Archivo del Diario de un resentido social

Semana del 28 de agosto al 3 de septiembre de 2000

 

 Dos mitades

[Nota previa: Utilizo el término abertzale como sinónimo de “nacionalista vasco” (de aberria, “patria”, y zale, “partidario”). No como equivalente de “nacionalista radical”, según parece ser la moda de la prensa española actual. Prefiero no hablar de “nacionalistas”, porque resulta engañoso. Casi todo el mundo en Euskadi es nacionalista: unos, nacionalistas vascos; otros, nacionalistas españoles. Aclarado lo cual, al grano].

 

Comentaba en el apunte de ayer la división entre abertzales y no abertzales en Euskadi.

En realidad, esa división no tiene por qué ser trágica. Yo no soy abertzale, pero he convivido siempre en buena armonía con los abertzales sensatos. Mucho mejor que con los españolistas plastas. Los plastas de ambos bandos son inaguantables. La inmensa mayoría de la población vasca, abertzale o no, es sensata, y no tiene el menor deseo de liarse a mamporros con quien piensa diferente.

Hace unos días, mi hija Ane –que ya no es ninguna niña: tiene 31 años– me decía: “Yo no sé si soy nacionalista o no. Es una división que me deja fría. Más importante me parece tomar partido ante los de Neguri”. (Por si alguien no lo sabe: Neguri es una zona residencial próxima de Bilbao en la que habita buena parte de la oligarquía vasca).

Es una reflexión atinada, cercana del sentimiento que expresó Lenin a comienzos de siglo en Londres cuando vio la diferencia abismal que separaba a los habitantes de las dos orillas del Támesis: de un lado, la opulencia; del otro, la pobreza. “Two nations!”,  exclamó. En efecto, lo esencial es saber si uno está con la “nación” de la gente que no trata de vivir a costa de los demás o con la “nación” de la gente que vive a costa de los demás. Con los explotados o con los explotadores.

En todo caso, hay gente en Euskadi que se considera abertzale y gente que no, y quien desee gobernar el territorio vasco no puede dejar de tenerlo en cuenta: ha de hacerlo para ambas mitades.

No creo que HB y el PP sean las dos caras de la misma moneda –y no lo creo por muchos conceptos–, pero en un aspecto sí lo son: HB, diga lo que diga, sólo tiene en cuenta a una mitad, y el  PP, diga lo que diga, sólo tiene en cuenta a la otra mitad.

El pasado diciembre, cuando ETA ya había anunciado la ruptura de la tregua pero aún no había empezado su festival de plomo y metralla, recibí una llamada telefónica del lehendakari Ibarretxe. Quería contarme cómo veía la situación. Acudí a Ajuria Enea. Oí sus explicaciones. Ibarretxe es nacionalista, de eso no cabe duda. Pero Ibarretxe es demócrata. Y consciente de que gobierna sobre dos mitades, a las que no quiere enfrentar. ¿Qué no todo el mundo en el PNV es como él? Tal vez. Pero el lehendakari es él.

Si Mayor Oreja llegara a ser lehendakari al frente de una coalición españolista, tendríamos el Gobierno de una mitad contra la otra.

Nada es absolutamente inimpeorable, pero eso estaría bastante cerca del absoluto.

 

(3-IX-2000)

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Aznar y los despropósitos

En su larguísima y plomiza comparecencia de ayer ante los medios de comunicación –porque ahora los políticos españoles ya no se presentan, ni acuden, ni hablan: sólo comparecen–, el presidente del Gobierno afirmó que la última ofensiva brutal de ETA se ha apoyado en los “continuos despropósitos” cometidos por los nacionalistas vascos. Por el PNV y EA. (No citó a IU-EB, ni a Zutik!, ni a Batzarre, ni a Elkarri, ni a tantos otros que suscribieron la declaración de Lizarra, porque en ese caso no habría podido hablar de “los nacionalistas”, lo que le habría fastidiado un aspecto clave de su discurso, y tampoco iba a permitir que la realidad le estropeara el mitin).

Aznar se equivoca. O, alternativamente, miente. Cualquier analista medianamente informado sabe que no son las concesiones del PNV y EA las que han provocado la ofensiva mortal de ETA, sino la frustración que ha sentido el núcleo duro del MLNV ante el panorama nacido de Lizarra y ante lo que ha considerado “insuficiente compromiso del PNV en la construcción nacional”. El sector más decididamente intransigente y cavernícola del abertzalismo ha conseguido imponer sus tesis apoyándose igualmente en el argumento de que el Gobierno de Aznar se estaba aprovechando de la tregua para no hacer nada de nada.

