Archivo del «Diario de un resentido social»

Semana del 9 al 15 de octubre de 2000

 

 Clemente

Aunque donostiarra, mi entusiasmo por la Real Sociedad es perfectamente descriptible. Lo mismo que mi pasión futbolística, en general. Mi experiencia como seguidor realista jamás me ha animado a acrecentar ni el uno ni la otra: el equipo de mi ciudad ha conseguido aburrirme demasiadas veces, desde aquellos lejanos tiempos en los que jugó medio bien y ganó dos Ligas seguidas, mayormente porque los demás equipos jugaron todavía peor.

Después de aquellos dos memorables eventos –dicho sea en el sentido más exacto de la palabra*–, la Real Sociedad pasó a ser la Real Mediocridad de siempre. Aunque bien es verdad que, si como equipo de fútbol se hundió en la medianía, como máquina de hacer dinero empezó a funcionar bastante bien, gracias a su decisión de meter extranjeros en la plantilla: contrataba por poco dinero a ignotos futbolistas del Este europeo, o portugueses, o de donde fuera, y a continuación los traspasaba a algún equipo importante por muchísimo más.

Ahora, con Javier Clemente como entrenador, ha conseguido el pleno de los desastres: es una porquería de equipo y, además, no tiene manera de comerciar con sus extranjeros, porque también parecen una porquería. ¿Quién va a querer contratar a un portero que en 45 minutos es incapaz de parar ni uno solo de los balones que los contrarios le envían entre los tres palos?

Hablo del Real Sociedad-Barcelona de ayer, claro. En el primer tiempo, el Barça, sin esforzarse gran cosa, le metió seis goles a la Real, que jugaba en su propio campo. El segundo tiempo pasó sin pena ni gloria, más que nada porque el Barça prefirió sestear: tiene compromisos importantes en el horizonte cercano y tampoco sentía mayor interés en humillar todavía más a los de Clemente. Pese a lo cual, la Real demostró su incapacidad para meterle un gol al mismísimo arco iris.

Hay dos tipos básicos de buenos entrenadores. Están, de un lado, los que se hacen cargo de un veintena de grandes estrellas del balón y son capaces de conseguir que funcionen más o menos como un equipo (lo cual no es fácil, porque las estrellas tienden espontáneamente hacia el individualismo). El otro tipo de buenos entrenadores es el constituido por  los que, contando con un grupo de jugadores de escaso virtuosismo, se las ingenian para organizarlos sólidamente, de modo que formen un bloque compacto y compensen sus déficit de calidad a base de disciplina y esfuerzo físico.

Javier Clemente ha demostrado hasta la saciedad que no forma parte de ninguna de las dos categorías. Fracasó dirigiendo estrellas –las de la selección española, las del Atlético de Madrid– y fracasa dirigiendo equipos de bajo presupuesto. El espectáculo de ayer en Anoeta fue antológico: hacía años que no veía un equipo tan mal organizado. El Barça metió seis goles sólo porque pasa por un mal momento. De haber estado en racha, mete diez. Le habría bastado con aprovechar los pases de la muerte que los defensores realistas hacían sin parar a sus delanteros.

Pero me da igual que Javier Clemente sea un mal entrenador. No tengo ninguna vocación de clementólogo. Más interesante me parece dilucidar por qué la directiva de la Real puso sus ojos en él, como antes lo hicieron tantas otras. Y sólo encuentro una explicación para ese singular fenómeno: los directivos del fútbol se sienten atraídos por el nivel intelectual del burro flautista de Barakaldo. Con él, se sienten como en familia.

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(*) Pese al uso erróneo que hoy en día tiende a hacerse del término, un evento no es un acontecimiento más o menos sonado, sino un suceso inesperado. Evento es palabra afín a eventualidad. Dicho sea para que quienes no tienen afición alguna por el fútbol puedan sacar algo de útil de este apunte de hoy.

