Diario de un resentido social

Semana del 24 al 30 de marzo de 2003

 

Curiosas circunstancias

Ha señalado el diputado José Antonio Labordeta cuán sospechoso resulta que, hasta que empezaron los bombardeos sobre Irak, ninguna manifestación popular contra la guerra derivó en «graves incidentes de orden público», pero que, desde que arrancó la guerra, no hay manifestación que no aporte su correspondiente jarabe de palo.

Labordeta es de Zaragoza. Supongo que habrá leído lo que apareció publicado el jueves 27 en un recuadro de la página 10 de El Heraldo de Aragón, diario que no suele distinguirse por su izquierdismo, precisamente. Era un apoyo, como se dice en la jerga periodística, a la información sobre los incidentes que se habían producido el día anterior en la Universidad con motivo de una manifestación contra la guerra. Se titulaba «Va a pasar algo gordo» y el texto decía así: 

«La tensión en la plaza de Paraíso se palpaba desde primera hora de la mañana, con un despliegue policial inusitado. Trabajadores del Paraninfo, profesores universitarios y estudiantes fueron cacheados. “Va a pasar algo gordo”, comentaban conforme crecía el cordón policial y la presencia estudiantil. Un testigo asegura que un agente le confundió con un policía y le contó los planes: “Me dijo que iban a cargar, mediara provocación o no, porque había orden de reventar la manifestación”.»

Interesante. Pero, puestos a señalar circunstancias dignas de análisis, tampoco está nada mal otra que no se ha comentado lo suficiente. Hace cuatro o cinco días, El Mundo publicó un mapa de las ciudades en las que se produjeron el pasado fin de semana fuertes cargas policiales y enfrentamientos entre las fuerzas antidisturbios y manifestantes supuestamente violentos. Bastaba echar una ojeada superficial al gráfico para reparar en que... no había ni rastro de ningún incidente dentro de la Comunidad Autónoma Vasca. ¡Ni uno solo!

¿Qué pasa, que ahora los manifestantes de Euskadi son los menos conflictivos? ¿O no será, más bien, que allí el asunto estaba en manos de la Ertzaintza, y que la Policía vasca no tenía órdenes de reventar las manifestaciones, y que hasta es posible que no hubiera agentes provocadores entre los manifestantes?

 

(30 de marzo de 2003)

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Todo el peso de la Ley

No tengo duda alguna de que el ataque que están perpetrando los gobiernos de Washington y de Londres contra Irak carece de amparo legal. El propio presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, ha declarado que ese extremo le es perfectamente indiferente, porque él no necesita autorización de nadie para intervenir en otros países.

Considero también fuera de discusión que, habida cuenta de que esa agresión armada está produciendo numerosas víctimas –tanto da a estos efectos que se trate de civiles o de militares–, debe ser tildada de criminal.

Me parece igualmente obvio que, en la medida en que la acción armada persigue el derrocamiento de un régimen no por la vía de la Ley internacional sino por la del terror –de hecho Washington no ha dudado en describirla en esos términos–, ha de ser considerada a todos los efectos como terrorista. 

Pero, bueno, ésa es mi opinión. Sin más. 

Más digno de consideración es, creo yo, el hecho de que esa opinión mía la compartan numerosos juristas españoles, incluyendo un juez –al menos uno, que se sepa– de la Audiencia Nacional. Hay, según se sabe, un magistrado que es titular de un Juzgado Central de Instrucción, que ha declarado a los cuatro vientos que la brutal agresión anglo norteamericana contra Irak está tipificada como criminal en las leyes penales internacionales.

Yo no soy matemático, pero todavía me las arreglo para sumar dos y dos. Si lo que están haciendo en Irak los aliados –aliados entre sí y con nadie más– es criminal, y si en España hay un partido político que no sólo no lo condena, sino que lo defiende, así sea en términos más o menos melifluos, digo yo que habría que aplicar –«con todo el rigor del Estado de Derecho», que diría Acebes– la nueva legislación existente al respecto, procediendo a la suspensión cautelar de actividades del Partido Popular y al bloqueo de sus cuentas corrientes.

