Diario de un resentido social

(Semana del 28 de mayo al 3 de junio de 2001)

 

La nueva estrategia de EH

 

La Asamblea de EH, reunida ayer en Durango, tomó la decisión de participar en las instituciones «siempre que sea necesario».

En principio, la resolución bien podría ser tomada como una mera argucia. Y de hecho lo es: se presenta como innovadora, pero realmente no implica la adopción de ningún compromiso concreto.

Forma parte, en todo caso, de un conjunto de iniciativas que pretenden, según expresión del propio Otegi, «recuperar la humildad». EH admite que ha recibido un varapalo importante en las pasadas elecciones autonómicas y aspira a volver a andar el camino perdido. Quiere «tender puentes» y «recuperar» la confianza de sectores sociales, sindicales, culturales y económicos «que apuestan por compartir un marco nacional y democrático».

Equivoca el análisis.

Es cierto que, desde que ETA rompió la tregua, EH adoptó una línea particularmente sectaria y aislacionista, poco propicia para conservar las frágiles amistades que había conseguido en los meses anteriores (por no hablar ya de hacer nuevas). Pero esa actitud no es la causa última de sus problemas. Sus dificultades políticas le han venido dadas, primera y principalmente, por su posición seguidista con respecto a ETA.

No cambiará esencialmente su panorama declinante porque ahora rebajen el tono pendenciero de sus diatribas, se muestren más comprensivos hacia quienes no aceptan la violencia de ETA y acudan con más frecuencia a los foros institucionales.

Para que EH recupere los apoyos perdidos, debe producirse obligatoriamente una de estas dos circunstancias (o, aún mejor, las dos): que ETA proclame una tregua realmente indefinida, cediendo el escenario a las organizaciones políticas y sociales, o que Otegi y compañía se liberen de la tutela de la organización armada.

De no suceder ninguna de estas dos cosas, poco importará cuán amablemente invite EH a los demás a compartir su mesa y su mantel. Ninguna forma, por delicada que sea, podrá disimular la cruda realidad de los contenidos.

 

 (3-VI-2001)

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Saramago contra el Viejo Testamento

 

Hace poco, tras una comida, a la hora del café, José Saramago me contó una divertida historia. Como no estoy seguro de que la vaya a escribir alguna vez él mismo, voy a transcribirla aquí, en la medida en que me lo permita mi floja memoria. No hay miedo: si un día la cuenta él, lo hará mucho mejor.

«Sucedió en uno de mis viajes a los Estados Unidos, al final de una conferencia», comenzó el escritor su relato. «Se me acercó un señor que se presentó como portavoz de una importante Fundación norteamericana. Me dijo que esa Fundación se vería muy honrada si yo aceptara formar parte de su Presidencia de Honor. Añadió que, si no tenía inconveniente, al día siguiente me visitaría en mi hotel el director ejecutivo de la Fundación para explicarme en qué consistía, cuáles eran sus fines, etcétera. Accedí al encuentro.

»Al día siguiente, en efecto, me encontré con ese señor en el vestíbulo del hotel. Venía acompañado de una señora, que no recuerdo quién era, si es que me lo dijo. Traía un buen número de álbumes y dossiers, que me fue enseñando. En efecto, parecía una Fundación con muchos medios y amplias influencias. Me mostró una serie de cartas de reconocimiento firmadas por dirigentes de mucho rango. (Una de ellas era del rey de Marruecos: no sé qué pudo hacerle suponer que me impresionaría).

»Tras un buen rato de explicaciones, no sólo me quedó claro que era una Fundación muy poderosa, sino también que estaba estrechamente vinculada al lobby judío de los EEUU.

»Terminado su parlamento, me preguntó si aceptaba formar parte de su Presidencia de Honor.

»“Agradezco infinito su invitación”, le repliqué, “pero no puedo aceptar”.

»Sorprendido, me preguntó por qué.