 

(15-X-2000)

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Israel, la malcriada

Suele ocurrir con las criaturas nacidas en condiciones difíciles y cuya supervivencia es problemática: los padres, encantados de que vayan saliendo adelante, las llenan de atenciones. Y las malogran.

Israel fue producto de una gestación artificial. Jamás en la Historia moderna se había visto nacer un Estado cuya población no estuviera previamente unificada y asentada en un territorio concreto. Rusos, centroeuropeos, americanos de las más variadas latitudes, habitantes del norte de África y del Oriente Medio... En la Israel originaria había casi de todo, menos palestinos de origen. En la Palestina de1880, apenas había 24.000 judíos. Y en 1919 no llegaban a los 90.000, pese a haberse iniciado ya la campaña de «retorno a la tierra prometida» promovida por el sionismo. En 1946, a dos años de la proclamación del Estado de Israel, ni siquiera eran aún medio millón. Pero la ONU acudió presta en su ayuda, elaboró un plan de partición –es decir, expropió tierras a sus legítimos propietarios palestinos para regalárselas a ellos– y dio vía libre al Estado de Israel. ¿Excusa? La extensión del antisemitismo por todo el mundo aconsejaba dar al pueblo judío un espacio de asentamiento pacífico. Explicación a todas luces carente de rigor. Primero, porque los palestinos musulmanes y cristianos son también semitas, y segundo, porque aquello fue desde sus orígenes cualquier cosa menos un espacio pacífico.

Las criaturas mimadas, acostumbradas a estar rodeadas de toda suerte atenciones y de privilegios y a que nadie las ponga en su sitio, se habitúan a hacer lo que les da la real gana, saltándose las normas a la torera y maltratando a quienes las rodean. Asumen ese comportamiento como si entrara dentro de sus derechos. Desde su nacimiento, Israel ha mantenido unos postulados expansionistas incompatibles con la legislación internacional. Como papá EEUU le ha proporcionado toda la protección, todo el dinero y todos los juguetes bélicos que ha querido, se ha permitido hacer un sayo no sólo de su capa, sino también de las capas de sus vecinos. El poderosísimo lobby judío de los EUA, capaz de poner y quitar presidentes, le ha servido de constante aval.

Al final, el pueblo que llegó a Palestina escapando del exterminio se ha convertido en exterminador. Y quien se ha quedado sin un espacio en el que vivir pacíficamente es el pueblo palestino, que no tiene los poderosos padrinos que necesitaría para que sus razones se impusieran.

Salvo que los países árabes productores de petróleo acudan en su socorro.

 

(14-X-2000)

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Iparralde

Cuando emprendí el camino del exilio a Francia, en enero de 1970, me instalé en Burdeos. No tenía ni oficio ni beneficio. Hasta entonces había estado dando clases de Latín en una academia donostiarra, pero en Francia maldita la necesidad que tenían de un profesor de latín que se expresaba dificultosamente en francés. Así que me puse a buscar trabajo. Cualquier trabajo.

No tardaron en presentarme a un hombre, de apellido Etcheberry, natural de Baiona, que estaba dispuesto a conseguirme un empleo. Me ofreció trabajar como pintor-vidriero para la red de ferrocarriles francesa, la SNCF. «No tengo ni idea ni de pintar paredes ni de poner cristales», le advertí. «No importa. Ya aprenderás», me respondió. Se lo agradecí mucho. «Entre los vascos tenemos que ayudarnos, n’est-ce pas?», dijo, con una gran sonrisa.

Etcheberry no era nacionalista. Jamás habría dado su voto a un partido separatista. De hecho, defendía a De Gaulle. La reivindicación de la unidad política entre las poblaciones vascas de uno y otro lado del Bidasoa le parecía surrealismo puro. Pero se consideraba vasco. Básicamente porque lo era.

