Diario de un resentido social

Semana del 26 de noviembre al 2 de diciembre de 2001


Nota.  Ahora ya es posible acceder a mi página web. Estupendo. Pero no puedo actualizarla: está bloqueado el servicio ftp de Mundofree, lo que me impide “subir” a la Red los ficheros renovados. Así que, en realidad, seguimos en las mismas. «Los técnicos siguen trabajando en ello», me dicen. Esperan tenerlo resuelto para el lunes. Bueno, pues qué se le va a hacer. Yo sigo escribiendo el Diario. Cuando se arregle de una vez lo de la ftp, el que se haya perdido tales o cuales apuntes podrá leérselos con retraso, si le viene en gana.


Autoservicios

Quienes me conocen mejor sostienen la tesis de que me estoy volviendo cada vez más cascarrabias. No es verdad. Aunque eso me obligue a violentar mi natural tendencia a la modestia, debo dejar aquí constancia pública de que mi talante personal sigue igual de risueño, jovial, encantador y estupendo que siempre. Vaya, que soy lo que se dice un cielo.

Lo que pasa es que, con el paso del tiempo, he ido desarrollando cada vez más mi espíritu crítico. De joven, me disgustaban algunas cosas. Hace algunos años, muchas. Ahora, prácticamente todas.

No es culpa mía si la realidad resulta, tomada en su conjunto, una monumental acumulación de absurdos, desastres, estupideces y marranadas.

Hay que considerar también el hecho de que viajo mucho en coche. La conducción automovilística prolongada y solitaria proporciona condiciones muy favorables para la reflexión crítica. Preferentemente sobre algunas materias concretas. Una de ellas es la naturaleza humana (esto es, la imbecilidad humana, incluida la propia). Otra, el estado de la red viaria y su gestión.

Persona de acendrado sentido práctico y de frágil memoria, viajo llevando en el asiento de la derecha un pequeño aparato de cassette para, cuando se me viene a la cabeza una idea eventualmente explotable con fines literarios, dejar constancia de ella y recordarla a mi regreso. El nuevo Código de Circulación habla de teléfonos móviles, pero no dice nada de microcassettes, así que esta confesión no puede tomarse como autoinculpatoria.

Este último periplo mío por tierra vasca me ha resultado particularmente feraz en materia cassettística. Me he venido con el zurrón casi lleno. Iré explotándolo poco a poco.

La primera grabación contenida en mi mini-aparato dice lo siguiente (transcribo literalmente, respetando los errores gramaticales, las reiteraciones y las expresiones de dudoso gusto): «Comentario para una hipotética columna sobre autoservicios. Sobre autoservicios en general, pero muy específicamente sobre gasolineras de autoservicio.

»Vamos a ver: si se supone que me sirvo yo, se supone que usted se ahorra que haya una persona que me sirva. Y, si usted se ahorra una persona que me sirva, ¿por qué el precio de su gasolina es el mismo que el de la gasolinera en la que hay un señor que me sirve... o una señorita, o una señora? Entonces, si usted quiere pasar por algo que no sea exactamente ser un cabrón, un aprovechado de la mierda... lo menos que podría hacer es poner en la carretera un letrero que dijera “Gasolinera autoservicio”. Y ponerlo con la suficiente antelación, porque puede haber gente que no se le ponga en las narices parar en esa estación de servicio porque... porque, primero, le jode quedarse con olor a gasolina en las manos... porque esos guantecitos que te ponen no dan ni para cagar...; segundo, porque le jode salir del coche con el frío del carajo que hace en estos tiempos... O sea, por muchas razones. Vale, pues que ves que pone “Gasolinera autoservicio”, pues dices, “Hala, a la mierda, me voy a la siguiente”. Pero es que, además, ¡joder!, lo menos que podrían hacer es decirte: “Gracias a que esta gasolinera es autoservicio, usted se ahorra 50 céntimos o una pela por litro”... Y entonces tú dices: “Vale, pues yo me convierto provisionalmente en trabajador de tu empresa y me descuento la parte proporcional de sueldo”. Pero, ¡no señor! Primero, no te avisan; segundo, te metes y ya te encuentras con la mierda de que ya te has desviado, con lo cual el tiempo ya lo has perdido... porque casi siempre andas con prisas y ya has calculado: “Quiero estar para tal hora en el punto de destino”... con lo cual ya te han jodido la media de velocidad... y, cuando llegas, te encuentras con que es autoservicio y no te lo habían dicho, y además vale lo mismo que en cualquier otro lado... y con que luego tienes que irte al váter para lavarte las manos, para que no te huelan a gasolina... y luego a la caja de dentro, a pagar, y eso cuando les funciona el aparatito de la tarjeta de crédito, que ésa es otra... ¡O sea, que es de un jeta que te cagas, vamos, que es la hostia! ¿Y a qué mierdas se dedica la OCU? ¿Y el Estado? ¿Cómo no hay leyes que prohíban eso?».