¿Qué hace el mencionado juez de la Audiencia Nacional, que no aplica su propia doctrina? ¿Tiene acaso dudas de que el PP forma parte del entramado de Washington? Ese entramado no lo forman sólo los que tiran las bombas, sino toda una tupida red de complicidades, que incluye a quienes les proporcionan bases operativas y les permiten repostar en vuelo sobre sus ciudades. (*)

Ya de paso, convendría no perder de vista a los medios informativos que les sirven de correa de transmisión: ellos señalan con el dedo para que luego Washington dispare.

Ha llegado la hora de demostrar que la Ley de Partidos Políticos no se hizo para un solo caso. Que no es una Ley de usar y tirar.

Aplíquenla con el necesario rigor no sólo al terrorismo local, sino también al internacional. Venga de donde venga.

 

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(*) Téngase en cuenta, además, que el PP, repitiendo lo que el Tribunal Supremo reprocha a Batasuna, se niega a condenar los asesinatos de los que es cómplice, limitándose a decir que «los lamenta», reclamando que sean situados en «su contexto» y pretendiendo que no se habrían producido de ser por la maldad de los representantes político de las víctimas. Se trata, como puede verse, de dos casos formalmente calcados.

 

[Nota.– Este apunte –excluyendo la nota a pie de página, que no cabía– aparece hoy como columna de opinión en el diario El Mundo, de Madrid.]

 

(29 de marzo de 2003)

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El 7º de Caballería

Me lo contaron ayer: ese 7º de Caballería que está paseándose por Irak a sangre y fuego, y que a los de por aquí nos recuerda a las películas del Oeste, es heredero de una vieja historia que no desmerece en nada sus actuales andanzas.

Allá por los finales del siglo XIX, una vez asesinado en Dakota el jefe Takanta Yokanta, al que los casacas azules habían bautizado como Sitting Bull («Toro Sentado»), el Gobierno de Washington logró finalmente que el pueblo siux aceptara como cabecilla a un pobre hombre que se avino a conducir a su pueblo hasta una reserva, cosa a la que Yokanta se había negado en redondo.

El sucesor de Toro Sentado dirigía sus maltrechas huestes hacia la reserva cuando el por entonces jefe del 7º de Caballería, apellidado Forshyte –un militarote que guardaba a los siux un viejo rencor, nacido de la paliza que habían propinado a las tropas del general Custer–, decidió que aquello no podía quedar así, y ordenó a sus soldados que cargaran y pasaran a cuchillo a los siux que cabalgaban hacia su triste destino enarbolando una bandera blanca.

Fue una masacre.

Nada es nunca nuevo del todo.

El País sacó el pasado fin de semana una foto –que se cuidó de comentar como merecía– en la que se veía a dos pobres hombres que habían sido baleados cuando enarbolaban un remedo de bandera blanca. Me han dicho que el mando norteamericano se ha justificado diciendo que «eso de las banderas blancas» es sola una estratagema a la que recurren los malvados seguidores de Sadam Husein para engañar a las tropas de su alianza. Claro: lo mismo que los mercados. Y las casas llenas de civiles. Estratagemas.

Como diría Fraga, no hay mejor iraquí –ni iraquí más liberado– que el iraquí muerto.

Pero ¿qué digo Fraga? Recordemos que fue precisamente el general Custer, del 7º de Caballería, quien estableció el criterio según el cual no hay mejor indio que el indio muerto.

 

El comedor de Carabanchel

Arrastro últimamente un trauma: no tengo tiempo para responder todo el correo que recibo. Razones de educación al margen –que tampoco son desdeñables–, me fastidia mucho, porque me había hecho una cierta fama de contestador automático. Se llegó incluso a comentar por ahí: «Es uno de los pocos columnistas que tú le escribes y te contesta». En efecto: la gente me escribía y yo, mal que bien, respondía. En plan Miguel Hernández: «Aunque bajo la tierra / mi amante cuerpo esté, / escríbeme a la tierra / que yo te escribiré».