»Le respondí: “Señor mío: yo sé que el pueblo judío ha sufrido mucho a lo largo de la Historia. Sé que ha padecido persecuciones,  pogromos, campos de concentración e intentos de exterminio en masa, y cuenta por ello con mi plena simpatía. Pero, desde hace más de medio siglo, el Estado sionista de Israel y quienes lo apoyan están infligiendo al pueblo palestino un trato que no se distingue esencialmente del que los nazis dispensaron a los judíos. El día que vea que su Fundación se solidariza con las víctimas del Estado de Israel, tendré muchísimo gusto en sumarme a su causa”.

»La señora, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, intervino entonces: “¡Usted no entiende!”, me espetó. “¡Usted  no es consciente de que mi pueblo ha sido desde hace siglos un David en permanente lucha contra muchos Goliath!”.

»“Señora”, le contesté muy pausadamente, “me temo que la que no entiende es usted. Me parece que, por no entender, ni siquiera ha entendido nunca la verdad del combate de David contra Goliath. David no se enfrentó noblemente con su forzudo oponente: le disparó con un revólver. Usó una honda, que era el revólver de la época. Le disparó a distancia y lo mató. Para eso no se requiere valor: basta con sacar partido de la superioridad tecnológica del armamento disponible. Es exactamente lo que Israel viene haciendo con el pueblo palestino desde hace más de cinco décadas, gracias a los poderosos apoyos con los que cuenta: posee más y mejores armas, y las utiliza constantemente.»

Así lo contó Saramago, si la memoria no me falla. Y así os lo cuento yo.

 

 (2-VI-2001)

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La página de los GAL

 

«La página de los GAL está superada por la mayoría de la sociedad», dice Mariano Rajoy. El vicepresidente monta un caos de imágenes –las páginas no se superan: se pasan–, tal vez para no desentonar con el trato que dispensa a la lógica.

«Han pasado 18 años», argumenta.

Deberemos entender entonces que, según él, el episodio de los GAL ha quedado superado a resultas del puro y simple aburrimiento, ya que no por aplicación de la Justicia ni porque la realidad política haya emprendido derroteros definitivamente diferentes.

No se ha hecho justicia a Segundo Marey. Huelga subrayarlo. Tal como la propia víctima dice a todo aquel que quiera escucharlo, ha quedado claro que, en la España actual –la del PSOE o la del PP: tanto monta, monta tanto–, «el secuestro sale barato». Poco menos que gratis, habría que añadir. Aunque para abaratarlo haya que seguir los más intrincados vericuetos de la ley con el fin de beneficiar a quienes, amén de haber merecido ya una sentencia firme por secuestro, figuran como partícipes en la comisión de toda una larga serie de crímenes, incluida una treintena de asesinatos. A quienes, por lo demás, no han dado prueba del más mínimo arrepentimiento, y aún se proclaman «maltratados» e «indefensos».

Tampoco puede decirse que ese lúgubre capítulo de nuestra reciente Historia se haya disipado por la vía de la superación política. Para que sucediera tal cosa, el partido político que concedió soporte a aquellos hechos debería haber ajustado cuentas con su propio pasado o, al menos, con aquellos de sus miembros que emprendieron la vía del crimen. Pero, lejos de ello, cuando los actuales dirigentes del PSOE anunciaron hace días que en esta ocasión no acompañarían a Barrionuevo y a Vera hasta las puertas de la cárcel, aclararon que obraban así  porque creían que era lo más conveniente para ayudar a «estos compañeros». Es decir: que presentaron su decisión como una muestra de solidaridad con los dos individuos en cuestión, a los que, por lo demás, siguen considerando «compañeros», aunque los reconozcan culpables (véanse las declaraciones de Rodríguez Ibarra en las que arguye, tratando de defenderlos, que Barrionuevo y Vera son «sólo una parte de la guerra sucia contra ETA»). 

