Diario de un resentido social

Semana del 26 de marzo al 1 de abril de 2001

 

Su nombre es Nadie

 

Hay diversos modos de hurtar el propio rostro a la vista de los demás.

Hay políticos que lo ocultan detrás de una tupida barba: eso es casi media capucha.

Imagínense ustedes que a Víctor Ríos o a Rodríguez Ibarra, por poner dos ejemplos, les diera un día por afeitarse. No los reconoceríamos.

Hay también alguna diputada que vaya usted a saber qué cara esconde detrás del centímetro y medio de maquillaje que lleva por delante. Si a la pintura facial se le une la evidencia de que su cabellera tampoco se corresponde con el original, ni por el color ni por la hechura, podemos afirmar sin miedo a errar que lo suyo equivale a una capucha entera. Ojos y boca incluidos.

Se trata de casos de ocultamiento del rostro por razones estéticas. Todo lo discutibles que se quiera, pero estéticas.

Los zapatistas no lo hacen por estética, sino por ética. Por ética política.

«¿Cómo te llamas?», preguntó Polifemo a Ulises. «Mi nombre es Nadie», respondió el héroe de Homero. «Pues a Nadie me comeré el primero», sentenció el monstruo.

Los dirigentes zapatistas no ocultan su rostro, para estas alturas, con pretensiones de clandestinidad. Ya no. Lo hacen exclusivamente para subrayar su deseo de ser Nadie. Es decir, Cualquiera. En los usos político-mediáticos actuales, se supone que a nadie interesa un Don Nadie. Se exige que los líderes tengan rostro –y lo cuiden–, que tengan biografía –y la exhiban (u oculten) a conveniencia–, que lo cuenten todo sobre ellos –es decir, que mientan–.

En cambio, alguien que es Nadie, alguien que no tiene nombre, carece de accidentes. Con él –con ella, eventualmente–, sólo cabe hablar de lo que dice. Nada distrae de su discurso. Se convierte en portavoz, en el sentido más literal del término: traslada la voz de otros. No revela quién es porque tiene mucho interés en dejar claro que eso no importa.

Tratándose de 10 millones de indígenas, y de eso se trata, todos los rostros son su rostro. Y su rostro no es ninguno en concreto.

Las personas ciegas desarrollan más los otros sentidos para suplir lo que la vista no les da.

Eso es lo que buscan los zapatistas: que no les veamos. Para que desarrollemos más el resto de nuestros sentidos.

 

 (1-IV-2001)

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Afiliación a tanto la pieza

 

Nevenca Fernández, que fuera concejal de Hacienda del Ayuntamiento de Ponferrada, ha denunciado por acoso sexual a su ex jefe, el alcalde Ismael Álvarez, miembro del PP.

Lo cual ha supuesto un gran escándalo, como es lógico.

Leyendo las declaraciones de la señorita Fernández, uno se hace su composición de lugar. Pero las composiciones de lugar son sólo eso, por muy verosímiles y razonables que resulten. Nadie tiene derecho a basarse en la pinta que tiene un asunto –ni éste ni ninguno– para tomar posición pública y poner a alguien en la picota, para escarnio general. Ni siquiera a don Ismael Álvarez. Está por demostrar que este caballero acosara sexualmente a la señorita Fernández.

No obstante, en el affaire entre ambos hay ya un cierto número de eso que los juristas llaman hechos probados. Hechos que pueden darse por tales, puesto que ninguna de las partes los niegan. Y que, por lo menos a mí, me parecen igual de escandalosos, aunque carezcan de connotaciones sexuales.

Así, es un hecho probado que en abril de 1999 el primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Ponferrada, Carlos López, llamó a Nevenca Fernández, hija de un amigo suyo y recién licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad de Madrid, para ofrecerle un puesto en la lista electoral que iba a presentar el PP en las elecciones municipales que estaban a punto de celebrarse.