Pero ahora no puedo. Porque recibo, descontados los mensajes de relleno, no menos de medio centenar de emilios diarios. Muchos de ellos interesantes, además, para mayor fastidio. Y mi tiempo es limitado. Tengo mucha faena, viajo mucho, no paro de sacar folios para esto o para lo otro. Es así de sencillo: no doy más de mí.

Es una curiosa contradicción. Como respondes, te escriben. Pero entonces te empiezan a escribir más y más, con lo cual ya no puedes responder a todo el mundo, porque no tienes tiempo para hacerlo.

Pensando en esta pescadilla enroscada, me acordé de un tipo al que conocí a comienzos de los años 80. Me lo presentó una amiga. Era marido de una de sus compañeras de trabajo. El caso es que el hombre estaba encargado de la intendencia de la cárcel de Carabanchel. Funcionario de Prisiones. Un día que coincidimos tomando una copa me contó que, analizando la situación del centro, había constatado que cada vez iban menos reclusos a comer lo que ellos daban gratis en el comedor (no me costó creerle, porque yo había estado en esa cárcel algunos años antes y jamás aparecí por el comedor). Partiendo de esa base, pensó que cabía un replanteamiento: como iban pocos, podían darles de comer mucho mejor con el mismo presupuesto.

Lo montó en plan self service, con un par de primeros platos y dos o tres segundos, a elegir. Con sus bandejitas y tal.

Al cabo de unos cuantos días, todo el personal se había enterado de que el establecimiento había empezado a dar de comer decentemente. Con lo cual muchos reclusos empezaron a ir al comedor. Con lo cual al hombre se le fue al carajo el presupuesto.

Y se volvió a la situación inicial.

 

(28 de marzo de 2003)

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La reconstrucción

En uno de sus muchos rasgos de involuntaria sinceridad –perdónala, Señor, porque no sabe lo que dice–, la ministra de Exteriores de Aznar declaró el pasado domingo que la guerra de Irak hay que juzgarla, en lo esencial, por sus efectos económicos: la Bolsa, el petróleo... El petróleo, en lo fundamental. Sangre por petróleo.

Cierto es que ni por ésas: al día siguiente la Bolsa bajó y el precio del petróleo subió.

Pero es la intención lo que cuenta.

Más o menos por esas mismas horas, se contaba en los mentideros capitalinos que el propio Aznar le había dicho a su colombroño Cuevas, el patrón de los patronos, que «España» se iba a forrar con la reconstrucción de Irak cuando acabara la guerra. Que Bush le había prometido que una parte sustancial de la tajada iría a parar a empresas españolas del ramo de la (re)construcción. Y que también «tendríamos» ventaja en el reparto del crudo.

De momento, todo indica que, efectivamente, lo tiene crudo. Ayer se reunió Bush con Blair para ir planificando la posguerra y, casualmente, el de Texas se olvidó de invitar a  my friend Asna. Horas después, la Agencia de los EUA para el Desarrollo Internacional (USAID) anunciaba que las tareas de reconstrucción serán asumidas en todo caso por empresas norteamericanas. Si alguien cree que Aznar recibirá su compensación en petróleo, va bueno: las grandes petroleras de Texas, protectoras e instigadoras de Bush, están desde hace semanas con el cazo preparado.

Está feo autocitarse, ya lo sé, pero en este caso no puedo evitarlo: hace días que recordé aquello de que «Roma no paga a los traidores».

En realidad, cuando lo dije no estaba pensando tanto en los jefes de las tropas del SPQR como en los sinvergüenzas que gobiernan la actual Turquía, que no han autorizado a las Fuerzas Armadas de los EUA el uso de su territorio y su espacio aéreo hasta que Bush ha puesto los dólares sobre la mesa. Cash, que dicen por allí. O sea, en efectivo. Porque parece que en la anterior guerra les prometieron el oro y el moro –si se me permite la expresión–, pero luego, a la hora de la verdad, no soltaron ni por el forro lo pactado. Y los de Ankara estaban ya escarmentados.

My friend Asna carece de esa experiencia y se ha fiado de lo que le dijo en privado y en plan cómplice his friend Yorch. Pero la vida da tantas vueltas...

No quiero ni pensar las risas que va a haber por estos pagos cuando se compruebe que el memo este ha malogrado su carrera política a cambio de nada.

