Archivo del «Diario de un resentido social»

Semana del 26 de febrero al 4 de marzo de 2001

 

El árbitro

 

Comprendo la indignación de los barcelonistas. El Barça hubiera debido salir ayer vencedor del Bernabéu. El árbitro les arrebató una victoria que no sólo se merecían por juego, sino también por goles.

Su enfado jupiterino es razonablemente doble porque, de haber vencido ayer, habrían podido situarse en condiciones de aspirar nuevamente a la victoria en el Campeonato Nacional de Liga. Estarían a sólo 6 puntos del Real Madrid y por encima en el llamado goal average. Así, en cambio, se quedan a 9 puntos y con desventaja en caso de empate final a puntos.

Otra cosa es que tengan razón cuando hablan de «atraco» y de «robo». Eso implica dar por hecho que el árbitro fue parcial y actuó con mala fe, si es que no con ánimo de lucro.

Aunque los vericuetos inconscientes de la parcialidad pueden ser muy tortuosos, la verdad es que hasta la famosa jugada del minuto 92 no hubo en la actuación del árbitro del encuentro nada que moviera a sospecha. Estuvo bastante ecuánime.

Para mí, el verdadero problema está en el primitivismo del reglamento del fútbol y, más en concreto, del sistema de arbitrio, que pone toda su confianza en la capacidad de observación fulgurante de un solo hombre, haciendo depender de ella decisiones en las que se juega todo. A veces hasta miles de millones de pesetas.

Habría bastado con que el árbitro de ayer hubiera tenido la posibilidad de detener un momento el encuentro para acercarse no a un árbitro auxiliar tan despistado como él mismo, sino a una pantalla de televisión: habría visto que la pelota entró en la portería del Madrid tras tropezar en un jugador blanco, lo que convertía el gol en perfectamente legal y daba la victoria al Barcelona.

Hay en la actualidad deportes de alta competición en los que los jueces están auxiliados por complejos artilugios que no anulan, pero sí reducen enormemente su margen de error. Algunos llevan diminutos auriculares a través de los cuales reciben información procedente de otros árbitros que están viendo lo que ocurre en el terreno de juego a través de cámaras de TV situadas estratégicamente. Si los campeonatos de fútbol más relevantes dieran entrada a la alta tecnología, los errores arbitrales perderían la desmesurada importancia que tienen en la actualidad.

Algunos árbitros se defienden alegando que también los jugadores cometen muchos errores; que la equivocación es parte del juego. El argumento no vale. El error es parte del juego, ciertamente, pero los árbitros no están para jugar, sino para juzgar lo que otros juegan. No es posible tomar medidas reglamentarias que reduzcan la capacidad de error de los jugadores; sí la de los jueces.

 

(4-III-2001)

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El voto cautivo

 

Un senador del PP va a pedir que se tomen las medidas necesarias para que en las próximas elecciones vascas funcionen el voto y el recuento electrónicos. Sostiene que «sobre todo en los pueblos pequeños, en el País Vasco no hay libertad de voto» porque «los ciudadanos temen sufrir represalias de sus vecinos de ETA y de HB».

La verdad es que nunca he entendido esa cosa de la coacción sobre el voto, tan mentada en todas las vísperas electorales vascas. Vivan en una ciudad, en un pueblo o en una aldea, nada impide a los votantes acercarse al colegio electoral llevando en su bolsillo el sobre con la papeleta dentro. ¿Qué clase de coacción pueden sufrir en el trámite de depositar el sobre en la urna?

Veo todavía más difícil que pudiera falsificarse el recuento de votos a ese nivel. En todas las mesas electorales hay interventores de diferentes partidos. ¿Cómo podrían los de HB dar pucherazo sin que los otros se enteraran?

Por lo demás, el voto electrónico no sólo no resolvería el problema –caso de que existiera–, sino que lo agravaría. Por mucho que actuara a través de un ordenador, el votante tendría que empezar por identificarse y, a continuación, manifestar su opción electoral abiertamente, con lo que los interventores nombrados por «sus vecinos de ETA y de HB», como dice el senador, no tendrían problema alguno para saber de qué pie cojea cada electrovotante de su pueblo. ¡Vaya un avance!

No deja de resultar curioso que, en todos los años que lleva hablándose de este asunto del voto impuesto, no se haya presentado jamás ni un solo recurso ante ninguna Junta Electoral denunciando algún caso concreto de coacción.

 

=

 

Ayer, los diputados del PP, del PSOE y de Unidad Alavesa en el Parlamento de Vitoria también se lanzaron a la carga con este argumento. «En el País Vasco no se puede votar libremente», dijeron.