Mucha, muchísima gente en España se hace un lío con eso que algunos llaman País Vasco-Francés y otros Euskadi Norte, Iparralde («la parte Norte») o, más coloquialmente, «el otro lado». Se resisten a reconocer la vasquidad de los territorios de Lapurdi, Zuberoa y la Baja Navarra, porque creen que, de hacerlo, se pondrían en no se sabe qué disparadero político. Ese temor conduce a formular proposiciones tan chocantes –tan chocantes para mí, al menos– como la que he leído hoy en El Mundo a propósito de una manifestación abertzale celebrada ayer en Baiona: «Había numerosos asistentes, la mayoría procedentes de Euskadi». Una cosa es la Comunidad Autónoma Vasca –la Euskadi jurídica, delimitada en el Estatuto de Autonomía de 1979, de la que no forma parte, desde luego, la población vasco-francesa– y otra cosa es Euskadi entendida como ámbito cultural, en el sentido más amplio del término: Baiona  es indiscutible parte de esa Euskadi.

Algo semejante –semejante; no igual– sucede con la Navarra más pegada a la CAV. Lesaka, pueblo que parece construido para servir de arquetipo de lo vasco y que tiene una proporción de vascohablantes abrumadora, está en Navarra. Alsasua, los valles de Elizondo y Leitzaran, Lekunberri... ¿Es todo eso Navarra? Es Navarra, claro que sí. La Navarra vasca. ¿Quiero decir que no tiene nada que ver con la Navarra de La Ribera? En absoluto. Tiene muchísimo que ver. Todo ello es Navarra.

El País Vasco bajo soberanía francesa tiene lazos importantes que lo vinculan al resto de los territorios vascos... y tiene también lazos poderosísimos que lo unen al resto de Francia. Al igual que la población vasca de este lado de la frontera tiene mucho de común con las poblaciones del resto de España. Existe eso que los catalanes suelen llamar el hecho diferencial, pero existen también muchos hechos no diferenciales.

Toda la cuestión estriba en no dejarse obnubilar por una de las dos caras de la realidad hasta el punto de no ver la otra.

 

(13-X-2000)

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¿«ETA no, vascos sí?»

«Por su interés», como suelen decir los periódicos, reproduzco a continuación en su integridad un mensaje que circuló profusamente anteayer por las redes de correo electrónico de toda España.

Decía así:

«Después de hechos, como el asesinato de ayer en Granada, debemos plantearnos todos determinados actos cotidianos, como es simplemente comprar productos de empresas que amparan a los terroristas.

BOICOT
            Dentro del entramado industrial y económico vasco hay empresas que simpatizan e incluso amparan al grupo terrorista ETA. De entre todas ellas la mas grande y quizá más familiar a todos sea la cooperativa MONDRAGÓN CORPORACIÓN, cooperativa localizada geográficamente en localidades con fuerte implantación del grupo político-terrorista EH-HB.

Dentro de esta corporación hay marcas tan familiares a todos como los SUPERMERCADOS EROSKI o CONSUM, o marcas de ELECTRODOMÉSTICOS como FAGOR o EDESA. Estas son sólo las más familiares pero son muchas más que incluso diariamente las estás utilizando.

Cada vez que compras en EROSKI y su filial CONSUM o compras un electrodoméstico de FAGOR O EDESA, estás ayudando y financiando a una empresa cuya mayoría de trabajadores son votantes de EH, sus ayuntamientos amparan y protegen a los terroristas y haces que prosperen unas áreas geográficas de fuerte implantación etarra. 

En el tema del terrorismo no sirve de nada lamentar los continuos atentados pensando que tú no puedes hacer nada. Tu simple postura en contra de estas empresas y otras similares pueden tener efecto.

RECUÉRDALO BIEN.»

No sé si valdrá la pena refutar tal sarta de patrañas. Ni el grupo cooperativo de Mondragón simpatiza con ETA, ni le presta apoyo, ni la mayoría de sus trabajadores son votantes de EH (digo, por mera extrapolación estadística, porque lo que votan o dejan de votar es imposible saberlo en concreto, dado que en Mondragón el voto es secreto, como en todas partes), ni los ayuntamientos de la zona amparan y protegen a los terroristas (ya se habría encargado Iturgaiz de denunciarlos, y Garzón de procesarlos), ni ésa es una zona de fuerte implantación etarra (entre otras cosas, porque ninguna lo es)...

