Diario de un resentido social

Semana del 30 de julio al 5 de julio de 2001

 

Sintel

Hacen legión los comentaristas que han sacado la misma lección del fin de la acampada de los trabajadores de Sintel en el Paseo de la Castellana de Madrid: su acción ha demostrado –dicen–  que las protestas, cuando son razonables y se realizan de forma determinada y pacífica, alcanzan el éxito.

No estoy de acuerdo. No ha demostrado eso para nada.

En primer lugar, porque los ex trabajadores de Sintel no han conseguido la victoria. Les han ofrecido una salida relativamente honorable, que han aceptado –y no seré yo quien les critique por ello–, pero no han alcanzado lo que ellos habían proclamado como puntos mínimos.

En segundo término, porque una golondrina no hace primavera: otros han realizado protestas no menos razonables, igual de determinadas y todavía más pacíficas, sin un mal corte de tráfico, y lo único que han conseguido es que los muela a palos la Policía.

Y en tercer lugar, porque la Historia está llena de victorias obtenidas por gente que armó la de dios con reivindicaciones nada razonables y presentadas de manera violentísimaria. Ejemplo que se mantiene muy actual, por desgracia: los sionistas y su exigencia de creación del Estado de Israel.

Si la gente de Sintel está satisfecha con lo que ha obtenido, me parece muy bien, y me alegro por ellos. Pero su larga acampada en el centro de Madrid no demuestra nada que sea automáticamente aplicable a otros casos.

Ahí hay un error de planteamiento. Si conviene cargarse de razón y plantear las cosas de manera firme y pacífica no es porque eso te asegure la victoria, sino porque es lo correcto.

 

(5-VIII-2001)

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Pujol

Se ha sabido que Pujol y Aznar se reunieron hace poco a escondidas. Dicen que tomaron de mutuo acuerdo la decisión de no dar publicidad al encuentro, pero es obvio que al menos una de las dos partes no debía de estar muy de acuerdo con ese acuerdo, porque lo ha contado.   reivindicaciones que desbordan el marco del Estatuto, pero nosotros presentamos las nuestras dentro de los límites del Estatut y tampoco nos atienden», oí ayer que decía. Ignoro a qué reivindicaciones hace alusión, pero, en todo caso, se deja engañar por la propaganda del PP, si es que no le hace el juego deliberadamente: todo lo que el Gobierno de Vitoria ha planteado últimamente es que Aznar cumpla con lo previsto en el Estatuto Vasco en materia de transferencias.

Ya en la recta final de su carrera política, Pujol debe de estar haciendo balance. Es cierto que, bajo su égida, Cataluña ha logrado un elevado grado de autonomía: el más alto desde el Decreto de Nueva Planta. Pero no menos cierto es que lo ha conseguido siguiendo un camino político mediocre y carente casi por completo de principios. Una y otra vez, Pujol ha mercadeado su apoyo a los gobiernos de Madrid, ayudándolos a escapar de sus responsabilidades en materias tan bochornosas como la corrupción y los crímenes de Estado a cambio de tales o cuales concesiones, casi siempre económicas.

Tampoco hay de qué asombrarse: su propio Gobierno es un prodigio de nepotismo y corruptelas.

Hace años –no tantos– oí un curioso relato de un importante empresario capitalino. Contó que había recibido una llamada de la Generalitat diciéndole que el Honorable quería hablar con él. El hombre marchó a Barcelona y se presentó en el Palau de la Generalitat.. Pujol le recibió y le dijo, sin demasiados preámbulos, que estaba muy descontento con él, porque su Gobierno le había concedido la realización de importantes obras... ¡y CiU todavía no había recibido la comisión correspondiente!

No sé si el empresario en cuestión dijo la verdad o si mentía. No tengo más prueba del presunto suceso que su palabra. Lo que sí puedo certificar es que su asombro parecía sincero, sobre todo porque no ponía el acento en el fondo del asunto, sino sólo en el hecho de que Pujol se ocupara personalmente de esas cosas.