Como dirían Raphael y Joaquín Leguina, «es un escándalo».

Todo.

Es un perfecto sarcasmo que partidos que mantienen una posición de tan obvia indiferencia ante el crimen y de tan descarada complicidad con los criminales se permitan dar lecciones a los demás firmando acuerdos sobre cómo perfeccionar la Justicia o sobre lo que debe hacerse para mejor defender las libertades y combatir el terrorismo.

Tres cosas han quedado meridianamente claras con todo esto. Primera, que el PSOE sigue cargando sobre sus espaldas la losa de los GAL. Segunda, que el PP criticó aquellos crímenes únicamente en la medida en que tal cosa contribuía a sus fines electorales. Y tercera, que, para ambos, el terrorismo de Estado es menos terrorismo, o directamente no lo es, porque es de Estado.

 

 (1-VI-2001)

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Madrazo

 

Javier Madrazo va a negociar la entrada de EB-IU en el próximo Gobierno de Ibarretxe.

Lo discutí hace unos días con él. Entonces no lo tenía muy claro.

Le argumenté en contra. No parece que me mostrara demasiado persuasivo.

Él cree que, si consigue que Ibarretxe acepte compromisos firmes en diversas materias sociales –asistencia social, vivienda, concertación con los sindicatos, inmigración...– y que los lleve a la práctica, su decisión quedaría justificada. Y que su presencia en el Ejecutivo de Vitoria permitirá a EB-IU contribuir a fortalecer el proceso de paz.

–Se equivocará quien crea que nos dejamos tentar por las prebendas –afirmó con mucha energía.

–Pero no podrás demostrárselo –le respondí–. Sólo demuestra que no se deja tentar por las prebendas el que no las acepta.

Traté de hacerle ver que uno no puede ser consejero de Asuntos Sociales –por poner un ejemplo– y desentenderse del resto de la acción gubernamental. Que un Gobierno es un todo solidario. Si la Ertzaintza se desmanda, EB-IU tendrá su cuota parte de culpa. Y si la Hacienda Foral machaca a los curritos, lo mismo. Y si Emakunde (el Instituto Vasco de la Mujer) no está a la altura de las circunstancias, pues también. Y si los encargados de la protección del medio ambiente se dedican a mirar para otro lado, según su inveterada costumbre, pues otro tanto.

Tal vez consigan que la cosa mejore en un 1%, pero tendrán que apechugar con la responsabilidad del 99% restante.

–Si no nos gusta cómo van las cosas, siempre podremos irnos por donde llegamos –arguyó.

–No. Podréis iros, pero no por donde llegásteis –le contesté–. No es lo mismo no entrar que irse. Os veréis sometidos a un chantaje terrible: os dirán que, si os váis, llevaréis a la crisis a un Gobierno que está asediado por todas partes, y que con ello comprometeréis el proceso de paz.

–Es que, si no entramos ahora, cuando el PNV y el PSOE se pongan finalmente de acuerdo nos dejarán tirados. Habremos desaprovechado una oportunidad histórica.

Traté de explicarle que renunciar a gestionar los asuntos de un régimen como éste, cuando uno lo considera inaceptable en sus fundamentos mismos, no puede interpretarse como una renuncia a nada, sino como un mero corolario de la coherencia.

En resumen: que no tuve éxito.

 

(31-V-2001)

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La sombra de los GAL

 

Discute que te discute sobre ETA y sus consecuencias políticas, establecimos el otro día por estos pagos una clasificación y dos principios.

Decidimos que los atentados de ETA pueden –y deben– ser analizados en dos planos, por lo menos. Uno es el plano ético. Otro el político. Ambos están estrechamente relacionados, por supuesto, pero no se identifican.

Desde el plano político, los asesinatos pueden adquirir significaciones diferentes. Y también diversos grados de gravedad.