Es otro hecho probado que Carlos López no tenía constancia de que la señorita Fernández tuviera mayor afinidad ideológica con el PP, puesto que le ofreció la posibilidad de figurar en esa lista a título de independiente. Según lo declarado por doña Nevenca –y por nadie discutido–, lo que se le ofreció es que se metiera en política a cambio de un sueldo de unas 130.000 pesetas.

También puede considerarse como hecho probado que doña Nevenca aceptó la oferta y salió elegida concejal. Y que, tras ello, el alcalde –que ya le había echado un ojo, pero que aún no había tenido modo humano de constatar en la práctica ni los presumibles méritos ni los hipotéticos deméritos como recaudadora de impuestos de la joven–, le ofreció ser concejal de Hacienda y Comercio.

«Con un sueldo de unas 300.000 pesetas», precisa ella a través de su letrado, arrojando luz sobre el total atruismo de sus opciones políticas.

Bien, dejemos al margen de momento –de momento, insisto– la acusación de acoso sexual, a la espera de que se sustancie, y quedémonos en la consideración exclusiva de esa práctica de afiliación política practicada por el PP poferradino que nadie niega.

«Vente con nosotros, que pagamos», podría llamarse.

Tal vez acabe demostrándose que lo del alcalde Álvarez fue un exceso de celo, dicho sea en el sentido de pulsión animal de la expresión. De lo que no cabe duda, en todo caso, es de que el PP construye algunas de sus estructuras municipales locales a golpe de talonario.

De probarse lo primero, estaremos ante un escándalo. Pero individualizable. Lo segundo es ya, de hecho, un escándalo político demostrado.

 

 (31-III-2001)

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Perro muerde niña

 

Supongo que todo el mundo está a tanto del tópico periodístico: que un perro muerda a una niña no es noticia; la noticia es que una niña muerda a un perro.

En realidad, quien inventó ese dicho no pretendía teorizar sobre las relaciones de las niñas con los perros, sino sobre las noticias. Trataba de decir que aquello que forma parte de lo normal no puede considerarse noticiable.

Se ve que eran otros tiempos.

Ahora casi todas las noticias que uno se encuentra día tras día en los medios de comunicación son del género perro-muerde-niña.

Titular: «Arzalluz odia al PP y lo dice».

¡Qué gran novedad!

«Mayor Oreja odia al PNV y lo reconoce».

¡Ondia, me dejas de piedra!

«Rodríguez Zapatero –(a) ese chico– trata de hacerse valer, más que nada por el aquél de parecer que pinta algo».

¡No me digas! Con que con ésas estamos, eh?

Todo eso son perros que muerden niñas. Es inaudito –y me temo que escasamente interesante, incluso para el porvenir de los propios medios informativos– que sean de ese tipo las noticias que llenan cada día los diarios.

La noticia sería: «El PP y el PNV se han reunido y han acordado que, cuando el reloj da las 12, es mediodía».

Un suceso así sí que sería novedoso.

Y más noticia resultaría todavía si el subtítulo fuera: «Y les da igual que las campanas suelen a las 11:55».

La culpa de que los políticos no paren de repetirse es que los medios informativos no paran de hacerse eco de sus repeticiones.

 

(30-III-2001)

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Gallinas en pepitoria

 

La columna que publiqué ayer simultáneamente en este Diario y en el El Mundo a propósito de la cosa de las gallinas vascas me ha deparado una amplia y, en términos generales, muy divertida correspondencia. He recibido bastantes misivas de apoyo y reconocimiento, pero también, como es lógico, un buen puñado de amargas críticas.

Reproduzco a continuación el intercambio de correspondencia que mantuve con un señor, por lo demás encantador, pero inicialmente muy enfadado conmigo. Creo que ilustra bien sobre cómo y con qué solidez se configura a veces la opinión pública de este país.

