biblioteca Nacional de Bagdad, con tal de que nadie toque los archivos de lo que cuenta de verdad.

 

(15 de abril de 2003)

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No soy demasiado republicano. A cambio, soy radicalmente antimonárquico.

No es que sólo que esté en contra de la monarquía: es que me da asco.

Me repugna que apele a la sangre como fuente de legitimidad. ¡Con sangre se impuso y por la sangre se mantiene!

Me repatea que apele a la superioridad de su cuna y que haya quien, en insolente desafío a la Razón y a los principios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, apoye semejante barbaridad y nos la imponga.

Odio que sus titulares asuman ese aire de paternal superioridad, cuando la mayor parte de las veces su inteligencia sólo tiene tres aplicaciones conocidas: hacer el vago, decir vaguedades reaccionarias y amasar riqueza.

Aborrezco la monarquía como forma de Estado, en general, esté asentada en donde sea y encabécela quien sea.

Pero la prueba de que todo en esta vida admite grados, por muy extremo que parezca, es que hay algo que  me produce todavía más repulsión que la monarquía en general, y es la monarquía española.

Siento una profunda aversión personal por Juan Carlos de Borbón, su señora, su hijo, sus hijas, sus yernos, sus nietos, su familia griega, su familia inglesa y el resto de la intemerata gorrona. Pero eso es lo de menos. Lo que me provoca una grima más intensa es el papel que ha jugado esta monarquía postiza, en sus diferentes fases de gestación, para ayudar a atrofiar el desarrollo democrático de los pueblos integrados en el Estado español. Primero con la pamema de la sucesión franquista, atada y bien atada; luego conspirando para evitar que se produjera una ruptura en condiciones con el franquismo; luego tratando de impedir que la democratización y la autonomización del Estado fuera más lejos de lo conveniente (de la conveniente para sus intereses)...

Todo eso es bien sabido, como son sabidas tantas otras cosas –desde el Porsche de De la Rosa a los favores del rey Fahd–, pero la Prensa española calla. O peor: presenta al titular de la Corona como feliz compendio de virtudes ascéticas, inteligencia y desinteresado amor al pueblo. Banda de hipócritas. Los privilegiados se defienden entre sí.

 

(14 de abril de 2003)

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