 

 

(4-VIII-2001)

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Gibraltar

El ministro de Exteriores de Aznar, Josep Piqué, que ha reconocido la intención del Estado español de poner muchas más líneas telefónicas a disposición de la población de Gibraltar, se ha apresurado a aclarar que eso no debe entenderse como una muestra de debilidad del Gobierno de Madrid en relación a la soberanía de la Roca:  

Siempre me ha parecido ridícula –demagógica, más bien-- la actitud de los sucesivos gobiernos de España en relación a Gibraltar. En la práctica, la Roca es bastante más española que algunas áreas de la Costa del Sol, o de Baleares, o de Canarias. Sus vecinos, por lo menos, se expresan en un excelente andaluz. Creo haber contado ya por aquí cuán lastimosa impresión me produjo la visita, hace ya algo así como 15 años, a una populosa urbanización de Mijas Costa, en Málaga, en la que uno no podía desenvolverse sino en inglés. Allí sólo hablaban castellano las chachas y los jardineros. Ni siquiera los barmen de las cafeterías entendían la lengua de Cervantes y Gila. Los británicos se habían autodeterminado sin aviso previo. El presidente de la comunidad  –unos 6.000 residentes extranjeros-- me dijo entre risas que, si no hacían ondear la Union Jack, era tan sólo «por consideración hacia los escandinavos».

El Gobierno de Madrid proclama una y otra vez «la españolidad» del Peñón, pero eso no le impide convivir con su secular «britanidad» y acudir de tanto en tanto a Londres con la esperanza de que el Reino Unido se avenga alguna vez a trapichear sobre esas cuestiones de soberanía de las que en otros casos dice que no cabe ni hablar.

Cuando yo era niño, mi profesor de Formación del Espíritu Nacional –existía una asignatura con ese nombre-- nos enseñaba que Guinea Ecuatorial, Fernando Poo y Río Muni eran «tan españolas como Burgos».

Todavía me entra la risa cuando recuerdo la mala pasada que a aquel pobre diablo le jugaba el subconsciente: ¿por qué ponía el ejemplo de Burgos, si estábamos en San Sebastián? ¿Qué le aconsejaba no decir «tan españolas como Guipúzcoa»?

El caso es que la Guinea Española, y el Sahara Español, lo mismo que antes el Marruecos Español, dejaron de ser provincias españolas. Pese a lo cual, la Nación siguió su curso. Y sus dirigentes, proclamando la indisoluble unidad de la Patria.

 

(3-VIII-2001)

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Dos géneros de delincuentes

La Fiscalía del Estado y el Ministerio del Interior han mostrado su oposición a la decisión de la jueza de Vigilancia Penitenciaria de dar un permiso de cuatro días a Luis Roldán.

Son la misma Fiscalía y el mismo Ministerio que rubricaron con entusiasmo el indulto de José Barrionuevo y Rafael Vera.

Comprendo que estamos en una sociedad capitalista y que nuestro Gobierno tiene una particular sensibilidad para los delitos económicos, como revela el hecho de que la quema de un cajero automático pueda suponer más cárcel que el asesinato de la propia madre. Y es verdad que Roldán se llevó más dinero que Barrionuevo y Vera. Pero Roldán, que se sepa, no fue jefe de una banda de secuestradores, torturadores y asesinos, en tanto que Barrionuevo y Vera sí. La diferencia de trato es escandalosa. ¿A éstos se les puede indultar y al otro no debe dársele ni un mal permiso de cuatro días?

Me pregunto a cuento de qué tamaña discriminación. Y me respondo que está muy claro: los políticos profesionales castigan con particular saña a los que se lo montan por su cuenta y no respetan la disciplina de partido. Aunque se trate de otro partido. Es una reacción gremial..

Barrionuevo y Vera hicieron barbaridades, pero siempre con el carné en la boca. Incluso cuando robaban. Roldán, en cambio, fue un outsider que trabajaba como autónomo.

El Código Penal no dice nada de eso, pero en la práctica es una circunstancia agravante decisiva. Es la barrera que separa a los delincuentes honorables (como Barrionuevo, como Vera, como Galindo) de los cutres (como Amedo, como Domínguez, como Roldán).

