Diario de un resentido social

Semana del 16 al 22 de julio de 2001

 

Se acabó la conmiseración

Durante algún tiempo, los portavoces de las multinacionales y del PIO (Partido Internacional del Orden) hablaban del movimiento contra la globalización en tono conmiserativo y perdonavidas: que si «gente utópica, pero bien intencionada», que si «estos nuevos hippies», etcétera.

Tuve hace meses una bronca con un alto ejecutivo bancario precisamente por eso: me soltó en plan paternalista que quienes nos oponemos a la globalización neoliberal les resultamos útiles «para detectar los fallos del sistema y poder corregirlos». ¡Como si el actual reino mundial de la desigualdad fuera una mera disfunción de su tinglado, y no su corolario inevitable!

En todo caso, eso ya se ha acabado. Adiós a las buenas palabras, a los aires conmiserativos y a las palmaditas paternalistas en la espalda. Se han asustado de verdad. Los 300.000 manifestantes de Génova han sido, decididamente, demasiados manifestantes. Y más en estos tiempos, en los que las noticias vuelan y llegan hasta el último rincón del planeta, aunque lleguen falsificadas.

Todo les ha excedido. Las manifestaciones continuas. La determinación de los manifestantes, a los que no lograron amedrentar con sus grotescas medidas preventivas: desde los filtros fronterizos a la conversión de Génova en una ciudad militarizada. Por excederles, les han excedido hasta sus propios excesos: la brutalidad policial; el muerto; los heridos; ellos escondiéndose, acobardados; la policía entrando a bofetadas en un centro de prensa...

Han tocado a rebato. Ya han puesto a sus medios informativos en orden de combate. Preparémonos para la ofensiva.

A partir de ahora, todo el movimiento internacional contra la globalización va a ser identificado con la guerrilla urbana y la kale borroka. Ya no seremos utópicos: ahora nos tocará ser proetarras. Cada vez que haya una manifestación contra ellos, toda la atención mediática estará centrada en quien arme la bronca. Y si nadie la arma, la provocarán ellos. Porque urge criminalizarnos. Convertirán en vedettes a quienes se líen a pedradas para que cada vez haya más gente dispuesta a liarse a pedradas... y menos gente dispuesta a manifestarse pacíficamente.

 

(22-VII-2001)

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5 objeciones, 5 respuestas

Escucho estos días muchas objeciones al movimiento antiglobalización. Responderé telegráficamente a cinco de ellas.

Objeción: «Ustedes critican mucho la globalización, pero su movimiento está también perfectamente globalizado».

Respuesta: Porque no nos oponemos a cualquier forma de globalización. Quisiéramos globalizar muchas cosas. Los Derechos Humanos, muy en particular.

De lo que estamos en contra es de la globalización económica descontrolada. De que el poder económico sea el único que no conozca fronteras. De que haya desbordado por entero las vías de la representación y de la supervisión democráticas. De que, en el momento presente, ningún organismo electo tenga capacidad para variar el rumbo de la economía mundial. ¡Globalicen la democracia! Ya verán cómo aplaudimos.

Objeción: «La globalización es esencial para sacar de la pobreza a los países del Tercer Mundo».

Respuesta: La experiencia demuestra que, aplicando las recetas de la globalización, el abismo planetario entre ricos y pobres se ahonda más y más. Ateniéndonos a los hechos y dejando de lado la retórica de los discursos, está claro que la globalización sólo sirve para hacer cada vez más poderosos a los poderosos. De la pobreza, lo único que les preocupa realmente es que no les importune. Y eso, qué quieren, a algunos nos repugna.

Objeción: «Ustedes no tienen alternativas reales. El movimiento contra la globalización no pasa de ser una suma incoherente de las oposiciones más variopintas».

Respuesta: Bueno, sí: imagino que también Atila suscitaría muy diferentes enfados y rencores.

Los asaltantes de La Bastilla tampoco tenían muy claro qué modelo social querían. Sabían muy bien, eso sí, lo que no querían. Tal vez nos pase algo parecido.

Objeción: «El movimiento contra la globalización está compuesto por elementos marginales».

Respuesta: Agrupen ustedes a cientos de miles de personas en manifestaciones a favor de la globalización, consigan que coreen durante varios días consignas en pro del FMI y el G-8, y entonces podremos discutir en serio sobre marginalidades. Dejénse de tonterías: saben que éste es el movimiento de masas más importante que se ha producido a escala mundial desde los años 70, y por eso lo temen tanto.

