[Del 9 al 15 de diciembre de 2005]

 

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 Ni lo sé ni me importa

(Jueves 15 de diciembre de 2005)

No sé si Stanley Tookie Williams, ejecutado el martes en la prisión de San Quintín (EEUU), era culpable o no de los asesinatos por los que fue condenado a la pena de muerte.

La editora de sus libros afirmó tras la ejecución: «El estado de California acaba de asesinar a un inocente».

¿Fue justa en su particular y tajante veredicto? No lo sé. Ni me importa.

Stanley Williams negó siempre haber cometido los asesinatos que se le imputaron. Es cierto que su caso pasó por muy diversas instancias judiciales antes de que se le confirmara la pena capital, pero la experiencia ha demostrado que en los EEUU no es nada infrecuente que se condene a muerte y se ejecute a personas que finalmente se descubre que eran inocentes.

¿Y si Stanley Williams fuera uno de ellos? ¿Y si no hubiera matado a nadie? Ni lo sé ni me importa.

Los hechos delictivos que atribuyeron a Williams sucedieron hace muchos años. Todo el mundo más o menos sensato conviene en que, al margen de que participara o no en ellos, el hombre que era ahora se había distanciado de modo tajante, abismal, del broncas pandillero que fue en su juventud.

¿Se había convertido realmente en otra persona? Ni lo sé ni me importa.

Desde que se convirtió en inquilino forzoso de las penitenciarías de California, Stanley Williams demostró una persistente inclinación literaria, que volcó en un puñado de libros dedicados a inculcar toda suerte de buenos sentimientos en la infancia. Tan apreciadas fueron sus obras por algunos –no sé si con razón: no he leído ninguna– que incluso fue propuesto seis veces para el premio Nobel de Literatura.

¿Es un mal doblemente imperdonable ejecutar por doble inyección letal a un reputado literato? Ni lo sé ni me importa.

También han presentado varias veces la candidatura de Tookie Williams para el Nobel de la Paz, aunque yo ignore por qué (y aunque eso no diga demasiado a su favor, habida cuenta de la compañía en la que se hubiera encontrado, de haber recibido el galardón).

En todo caso, y para variar, ni lo sé ni me importa.

A las puertas de la prisión de San Quintín se concentraron en la noche del  pasado martes muchas celebridades, desde Sean Penn hasta Joan Baez, que pidieron inútilmente clemencia a esa otra celebridad que atiende por Arnold Schwarzenegger. ¿Fue una vergüenza que su clamor no fuera atendido? No lo sé. Y no me importa.

Miento: claro que me importa. Todo me importa. Lo que me da igual es que en este caso se reunieran estas o aquellas circunstancias excepcionales.

Aunque Williams hubiera sido un asesino convicto y confeso, que se declarara feliz por sus muchos crímenes, que escribiera panfletos contra la infancia y dijera odiar la paz, me parecería abominable su ejecución. Igual de abominable.

Porque la pena de muerte no está mal cuando es injusta. Está mal siempre.

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 Hay gente para todo

(Miércoles 14 de diciembre de 2005)

Me dicen que la revista Qué leer sitúa el Así fue, de Xabier Arzalluz, editado por este servidor de ustedes, en el sexto puesto de los libros de no ficción más vendidos en el conjunto de España.

Me aseguran que es una publicación de prestigio en el gremio librero. Yo no la conocía, pero eso no quiere decir nada. Lo único que puedo asegurar es que no les he hecho ningún regalo navideño para que se me porten.

Me comentan también que alguien ha escrito en Deia un artículo en el que asegura que algunas de las cosas que dice Arzalluz en el libro con referencia a la época de sus inicios como militante del PNV no se ajustan a los hechos. Que es injusto con la situación en la que se encontraba ese partido a finales de los años sesenta. 