Su primera carta rezaba así:

 

"Señor Ortiz: le veo casi abonado a la tesis de Arzalluz, ya sabe, Euskadi va bien y aquí no pasa nada, salvo que nuestros enemigos de la Brunete mediática esa no nos quieren bien y se pasan la vida inventándose polémicas artificiales y demagógicas. Le digo esto porque me parece que hace algo de trampa en su columna de hoy a cuenta de las dichosas gallinas vascas. Creo que se le han escapado un par de detallitos nada irrelevantes: en primer lugar, la legislación vasca en materia de ponedoras no busca sólo preservar lo que llama gallina vasca; también divide estas aves en varias categorías que van desde "perfecta" hasta "eliminable", cosa que no ocurre en ninguno de los casos que ha citado para ridiculizar a aquella señora que llamó a la radio. "Eliminable", por si no lo había entendido, quiere decir que se desharán de las gallinas que no encajen en el ideal, un tanto platónico, de Gallina Perfecta. ¡Perfecta, fíjese bien! Las demás, al cuchillo. Ni los amantes del pastor alemán proponen eliminar al setter irlandés (ni tampoco a los pastores alemanes imperfectos) ni los cuidadores de pura sangres tienen nada contra los percherones (ni saben qué es un pura sangre "perfecto", así que menos echar balones fuera de lo que está ocurriendo poco a poco sin que nos demos cuenta o no nos quedamos dar por enterados.
        Yo, ya ve, soy tan mentecato como la dicha señora y el tema este de las gallinas no me parece, como a usted, una mera anécdota sacada de tiesto. Muy al contrario, lo considero un símbolo harto significativo, con resonancias orwellianas. Además, también pasa usted por alto que los inspiradores de dicha ley no son precisamente inocentes avicultores. Son nacionalistas vascos. Y ya sabemos o deberíamos saber cómo las gasta el nacionalismo vasco cuando de genes se trata (si tanto les preocupan los de una humilde gallina, ¿qué no pensarán de los humanos? ¿Tan difícil es de adivinar?). ¿O me va a decir también que el nacionalismo etnicista vasco está libre de toda sospecha? Si existe "desconfianza hacia lo vasco, tan tesoneramente sembrada por tantos" (que desde luego la hay, y muy justificada), ¿no habrán sido sus siempre disculpados nacionalistas vascos los primeros en sembrarla con sus eternas obsesiones por la limpieza de sangre, sus enfermizas alusiones a la etnia, los genes y el Rh, su patético recuento de apellidos vascos, etc., etc.?
        Están locos, señor Ortiz. Y lo que más me apena es que van a acabar por volvernos locos a los demás.
        No tengo esperanza de hacerle cambiar de opinión. Ni siquiera espero que comprenda mi punto de vista (o el de aquella señora que llamó a la radio).
        La verdad, le escribo sólo para desahogarme.
        Saludos etc.,
        M. R."

 

El remitente daba su nombre, pero lo obvio, por supuesto.

Yo le respondí de esta guisa:

 

"Estimado señor R...:

La norma adoptada por el Gobierno vasco que ha generado esta historia es mero desarrollo de un decreto firmado en 1997 por la entonces ministra Loyola de Palacio, que establece el  catálogo de las 32 razas avícolas autóctonas de la península. Una de ellas es la "euskal oiloa". Entre esas razas catalogadas por el Ministerio del PP hay otra denominada "combatiente español". También pueden encontrarse tipos como la "menorquina", "extremeña", "castellana negra" o "andaluza azul" y otras de nombres a veces, ciertamente, un tanto chocantes.

La práctica de protección de esos tipos de razas avícolas se basa: a) en la catalogación de sus estándares; b) en el trato separado que se les dispensa; y c) en el cuidado particular que se concede a sus ejemplares más representativos, de cara a favorecer la perpetuación de los rasgos de la raza tenidos por más estimables.

Es así de sencillo. Son manipulaciones que tienen que ver con la avicultura; no con la ideología.

La protección de los mejores ejemplares y la eliminación de los menos aptos –una práctica que sería pura aberración eugenésica aplicada a seres humanos– resulta habitual en la avicultura y la ganadería. Por poco que sepa Vd. de estas materias, habrá visto (u oído) que incluso en la mal llamada "fiesta nacional" se indulta a los toros que demuestran mayor bravura, para dedicarlos a sementales, en tanto que a los menos bravos o con taras físicas se les manda al matadero lo más rápidamente que se puede.