 

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Más estadísticas. Nuevo récord de visitas a esta página, ayer. Más de 1.220. Tampoco es cosa de repetir lo dicho hace un par de días, cuando se produjo el récord anterior. La verdad es que preferiría que la buena noticia  no apareciera asociada a algo tan asqueroso como la invasión de un país y la agresión a sus gentes.

 

(27 de marzo de 2003)

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Soldado de Sadam

Si uno quiere entender cómo funciona la vida –y por qué– debe ponerse sistemáticamente en el lugar del otro. No necesariamente del Otro, con mayúscula. No siempre del enemigo. Del otro. De los muchísimos otros –otras– que existen. «Y si yo fuera él, ¿qué haría?». Es el único modo de prever los movimientos ajenos.

Sé que es lo que hay que hacer, pero no siempre soy el mejor seguidor de mis propios consejos.

Ayer me di cuenta de que no se lo he aplicado al ejército de Sadam Husein.

¿Y si yo fuera soldado del ejército iraquí?

Daba por supuesto, sin mayor reflexión, que las tropas de Husein se rendirían en masa en cuanto empezaran las hostilidades. O que saldrían corriendo. Hacia el Líbano, hacia Irán, qué sé yo, hacia cualquier otra parte. Hacia donde no cayeran bombas. ¿Qué pinta uno dando la vida por un régimen corrupto, tiránico?

Pero no. La resistencia que están encontrando las fuerzas armadas anglonorteamericanas en su avance hacia Bagdad es fortísima. Las propias autoridades de Washington, tan cuidadosas en todo lo que tenga que ver con la moral de la propia tropa –militar o civil–, han tenido que admitir que no se esperaban nada semejante. Incluso, en un esfuerzo por neutralizar la penosa impresión que están dando –la primera potencia mundial, bloqueada por una gente que vive porque no tiene donde caerse muerta–, se dedican a contar historias sobre revueltas populares acerca de las cuales no aportan ninguna prueba (como hace días anunciaron que habían encontrado una fábrica de armas químicas que, si no me equivoco, también sigue estando por ver).

No sé. Pero ahora, cuando trato de ponerme en el lugar de un soldado iraquí, imagino que es muy posible que pensara que hay valores que están por encima del régimen político concreto que ostenta el poder en mi país en un momento concreto. Y que me dijera que lo de esa gentuza con sede en Washington no tiene nombre. Y que concluyera que, estando en juego la dignidad –no ya la mía: la de mi gente–, no queda más alternativa que luchar. Con todo lo que se pueda. Tanto como se pueda.

Vistas así las cosas, no descarto para nada que, de ser iraquí, yo también hubiera podido ser un soldado de Sadam.

 

(26 de marzo de 2003)

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Sin problemas de conciencia

Ana Botella asegura que no tiene problemas de conciencia. Y así será, puesto que así lo afirma. De hecho a mí no me constaba que tuviera conciencia, de modo que malamente podría discutirle ese extremo.  

Ángel Acebes, ministro del Interior de Aznar, tampoco sufre problemas de conciencia. Está convencido de que la actuación de los policías antidisturbios en las manifestaciones de Madrid fue perfecta. No le consta que sus subordinados cometieran brutalidades. ¿Que hay escenas espeluznantes grabadas en vídeo que ha visto ya media España? A él no le consta, y ya está. ¿Con qué autoridad podríamos discutirle los demás lo que le consta y lo que no? Cabría plantear qué clase de ministro del Interior –del Interior de Aznar, insisto– es un señor que no se entera ni siquiera de aquello que ha visto ya todo el que ha querido. Pero ésa es harina de otro costal. Él no ha dicho que sea perspicaz, ni que esté bien informado, ni que tenga conciencia democrática, ni siquiera que vea lo que sale en la tele. Él se ha limitado a asegurar que no tiene problemas de conciencia. Como Ana Botella.