 

Nota de régimen interior.— Avisé a comienzos de julio que, según avanzaran las vacaciones y se aminoraran las visitas a este rincón de la Red, yo también aflojaría el pistón. Pero veo que, al menos por ahora, el número de visitantes sigue siendo considerable. Así que mantengo la velocidad de crucero. Mi Diario continuará renovándose a diario también en agosto. ¡El cliente siempre tiene razón!

 

(2-VIII-2001)

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Osigés

El Gobierno anunció ayer que destinará este año más de 15.000 millones de pesetas a la financiación de 331 oenegés.

El sustento público de las oenegés presenta varios aspectos que conviene examinar separadamente.

En primer lugar, su inclusión en la declaración del IRPF.

El Estado español pretende que incluye ese apartado en el  papel de la renta para canalizar el respaldo económico de los ciudadanos a las organizaciones sociales.

Es una falacia. No creo que haya mucha gente que desee apoyar a todas las oenegés, en masa. Quien más quien menos simpatiza con algunas, pero detesta otras. En lo que a mí respecta, hay bastantes oenegés que aborrezco, directamente. Unas, porque me consta que son tan sólo un descarado modus vivendi de sus promotores. Es el caso del chiringuito de Esteban Ibarra,  que vive por el morro, a costa del erario, desde el año de la pera. Otras me cargan porque son un auténtico monumento a la hipocresía. Considérese, a modo de ejemplo, el caso de ese Movimiento por la Paz y el Desarme que encabeza Paquita Sauquillo. La ex dirigente maoísta montó su tinglado siendo miembro del Comité Federal del PSOE, partido que, desde el Gobierno, vendía armas a Estados particularmente repugnantes y dictatoriales. Y ella tan pancha.

 Mi firme voluntad de no dar ni un duro a gente de este tipo choca frontalmente con la imposibilidad de discriminar entre unas y otras oenegés en la declaración de la renta. Hacienda sólo me permite elegir entre financiar a la Iglesia Católica (¿y si lo que quiero es dar mi dinero a una confesión budista?) o a todas las oenegés, a bulto. Es una disyuntiva imposible, que me obliga a dejar la casilla en blanco, con la vaga esperanza de que esa parte de mi dinero, al quedarse en las arcas públicas, pueda acabar en una residencia de ancianos o en una escuela.

Esto, como decía, en primer lugar.

En segundo lugar, me parece de una desenvoltura rayana en la caradura que se titulen «no gubernamentales» unas organizaciones cuyo funcionamiento depende lisa y llanamente del dinero que les pasa el Gobierno. Ya sé que algunas reciben mucho y otras muy poco, pero, mucho o poco, todas las organizaciones subvencionadas  por el Gobierno establecen una relación de dependencia con él y, en esa medida, son Organizaciones Sí Gubernamentales, es decir, osigés.

Eso sin contar con que, al aceptar esa subvención, se hacen cómplices en muchos casos de la dejación que hace el Estado de tareas asistenciales que debería cumplir él, contratando el personal necesario, pagándole su Seguridad Social, etcétera.

En suma: que muy mal.

 

(1-VIII-2001)

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El diálogo imposible

Que dos no se pegan si uno no quiere, como pretende el dicho popular, es cierto sólo en su literalidad más vacua. La verdad es que, si uno quiere, pega. A partir de lo cual, al otro sólo le queda decidir si responde o se deja.

A cambio, es perfectamente cierto que dos no dialogan si uno no quiere. Todavía es más imposible un diálogo real cuando las dos partes están empeñadas en hablar de cosas diferentes.

Vaya por delante que me parece muy bien que Aznar e Ibarretxe se reúnan. Es más: considero que fue absurda –y dudosamente democrática– la actitud hacia el lehendakari que el PP mantuvo durante mucho tiempo, negándose a hablar con él: Aznar no quería verlo ni en foto, Iturgaiz no acudía a sus requerimientos y Mayor Oreja decía que con quien quería debatir era con Arzalluz.

Por mucho que el hecho disguste al PP, Ibarretxe era y es el presidente que los vascos han designado democráticamente. No es posible desairarlo sin desairar también a la institución que encarna.

Ahora ya se hablan. Es un primer paso.

Pero oír no es lo mismo que escuchar.

