Diario de un resentido social

 

Esto no es un libro

 

Acabo de corregir en primera instancia, que dicen los cursis de ahora, las galeradas del Diario de un resentido social convertido en libro. Ya pronto estará en la calle.

He contemplado el pasar de los días a través de los apuntes. Para alguien que escribe tanto y tiene tan mala memoria como yo, la relectura de lo escrito viene a ser como el examen de algo que hubiera salido de otra mano. De una mano gemela, eso sí.

He ido recuperando mis estados de ánimo, mis reflexiones, mis viajes, mis risas, mis enfados, mis paisajes, mis angustias. Y me he acordado de los versos de Walt Withman: «Esto no es un libro. / Quien pasa sus páginas / toca a un hombre».

Hay autores que son capaces de trasvertirse en otros a la hora de escribir. Yo no. Me retrato, en lo bueno y en lo malo: soy como ése que ha escrito esas páginas.

Me doy cuenta de que una editorial va a tratar de vender una parte de mi vida. De mí. No sé. Se me hace extraño.

 

(8-IV-2001)

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Discográficas, ajo y agua

 

Gran indignación músico-industrial por el pirateo de discos.

No tienen razón. No, al menos, toda la razón.

Si la gente no compra más discos originales es porque son carísimos. Y son carísimos porque el margen de beneficio de las grandes compañías discográficas es escandaloso.

Yo comprendo que sean caros los discos minoritarios, en los que hay que prorratear un montón de gastos fijos. Pero que cedés que se venden como churros tengan los precios que tienen es, sencillamente, un abuso.

Hay diversos géneros de copia de discos. Uno es el que se hace con fines comerciales. Ese es lógico que se persiga. Y además no es tan difícil: basta con seguir la cadena de la venta ambulante hasta sus orígenes.

Pero hay otras copisterías que no tienen nada que ver con eso.

Por ejemplo: algunos fabrican copias de discos que han comprado, pagando religiosamente su precio, porque no quieren andar paseándolos por ahí. Se hacen una copia para el reproductor del coche, o para el del trabajo, o para el de su segunda residencia. O como mera copia de seguridad, para no estropear el original. ¿Qué pretenden, que se compren cuatro veces el mismo disco?

También hay gente que convierte discos de vinilo en cedés, para tenerlos en un formato mejor y más manejable. ¿Qué sentido tiene que eso sea ilegal?

Es igualmente frecuente el intercambio de discos entre amigos. Ahí volvemos a lo del precio. Me sé de melómanos que quieren estar más o menos al día, y que por ello, y no sin sacrificio, están dispuestos a dejarse hasta 10.000 pesetas mensuales en discos. Pero no 30.000, ni 50.000. Sencillamente porque entonces tendrían que prescindir de comer. Así que se conchaban entre varios para comprar cada uno dos o tres discos e intercambiar novedades.

Luego está lo de Napster. Es una pasada. Primero, porque ir contra el fenómeno del intercambio de música por Internet es tratar de poner puertas al campo. Pero es que, además, Napster también ayuda a los ingresos de la industria discográfica. Ha habido autores cuya existencia he conocido –y de los que luego he comprado discos– porque me he topado con alguna de sus canciones en los archivos de Napster.

Lo que las discográficas tienen que hacer es renunciar a los beneficios astronómicos que venían obteniendo y ofrecer productos más elaborados. Algunas ya han empezado a hacerlo: sus discos adjuntan folletos primorosamente realizados, cuando no auténticos minilibros, que ninguna copia puede proporcionar. Claro que eso implica gastar más y ganar menos. Oye: pues ajo y agua.

 

(7-IV-2001)

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Algunos días sería mejor saltárselos

 

No, pero, en serio.