A partir de ahí no vale la pena seguir con la transcripción, porque ya sólo se escuchan imprecaciones.

 

(2-XII-2001)

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Nota. El pasado miércoles, el servidor de Mundofree  cerró el acceso a todo el que intentara entrar en él desde otros servidores. Lo hizo porque había recibido un peligroso y masivo ataque de piratas informáticos, tratando de prevenir la destrucción de las páginas web que gestiona (ésta, entre ellas). Sus técnicos creen que podrán volver a abrirse al público “exterior” durante este fin de semana. Entretanto, esta web sólo será accesible a quienes se conecten a Internet a través de Mundofee.


Concierto sin batuta

hace meses al irlandés Gerry Adams hacer una reflexión con aire de perogrullada, pero en realidad nada tonta: «Para que dos rivales se entiendan», dijo, «lo primero que se requiere es que quieran entenderse».

Un largo trabajo en el que llevo metido desde hace algunos meses, y que ahora no hace al caso, me ha llevado a entrevistar a muchos dirigentes de la política vasca. De muy distinto signo: nacionalistas y no nacionalistas; de derecha, de centro, de izquierda, de izquierda radical...

Mi conclusión, después de todo este tiempo, es que realmente son muy pocos los que quieren establecer unas mínimas bases de convivencia con sus rivales. O, mejor dicho: los que están dispuestos a aportar algo para que quepa establecerlas. El enfrentamiento parece ser el gran deporte nacional (o autonómico, como quieran ustedes: no tengo ganas de discutir).

Si lo primero que hace falta para que dos rivales se entiendan es que deseen hacerlo, lo segundo es que cada uno de ellos haga un esfuerzo por ponerse en el lugar del otro y entender sus dificultades, para facilitarle las cosas. En la política vasca, lo que más se lleva es exactamente lo contrario: la gracia está en enconarlo todo, y cuanto más, mejor.

El Gobierno central, plenamente solidario con el PP vasco, participa de ese deporte con singular entusiasmo. Lo acabamos de ver con el conflicto sobre la renovación del Concierto Económico. Es absurdo que Aznar presente como una pretensión soberanista la demanda del Ejecutivo de Vitoria de participar en determinadas negociaciones de la UE. Primero, porque lo que el Gobierno vasco pide es que se le permita acudir a Bruselas no por su cuenta, sino dentro de las delegaciones del Estado español. Y, en segundo término, porque lo solicitado por la parte vasca es algo que otros gobiernos europeos (especialmente el alemán) vienen haciendo desde hace tiempo. Por mero espíritu práctico. ¿No sería conveniente que, si la UE debatiera sobre la política de cítricos, la delegación española incluyera algún representante de la Comunidad Valenciana?

Pero, si eso es absurdo, más absurdo todavía es que el Gobierno de Aznar haya decidido unilateralmente prorrogar el Concierto. La esencia misma del Concierto (hasta la propia palabra lo dice) es el pacto. Prorrogar por la fuerza un pacto equivale a romperlo.