Javier Arenas, al que Aznar tiene de secretario general –o de secretario, en general–, carece también de problemas de conciencia, como Botella y Acebes. Es posible que el truco de Arenas consista en que jamás mira de frente ni a nadie ni a nada. Te está hablando, tú le sigues la mirada y, fiándote de su rastro, deduces que se está dirigiendo a alguien que anda por allá lejos, detrás de ti. Pero qué va. Para mí que saca incesante partido del dicho: «Ojos que no ven, corazón que no siente». En todo caso, ha afirmado que los actos de violencia vividos durante las manifestaciones de los últimos días –los de los manifestantes, no los de la policía– estaban planificados por el PSOE e IU, en comandita. Y, cuando le han exigido que lo pruebe, se ha puesto huidizo, a imitación de su mirada, y ha dicho que era una acusación «política». O sea, de su libre invención.

De todos modos, y puestos a buscar el récord aznariano en materia de conciencia laxa y de falta de escrúpulos, habrá que admitir que quien se lleva la palma es la ministra de Exteriores, Ana Palacio, quien anteayer tuvo los santos bemoles de reprochar a la opinión pública española que muestre tantos remilgos frente a la guerra, en vez de tomar buena nota de lo estupenda que está yendo la Bolsa y de cómo baja el precio del petróleo. Bien es verdad que, tratándose de Ana Palacio, quizá la duda esté en si catalogar lo suyo como tranquilidad de conciencia o como pura y simple inconsciencia.

En cualquier caso, y a la vista del abotargamiento emocional que muestran quienes trabajan en la sede central del Gobierno español, va siendo hora de plantearlo claramente: ¿para cuándo los controles antidoping a la salida de La Moncloa?

 

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Estadísticas.– El día de ayer volvió a marcar un nuevo récord de visitas a esta página web: 1.157, según constató el contador independiente Nedstat (al que estoy acogido en su modalidad gratuita, lo que hace más fiable sus estadísticas).  Mi agradecimiento al número cada vez mayor de personas que, a lo largo y ancho del mundo, se interesan día a día por mis reflexiones.

 

 (25 de marzo de 2003)

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La interpretación de los sueños

Contaba anteayer el padre de un amigo –hombre no sólo lúcido y culto, sino también presto a salir a la calle, si hace falta– que se había topado en medio de la manifestación del viernes con un chaval anonadado por la violencia de la intervención policial, de la que por lo visto se había llevado una parte. Se puso a hablar con él. El crío se quejaba de lo mal que está todo y de la falta de alternativas. Él trataba de hacerle ver que oponerse es ya un principio de alternativa. Hasta que el chaval le dijo: «Bueno, sí que hay una alternativa. ¿Sabes quién puede arreglar esto? ¡El Rey! ¡Porque es español!».

Perplejo tanto ante la solución personificada como ante el razonamiento, el padre de mi amigo, hombre paciente, se puso a explicar al chaval que eso de ser español es una mera circunstancia que no añade ni quita ni un gramo de espíritu crítico ni de presencia ética ante la realidad. «No sé si se quedaría con algo», terminó, con una sonrisa.

Yo tampoco lo sé. No sé si los miles y miles de jóvenes –y no tan jóvenes– que están saliendo estos días a la calle con tanta fuerza como rabia en tantas y tantas ciudades aprenderán algo de la experiencia que están viviendo. Y si eso valdrá para algo. No sé si estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo movimiento social a escala internacional o si todo esto no es más que un mero accidente de recorrido, y que dentro de nada la  mierda global volverá a taparlo todo con su manto de mediocridad y telebasura. 

Es muy difícil –si es que no imposible– descifrar la hondura y la trascendencia de los hechos del presente. Lo ha sido siempre. Lee uno ahora cómo interpretaban lo que tenían delante de las narices nuestros más preclaros predecesores, desde los que se lanzaron al asalto de La Bastilla hasta los que derribaron el Muro de Berlín, y se da cuenta que, destellos de genialidad al margen, ninguno acertó a predecir las repercusiones finales de los movimientos en curso. Ni siquiera cuando se suponía que ellos mismos los dirigían. Ha habido sucesos de enorme aparatosidad que luego se han quedado en nada, y otros aparentemente menores que acabaron teniendo una importancia decisiva. Del mismo modo, aquello que tenía todas las trazas de apuntar en cierta dirección se volvió finalmente en la contraria, o en una tercera, sin relación alguna con las que parecían estar en liza.