El PNV –más que el Gobierno vasco, es decir: Arzalluz más que Ibarretxe– ha incurrido en un buen puñado de despropósitos durante los últimos meses. En particular, ha perdido de vista en más de una ocasión que la Comunidad Autónoma Vasca alberga una colectividad humana que es, mitad y mitad, nacionalista y no nacionalista, y que las soluciones de convivencia que cabe patrocinar deben ser igualmente confortables para las gentes razonables de ambas mitades. Esto, si hablamos de la CAV, porque si abarcamos el territorio de Navarra y los del País Vasco bajo soberanía francesa, entonces ya no estamos ante dos mitades iguales, sino ante una mayoría no nacionalista, lo que obliga a bajar todavía más los humos en materia de “construcción nacional”.

Pero Aznar debería ser mucho más cauto al hablar de despropósitos. Porque los suyos han sido más, y mayores. Señalaré dos, enormes, que han tenido una considerable trascendencia. Uno: incurrió en un gravísimo error –y en un desprecio por la democracia, ya de paso– al desoír el acuerdo parlamentario que instó a la agrupación de los presos. Regaló con ello un arma de agitación poderosísima al sector más burreras del MLNV: téngase en cuenta que, a razón de diez familiares por preso, en Euskadi hay no menos de 5.000 personas que montaron en cólera ante la actitud intransigente del Gobierno central en este terreno. Y dos: volvió a hacerla buena al permitir que Mayor Oreja  hostigara a las dos partes comprometidas en la negociación ETA-Gobierno. El ministro del Interior, por razones personalísimas, se dedicó a chinchar a los negociadores nombrados por Aznar, a hacer la vida imposible a los intermediarios (pregúntese al obispo Uriarte) y a tratar de cazar a los miembros de ETA que acudían a negociar –con éxito, además, en un caso–, lo que cabe fácilmente imaginar los efectos que tuvo.

Personalmente, no atribuyo una importancia decisiva en la penosa situación actual ni a los despropósitos del PNV ni a los del Gobierno de Aznar. Creo que el problema principal, con mucho, estriba en que ETA está en manos de unos personajes que tienen una concepción metafísica del pueblo vasco y que se niegan a aceptar que carecen de la menor posibilidad de imponerla y convertirla en realidad. Pero, establecido eso, haría mejor Aznar en no denostar los despropósitos ajenos. Con los suyos ya hay bastante.

 

(2-IX-2000)

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“El texto y el contexto”: balance de una columna

Hace años que no recibía tal cúmulo de correspondencia en relación a una columna (El texto y el contexto, “El Mundo”, 30-VIII-2000). Y, desde luego, nunca me había encontrado con una división más tajante en la opiniones de lectores y lectoras.

Clasifico las respuestas en tres grupos: de un lado, quienes me han dicho que “estupendo”, que “ya era hora de que alguien lo dijera”, etc.; de otro, quienes me muestran su perplejidad (profesores y profesoras que, honestamente, me dicen que no saben de qué carajo iba la columna); y, de un tercero, quienes me ponen de vuelta y media, dicen que me he inventado el asunto y que soy un imbécil total.

Vayamos por partes.

1) El asunto no me lo he inventado. Mi fuente de información –un alto directivo de una prestigiosa editorial– me merece crédito total, y las respuestas del primer grupo confirman lo que me contó. Pero es evidente que no acerté a describir bien el fenómeno. Me referí a prebendas de alto copete –que si viajes de lujo, que si pagos en metálico– y la cosa, según he podido comprobar al profundizar en el asunto, no funciona siempre así, ni mucho menos. Según la importancia del encargo que pueda hacer el profesor, jefe de departamento o director concernido –es decir, según el monto de la factura–, las grandes editoriales hacen unas ofertas u otras. Si la factura es de tres el cuarto, lo que ofrecen es una agenda de piel, o una cartera, o algo de ese fuste. Si es mayor, la “compensación” es también más alta: que si un televisor “para el centro”, que si tal lote de libros para la biblioteca, que si un laboratorio para prácticas... Finalmente, cuando lo que está en juego es un porrón de millones, entonces el cebo crece en consonancia: viajes de lujo, dinero...

Lo que importa en el asunto no es tanto el huevo como el fuero, es decir, que esa gente elige un libro de texto u otro no en función de la calidad del libro propiamente dicho, sino de lo que sacan por tomar una elección u otra. Y eso es corrupción. Eso es olvido del criterio estrictamente profesional que deberían aplicar. Más cutre en unos casos, más importante en otros.

¿Que no todos los profesores funcionan así? ¡Desde luego! Pero el fenómeno no tiene nada de anecdótico, y las grandes editoriales lo saben muy bien. Por eso hacen lo que hacen (las que lo hacen) o lo sufren (las que no lo hacen).