Objeción: «El movimiento contra la globalización está produciendo mucha violencia».

Respuesta: ¿Sí? Pero quienes disparan contra la sien de la gente desarmada son sus servidores.

Si Génova no hubiera estado ayer dominada por sus agentes provocadores disfrazados de manifestantes y por sus asesinos a sueldo, me juego lo que sea a que hoy no estaríamos de luto.

 

Un año

Hace un año, día por día, colgué en la Red esta página web. Inicialmente con muy pocos elementos, poco a poco se ha ido haciendo grande. En volumen, quiero decir. También, relativamente, en visitas: Nedstat, que proporciona el contador más fiable de los que conozco –el menos engañoso y menos manipulable–, ha contabilizado 78.000, lo que representa una cantidad ciertamente importante, tratándose de una página personal.

Vistas las cosas con la perspectiva de estos 365 días, todos y cada uno de los cuales he actualizado la página –salvo tres, y los tres por razones técnicas de fuerza mayor–, el balance me resulta extraordinariamente positivo. Por cuatro razones fundamentales: he hecho un buen montón de amigas y amigos, me he divertido, he aprendido a disciplinar más aún mi trabajo y he gozado de total libertad de expresión.

Esto último es algo que ahora, tal como están las cosas, aprecio en su verdadero valor.

Me planteo qué destino dar a este sitio web. Está claro que no puedo mantenerlo hasta el fin de mis días. Como conté en el prólogo de la edición en libro del Diario de un resentido social, lo concebí como un cauce para no perder contacto con los lectores de mis columnas de El Mundo y como un modo de desfogar lo que llamé «mi irrefrenable pulsión opinante».

Para lo primero ya no me hace falta la web: el foro de debate ligado a esta página, al que bautizamos con el nombre de la Patera, cumple perfectamente esa función. Añadamos a eso que está por ver durante cuánto tiempo sigo siendo columnista de El Mundo.

En lo que se refiere a mi pulsión opinante, me he preguntado bastantes veces en los últimos tiempos hasta qué punto es verdaderamente irrefrenable. Pero, en medio de esas preguntas, me asaltan imágenes –realidades– como ésta:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y se renueva mi voluntad de seguir esgrimiendo, erre que erre, la única arma que he tenido en toda mi ya larga vida: la pluma.

De modo que aquí seguiré, empuñándola día a día.

 

(21-VII-2001)

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Gente marginal

Contaba anteayer en qué condiciones tan singulares estuve obligado a trabajar durante mi estancia en Penyiscola: sentado en un terrado para conseguir cobertura para el móvil a falta de línea telefónica convencional, escribiendo en el ordenador portátil en posición indigna de un anciano como yo. Bueno, pues en esa misma posición estaba ayer, dispuesto a actualizar la página auxiliado por unos cuantos apuntes garabateados en un papel, cuando de pronto se desató una tormenta que hubiera hecho las delicias de cualquier amante de las cumbres pirenaicas. Metí a capones en la web una nota sobre la imposibilidad de seguir adelante en el intento y salí cingando antes de que la lluvia me arruinara el portátil.

En el papelín en cuestión, que se malogró con la lluvia, llevaba anotada una frase que había escuchado horas antes en la radio. Entrevistaban a alguien que creo recordar que dijeron era Guillermo Kirkpatrick, o algo así, y que representa al Gobierno de Aznar en no sé qué organismo europeo. El caso es que le preguntaron qué clase de personal integra el movimiento antiglobalización, que tanto ruido está armando ahora mismo en Génova. El hombre respondió: «Es gente marginal, pero extremadamente violenta».

Sé por experiencia que, salvo casos muy excepcionales, los políticos profesionales no dicen casi nunca tonterías por su propia cuenta. Suelen recibir del alto mando de su partido papeles que les orientan sobre cómo y qué contestar si son interrogados sobre tales o cuales asuntos de actualidad. Luego, cada cual sigue con más o menos gracia y sutileza las instrucciones recibidas. Todo indica que éste respondió dando la versión más escueta y seca del guión.

Son las dos líneas en las que más están trabajando los propagandistas de la globalización: insisten en que sus opositores somos, en realidad, muy pocos y en que, además, sentimos un espacial gusto por romper cuanto pillamos a nuestro paso.