Todo esto carecería por entero de sentido si lo que estuviera en cuestión fuera pura y exclusivamente el Concierto Económico. Pero no: hay que entenderlo como otro capítulo más de la eterna lista de desencuentros buscados por quienes han convertido la crispación de la política vasca en su particularísimo modus vivendi.

 

(1-XII-2001)

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Morir por España

Un lejanísimo ancestro mío –uno de mis tatarabuelos paternos, o el padre de uno de mis tatarabuelos paternos, o algo de ese estilo– tuvo un destacado concurso en la Guerra de la Independencia, lo que le valió el título de marqués.

La verdad es que, presentado así, cualquiera diría que fue alguien.

Lo contaré de modo más concreto, a partir de las informaciones –ignoro en qué medida verídicas– que he logrado reunir sobre el particular de este singular particular.

Parece que el caballero en cuestión, al que llamaron «el héroe Moreno» –mi abuelo se apellidaba Ortiz Moreno–, ejercía por las serranías del sur de Andalucía, en el tiempo en que José Napoleón y los suyos atravesaron el Pirineo con ánimo de ilustración y conquista, una actividad de dudosa licitud, que los más severos del lugar –no muy dados al tropo y la metáfora– decían que estaba a caballo entre la falsa preservación del orden y el neto bandolerismo.

Lo que parece que nadie discutía, en cualquier caso, es que estaba a caballo.

Llegaron los franceses y él, como no pocos otros de su género, volvió sus iras y su arcabuz contra los gabachos, sin duda porque era difícil entenderse con ellos y, además, llevaban la bolsa llena, lo que confería expectativas de indiscutible interés a la pelea.

Al final, gracias al singular heroísmo español y a la organizada contundencia de los ejércitos ingleses, fueron expulsados los Bonaparte de la península, lo cual tuvo por efecto que Fernando VII regresara de su dorado exilio francés. Un hecho que fue recibido aquí con división de opiniones, porque los enteradillos de la época pretendían que el caballerete se había portado como un cobarde, lo cual presentaba el doble inconveniente de resultar gravemente infamante y de ser verdad.

Andaba Fernando VII necesitado de apoyos entre los héroes de la Resistencia y, como quiera que mi ancestro no estaba dispuesto a prestarle su apoyo, pero sí a vendérselo, el Rey lo nombró rápidamente marqués, a cambio, supongo, de una larga sucesión de arengas terminadas con un puñado de rotundos «¡Vivan las caenas!». Se elevó así mi pariente a las cumbres de la Nobleza, llevándonos con él –estoy seguro de que involuntariamente– a sus imprevistos sucesores.

Tiene el tal Moreno, según me cuentan, una estatua en Antequera.

Cuenta la hagiografía familiar que el «héroe Moreno» debió su sobrenombre a un acontecimiento terrible, en el que demostró una presencia de ánimo «totalmente fuera de lo común». Dícese que las tropas francesas, en una de sus incursiones, lograron prender a su esposa, llamada María, y tomarla presa, tras de lo cual lo conminaron a rendirse, con la amenaza de matar a la pobre mujer. Y que, entonces, él, valiente y soberbio, se negó a deponer las armas y lanzó a su señora por sobre las trincheras, cual Guzmán el Bueno, un grito henchido de entrega patriótica: «¡Aprende, María, a morir por España!».

Soberana tontería, porque aprender a morir, a falta de ejercicios prácticos repetibles, es un objetivo imposible.

No sé. Digo yo que de haber existido por entonces una Ley de Divorcio en condiciones se podría haber evitado un incidente tan grotesco. Mi familia se habría quedado sin su ridículo marquesado, pero lo mismo la pobre María hubiera encontrado una pareja más presentable.