Empecé ayer el día de buena mañana, como casi siempre. Escribí el apunte infra, me busqué la noticia del día... en fin, las cosas ésas que hago para la web. Acabé para las 7:45. Me dispuse a subir la actualización. Nada, que ni para tres; que la cosa del efetepé de mundofree no funcionaba. Me dije: «Bueno, estarán metidos en tareas de ésas de mantenimiento. Ya lo haré luego». Así que dejé la tarea a un lado y me dediqué a otras: escribí un artículo para la sección de Cultura de El Mundo, avancé en la preparación de una conferencia que tengo que dar dentro de un par de semanas en Las Palmas... y volví a la carga con el ftp de las narices. Que no, que ni pa’lante ni pa’tras. ¡No te fastidia que incluso me respondía que no estaba autorizado para entrar en las tripas de mi página!

Lo dejé porque se me hacía tarde. Tenía que vestirme «de señorín», que dice Charo –o sea, con traje y corbata–, porque estaba invitado a comer por Mariano Rajoy en el Ministerio del Interior en compañía de Javier Algarra y cuatro compañeros más de La Brújula. Empecé a sacar ropa de vestir para resolver el trámite protocolario cuanto antes. Con que cuanto antes, ¿eh? Oh, espanto: no me cabía ni un puñetero pantalón. No es que me quedaran apretados, no; es que no me cabían en absoluto. Como si fueran de otro. Y se ve que, en efecto, eran de otro: del Ortiz que se ponía trajes de vez en cuando y tenía una cintura 10 centímetros menor. Por fin conseguí enfundarme en un maldito pantalón de traje. De verano. Bueno, mira, no hay mal que por bien no venga. Por lo menos no pasaría calor.

Me las arreglé... para arreglarme y llegar más o menos puntual a la comida.

En cuanto a la comida propiamente dicha, sólo diré que empezó con algo que no sé muy bien qué era, pero que tenía verduras. Espinacas y cosas así. No lo probé, claro. El solomillo, pese a que insistí en que lo quería poco hecho, estaba pasado. La verdad es que no esperaba nada mejor de la cocina de la Policía.

El diálogo con el ministro resultó bastante protocolario. Me extrañó que hubieran pensado que era buena idea invitarme. En todo caso, cumplí con las previsiones que supuse habrían hecho y llevé la contraria al titular de Interior unas cuantas veces. Por cumplir, más que nada. Rajoy es un hombre cordial y me soportó con estoicismo.

Salí con la firme sospecha de que todos habíamos perdido el tiempo y me fui corriendo a recoger el coche del taller de reparaciones. Nada, sólo 110.000 pesetas. Estaba pagando la factura, próximo ya del llanto, cuando recibí una llamada de El Mundo. Me comunicaron que el director quería que prepare unas notas para hacer un editorial sobre el fenómeno Torrente. «¡Pero si ni siquiera he visto la película!», protesté. «Pues vete a verla», fue la respuesta, por otro lado previsible. «¿Y para cuándo queréis eso?», pregunté, temiéndome lo peor. «Para mañana». Justo lo que me temía.

Eché una ojeada a la cartelera. Si corría podía llegar a una sesión de media tarde. Lo hice. Y llegué. En maldita hora. ¡Qué pestiño! ¡Qué cutrerío! ¡Qué tortura! No es que ninguna de sus presuntas gracias me hiciera reír; es que no lograron arrancarme ni media sonrisa. Eso es infumable. El hecho de que esté suponiendo un éxito de taquilla no hizo más que ratificar mis peores suposiciones sobre el estado mental de la mayoría de los españoles.

Regresé a casa. El maldito ftp del maldito mundofree seguía cascado. Ya no aguanté más. Me abalancé sobre el teléfono y llamé para preguntarles amablemente a qué mierdas se dedicaban. No sabían que tuvieran nada averiado. Les invité a comprobarlo. «¡Ah, pues sí, pues es verdad!». Yupi, qué bien. 15 horas de avería y ni se enteran.

No, de verdad, decidme: ¿hay algo que justifique la existencia? Me fui a la cama con un cabreo de mil pares, bastante dinero menos, una seudopelícula más en la memoria y la conciencia de que me estoy poniendo como una foca.

Encima me llevé un chorreo porque por la mañana había puesto una lavadora con ropa mezclada y se destiñó una camiseta.

