Diario de un resentido social

Semana del 2 al 8 de julio de 2001  

 

La difícil autodeterminación vasca

 

Parece que el PNV y EA se proponen convocar durante la próxima legislatura autonómica una consulta popular sobre el derecho de autodeterminación del pueblo vasco.

Es una decisión que no sé su muy bien cómo calificar. A ratos me parece valiente; a ratos, imprudente.

Primer problema: el de los límites territoriales de la votación. Imagino que tendrán previsto circunscribir la consulta a las tres provincias de la Comunidad Autónoma Vasca. (Malamente podrían hacer otra cosa: no quiero ni imaginarme el follón que se armaría si pretendieran que se votara también en Navarra y en Iparralde.)

Pero fijar que el sujeto de la soberanía vasca sea únicamente la población de los tres territorios históricos actualmente englobados en la CAV resultará igualmente muy conflictivo: una parte de la ciudadanía nacionalista no se avendrá a ello.

En el plano teórico-general, no me cabe duda de que el método preferible sería el viejo modelo foral, muy semejante al planteamiento confederal. Llevaría a la realización inicial de consultas diferenciadas en cada territorio histórico, de modo que cada uno de ellos, por separado, decidiría si quiere sumar o no su destino al de la población de los otros territorios. Pero esa vía decisoria es actualmente impracticable, dada la cerrada oposición de las autoridades centrales francesa y española (una posición de intransigencia de la que participan las autoridades navarras).

En esas condiciones, ¿por dónde tirar? No tomar iniciativa alguna equivaldría a dar por bueno el actual estado de cosas. Oponerse a la autodeterminación por la vía de los hechos.

Cabría tratar de remover los cimientos del tinglado por la vía de la movilización. A menudo lo he planteado: cientos de miles de vascos en la calle, cada fin de semana, uno tras otro, erre que erre, reclamando sin desmayo la autodeterminación, supondría un auténtico misil en la línea de flotación de la nave del Estado español. Los medios de comunicación del mundo entero se volcarían en ello. Pero, primero hay que conseguir que los cientos de miles de vascos partidarios del derecho de autodeterminación se manifiesten semana tras semana, con lo bien que se está en la playa, o en el monte, o tomándose un besugo a la sidra. Y segundo, ¿cómo conseguir que esas manifestaciones no se conviertan sistemáticamente en preludio de choques y enfrentamientos que desprestigien la causa de la convocatoria y desanimen a la mayoría?

O sea, que cualquiera sabe. Quizá la iniciativa de consulta parcial y simbólica promovida por el PNV y EA sea, dentro de los estrechos márgenes de lo posible, una de las menos malas, dentro de las malas.

 

 

 (8-VII-2001)

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Pues mira, nacionalista

 

 

De verdad que hoy habría querido escribir sobre cualquier otra cosa.

Sobre don Emilio Botín, por ejemplo, y sobre cómo se las ingenia para que sus especialísimos, productivísimos y no siempre muy regulares negocios se guarden en el anonimato. (De eso hablaré el próximo miércoles, de todos modos. Vaya que sí).

También habría escrito muy a gusto sobre el espléndido partido de tenis que nos ofrecieron ayer André Agassi y Patrick Rafter. (Agassi es un justo heredero de John McEnroe: puede ser tan genial y tan absurdo como él, y dar los golpes más fantásticos y cometer los errores más increíbles. Qué placer verlo.)

Pero se me apareció por medio doña Celia Villalobos. Y escuché sus declaraciones, en las que dijo que su posición, que tanto ha dado que hablar, se basa en informes «absolutamente científicos».

Qué disparate.

Lo absoluto y lo científico son incompatibles.

No estoy refiriéndome aquí ni al aceite, ni a la oliva, ni al orujo. Hablo sólo del hablar.

La política se nos está llenando de personajes y personajillos que maltratan  la lengua y la lógica con una desenvoltura que da ganas de llorar.