 

 (30-XI-2001)

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Desmontes en silencio

Nuevo viaje a Euskadi para proseguir –para completar, espero– el trabajo de campo de mi próximo libro. Hasta llegar a Vitoria, un tiempo magnífico. A partir de ahí, horrible. Carlos Garaikoetxea ha cambiado de planes y, en vez de encontrarnos en Pamplona, como habíamos acordado inicialmente, me pide que nos veamos en Donosti. Bueno, así aprovecho para ver a mi madre y a mi hermano mayor.

Conduzco con tranquilidad, porque voy con tiempo sobrado. Se ha hecho la hora de comer y, como no quiero volver a soportar un restaurantillo de autopista, tomo por la vieja Nacional I. En Etxegarate, a escasos cientos de metros de la muga de Guipúzcoa, veo un restaurante flanqueado por decenas de camiones. Imagino que se comerá bien –los camioneros saben mucho de eso– y paro. Acierto completo. Un plato de magníficas alubias rojas, una deliciosa ración de hígado encebollado, más el postre y un vino cosechero muy potable, 1.200 pesetas. En Madrid, contando con gente tan ducha en fogones, se apresurarían a poner mantel de tela y cristalería, vestirían a las camareras de uniforme y cobrarían no menos de 5.000 pesetas. Y las delicias del restaurante correrían de boca en boca.

Al salir, decido echar una cabezada en el coche. Caigo redondo y lo que se suponía que era una cabezada se convierte en una siesta de tomo y lomo. Cuando despierto, ya no voy tan sobrado de tiempo. Ha empezado a anochecer. Arranco y culmino el puerto de Etxegarate.

Y me encuentro con la fiesta. Decenas, qué sé yo, cientos de excavadoras, entregadas con feroz entusiasmo a la tarea de acabar con la montaña a marchas forzadas. Desmontes y más desmontes. «¿Y esto?», me pregunto alarmado. Se ve que han decidido convertir ese tramo de la carretera en autovía, para comunicar ya de una vez decentemente Vitoria con Donosti por carretera, y que, como tenían de por medio el puerto de montaña, han optado por enmendarle la plana a Dios y quitarlo de enmedio. Impresionante. Qué atentado contra el medio ambiente. Me quedé de piedra.

Imagino que han aprendido la lección de la autovía de Leitzaran y, en vez de anunciar sus planes a bombo y platillo, para que los ecologistas se enteren y monten el pifostio, han elegido en esta ocasión la vía del silencio: no se dice nada, se hace y a correr. Porque el hecho es que yo escucho con mucha frecuencia las radios vascas y no había oído ni una palabra de este desaguisado.

No soy de los que se oponen por principio a las grandes obras públicas que pegan bofetones a la Madre Naturaleza. Llevo años ciscándome en todo lo ciscable por tener que ir a San Sebastián pasando por Bilbao –y pagando el dineral que te saca esa gentuza en peajes– para no verme obligado a atravesar el cuello de botella que separa Alsasua de Tolosa. Digo lo mismo cuando voy a Santander. Pero sí soy partidario de que, puestos a hacer destrozos, que sean lo más leves que quepa. Hacer unos cuantos túneles es mucho más caro, probablemente, pero dejas las montañas en su sitio y, ya de paso, también la fauna, y los regatos, y el aire puro.

Me sentí mal. Supongo que, a fuerza de dar curvas y más curvas por Etxegarate desde los 18 años –sobre todo esas dos de casi 180º que cogían a todos los foráneos a traición–, les había cogido cariño. Debería esforzarse más esa gente para mejorar las condiciones de vida sin necesidad de pasar la excavadora por nuestros recuerdos.

 

Nota de régimen interno.—Parece que el servidor de Mundofree anduvo ayer como una patata y bastante gente que intentó entrar en esta página web se quedó con las ganas. Lo siento. Por esta vez, el fallo no tuvo nada que ver con mi conocida impericia técnica. Yo hice bien mi trabajo. O, por lo menos, eso creo.