Puestos sobre el tapete estos dos argumentos, tienen que tratar de que los hechos no los desmientan demasiado.

Para reforzar la idea de que somos pocos, no dudan en tomar medidas contrarias a los derechos democráticos: el de la libre circulación de las personas, singularmente. El Gobierno italiano lo ha hecho estos días. El de Aznar ha dicho que lo hará el año próximo. Todo sea con tal de dificultar la llegada de manifestantes al lugar de la convocatoria.

Luego está la cosa de la violencia. Para demostrar la ferocidad del movimiento antiglobalización, introducen en su seno elementos provocadores a sueldo, que incitan a los manifestantes más exaltados a realizar acciones violentas, o que las emprenden directamente ellos mismos. Es una vieja táctica, practicada por todos los guardianes del orden del mundo entero desde tiempo inmemorial. Lo de las cartas bomba de Italia apesta a 1.000 kilómetros de distancia.

Son sus dos líneas de trabajo principales en la actualidad. Conviene tenerlas en cuenta, para contrarrestarlas.

 

P.D. ¡Ah, por cierto! Mañana esta web cumple su primer año.

 

(20-VII-2001)

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En sus cabales

“Ningún ciudadano que esté en sus cabales puede permitir esta locura”. Fue José María Aznar quien pronunció ayer la frase. La  anoté en un papel.

Ya no recuerdo a qué se refería. A algo sobre Euskadi, supongo. Da igual. Lo apunté por lo de “sus cabales”. Me resultó curioso. Hacía tiempo que no oía el modismo. Antes se decía mucho.

Quien se apunta a esa expresión da por hecho que hay cosas que son cabales; de cajón. No cuenta con que aquello que para uno es de pura lógica, a otro puede parecerle un disparate. Por ejemplo: el propio Aznar afirma, como cosa que cae por su propio peso, que “son los navarros los únicos que pueden decidir el destino de Navarra” –cosa que a mí me parece muy bien--, pero, a cambio, jamás suscribiría que “son los vascos los únicos que pueden decidir el destino de Euskadi”.

Para mí que Aznar no está en sus cabales.

Yo tampoco lo estoy demasiado, supongo.

Os cuento.

Me encuentro en Penyiscola. He venido a visitar a mi hija mayor, que está trabajando aquí. En su vieja casa del barrio antiguo no hay teléfono y la señal del móvil es debilísima, de modo que no puedo conectarme con internet. Pero he descubierto que en la terraza del tejado la señal es bastante buena. Así que aquí me tenéis, con el ordenador portátil instalado entre ropa tendida, con dificultades para ver la pantalla por culpa del solazo que empieza a pegar a esta hora de la mañana, escribiendo este comentario.

Calquier persona en sus cabales estaría en la cama durmiendo, o se bajaría a pasear por las calles retorcidas, ahora que todavía no rebosan de turistas.

Veo el mar al fondo. Está precioso.

Voy a hacer un esfuerzo por estar en mis cabales. Corto y me voy a pasear por la orilla del mar. Que le den viento fresco a Aznar.

 

(18-VII-2001)

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Huelgan los toros

Los del negocio taurino amenazan con ponerse en huelga. Me parece muy bien. No sólo apruebo que se declaren en huelga, sino que les animo a que la huelga en cuestión sea lo más indefinida posible. Incluso perpetua.

Mi amigo Gervasio Guzmán se pone a veces muy solemne y sentencia que es «inaudito» que «un espectáculo tan cruel como la tauromaquia pueda seguir existiendo en el siglo XXI». Gervasio tiene un aprecio por el siglo XXI difícilmente sustentable en los hechos. El siglo XXI ha arrancado con una tasa de fenómenos crueles que no desmerece nada en comparación con centurias anteriores: guerras, matanzas, torturas, secuestros, asesinatos... Ejemplo bien visible: el siglo XXI ha colocado a George W. Bush al frente del Estado más poderoso de la tierra. Con eso está todo dicho.

Desapruebo vivamente la tauromaquia. Su estética –que la tiene– me parece tan lamentable como la del boxeo –que también la tiene–. Ambas se asemejan en un punto fundamental: para disfrutar con ellas, es imprescindible hacer abstracción de la violencia. Se lo tengo dicho a Gervasio, pero no me entiende: los espectadores de las corridas de toros no se regodean con los boquetes que las puyas de los picadores horadan en el lomo de los bichos, ni con los desgarros que les provocan los arpones de las banderillas que les clavan, ni con el tajo final –más o menos final, según los casos– que les da el torero. No son sádicos. A ellos lo que les interesa es ver si todo eso se hace con donaire, elegancia y respeto por los cánones.