¿Qué sentido tiene tanta insistencia?

Mucho me temo que estén preparándose para el caso de que las elecciones del 13 de mayo les salgan mal.

Durante dos años, todo su discurso político se ha basado en la reclamación de elecciones. Las elecciones como remedio universal.

Si dentro de dos meses salieran derrotados por las urnas, se quedarían con una mano delante y otra detrás.

Se aprestan para responder a ese eventualidad. Para decir, si llegara el caso, que las elecciones no han sido libres y que, por lo tanto, no aportan la suficiente legitimidad democrática a los vencedores. Y a seguir en las mismas.

¿Que eso volvería insoportable la situación política vasca? Desde luego. Pero no creo que se avinieran a retroceder. Han ido ya demasiado lejos.

 

(3-III-2001)

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De coña

 

Juan Sol, piloto de Iberia y buen amigo de esta página, me mandó anteayer un correo electrónico para contarme un incidente que había tenido la víspera con una periodista de Telemadrid.

La buena chica se le echó encima sin previo aviso en el aeropuerto de Barajas, alcachofa en mano y cámara por detrás, para pedirle explicaciones por una presunta huelga de celo que, según había publicado El País, están aplicando los pilotos. Así que logró reponerse del susto, Juan le respondió que las huelgas de celo están expresamente prohibidas por la legislación laboral.

Su respuesta no arredró a la audaz reportera, que volvió a la carga: «Bueno, entonces formularé mi pregunta de otra manera: ¿es verdad que están ustedes aplicando el reglamento a rajatabla?». A lo que Juan contestó del modo más sensato del mundo: «Señorita, los pilotos de Iberia siempre aplicamos el reglamento a rajatabla. Yo jamás compraría un billete de una compañía, ni para mí ni para mi familia, si supiera que sus pilotos no cumplen con las normas».

Ella no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente, así que contratacó: «Pero sus directivos dicen que, si se aplica el reglamento estrictamente, eso provoca retrasos...».

Es realmente fantástico: los directivos de Iberia reconocen alegremente que la compañía ha promulgado un reglamento... ¡con la esperanza de que no se cumpla!

Curioso país éste.

Ayer escuché a Cándido Méndez acusar al Gobierno de haber torpedeado la reforma laboral: «Amenazó con actuar por su cuenta», dijo. ¡Tremenda amenaza! ¡Intolerable pretensión! ¿Adónde iremos a parar, si el poder ejecutivo osa ejecutar y el poder legislativo se empeña en legislar? ¡Van a obligar a los sindicalistas a hacer sindicalismo!

Estos dirigentes sindicales de opereta están tan acostumbrados a vivir instalados en el consenso de las narices –y a cobrar del Estado por ello– que se sienten incomodísimos ante la perspectiva de tener que luchar por los derechos de los trabajadores.

Otro tanto está ocurriendo con la Ley de Extranjería y la dirección del PSOE, dispuesta a aceptar el texto promulgado por el PP siempre que el Gobierno se avenga... a no cumplirlo.

Nicolás Redondo (padre) proporcionó hace años la definición más científica de este género de comportamientos, tan típicamente españoles: «Este país es de coña», dijo.

Vaya que sí.

 

(2-III-2001)

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Rajoy

 

Se discute mucho sobre la designación de Mariano Rajoy como ministro del Interior. ¿Será mejor o peor que Mayor Oreja?

La pregunta parte de una hipótesis altamente dudosa: que la persona da forma al cargo. La realidad –muy destacadamente en el caso de los ministros del Interior– suele ser la contraria: el cargo remodela a las personas.

Recuerdo, ahora que estoy en París, el caso de Poniatowski, poco después del 68. Cuando fue nombrado ministro del Interior, la izquierda francesa suspiró aliviada: Ponia era un hombre de amplia formación humanística, un intelectual, un defensor de los Derechos Humanos.

¿Sí, eh? A los pocos días estaba enviando a los terribles CRS contra los estudiantes y los obreros en huelga, a repartir leña a gogó, igualico que su antecesor.

Y es que la función crea el órgano.

Da igual cómo sea o deje de ser Rajoy: hará lo que le venga dado por el puesto en el que ha sido situado.

Al margen de lo cual, sigo divertido los comentarios que ha provocado su nombramiento. ¡Cuanta literatura de baratillo!

Leo a un comentarista de ABC que expresa hoy su satisfacción porque –dice– la remodelación del Gobierno de Aznar certifica que el PP va a seguir aplicando «una política española». Caramba: no sabía yo que existiera la posibilidad de que pusiera en marcha una política lituana, o uruguaya, o birmana.