Ibarretxe acudió a la reunión con Aznar con una propuesta: establecer una vía de diálogo Madrid-Vitoria que permita abordar todos los asuntos que hasta ahora han venido siendo causa de conflicto entre los dos gobiernos. Todos los asuntos, sin excluir ninguno. Aznar, en cambio, quería hablar exclusivamente de la colaboración del Gobierno de Vitoria en la labor antiterrorista que coordina su ministro del Interior.

Cada cual es muy libre de juzgar como quiera una y otra actitud. Habrá que convenir, no obstante, que ambas son perfectas para establecer un diálogo de sordos.

Toda negociación es deudora de la percepción que cada una de las partes tiene de la relación de fuerzas existente. Aznar, que se siente respaldado por la mayoría absoluta en el Parlamento central con la que cuenta, no ve por qué habría de aceptar una discusión de igual a igual con Ibarretxe. Éste, que se considera reforzado por su reciente e inesperado triunfo electoral, no está dispuesto a avenirse a lo que ve como una invitación a que su Gobierno se convierta en un mero apéndice de la política de Orden Público del Ejecutivo de Madrid.

No digo que ésta sea la relación de fuerzas real. Digo que es cómo la perciben el uno y el otro. Y que, con tal disparidad, el entendimiento es imposible.

Cierto es que, a falta de un entendimiento general, caben los entendimientos parciales. Que se reúnan Rajoy y Balza. Que se desbloquee el proceso de transferencias.

Que vayan hablando de asuntos parciales: lo mismo eso va engrasando la máquina.

 

(31-VII-2001)

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Violencia callejera

«Otros dos cajeros automáticos asaltados ayer en Cataluña por desconocidos», dice un titular de hoy. Dejo de lado esa tontería tan de ahora de los «desconocidos» (seguro que alguien los conoce: querrán decir «no identificados») y me centro en el auge que parece estar adquiriendo la lluita al carrer, o sea, la kale borroka en versión catalana.

No voy a plantear el asunto desde el punto de vista sociológico, aunque tiene interés, y notable: convendría analizar por qué hay un sector minoritario pero creciente de la juventud catalana que considera que a la realidad de su país le viene bien una cierta dosis de bofetadas de doble dirección. Habría que estudiar el muermo social en el que se ha hundido Cataluña, en manos de una clase dirigente que todo lo controla y que carece prácticamente de oposición, porque el grueso de la teórica oposición es parte de la propia clase dominante.

Estando genéricamente de acuerdo con el cabreo que alienta ese sector radical de la juventud catalana –y que comparten no pocos de sus mayores–, lo que me planteo es si la violencia callejera es útil para la consecución de los fines pretendidos.

Yo creo que no.

Explicaré por qué de manera sintética, que las fechas en las que estamos no son buenas para meterse en demasiados rollos.

Creo que, en la Cataluña de hoy, lo mismo que en la Euskadi de hoy y, en términos generales, en la Europa de hoy, el movimiento de rebeldía contra el orden establecido no debe recurrir a formas violentas de lucha. Por dos razones:

Primera: el recurso a esas formas de lucha, por las propias exigencias de su puesta en práctica, obliga a jerarquizar, disciplinar y militarizar el movimiento en un grado totalmente inconveniente para su desarrollo, tanto cualitativo (en el plano de las ideas) como cuantitativo (el temor a las consecuencias aleja a una parte de los ya comprometidos y ahuyenta las nuevas adhesiones).

Segunda: la aplicación de formas violentas de lucha apenas tiene repercusión sobre las clases dominantes, por más que éstas se proclamen escandalizadas. Es una reacción meramente propagandística. Dicen y repiten mil veces que es «intolerable», pero lo cierto es que la pueden tolerar sin mayores gastos, e incluso ponerla al servicio de sus propios fines.

En lo que el movimiento debe volcarse hoy en día es en la denuncia de los abusos, injusticias y absurdos del orden imperante, de un lado, y del otro –del mismo, en realidad–, en la movilización de más y más fuerzas contra él. Porque esas fuerzas existen y son  potencialmente muy importantes.

Comprendo que haya gente con ganas de desfogarse. Pero no debemos aceptar que lo haga a costa del desarrollo del propio movimiento.

 

(30-VII-2001)

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