Este mensaje es una muestra de algo que sucede, pero nadie reconoce: se está extendiendo por toda España un fuerte sentimiento anti-vasco. Pueden gritar todo lo que quieran en las manifestaciones «¡ETA no, vascos sí!». En la práctica, lo que muchos piensan –o sienten– está mucho más cerca de lo que se coreó hace pocos meses en una manifestación en Sevilla: «¡ETA no, vascos tampoco!». Hay una creciente hostilidad hacia lo vasco:  hacia el euskara, hacia los equipos deportivos vascos (el otro día, muchos seguidores del Espanyol corearon «¡terroristas!» a los jugadores de la Real Sociedad), hacia las empresas vascas... Poco después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, un joven amigo que llevaba puesta una camiseta con un lema en euskara referente a la presa de Itoiz tuvo que bajarse del metro de Madrid porque varios viajeros comenzaron a increparle. Por aquella misma época, vi a una señora que rechazó airada en una tienda la margarina que le ofrecían porque vio que era de la marca Artua: «¡De ésos yo no quiero nada!», bramó. Y se llevó otra, de elaboración francesa. «¡Ésos sí que son buenos españoles!», le dije, de coña. Y me miró desconcertada.

¿Y ETA? Encantada, por supuesto. Nada mejor para sus intereses que esa hostilidad global hacia lo vasco. Le hace sentirse menos sola.

 

 (12-X-2000)

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La novela de Ana Rosa

Parece que todo el mundo lo sabía, pero yo acabo de enterarme. (Vivo en el limbo).

Resulta que Planeta ha sacado una novela de Ana Rosa Quintana, presentadora de televisión. La novela de Ana Rosa –que es una novela rosa, lógicamente– se estaba vendiendo, por lo visto, como churros. Iba ya por los 100.000 ejemplares cuando he aquí que se descubre el pastel: la obra tiene un extraño parecido con otra, escrita y publicada ya hace algún tiempo al otro lado del Atlántico por una escritora norteamericana, que hace de Corín Tellado en versión gringa. El parecido entre una y otra novela alcanza en ocasiones la perfecta identidad: hay páginas y más páginas que son iguales. Bueno, iguales del todo, no: cambian los nombres propios, más que nada porque quedaría raro que en Madrid todo el mundo tuviera nombres en inglés.

La improvisada telenovelista ha dado unas confusas explicaciones acerca de amigos que le han ayudado pasándole documentación (¡documentación para una novela rosa!) y de ficheros de ordenador que tal vez han sido copiados por error. Trata de que alguien se crea que escribió una novela, pero no se tomó la molestia de repasar el manuscrito, ni siquiera por encima, antes de mandarlo a la imprenta. En fin.

La historia no pasaría del terreno de lo chusco y más o menos anecdótico si no fuera porque da cuenta del grado de degeneración al que han llegado bastantes de las más importantes editoriales de este país. Aquí no queda ya prácticamente famoso, famosillo o famosete de la televisión que no tenga su novela, su libro de memorias o sus reflexiones filosófico-pedorras expuestas en los lugares de honor de las librerías. En cuanto la jeta de un jeta se hace popular, allá va la editorial de turno a ofrecerle el oro y el moro para que saque un libro. Y si el menda o la menda no sabe escribir y/o no tiene nada que contar, tanto da: le invitan a que se busque un negro que se invente lo que sea y se lo escriba. Y, si no se le ocurre ninguno, la propia editorial se lo pone. La cosa es que su cara y su firma figuren en la portada del libro. Lo de dentro es lo de menos.

Tan ocupadas están las grandes editoriales en forrarse de millones por este sistema que no tienen tiempo para ocuparse de la literatura de verdad. Las hay que están consiguiendo que verdaderos clásicos de la literatura del siglo XX, cuyos derechos de edición tienen comprados, se vuelvan inencontrables: los descatalogan, sin más. Se han entregado en cuerpo y alma a la edición de libros kleenex, de usar y tirar, y tratan con ese mismo rasero todas las obras: las dejan tres meses en las librerías, y a continuación las retiran, con independencia de su contenido.