2) Ha habido quien ha creído ver en mi columna un desprecio hacia la profesión docente. Sería incapaz de tal cosa, así fuera sólo porque mi madre, a la que adoro, fue maestra, y como maestra me enseñó ella misma a leer y escribir cuando el que suscribe no levantaba dos palmos del suelo. Leer y escribir son las dos actividades que más placer me han dado en esta vida, si descartamos las confesiones impúdicas. Mi mujer es también maestra, y me consta que abofetearía muy a gusto a quien le propusiera una corruptela de ese género.

3) También ha atribuido alguno mi denuncia a algún género de aristocraticismo profesional. ¡Qué gran error! Si considero que hay una profesión que está corrompida hasta los tuétanos, ésa es la mía. Regalos en especie, comidas fastuosas, pagos por servicios no prestados, gabinetes de imagen que no actúan a la luz pública, viajes gratis –cruceros incluidos–, dinero contante y sonante...  Precisamente es el conocimiento de lo que ocurre en el mundo del periodismo el que me ha hecho llegar a la conclusión, tristísima, de que, como habría dicho el Dr. Lawrence J. Peter, “si algo es corrompible, se corrompe”. Y la venta de libros de texto es corrompible.

Espero haberme explicado esta vez debidamente. Si no, aquí me tenéis para seguir dando cuantas explicaciones sean precisas.

Pero, por favor, no seáis corporativistas: creedme si os digo que ninguna corporación lo merece.

 

(1-IX-2000)

 

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Francia y España

En Francia, los pescadores, los transportistas, los agricultores y los taxistas tienen un rebote de mucho cuidado con el aumento del precio del gasóleo. En España también.

En Francia, los pescadores, transportistas, agricultores y taxistas han montado un bochinche de aquí te espero. Y nunca mejor dicho, porque el bloqueo de puertos y carreteras ha provocado colapsos circulatorios enormes. El follón ha sido de tal calibre que el Gobierno de Jospin ha decidido poner en marcha de inmediato un plan de reducción de los impuestos que gravan los gasóleos. Lo va a anunciar hoy mismo, antes de que los taxistas, que se disponían a bloquear la circulación en París, pongan manos a la obra.

En España no han hecho nada.

Bueno, sí: han hecho muchas declaraciones.

En España siempre se hacen muchas declaraciones. De todo tipo. Sobre cualquier cosa. Todos los dirigentes se pasan el día haciendo declaraciones. Su instrumento principal de trabajo es el micrófono.

Ahora bien: actuar, lo que se dice actuar, no actúan jamás. Amenazan mucho, pero no pegan casi nunca. Y cuando pegan, sus golpes, más que una represalia, parecen una broma.

En consecuencia, en España el Gobierno no ha anunciado la puesta en marcha de ningún plan de reducción de los gravosísimos impuestos sobre el gasóleo.

¿Veis esa diferencia entre Francia y España? Pues, como ésa, igual en casi todo lo demás.

Y es que en Francia hay una tradición, que arranca de 1789, que enseña que los derechos hay que conquistarlos. Y en España hay otra tradición, que arranca de la Transición, que enseña que los derechos son un gracioso regalo del Poder.

 

(31-VIII-2000)

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Tengo miedo

El día en que ETA mató a José Luis López de Lacalle estaba yo en San Sebastián. Recibí la llamada de un amigo muy vinculado política y laboralmente a HB.

–Que se han cargado a uno de los vuestros –me dijo.

–¿Qué?

–López de Lacalle.

¡Cuscús! –así lo llamábamos en la época en que estaba en el PCE, en la misma célula que mi hermano Bobi.

Lopoisson de la Rue –ratificó. (Era otro de los nombres que le dábamos, traduciendo horriblemente al francés su apellido).

– ¡Qué barbaridad!

Quedé con él. Estaba hecho polvo.

–Y tú, ¿no tienes miedo? –me preguntó al cabo de un rato.

–¿Yo? ¿Y por qué iba a tener miedo yo?

La verdad es que me había dejado de piedra.

–Yo sí tengo miedo –dijo.

Y se explicó:

–Cuando el intento de atentado contra Carlos Herrera, yo hice en voz alta, delante de ellos, un comentario crítico. Al día siguiente, me encontré encima de mi mesa un anónimo con amenazas.

–¡Qué bobada! –le respondí, dándole a entender que no me tomaba la cosa en serio.

–De eso nada, monada –me dijo, muy serio–. ¿No te das cuenta de que el día menos pensado esa gente puede llegar a la conclusión de que los más peligrosos somos los que los criticamos desde dentro del MLNV? ¡Acuérdate del comunicado en el que se cachondeaban de “los listillos de la izquierda abertzale”! Como se les ponga la cosa entre ceja y ceja, cualquier día le pegan cuatro tiros a alguien como tú, o como yo, o como Anasagasti, o como Arzalluz... Para dejar claro que no soportan a los tibios. Esos tíos son estalinistas. Les da igual todo.