 

(6-IV-2001)

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«¿Dónde vas? Matanzas traigo»

 

En mi pueblo se alude así a los diálogos de sordos: «¿Dónde vas? Manzanas traigo». La variante que se han montado entre Garzón y la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional sustituye a las manzanas por José María Matanzas, abogado de Ekin.

A Garzón le basta la coincidencia de objetivos entre ETA y Ekin para procesar por pertenencia a banda armada a los miembros de la segunda. La Sala lo rechaza, apuntando que no hay ningún documento en la causa que establezca la existencia de vinculación orgánica entre ambas organizaciones –«Ni en los documentos atribuidos a ETA se contiene referencia alguna a Ekin ni en los atribuidos a esta organización se contiene mención alguna a la banda armada», dice– y que «tampoco se ha constatado la existencia de contactos, comunicaciones o reuniones entre los imputados y la banda armada, a pesar de que todos ellos han estado sometidos, durante los meses anteriores a su detención, a vigilancias muy estrechas».

Para Garzón, la coincidencia ideológica es suficiente. La Sala insiste en reclamar indicios de relación organizada, material, concreta.

Si fuera la primera vez que ocurre algo así, resultaría sorprendente. Pero ya empieza a convertirse en costumbre. Hay una neta diferencia doctrinal entre Garzón –o, por decirlo claramente, entre el Gobierno– y la Sala de lo Penal de la Audiencia. Ésta se atiene al Derecho clásico –«trasnochado», dice hoy El País–, según el cual no cabe procesar a nadie por sus ideas y que, para que quepa imputar a alguien el delito de pertenencia a banda armada, debe existir algún indicio de que, efectivamente, está integrado en ella.

Veo que El Mundo –imagino que asesorado por Enrique Gimbernat– respalda la tesis de la Sala. El resto de los periódicos madrileños se alinea detrás de la posición gubernamental-garzonita, que ayer enunció el ministro del Interior con ruda simpleza: «ETA y Ekin es lo mismo», dijo, con el mismo fundamento con el que yo podría decir: «Mariano Rajoy e Ynestrillas son lo mismo».

Si la coincidencia de objetivos bastara para condenar, todo el PSOE y todo el PP hubieran debido ser condenados con Barrionuevo y Vera.

 

(5-IV-2001)

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Washington en acción

 

«Los yanquis sólo se interesan por ellos mismos. Les trae sin cuidado todo lo que ocurre fuera de sus fronteras. Les dices que eres español y te preguntan si español de Cuba o español de Puerto Rico».

Si no he escuchado esta sosada cien veces no la he escuchado ninguna. Tal se diría que por aquí todo el mundo fuera experto en geografía mundial. Yo he probado a colocar un mapa blanco de la Europa actual delante de las narices de conciudadanos nuestros supuestamente cultos y he podido comprobar... lo que ya daba por hecho: que son poquísimos los que aciertan a identificar cada uno de los Estados que hay entre Irlanda y los Urales.

Si los propios europeos no conocemos Europa, ¿con qué cara podemos exigir que lo hagan los estadounidenses (que, por cierto, no son necesariamente yanquis)?

De acuerdo con que no estaría mal que, ya que no los norteamericanos de pie, al menos los gobernantes de Washington tuvieran una cierta idea de la existencia del mundo exterior, y de sus usos y costumbres. Un ejemplo: está feo, sin duda, que el presidente G.W. Bush ignore por dónde cae Afganistán, según demostró hace unos meses. Más que nada porque se trata de un país conflictivo y no quedaría demasiado bien que saliera un día de éstos por la tele para anunciar: «He ordenado a nuestra fuerza aérea que bombardee Afganistán, caiga por donde caiga ese jodido país... o lo que sea».