Es una vergüenza. Pero no desentona nada: todo es una vergüenza.

 

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Bono reivindica la picota

La última de José Bono: propone que los medios de comunicación difundan listas con los nombres y apellidos de los hombres condenados por maltratar a sus mujeres. «Para su vergüenza y escarnio», explica. En su incontenible afán de modernidad, el presidente de Castilla-La Mancha quiere recuperar la práctica medieval que llevaba a atar a los reos a un pilón para obligarles a exhibir su deshonor en público.

Dice que hará eso en su comunidad autónoma «con la venia de la Constitución». Aunque nunca descollara en la abogacía, Bono es licenciado en Derecho: sabe perfectamente que lo que propone es anticonstitucional por los cuatro costados. Entre otras muchas –muchísimas– cosas, porque la finalidad constitucional de la pena es la reinserción social del condenado, no su hundimiento.

Si a Bono le repugnan tanto los malos tratos a las mujeres, podría empezar por algo formalmente menos ambicioso, pero más eficaz: proponer al PSOE que expulse de sus filas a todo militante que sea condenado por violencia de género. De imponerse tal norma, los socialistas tendrían que prescindir ipso ipso de los servicios de uno de los miembros de la Ejecutiva socialista guipuzcoana, que está condenado en firme por haber pegado a su mujer, y ahí sigue el hombre, tan campante, sin que Bono haya levantado jamás la voz contra él.

 

 

 (11-X-2000)

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La ruleta rusa del PP

Aunque quienes lo decimos abiertamente nos contemos con los dedos de una mano –la izquierda, en concreto–, es comentario general en los mentideros de la Villa y Corte que la última operación judicial de Mayor Oreja –perdón, quería decir la última operación policial de Garzón– es un disparate de tomo y lomo. A los detenidos se les acusa de haber montado «una trama de desobediencia civil». A la luz del Código Penal, tanto da que hubieran montado una trama de adoradores de El Bosco: no existe el delito de desobediencia civil. Para estas alturas, se sabe incluso que el famoso documento en el que supuestamente ETA había plasmado el plan de la susodicha trama no es obra de ETA, sino de un caballero que ha reconocido su autoría sin ningún problema. Lo que ocurrió, sencillamente, es que un dirigente de ETA tenía una copia de ese documento. Como podía tener un ejemplar de Le Monde, o la ya famosa novela de Ana Rosa Quintana (o de quien sea).

Mayor Oreja, que en privado –pero tampoco mucho– habla de Garzón como de cualquier otro de los instrumentos de su muy  peculiar política vasca, y que como tal lo ha condecorado con una cruz pensionada, se ha metido por una vía enloquecida de hostigamiento general hacia todo lo que huela a nacionalista.

Al margen de la calificación moral que pueda merecer semejante política, parece necesario preguntarse también por su utilidad. No me refiero a su utilidad social, sino a su utilidad para él.

Es realmente muy dudosa.

Esa política de elefante en cacharrería sólo le puede reportar beneficio en una eventualidad, a saber: que en las próximas elecciones vascas el PP, el PSE-PSOE y Unidad Alavesa obtuvieran conjuntamente al menos 38 escaños –siete más de los que tienen ahora–, de modo que pudieran formar Gobierno.

Lo cual es extremadamente improbable, porque el electorado vasco está muy solidificado en dos bloques: el españolista y el nacionalista. La mayor parte de los trasvases de votos que se producen en Euskadi –que tampoco suelen ser gran cosa– se mueve dentro de esos campos. El PP puede quitarle votos a UA o al PSOE, y el PNV arañarle electores a EA o a EH, pero eso no altera la asignación final de votos a uno y otro bloque. Ningún dato de la realidad permite augurar que se vaya a producir un éxodo masivo de votos del PNV al PP, que es lo que Mayor necesitaría... y a lo que apunta su política de acoso sistemático a Arzalluz e Ibarretxe. Los más recientes sondeos sobre intención de voto pronostican una repetición, a pocos escaños de diferencia, del resultado de las anteriores elecciones. «Es que los sondeos de opinión que se hacen en Euskadi no son fiables», replica el ministro pre-candidato. Y a continuación añade que el PP cuenta con otros sondeos que indican lo contrario. Por lo visto, ésos sí son fiables.