Pero su indiferencia ante la sangre no les dignifica ni un milímetro. Porque, por mucho que prescindan mentalmente de esa parte de la realidad, el hecho es que la sangre sigue manando.

Tampoco los aficionados al boxeo gozan viendo como los púgiles van encajando golpe tras golpe a lo largo de su existencia hasta quedarse gagás. Ellos sólo se interesan por la esgrima. Pero las lesiones de los púgiles no se vuelven por ello menos reales. Tuve ocasión de conocer a Paulino Uzcudun en el último tramo de su existencia. Casi mejor les ahorro los detalles.

La gente del negocio taurino pide subvenciones para afrontar las restricciones que les impone la legislación sobre las vacas locas. En realidad, lo que piden es más subvenciones: salvo un puñado de plazas durante unas cuantas ferias, la mal llamada fiesta nacional hace años que se mantiene gracias a las subvenciones públicas. Y es eso lo que me molesta. Yo no pido que se prohíba nada. Lo que reclamo es que, si quieren divertirse matando toros, por lo menos que se lo paguen ellos.

 

(17-VII-2001)

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Samaranch

A sus amigos les resulta desagradable que algunos recordemos que Juan Antonio Samaranch –que hoy abadona la Presidencia del Comité Olímpico Internacional, después de dos décadas en el cargo– proviene de las filas del franquismo militante. Pero es un hecho. Fue un prominente jerarca franquista, a quien el Caudillo colocó en cargos de relevancia. Algunos, con considerable autoridad en materia de orden público. Represiva, vamos.

«Un fascista», dicen algunos. No; no exactamente. Para ser fascista hace falta tener ideas propias. Samaranch, como muchos otros jerarcas franquistas posteriormente reconvertidos, ha sido toda su vida un burócrata sin principios, siempre dispuesto a amoldarse a las necesidades del Poder. ¿Que el Poder es fascista, viste camisa azul y saluda brazo en alto? Pues él se apunta, y tan a gusto. ¿Que el Poder manda encarcelar a los demócratas? Pues nada, a encarcelarlos, y sin perder la sonrisa. ¿Que ya no, que ahora toca hablar bien de la democracia? Pues se baja el brazo, se cambia de camisa, se habla bien de la democracia y a correr. Todo sea por la buena marcha del negocio. La cosa es no dejar de estar arriba.

Que es lo que ha hecho él desde hace medio siglo.

«Todo el mundo tiene derecho a cambiar», se me objetará. Pues claro. Pero hay modos y modos de cambiar. Joaquín Ruiz Giménez, que ahora preside no sé qué de la Unicef, fue ministro de Franco. Hasta que se hizo consciente del horror. Entonces abandonó sus prebendas y se pasó al campo del antifranquismo. No diré yo que se hizo un activista feroz, pero adoptó una posición digna. Lo propio cabe decir de Pedro Laín, recientemente fallecido. Ellos, como no pocos más, fueron capaces de reflexionar sobre su experiencia, y expresaron su convencimiento de que, sencillamente, se habían equivocado. Algunos han penado su arrepentimiento de por vida, como una autocondena moral.

Pero los Samaranch –los Martín Villa–, no. Se tienen por prodigios de maleabilidad. Y es cierto: cambian cuanto haga falta para adaptarse al espacio disponible. Para seguir siempre en el mismo sitio: del lado del Poder, lo ejerza quien lo ejerza. La cosa es no dejar de sentarse en la parte de detrás del coche, con el chófer delante.

Por eso no tiene nada de sorprendente que el anciano falangista haya dedicado el último tramo de su carrera pública a defender la candidatura de Pekín para los Juegos Olímpicos del 2008. No lo ha hecho porque tenga debilidad por las dictaduras: a él, las dictaduras le dan igual. Lo que ha hecho es representar a capa y espada los intereses de las multinacionales, que quieren abrirse camino en el mercado más grande del mundo. Ha actuado, por enésima vez en su existencia, como lacayo de quienes tienen la sartén por el mango. Y le importa una higa a quiénes estén friendo en la sartén.

 

(16-VII-2001)

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