Quien quiera hablar de política, que hable de política. Pero que no tome ni el rábano por las hojas... ni a las gallinas por los huevos.

Ni soy nacionalista vasco ni siento simpatía personal por el señor Arzalluz, pero tampoco me avengo al "todo vale" con tal de presentarlo como un demonio (y como santos a sus enemigos). Entre otras cosas, por respeto hacia mí mismo.

Fuera de lo cual, le agradezco la molestia que se ha tomado en escribirme y le ruego acoja mi respuesta, por discordante que resulte, como una prueba de estima.

Cordialmente,

Javier Ortiz"

 

Una hora después, me respondía así:

 

"Muchas gracias, don Javier, por ayudarme a ver la cuestión desde un punto de vista que no había considerado. Reconozco que me ha convencido.
      Un saludo,
      M.R."

 

Qué vida ésta, ¿verdad?

 

(29-III-2001)

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Racismo gallináceo

 

Una señora llama alarmada a una emisora de radio porque se ha enterado de que la Consejería de Agricultura del Gobierno vasco ha tomado medidas para el control y la conservación de las variedades de gallinas y gallos autóctonos. «Se empieza con los animales y se acaba con las personas», denuncia indignada.

La señora en cuestión cree que hay que cortar de raíz con estas evaluaciones racistas en relación a las especies animales. Por el aquél de no jugar con fuego.

Su punto de vista me resultó muy puesto en razón.

Pero me decepcionó que no se mostrara del todo consecuente.

Debería haber extendido su criterio a todos los casos semejantes. Por razones que no alcanzo a comprender, no dijo nada en contra de los sospechosos esfuerzos que se realizan para mantener la pureza del cerdo ibérico. Esperé en vano que defendiera la urgente necesidad de llenar Jabugo de cerdos de pata rosadita, para que procreen en alegre y vivificante promiscuidad con las gorrinas de pata negra. Y viceversa.

Tampoco la vi nada preocupada por la existencia de criterios inequívocamente racistas en la cría caballar. Y eso que hasta su terminología es sospechosa: ¡mira que hablar de caballos de pura sangre! Nazismo puro.

Por no hablar de los perros (txakurrak, en euskara). Ahí el racismo llega a extremos que deberían forzar una urgente intervención de las organizaciones internacionales correspondientes, sean cuales sean. ¿Por qué oscuras razones los canófilos impiden el libérrimo cruce de las diversas razas perrunas? ¿Qué puede haber, sino nacionalismo de la peor especie –por así decirlo–, en el empeño en que perduren los setter ingleses y los pastores alemanes, en vez de fundirlos en un simbólico y comunitario cruce de sangres? ¿Por qué no ayudar a conseguir el mayor número posible de perritos fruto del fecundo encuentro entre, por ejemplo, chihuahuas y San Bernardos? Podría entender que se aislara a los lebreles afganos, por razones políticas, pero ¿a qué viene el afán por mantener los parámetros de la raza del épagneul bretón, sin ir más lejos?

El ideal sería, claro que sí, que las gallinas vascas se cruzaran con gallos franceses. Así se quedarían en Estado.

 

=

Ganas me dan –ya lo ven– de tomarme la cosa a broma.

Pero lo que hay por debajo de esa llamada a la radio no tiene la menor gracia. Es una muestra –otra– de los extremos a los que puede conducir la desconfianza hacia lo vasco, tan tesoneramente sembrada por tantos.

 

(28-III-2001)

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Trillo

 

Participé ayer en un encuentro con el ministro de Defensa, Federico Trillo, en la sede de El Mundo. Estábamos una veintena de periodistas.

Trillo es un político que se las arregla para parecer simpático y accesible. Estuve a punto de felicitarlo por su comportamiento políticamente incorrecto: se pasó el encuentro fumando un cigarrillo tras otro a la vera de Pedro J. Ramírez, que odia el tabaco. Pero me abstuve, no se tomara mi elogio en serio. A cambio, le planteé una pregunta (http://www.elmundo.es/diario/espana/974041.html) educada, pero no demasiado amable, sobre el escaso entusiasmo que suscitan las Fuerzas Armadas profesionales entre los jóvenes a la búsqueda de empleo, interesándome por saber si atribuía esa desafección al desprestigio histórico del Ejército español, al bajo sueldo que ofrecen a los soldados profesionales o a ambas cosas.