 

(28-XI-2001)

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Échale guindas

Disparate de presentación del Diario de un resentido social, ayer en la FNAC de Madrid. Hacía bastante que no me reía tan a gusto subido a una tribuna pública. Nacho Moreno y Julio Rey disparataron cuanto les dio la gana hablando sobre lo que les dio la gana –sólo ocasionalmente sobre mi libro, lo que motivó mis protestas tipo Umbral– y el público, aunque al principio un tanto desconcertado, acabó riendo también a gusto.

De las muchas paridas que dijo Julio Rey –que hasta contó un chiste espantoso* y echó la bronca al personal por reírse, porque él quería perorar en ese momento sobre los chistes que no tienen ni puñetera gracia–, hubo una que no lo fue en absoluto. Comentó que, cuando yo estaba en el periódico, le animaba a analizar los asuntos de Euskadi de manera menos simplista. Y eso es verdad. Recuerdo las muchas horas que metí –bien a gusto, por cierto– con él, lo mismo que con Nacho, para intentar que los chistes de Ricardo & Nacho y Gallego y Rey del día siguiente no cayeran en los tópicos simplones al uso sobre Arzalluz, el etarra encapuchado, el vasco con la piedra al hombro, etcétera. Hace año y medio que no recalo por allí y me da que se nota.

Pero es que es verdad que las cosas de Euskadi son difíciles de seguir –no digamos ya de entender– por quien las ve de lejos y, encima, tiene que interpretarlas con los elementos de juicio que le proporcionan los medios informativos con sede en Madrid.

Un ejemplo: la imagen de ayer –fugaz– del cruce de Beasain donde fueron asesinados el pasado viernes los dos ertzainas, vigilado por  policías municipales. Los medios de la capital no han dado importancia al hecho y, sin embargo, es gravísimo. Es de una enorme trascendencia política que los agentes de la Ertzaintza se nieguen a regular el tránsito rodado en ese punto alegando que no cuentan con los necesarios medios de protección y que hayan dejado esa responsabilidad en manos de unos guardias de la porra que, obviamente, tienen todavía menos medios que ellos.

Algo así deja a la Ertzaintza a la altura del barro. Con ese solo hecho, han conseguido desprestigiar a la policía autonóma más que todos los comunicados de la oposición en diez años. Porque todo el mundo sabe que un ertzaina gana bastante más que un guardia civil. De un guardia civil de ésos que jamás se atrevería ni a plantearse abandonar un servicio alegando que la vida está llena de peligros. Por no hablar de los policías municipales.

Nadie obligó a ninguno de ellos a entrar en la Ertzaintza. Si son miedicas –dicho sea con todos los respetos: yo lo soy– que hagan oposiciones para bibliotecarios, o para cultivadores de champiñón, o de guindas. Pero, mientras sigan vistiendo el uniforme, hagan el favor de no salir huyendo, dejando sus responsabilidades en manos de gente que gana mucho menos y tiene muchísimos menos medios de protección que ellos.

Son una vergüenza.

Ya que la pela les obsesiona tanto, espero que la sociedad vasca les pase la factura correspondiente.

 

–––

* Para que no se diga que no cuento el chiste. Es el colmo del currito pelota. Va por la calle, ve pasar a una chica muy guapa y dice: «Jodé, qué tía más buena para mi jefe». Espantoso.

 

(28-XI-2001)

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My friend Asna

George W. Bush dice que está dispuesto a dar todas las explicaciones que haga falta a su amigo Aznar (él dice «my friend Asna») para que entienda por qué ha instituido tribunales militares secretos que juzguen los delitos relacionados con el terrorismo.