Desde el plano ético, sin embargo, tanto da que asesinen  a una persona que a veinte. Tanto da que la víctima fuera una bellísima persona que un canalla. Tanto da que ocupara un lugar preeminente dentro de la estructura del Estado o que fuera un mero viandante. O «un simple empleado».

Esos mismos criterios pueden ser aplicados a los GAL.

Desde el punto de vista ético, debe darnos igual que los GAL «sólo» asesinaran a una treintena de personas, mientras ETA lleva en su macabro bagaje varios cientos. Nos ha de ser indiferente asimismo que las víctimas fueran militantes de ETA o probos ciudadanos, como García Goena o Marey. O niños, como los del Mon Bar.

También debe sernos indiferente que los hechos se produjeran ayer o hace quince años (más todavía cuando sus autores no muestran arrepentimiento alguno).

La consideración política de los hechos es parcialmente diferente. Vistas las cosas desde ese ángulo, los crímenes de los GAL son, en parte, más graves que los de ETA, puesto que fueron cometidos desde el Estado –cuya teórica misión es exactamente la opuesta: garantizar los derechos y libertades de las personas– y porque contribuyeron al envilecimiento no sólo de las instituciones que los propiciaron o encubrieron, sino también de la gran mayoría de la sociedad española, que los consintió, cuando no los jaleó. Pero, a la vez, los GAL tienen en estos momentos una importancia mucho menor que la de ETA, puesto que su actividad cesó hace tres lustros, con lo que ya apenas  repercute sobre la realidad política.

Hay quien sostiene que los GAL son ya al cien por cien un asunto del pasado, sin incidencia alguna sobre el presente. Sería así, en efecto, si la clase política española hubiera hecho por entero la digestión de aquel repulsivo engendro. Lamentablemente, eso no ha sucedido. Y no sólo porque los inductores y organizadores de aquellos crímenes siguen declarándose orgullosos de su pasado. También porque varios de sus superiores ni siquiera han sido procesados, y siguen actuando en política, como si nada hubiera pasado. Y, lo que es todavía más importante: porque el partido que los amparó y a cuyo servicio estaban sigue sin tener una posición nítida al respecto.

Ayer, la dirección del PSOE declaró que en esta ocasión no montará ninguna peregrinación solidaria para acompañar a Barrionuevo y Vera a la cárcel, pero no porque condene lo que hicieron, sino porque cree que esa peregrinación «no ayudaría a estos compañeros».

El pasado sigue siendo una losa que cargan sobre sus espaldas.

Los GAL ya no actúan. Pero su sombra persiste.

 

(30-V-2001)

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Modelos de la UE

 

Jospin ha rechazado el modelo alemán para el desarrollo de la construcción europea: no cree ni en una UE de länder –hecha a imagen y semejanza del federalismo alemán– ni en los Estados Unidos de Europa, como copia de los de América. Yo tampoco.

Los periódicos dicen que el primer ministro francés propugna «una Federación de Estados-Nación». Se presenta el asunto como si fuera cuestión de gustos: «Ya se sabe cómo son los franceses», etcétera. Jospin se ha limitado a tener en cuenta la realidad, tal cual es: bajo la pátina del europeísmo à la mode, los viejos nacionalismos siguen su curso. En cuanto se rasca un poco en la superficie de los discursos, asoma la defensa a ultranza de los intereses nacionales. Y a veces sin rascar.

Las competiciones deportivas son hoy en día una nítida expresión de los sentimientos de pertenencia, de identificación colectiva. Pues bien: estoy por ver que la población europea se vuelque alguna vez unificadamente a favor de un equipo o de un deportista del viejo continente por el hecho de serlo. Ejemplo: si se juega una final de tenis entre un tenista norteamericano y otro italiano, los espectadores alemanes, ingleses, franceses o españoles no se sienten concernidos en lo más mínimo. Lo ven como italiano, no como europeo. Sencillamente: el europeísmo es, hoy por hoy, mera retórica. No ha calado. La UE es un conglomerado de intereses, fundamentalmente económicos; no –por expresarlo al modo orteguiano– «un proyecto de vida en común».