Hay gente que no se da cuenta de que, al atribuir al adjetivo español contenidos políticos específicos, está haciendo separatismo, por mucho que crea combatirlo.

Pero, bueno, son como son, qué se le va a hacer.

 

(28-II-2001)

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Willy

 

Traté con bastante frecuencia a Guillermo Galeote en los tiempos de la pretransición, poco después de la muerte de Franco. Willy, como lo llamaban sus amigos, era uno de los dos representantes habituales del PSOE en la Ejecutiva del organismo unitario de la oposición democrática al franquismo, la Platajunta. El otro era Enrique Múgica.

Yo también estaba en aquel tinglado.

Recuerdo una reunión que tuvimos una buena tarde. Fue en el piso que hacía las veces de sede del Partido Carlista, en la calle Limón, en Madrid. Estábamos muy satisfechos –unos más que otros, a decir verdad– por el éxito que había tenido una campaña de manifestaciones a favor de la amnistía, recién culminada, que habíamos convocado bajo el lema Amnistía y Libertad, completado en muchos sitios con la reclamación de un Estatuto de Autonomía. Algunos propusimos mantener y ampliar aquel movimiento de revuelta popular. La mayoría de las organizaciones y partidos representados en la Platajunta se mostraron de acuerdo, así que nos pusimos a redactar el llamamiento correspondiente.

Enrique Múgica no había llegado, de modo que la representación del PSOE la ostentaba Galeote en exclusiva. Willy se mostró un poco desconcertado por nuestra iniciativa, pero la aceptó.

Estábamos discutiendo los detalles del asunto cuando apareció Múgica.

–¿Qué hacéis? –preguntó.

–Damos los toques finales a un llamamiento para una nueva campaña a favor de la amnistía –contestó alguien.

–¿Más movilizaciones en la calle? ¡No, no, de eso nada! –exclamó el actual Defensor del Pueblo.

–Enrique, llegas tarde: Willy ha dado ya el acuerdo de tu partido –objeté yo.

–¿Y a mí qué me importa? –espetó–. No; desde luego que no apoyamos eso.

Me sentí francamente incómodo ante aquel alarde de desconsideración y menosprecio hacia su compañero. Pero Galeote bajó la cabeza y no dijo nada.

Cuando bastantes años después supe que Willy aparecía como máximo responsable del turbio tinglado de financiación ilegal del PSOE que ahora ha corroborado el juez suizo Perraudin, no me cupo la menor duda: él sólo podía ser un mandado.

De quien fuera. De alguien que mandara de verdad.

Él jamás se habría atrevido a meterse por su cuenta y riesgo en un asunto así. No para que llegara el Múgica de turno y lo desautorizara públicamente con un despectivo «¿Y a mí qué me importa?».

 

(27-II-2001)

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Teoría del conocimiento

 

Prosigo mi estancia en París. En dos días he andado más que en un año. Cierto que, tratándose de mí, eso no quiere decir mucho.

París es una ciudad hecha para pasear. Curiosidades de la Historia: estos grandes bulevares que hacen ahora las delicias del paseante fueron construidos para que los cañones pudieran circular con más facilidad a la hora de aplastar los levantamientos populares.

Cena ayer en casa de mi primo Emilio, novelista de escritura experimental que se ha ganado los garbanzos hasta hace unos meses como redactor jefe de los servicios en español de Radio France Internationale. Convocó para la ocasión a un puñado de gente del mayor interés, amigas y amigos suyos relacionados con el mundo literario y periodístico parisino. Algunos, de origen hispano más o menos remoto; todos ellos hispanohablantes.

Según avanzó la conversación, que se extendió hasta las tantas, fuimos descubriendo que, por más que acabáramos de conocernos, tenemos amigos comunes. El uno resultó ser íntimo amigo de un economista al que ayudé a pasar la frontera en los años 60; la otra vivió en Euskadi durante unos años y conoce a docena y media de personas que me son próximas...

Recordé una teoría que sostiene un buen amigo mío bilbaino. “Tú junta en un departamento de tren a seis personas de diferentes orígenes y sin aparente relación entre sí y hazles hablar un buen rato”, dice. “Las probabilidades de que descubran que varios de ellos tienen amigos comunes son casi del cien por cien”. Es algo que tiene que ver con las progresiones geométricas, según creí entenderle cuando me lo explicó.

Viene a ser algo así como el fundamento científico del viejo tópico: el mundo es un pañuelo.

“Sí, un pañuelo... de mocos” –suele apostillar Charo, mi mujer.

 

(26-II-2001)

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