George Dabolyú Bush tiene una empanada de mucho cuidado. Todavía no se ha enterado de que da igual que Asna le comprenda o no, porque sus dificultades no tienen nada que ver con Asna y «la horda franquista que dirige España» –según expresión involuntariamente cómica de Libération, el diario marroquí que controla Abderramán Yusufsino con los tribunales de por aquí, que tienen que rechazar las demandas de extradición norteamericanas porque están obligados a atenerse a la Constitución Española, que prohíbe taxativamente (art. 117.6) los tribunales de excepción y que, en consecuencia, no pueden colaborar con ellos.

Asna podría entenderle. A Asna –tal vez para compensar lo poco excepcional que es él mismo– le gustan mucho las medidas de excepción. Pero el pobre está atado de pies y manos en este asunto: depende del Poder Judicial.

Por lo demás, las explicaciones justificativas que Dabolyú dice que quiere dar a Asna, de las que ayer avanzó una muestra, tienen todo el aspecto de ser cualquier cosa menos justificativas.

Según él, sus tribunales militares secretos se justifican porque los EEUU están en guerra.

Como si quisieran estar en paz, incluso consigo mismos. Ese género de tribunales son aberrantes en todo momento y circunstancia. Los acusados –todos los acusados– tienen derecho a que se informe públicamente de qué y con qué pruebas se les acusa. Todo el mundo tiene derecho a un juicio justo y con garantías, se esté en tiempo de paz o en tiempo de guerra, y un tribunal secreto es lo menos garantista que imaginarse quepa. No es que un tribunal militar secreto pueda violar los Derechos Humanos; es que su mera existencia representa ya una flagrante violación de los Derechos Humanos.

Lo peor no es que George Dabolyú Bush haya dado rienda suelta a esa pintoresca iniciativa. De hecho, no creo que sus tribunales secretos vayan a juzgar a mucha gente (para qué: se la cargarán sin juicio y a correr). Lo peor es que se atreve a defender urbi et orbi su disparate y que la democratísima comunidad internacional no se echa las manos a la cabeza, horrorizada.

Lo peor no es que él no tenga remedio, sino que los demás, según todas las trazas, tampoco.

 

(27-XI-2001)

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El Rey ganso

Es una de las ficciones más imbéciles de nuestro sistema político, y cuidado que abunda en ellas: ahí lo tenéis, Juan Carlos de Borbón y Borbón, Rey de España (y de Ceuta y Melilla), de paseo por América Latina, dando consejos y pontificando por boca de ganso. Nada de lo que dice lo ha pensado él, y menos aun escrito.

Tanto daría que fuera ágrafo (de hecho, a mí no me consta que no lo sea). Él va leyendo en cada lugar los papeles que le pasan. Lo único que aporta de genuino es la sonrisa –para estas alturas abotargada– y esa campechanía tan suya y tan borbónica que, viendo al hijo, está claro que desaparecerá felizmente con él mismo.

Leo en los periódicos de estos días: «El Rey insta a los gobernantes iberoamericanos a unirse en la lucha contra ETA», «El Rey apoya la transición peruana»... Paparruchas. El Rey recita lo que el equipo mixto de amanuenses de La Moncloa y La Zarzuela le dicen que recite. Y basta con escuchar cómo lo hace –trabucándose cada dos por tres– para darse cuenta de que ni siquiera se ha tomado el trabajo de darle un repaso previo. Aunque también podría ser que se lo hubiera dado sin entender de qué va: él es muy suyo. Siempre me acordaré de aquella ocasión, allá por los años 60, en que, siendo todavía Príncipe de España y encargado de la inauguración de una carretera, sacó del bolsillo un papel y leyó: «Queda inaugurada esta carretera».

Es como en el cuento del Rey desnudo, pero con discursos: todos saben que no sabe, que tan sólo papagayea, pero ponen cara de admiración, lo aplauden y le felicitan efusivamente por sus palabras cuando finaliza su perorata.

Valiente mérito, el suyo: lo único que se le pide que haga es leer y lo hace mal.

Vaya despilfarro de país: tiene que contratar un actor, elige uno que no sabe ni recitar y encima le paga un pastón.

 

(26-XI-2001)

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