Pero Bush puede defenderse diciendo que no es mucho mejor que él el secretario general de la OTAN, el británico George Robertson, que el otro día se plantó en Varsovia y saludó a los periodistas con un festivo «¡Bienvenidos a Moscú!», y que luego se puso a perorar sobre el presidente de Macedonia, Boris Trajkosky, llamándolo «Chaikovsky». Chaikvosky suena bien, sin duda, pero Macedonia no tiene últimamente mucho parecido con El lago de los cisnes. Me consta que lord Robertson fue durante una década responsable de la GMB, organización que controla la industria del whisky escocés, pero dejó el cargo en 1978: ha tenido tiempo de sobra para que se le pasen los efectos.

A mí, la característica de los gobernantes norteamericanos que me resulta más irritante no es la ignorancia, sino la arrogancia. Su ignorancia no tiene nada de prerrogativa. Su arrongacia, en cambio, llega a cotas inaccesibles para el resto de los humanos.

El Gobierno de Washington alcanzó ayer el Himalaya de la prepotencia: protestó ante el Gobierno de Beijing porque la Policía china ha inspeccionado el interior del avión espía de la USAF que se vio obligado a tomar tierra el pasado sábado en la isla de Hainan. Según los de Bush, el interior del avión «es territorio norteamericano». Como contestaron de inmediato y con evidente sorna las autoridades chinas, ahora ya sólo falta que Bush explique cómo puede ser que un trozo de territorio norteamericano haya ido a parar a China.

Más que de geografía, de lo que debería recibir Bush un cursillo intensivo es de Derecho Internacional. Alguien tiene que enseñarle urgentemente que es el mundo entero no es de su propiedad.

Aunque se disguste.

 

(4-IV-2001)

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El enigma del DNI vasco

 

HB pide a sus simpatizantes que, cuando acudan a votar el próximo 13 de marzo, se identifiquen exhibiendo el llamado DNI vasco.

Su llamamiento plantea, en primer lugar, un problema de lógica. Porque HB sabe –no cesa de decirlo– que ésos son unos comicios propios del Estado español, organizados con criterios del Estado español y tutelados por el Estado español, a los que su organización concurre tan sólo «para aprovechar las posibilidades legales», como se decía en tiempos del franquismo a la hora de las elecciones sindicales.

Pues bien: quien quiere aprovechar «las posibilidades legales» no tiene más remedio que ajustarse a los requisitos legales. Y, decididamente, el uso del DNI vasco no acaba de encajar en la legalidad española actual. Ese carnet no está en la nómina de los documentos que el Estado español admite para la plena identificación de las personas.

No es lógico, ya digo. O decide participar, y en ese caso se atiene a las normas, o decide no participar, y entonces sí, puede elegir la variante de boicot que más le plazca.

El llamamiento de HB plantea, además, un problema de índole práctica. Imagino que los dirigentes de la organización serán conscientes de que quienes presenten el DNI vasco como pieza de identificación el 13 de mayo afrontarán dos posibilidades.

Una es que los responsables de la mesa electoral no les permitan votar, con lo que habrán de optar entre volverse para casa con su papeleta de EH en la mano... o sacar su DNI o su pasaporte español. Con lo que tanto dará que hayan presentado inicialmente el DNI vasco o la tarjeta Visa de su banco.

La otra posibilidad es que sí les permitan votar. En ese caso, el resultado de la votación de la mesa electoral será impugnado, la impugnación será admitida por la Junta Electoral y esos votos quedarán anulados.

Por una u otra vía, ¿qué beneficio puede obtener HB? Provocará un puñado de incidentes en unas cuantas mesas electorales, sin duda, pero a costa de quedarse sin el voto de sus más fieles, que no será contabilizado legalmente.

La pregunta es: ¿quiere HB tener diputados en el Parlamento vasco, si o no? Según escuché el viernes pasado a Otegi, parece que sí. Pero según oigo las consignas que dan a sus votantes, se diría que no.