Tenemos a un presidente del Gobierno que dice y repite que no va a cesar a su ministro de Exteriores aunque lo aspen. Pues claro. ¿Cómo podría hacerlo? Nadie puede cesar a nadie, como no puede suicidarlo, ni nacerlo, ni morirlo. Cesar es un verbo intransitivo. Esas cosas o las hace uno mismo o no hay tu tía. ¿Nadie se lo ha dicho al inquilino de La Moncloa, que se pretende tan defensor de lo español?

Discuten entre ellos sobre cómo homenajear a Miguel de Cervantes. ¿Y qué tal si fueran un poco menos crueles de vez en cuando con la lengua del chico de la Saavedra?

Yo soy vasco, y defensor del derecho de autodeterminación, y hasta separatista, según algunos. Pero amo la lengua castellana, en la que vivo, con la que trabajo, con la que amo. Y a la que respeto.

¡Macagüen, pero si todavía va a resultar que el nacionalista español soy yo!

 

 (7-VII-2001)

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La culpa no la tiene Villalobos

 

Dice el proverbio árabe que, si alguien te engaña una vez, la culpa es suya, pero que, si te vuelve a engañar, la culpa pasa a ser ya exclusivamente tuya.

La primera vez que Celia Villalobos hizo el imbécil –hace incontables decenios, supongo– es posible que la culpa fuera suya. Pero llegó a alcaldesa de Málaga ya como estúpida contrastada. Y fue nombrada ministra con todos los certificados de memez en perfecta regla. A Aznar nadie le vendió ninguna burra averiada: la compró a sabiendas.

Villalobos la ha vuelto a hacer. Podía haber conseguido que fueran retirados discretamente del mercado los aceites de orujo de oliva, sin montar ninguna escandalera. Pero a ella le encantan los numeritos. Ha montado otro más y ha conseguido que el conjunto de los aceites de oliva de procedencia española, incluidos los que no tienen nada de venenoso, sean boicoteados a escala continental.

Pero ya digo: la culpa no es suya. Ella no es responsable de ser irresponsable. A quien hay que culpar es al tipo que la nombró y que la mantiene erre que erre para demostrar que a tozudo nadie le gana.

Son tal para cual.

 

 (6-VII-2001)

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Los test del CIS

 

El Centro de Investigaciones Sociológicas no hace encuestas, ni sondeos: hace test. Comprueba cada tanto en qué medida son eficaces y calan en la opinión pública las campañas propagandísticas que los medios de comunicación hacen por cuenta de la clase dominante.

¿A la clase dominante le interesa que el personal se preocupe por la invasión de inmigrantes que estamos sufriendo? Los medios se encargan de machacar día a día esa idea y, al cabo de un cierto tiempo, el CIS mira a ver hasta qué punto la idea –la falsedad– se ha extendido.

Con eso como con todo. Con el terrorismo. Con las ONG. Con la bondad de la situación económica. Con lo felices que somos.

Es pura y simple división de trabajo: unos te dicen que lo que tienes que pensar y los otros constatan que lo piensas.

 

 (5-VII-2001)

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Huelguistas malos

 

Podría extenderme, y lo haría a gusto, pero tengo prisa. Me limitaré entonces a dejar constancia de que, según la práctica totalidad de los charlatanes de las radios madrileñas –¡cómo odio ese término memo de tertulianos!– , el buen huelguista es el que consigue ejercer el derecho de huelga sin que nadie se entere.

«Las huelgas hay que hacerlas sin lesionar los intereses de los demás», escuché ayer noche.

Son fantásticos. ¿Y por qué iba a tener que ceder ninguna empresa ante una huelga que no molesta a nadie? ¿Por razones estéticas, tal vez?

Los estúpidos: no pueden hacer huelga. Lo son las 24 horas del día, todos los días del año.

 

 (4-VII-2001)

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Zapaterías y zapatiestas

 

Qué vacuo y qué ramplón, Rodríguez Zapatero. El Manifiesto que acaba de presentar, y que pretende servir de «base ideológica» al PSOE, no pasa de ser una estomagante colección de lugares comunes para uso de ejecutivos modelnos, de ésos que se dicen «de izquierdas» y que aportan como prueba irrefutable que no soportan las películas dobladas.