La propuesta alemana, bajo una apariencia de unificación a marchas forzadas, apenas logra esconder su realidad. Es un intento del Gobierno de Berlín de imponer su hegemonía al conjunto del continente. La respuesta francesa, basada en la admisión de las realidades nacionales que subyacen bajo la superestructura comunitaria, no sólo es más realista, sino también más equilibrada. Cabe reprocharle, eso sí, que no admita la realidad suficientemente: que no reconozca que también los presuntos Estados-Nación tienen a veces no poco de superestructuras forzadas. Pero su planteamiento es notablemente preferible al alemán.

Jospin propone un modelo no sólo más realista y menos hegemonista, sino también más democrático (en la medida en que quiere someter a los mandos políticos comunitarios a un control parlamentario algo más efectivo que el actual) y también más social (puesto que propugna que la UE como tal esté obligada a negociar su normativa laboral a escala continental).

Por fijar posiciones claras: el modelo alemán me da miedo; el francés, simplemente, no me satisface.

 

(29-V-2001)

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El Cesid

 

Hace unos días, medios próximos al Gobierno insinuaron que tal vez no fuera posible proceder al relevo inmediato del director del Cesid, «a la vista del resultado de las elecciones vascas».

Admito que, de entrada, aquello me pareció como condicionar el culo a las témporas. «¿Y qué tendrá que ver?», me dije. Pero, tras pensarlo, yo mismo hube de contestarme que, si gente tan bien informada relacionaba ambos asuntos, será porque tienen relación. Aunque yo no la conozca.

Recordé lo sucedido cuando la campaña de protestas contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Entonces hubo quien presumió del «papel positivo» jugado por el Cesid, atribuyendo a los servicios secretos la autoría de la consigna «¡ETA no, vascos sí!». Una hermosa consigna, no lo niego –si bien dudosamente expresiva del sentir mayoritario del Ebro para abajo–, pero, en todo caso, ¿qué pintaba el Centro Superior de Investigaciones para la Defensa –es decir, el Ejército, a fin de cuentas– abasteciendo de consignas a los manifestantes? ¿Y por qué medios se las hacía llegar?

Anasagasti ha afirmado en repetidas ocasiones durante estos últimos días que hay una mano negra que asegura la financiación de organizaciones tales como «¡Basta ya!», el Foro de Ermua y la Fundación Miguel Ángel Blanco. (Por cierto que yo no le he oído decir nada de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, que es la que más se ha enfadado con él).

En mi opinión, el portavoz del grupo parlamentario vasco ha cometido un error: no cabe hacer una afirmación así, a no ser que se cuente con las pruebas necesarias para respaldarla.

Lo que sí podría haber hecho –y a mí por lo menos me hubiera parecido muy puesto en razón– es reclamar que esas organizaciones aclaren con qué fuentes de financiación cuentan. Porque organizan viajes, pagan hoteles, alquilan autobuses, contratan locales... y nada de eso es ni mucho menos gratis. Y no cuentan con miembros multimillonarios, que se sepa.

Esa exigencia no tendría nada de especial: todas las asociaciones, sean del tipo que sean, están obligadas a contar con una contabilidad transparente. Se les asigna un equipo de expertos contables que revisen sus libros y adiós misterio. Si han recibido donaciones, no hay por qué hacer pública su procedencia: bastaría con que quedara claro que no han salido de las arcas del Estado, ni directa ni indirectamente.

La susceptibilidad del PNV es comprensible: las tres asociaciones mencionadas han dedicado lo esencial de su tiempo desde su nacimiento a atacar a los nacionalistas vascos. Y han contado con muchos medios para hacerlo. Es normal hacerse unas cuantas preguntas al respecto.

 

(28-V-2001)

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