 

(3-IV-2001)

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La autodeterminación según Otegi

 

Me habían avisado de las dificultades que tiene entrevistar a Arnaldo Otegi. Como buen político que es –y nadie vea en ese calificativo ni un ápice de alabanza–, el portavoz de HB está preparado para dar respuesta airosa –es decir, evasiva– a las preguntas más antipáticas, que en su caso se refieren casi invariablemente a ETA, la lucha armada, la kale borroka, etcétera. En la entrevista del pasado viernes, transmitida por Radio Euskadi y ETB, traté de sonsacarle algo novedoso sobre el particular, pero sin mayor éxito. Las agencias rebotaron las respuestas que dio a un par de preguntas mías al respecto, pero la verdad es que no sé por qué. No dijo nada de interés.

Lo que me pareció más interesante de todo su discurso fue algo que surgió casi de pasada y sin yo pretenderlo. Estaba Otegi quejándose de que el acuerdo electoral entre el PNV y EA pasa sobre el derecho de autodeterminación como de puntillas y añadió: «Además, hacen trampa, porque hablan del derecho de autodeterminación de “la sociedad vasca”, y no del pueblo vasco».

Salté de inmediato: «¿Y cuál es la diferencia?», le pregunté.

«En la sociedad francesa, por ejemplo» –me contestó, por sobre poco más o menos–, «hay argelinos, hay serbios, hay polacos... Forman parte de la sociedad francesa, pero no del pueblo francés».

Otegi se explicó. HB tiene, según él, criterios muy amplios sobre la nacionalidad. Mucho más amplios que los que maneja el Estado español, incluso. En concreto –precisó–, HB expresa su disposición a considerar vasco a «todo aquel que viva y trabaje en Euskadi y demuestre su voluntad de ser vasco».

No pude animarle a profundizar en el asunto, porque aquello era una entrevista a Arnaldo Otegi y no un debate entre Arnaldo Otegi y Javier Ortiz, pero es obvio que el meollo del asunto está en ese punto: en la importancia capital que HB confiere a la necesidad de que el ciudadano que vive en Euskadi «demuestre su voluntad de ser vasco», como condición previa para que se le conceda el derecho a formar parte del «pueblo vasco» (y, en consecuencia, a votar sobre su futuro nacional).

Para mí, el asunto es de una simpleza apabullante: debería tener derecho de voto toda aquella persona mayor de edad que pudiera demostrar que reside en Euskadi desde antes de la convocatoria de la votación (elemental precaución ésta que convendría tomar para que Mayor Oreja no pudiera inscribir como electores, por ejemplo, a todos los votantes del PP de la provincia de Madrid).

Pero a Otegi eso no le basta. Exige que quien aspire a ejercer como elector vasco demuestre su voluntad de ser vasco.

Lo cual plantea dos problemas. Uno, conceptual: habría que definir qué es «ser vasco». Y otro, operativo: el aspirante a vasco tendría que demostrar ante alguien esa voluntad que se le exige. Es decir, tendría que constituirse una especie de Tribunal de Nacionalidad que decidiera si el aspirante reúne los requisitos. Requisitos que sólo podrían ser ideológicos, evidentemente, puesto que ya ha quedado previamente establecido que el único requisito objetivo es la residencia.

Lo que propone HB, en consecuencia, es un derecho de autodeterminación limitado a aquellos ciudadanos y ciudadanas que hayan pasado un examen previo que demuestre que están de acuerdo con su idea de la vasquidad. (Lo cual, dicho sea de paso, haría superflua la votación posterior. Es como si en las elecciones generales sólo se permitiera votar a quienes demuestren previamente que están de acuerdo con «la idea de España» de Aznar. El PP ganaría por goleada, evidentemente.)

Conclusión elemental que extraigo: cuando HB reivindica el derecho de autodeterminación, habla de algo que no tiene nada que ver con el derecho de autodeterminación que yo he defendido a lo largo de toda mi vida adulta. Item más: habla de algo que –como el propio Otegi reconoció, según he contado antes– tampoco coincide con el derecho de autodeterminación que reivindican el PNV y EA.

Bueno, esto último sí que es una novedad: ¿quién decía que el PNV y EA no compartían con HB los medios, pero sí los fines? A lo que parece, ni los medios, ni los fines, ni nada.

 

 (2-IV-2001)

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