Dice el hombre que a la izquierda del PSOE sólo cabe encontrar «ideas antiguas». Insiste una y otra vez en que el nuevo socialismo no debe pretender «ir más a la izquierda, sino hacia adelante». La identificación de lo antiguo con lo inútil e inservible y de lo nuevo con lo estupendo es, precisamente, una antigualla ideológica, propia del progresismo ingenuo del XIX. Es también un insulto a la inteligencia: basta con ver la producción de novedades que aporta la sociedad actual para darse cuenta de cuán necesaria es la vigilancia –y la desconfianza– frente a lo nuevo.

Para acabar de remediarlo, este heraldo de la innovación nos propone como modelo histórico de sus pretensiones... ¡la España de Felipe González! ¡Y lo hace el mismo día en que una juez imputa al secretario de finanzas del supuestamente modélico González hasta siete delitos de financiación ilegal de su partido!

No digo yo que este secretario general de diseño que se ha buscado el PSOE no les acabe sirviendo para uno de esos desfiles de modelos que son las elecciones de ahora. Pero, por mucho que se llene la boca con palabrería de futuro, no es sino otro más. Otro charlatán más. Otro vendepeines más. Otro fracaso más.

 

 (3-VII-2001)

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Un modelo espantoso e insostenible

 

Domingo de recorrido turístico por el sur y el oeste de Gran Canaria.

Empezamos por bajar hasta la vecindad de las dunas de Maspalomas, a darnos un baño y tomar el sol (no en mi caso: siempre prefiero la sombra). El todo Las Palmas se precipita en verano hacia el sur de la isla, que parece tener certificado de sol. Coincide allí con media Alemania, media Finlandia y un cuarto de Inglaterra. Chaletitos, apartamentos, bungalows. Y hoteles, y hoteles y más hoteles. Y antros de comidas espantosas.

Es, sencillamente, un horror. Un horror sólo ocasionalmente desarrollado en lengua castellana: buena parte de los letreros están exclusivamente en lenguas foráneas. El aire atruena de músicas machaconas.

Me refugio debajo de una sombrilla con un taco de periódicos a mi lado y trato de hacer como que no veo lo que veo. Da igual: lo que leo en los periódicos también es un horror.

Felizmente consumida la ración de playa, marchamos hacia Arguineguín, pequeño puerto pesquero que aún conserva alguna traza de tal. Nos han recomendado un modesto restaurante más frecuentado por gente del propio pueblo que por turistas. La recomendación es buena. Comemos pescado local, fresco y bien cocinado. Nos tratan con esa amabilidad, exquisita pero nada servil, en que la gente canaria es experta. Por un momento consigo olvidarme de las hordas turísticas y del cemento invasor.

Tras la comida, seguimos viaje hacia Mogán. Descubro que lo de la zona de Maspalomas y la Playa del Inglés era empeorable: todos los acantilados sobre la costa están llenos, absolutamente llenos de urbanizaciones y más urbanizaciones. Decenas, centenares de urbanizaciones. Los únicos huecos libres de urbanizaciones están ocupados por grúas y excavadoras que construyen más urbanizaciones. Yo creía que las colinas de la costa de Alicante colmaban todas las posibilidades humanas de suplantar naturaleza por cemento. ¡Ingenuo de mí! Esta pesadilla lo supera con creces.

--Pero, ¿es posible que alguien viva ahí? –pregunto estremecido.

--¡Hay bofetadas por un apartamento de ésos! –me responden.

Hago cálculos mentales. El agua que tienen que consumir. La basura que tienen que generar. Las camas hospitalarias que se requieren para atender a toda esa masa. ¿Qué diablos pretenden las autoridades canarias? ¿Se han vuelto locas? ¡La isla se va a hundir, con tanto peso!

Pero inmediatamente pienso en las cuentas bancarias que tienen que estar engordando gracias a todo ese disparate inmobiliario: es la única explicación para todo ese gigantesco y espantoso absurdo.

Confío en que algún día los culpables de todo esto sean conducidos ante el Tribunal de La Haya. Porque es, desde luego, un crimen contra la Humanidad.

 

 (2-VII-2001)

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