Nos despedimos en silencio.

Pensé durante largo rato lo que me había dicho. Desde ese día, yo también tengo miedo.

 

(30-VIII-2000)

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Chevènement y la periferia

Fue en su día, allá por los 60,  el “joven rebelde” del Partido Socialista Francés.

Pero nunca demasiado rebelde. La prueba es que siguió en el Partido Socialista Francés.

Después de muchas vueltas y de cada vez menos revueltas, ya mayorcito y pasablemente cardíaco, acabó convirtiéndose en ministro del Interior de la República.

Hay una ley universal de la política: sea como sea el individuo al que se le asigna el cargo de ministro del Interior, no pasa mucho tiempo antes de que le coja gusto a la porra. En el país que sea. O se adapta, o se va.

Pero las razones que han llevado a Jean-Pierre Chevènement a dimitir de su cargo de guardia mayor de la porra no tienen nada que ver con ninguna alergia a la función represiva de su cartera ministerial. Antes al contrario. Si se ha cabreado, es porque Lionel Jospin quiere resolver el conflicto de Córcega por la vía de la negociación, concediendo a la isla un Estatuto de Autonomía de chichimoco, en vez de liarse a mamporros.

A Chèvenement, como a casi todos los miembros de la clase dirigente francesa –sean de derechas, de derechas o de derechas, que así es de variado el actual proscenio político del país vecino–, los proyectos autonomistas le producen unas irrefrenables ganas de sacar la pistola. De todas las viejas tradiciones republicanas, ésa es la única que conservan y cultivan: el furor centralista jacobino.

El otro día, un capullo de éstos –ya no recuerdo quién: cualquiera– dijo que si Francia creara un departamento administrativo vasco –¡un simple departamento administrativo!– “alentaría el separatismo de ETA”. No pretendía ser una crítica feroz al Estado de las Autonomías de este lado del Pirineo, pero lo fue.

Si Jospin concediera a Córcega un Estatuto de Autonomía como el  de La Rioja, estos cenutrios crean un Comité de Salvación de la Patria y se levantan en armas.

Siempre han considerado que Francia no es más que la periferia de París. Una periferia enorme –tanto que llega hasta la Martinica–, pero mera periferia, al fin y al cabo.

 

Otrosí digo

Se ve que hoy , primer día de mi año semisabático, me he levantado sentencioso. Según estaba calentando unas alubias blancas de mi propia receta, dispuesto a tomármelas para comer acompañándolas con unas buenas guindillas de Ibarra –típica receta veraniega–, se me ha ocurrido esta idea: “Lo peor que tiene la memoria es que no te deja olvidar”.

¿A cuento de qué se me ha ocurrido eso? Pues la verdad es que no me acuerdo.

 

(29-VIII-2000)

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El sofisma de Garmendia

Plantea don Antonio Garmendia a la audiencia de Las mañanas de Radio 1, de Radio Nacional, una pregunta: “Qué sucedería si una fuerza irrefrenable se topara con un obstáculo infranqueable?”.

El presunto enigma no es de don Antonio. Hace muchos años que lo planteó Isaac Asimov. Me parece recordar que fue en su obra 100 preguntas sobre la Ciencia.

Deja don Antonio que el personal se devane los sesos y, al final, sentencia: “Pues sucedería una cosa... inimaginable”.

Garmendia es hombre por lo común ingenioso –a veces incluso muy ingenioso–, pero en esta ocasión no ha estado demasiado lúcido.

La respuesta correcta no es la suya. Se puede decir incluso que él se ha ido a las antípodas de la correcta.

Lo que hay que responder a esa pregunta es que plantea un problema que sólo existe en la cabeza de quien lo piensa.

Las dos ideas clave que incluye (“algo irrefrenable” y “algo infranqueable”) son ajenas a la Naturaleza. En la Naturaleza no existe ningún absoluto. Los absolutos son tan sólo herramientas del pensamiento humano. Meras abstracciones. Y las abstracciones pueden ser útiles –suelen serlo– para cavilar, pero no reflejan ninguna realidad concreta y específica exterior a los cerebros humanos. En la realidad objetiva no hay nada que sea ni irrefrenable ni infranqueable.

En consecuencia, no hay problema. Es sólo un sofisma.

Por eso decía que la respuesta correcta está en las antípodas de la proporcionada por don Antonio Garmendia: lo que ocurriría en el caso de producirse un choque de ese género es imaginable –en la medida en está situado en el terreno de la imaginación–, pero no posible.

Pasa lo contrario que con este otro sofisma de mi invención: por contradictorio que parezca, es perfectamente posible perder un imperdible.

 

Nixon

Tomado de la prensa de hoy: “Nixon pegaba a su mujer”.

¿También?

 

(28-VIII-2000)

 

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