Admito mi perplejidad. Y me doy cuenta de cuan fácil es que los sueños se metan de por medio e interfieran en la frialdad del análisis: ¡quisiera uno tanto que estuviéramos en el inicio de una nueva era de crisis y resistencias!

De modo que no sé nada.

Miento. Sé una cosa. Sé que apenas anteayer no había prácticamente nada que interpretar. Ahora, por lo menos, suceden cosas. Eppure si muove!

  

Una de fútbol

Si el fútbol no te interesa, prescinde del comentario siguiente, que no te perderás nada.

¿Intentó el árbitro del Real Sociedad-Villarreal perjudicar al equipo donostiarra prolongando el partido más allá del tiempo previamente decidido por él mismo, lo que permitió que se produjera el empate? Doy por hecho que no. Pero planteo ahora la pregunta de otro modo: ¿algún árbitro se atrevería a prorrogar un partido del Real Madrid más minutos de los decididos por él mismo si corriera con ello el riesgo de que se produjera un empate, con lo que la prensa de Madrid lo estaría poniendo de chupa de dómine durante semanas, durante meses o durante toda su vida?

Segundo asunto, totalmente diferente pero, a la vez, igual. Partido Real Madrid-Deportivo de La Coruña. Mediado el primer tiempo, cuando persistía todavía el empate a cero goles, Figo hizo una entrada terrorífica a Mauro Silva: una plancha fortísima, tacos por delante, que, de haber impactado de lleno en la rodilla del jugador deportivista, le parte la pierna. Juego violento (algo nada extraordinario en el portugués, dicho sea de paso), para el que el reglamento prevé una sanción muy clara: tarjeta roja y expulsión. Pero ¿hay algún árbitro que, de poder hacerse el distraído, esté dispuesto a capear el chaparrón –el diluvio, más bien– que se les caería encima por dejar al Madrid con diez jugadores en un Bernabéu lleno hasta los topes y en un partido en el que se jugaba el liderazgo de la Liga?

Si Figo hubiera dado a Mauro un puñetazo sin balón, lo expulsa. Pero, pudiendo escudarse en cuestiones de apreciación, le enseña una tarjeta amarilla por juego peligroso y se queda tan ancho. Vaya que sí.

¿Qué habría pasado en el partido Real Sociedad-Villarreal si el árbitro pita el final del encuentro una vez transcurridos de sobra los 3 minutos de prórroga que había concedido? Que la Real se lleva los 3 puntos. ¿Que habría pasado si el árbitro del Real Madrid-Depor expulsa a Figo y deja al Madrid con diez jugadores cuando aún iban empatados a cero? Ni idea. Con un Zidane jugando como jugó ayer, lo más probable es que el Madrid hubiera ganado de todos modos. Pero cualquiera sabe.

Lo que quiero decir con esto es que no creo que haya muchos árbitros que salgan a pitar los partidos dispuestos a que sus temores, sus ambiciones o sus prejuicios –incluidos los políticos– influyan en el resultado, pero que a cambio estoy convencido de que se permiten o dejan de permitirse unas u otras decisiones contando, así sea inconscientemente, con lo que se juegan al tomarlas. Ponerse en el punto de mira de las baterías de los diarios, las radios y las televisiones de Madrid es muy arriesgado. Algunos árbitros han arruinado su carrera por permitirse ese lujo.

Es un dato con el que hay que contar.

Otro dato que no conviene perder de vista es que, cuando la máquina del Real Madrid está engrasada y funciona bien, no hay Dios que la pare.

Y otro más que la Real Sociedad es un equipo inmaduro que no sabe poner a 11 jugadores debajo de los palos a achicar balones durante dos minutos cuando tal vez se esté jugando una Liga en ello.

Porque, dicho todo lo anterior, quizá no esté de más que deje claro que, por muy seguidor de la Real Sociedad que sea, sé perfectamente que el Madrid va por delante de mi equipo, árbitros al margen, porque es mejor.

  

(24 de marzo de 2003)

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