La respuesta de Trillo fue de las que acreditan a un político profesional. Empezó marcándose una larga digresión sobre las tradiciones pretorianas de los militares españoles, que atribuyó a su falta de un horizonte exterior y que consideró ya «totalmente superadas» gracias a su integración en la OTAN, y a continuación, sin inmutarse lo más mínimo, dijo que la capacidad de convocatoria laboral del Ejército está resultando espléndida. «Los expertos consideran que, cuando se consigue cubrir un 75% del total de las plazas que se convocan, la convocatoria es un éxito», dijo, con una sonrisa de oreja a oreja.

Fantásticos, los «expertos» del ministro. ¿Cómo se puede pretender eso en un país en el que se convocan oposiciones para cubrir tres plazas de lo que sea y se presentan 300 candidatos, como poco? Pues en gerundio. Porque algo hay que decir para justificar que en la última convocatoria de las Fuerzas Armadas hubiera más plazas disponibles que aspirantes a ocuparlas. Y para disimular que el resultado impepinable de ello es que no tienen modo de aplicar un criterio de selección mínimamente riguroso. Una situación que se ve agravada por el hecho de que son muchos los que entran y antes de un año salen huyendo, fenómeno que Trillo describió como «deficiencias en nuestra capacidad de retención» (sic).

¡Qué capacidad la de este hombre para dar vueltas a la noria! Según él, la hipótesis de nutrir de extranjeros la tropa no se debe tampoco a que los jóvenes españoles se abstengan, sino a la voluntad de contribuir a la integración de los inmigrantes. Lo mismo que la instalación de guarderías en los cuarteles: mero deseo de las FFAA de ayudar a la igualdad entre los sexos.

Lo más fascinante de sus argumentaciones exculpatorias era la evidencia de que él sabía que nosotros sabíamos que todo aquello era una milonga. No trataba de convencernos de nada: se limitaba a decir lo que quería que hoy saliera publicado. Un puro ejercicio de esgrima.

Así está la política: se miden las capacidades personales a partir de la habilidad de cada cual para irse por peteneras sin dar demasiado el cante.

Aunque todo el mundo sepa que las peteneras son un cante.

 

(27-III-2001)

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Die Grünen

Los Verdes alemanes –Die Grünen– deberían ir pensándose el cambio de nombre. Ya no están verdes. Están pasados.

Ayer se dieron otro batacazo electoral.

A la marcha que llevan, cualquier día de éstos se convierten en extraparlamentarios.

Es verdad: nada más patético que alguien que renuncia a su integridad, se decide a venderse... y nadie lo compra. O tiene que acudir a las rebajas.

Cuando uno se mantiene en sus trece sabiendo que la inmensa mayoría de la población considera que los 13 dan mala suerte, se queda en extraparlamentario. Claro que sí. Y a mucha honra. Pero cuando elige número después de mirar las preferencias masivas indicadas por los análisis demoscópicos y no logra ni el reintegro... bueno, casi mejor si se dedicara a otra cosa.

A quienes defendieron dentro de Die Grünen la fidelidad a los postulados iniciales de la organización los llamaron de todo: ayatolas, fundamentalistas, integristas... La mayoría prefería limpiarse el trasero con los principios si de ese modo llegaban a ser algo. Me da que no querían tanto ser algo como alguien. Un par se hicieron ministros. Unos cuantos más, consejeros de länder y cosas de ese estilo.

Roma sí paga a los traidores, pero se cansa pronto de tirar el dinero.

Aquí Cristina Almeida está cerca del olvido. En Alemania, Die Grünen van camino del pudridero. Y con la cabeza bien baja, todos ellos.

A eso le llaman realismo. Y probablemente tienen razón: en regímenes de mierda, la mierda es lo más real que hay.

 

(26-III-2001)

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