Pongamos que el bloque españolista aumenta su representación parlamentaria, pero que no llega a conseguir los 38 escaños necesarios para formar Gobierno. El fracaso de la estrategia de Mayor sería de los que hacen época, hasta el punto de que al ahora ministro del Interior no le quedaría más remedio que irse a su casa.

Pero lo de menos, a esos efectos, sería el batacazo personal de Mayor. Lo de más, el absoluto desaire en el que quedaría el propio Aznar y el conjunto del PP. De la noche a la mañana, se quedarían sin política vasca. ¿Qué podrían hacer? ¿Empezar a reclamar nuevas elecciones? ¿Seguir durante cuatro años boicoteando los trabajos del Parlamento de Vitoria y negándose a hablar con el nuevo lehendakari? Resultaría grotesco. Pero tampoco quedarían muy bien cambiando de política: equivaldría a reconocer que se han pasado dos años dando palos de ciego.

Tengo la sensación de que el PP está jugando en Euskadi a la ruleta rusa, pero no con una bala en el tambor del revólver, sino con cinco.

 

 (10-X-2000)

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O esto o lo otro

Entre los múltiples desastres sociales que está causando el gobierno del PP, uno –y no el menor– es la popularización del reduccionismo como sistema universal de reflexión política. Todo es o esto o  lo otro. O así o asao. O blanco o negro. Y, claro está: o conmigo o contra mí.

El silogismo reduccionista por antonomasia funciona así:

Primera premisa: A o es B o es C.

Segunda premisa: A no es B.

Conclusión: Luego A es C.

Aplicación práctica favorita:

Primera premisa: O se está con la política antiterrorista del Gobierno o se está con ETA.

Segunda premisa: El PNV no asume la política antiterrorista del Gobierno.

Conclusión: Luego el PNV está con ETA.

Otra variante típica del reduccionismo es la que se basa en la identificación entre lo simultáneo y lo causal. Por ejemplo:

Primera premisa: Durante los últimos años el Gobierno ha aplicado una política económica ultraliberal.

Segunda premisa: Durante los últimos años ha habido prosperidad económica.

Conclusión: La prosperidad económica es fruto de la política económica ultraliberal del Gobierno.

Tanto da que observes que en Francia también ha habido prosperidad, pese a aplicar una política diferente (todo lo diferente que cabe dentro de los parámetros de la UE). Ellos vuelven una y otra vez sobre su pretendido razonamiento, e incluso lo llevan más lejos: si te opones a la política económica ultraliberal del Gobierno, es que estás en contra de la prosperidad.

 Ayer me topé con un ejemplo viviente de los estragos que está causando el reduccionismo aznarista incluso entre quienes creen estar muy lejos de los postulados ideológicos del PP. Yo había criticado la política que está siguiendo Aznar con el nacionalismo y una amiga me objetó: «Eso que dices tú es lo mismo que está diciendo ahora Felipe González. ¿No te da vergüenza coincidir con él?».

O sea, que si Felipe González mira el reloj y dice que son las 4 y cuarto, yo tengo que decir que son las 6 y media, so pena de convertirme en un felipista de tomo y lomo. Y si él asegura que está en contra de la pobreza en el mundo, yo he de decir que estoy a favor.

Es la misma grosería mental que emplea el Gobierno con los partidarios del derecho de autodeterminación en Euskadi: «¡Coincidís con ETA!», les espeta. Sí, exactamente: coinciden. Como yo he coincidido con Aznar en varios actos públicos. Pero pasar por el mismo punto no es marchar en común. Ni mucho menos.

 

 (9-X-2000)

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