Lo que más me ha llamado la atención es que, por lo que me cuentan, el articulista de Deia se refiere a Arzalluz en un tono marcadamente despectivo. Resulta tirando a chocante, dado que Deia es un periódico del PNV. No sé quién es el autor de la crítica ni qué razones pueden asistirle para estar de uñas con el ex presidente de su partido, pero eso es secundario, porque la decisión de publicar tales denuestos no ha sido suya, sino de la dirección de Deia. Lógicamente. Imagino que serán cosas de ésas que, para entenderlas, hay que conocer los intríngulis del PNV en su momento actual.

No es mi caso, pero tampoco me extraño demasiado. Ya sé que a veces los sucesores son así. Hace años, la dirección de IU patrocinó un vídeo sobre la historia de la coalición en el que ni siquiera aparecía Julio Anguita. ¡Hace falta valor! Después de eso, me creo cualquier cosa.

Me cotillean igualmente que el articulista se refiere a mí como «antiguo miembro del Movimiento Comunista de España». (*)

También eso tiene su punto de gracia.

Lo que me atribuye no es falso, pero tampoco casual. No ha escrito: «Javier Ortiz, periodista donostiarra», ni «Javier Ortiz, de 57 años», ni «Javier Ortiz, individuo bajito, casi calvo y con tripa» (lo cual sería una maldad), ni «Javier Ortiz, que fue subdirector del periódico El Mundo» (que sería otra). Ni siquiera ha escrito: «Javier Ortiz, hasta 1983 director del periódico del Movimiento Comunista». No. Lo que ha destacado, porque es lo que su ingenio le ha indicado que tenía más chispa destacar, es que milité en el Movimiento Comunista, que, efectivamente, aunque no por mucho tiempo, llevó adherido en su nombre ese «de España» que él recoge con obvia delectación.

Se ve que el articulista encuentra no sé qué de raro, o de malo, o de exótico —prefiero no indagar en su subconsciente—, en el hecho de que un periodista que fue miembro de una familia política comunista, coherente y radicalmente antifascista, defensora de la libertad de Euskadi, de España y del mundo entero —de todo lo cual se siente hoy en día muy orgulloso, y con razón—, sea ahora el editor de las memorias de Xabier Arzalluz.

¿Y? ¿Qué le llama la atención en tal circunstancia? ¿Por qué cree conveniente apuntarla con el dedo?

Lo ignoro.

Supongo que tiene que haber gente para todo.

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(*) Recordaré al menda en cuestión —si es que la frase que me han copiado de su artículo es literal— lo que señalan casi todos los libros de estilo de los periódicos que se escriben en castellano: que «antiguo» no equivale a «ex». Si afirma que soy «antiguo miembro del MCE» está diciendo que llevo muchísimos años siendo miembro del MCE (cosa imposible, porque el MCE no existe desde hace decenios). No que lo fui en su día.

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 Divagando en la madrugada

(Martes 13 de diciembre de 2005)

Mi hija Ane me ha pedido que le grabe The Last Waltz, la película que hizo Martin Scorsese en 1976 con los conciertos de despedida de The Band. También me pidió que le hiciera una copia de No Direction Home, el largo documental sobre el joven Dylan que ha puesto en el mercado el propio Scorsese en este año que se va. No sé por qué, he tenido dificultades técnicas para duplicar ambos deuvedés. Despertado a mitad de lo que podría haber sido un buen sueño, me he puesto la película en mi estudio esta madrugada, para confirmar que por fin me había quedado bien. (He utilizado auriculares para oírla, claro. De lo contrario, habría tenido una manifestación de vecinos en la puerta de casa.)

Hacía tiempo que no escuchaba con atención aquella fantástica fiesta que montaron los chicos de The Band, el grupo que acompañó a Bob Dylan durante sus años más conflictivos. The Band: Jammie Robbie Robertson, Richard Manuel, Rick Danko, Garth Hudson, Levon Helm. Y quienes se avinieron a estar con ellos en su prematuro adiós a los escenarios: Dylan —cómo no—, Neil Young, Eric Clapton, Muddy Waters, Joni Mitchell, Van Morrison, Emmylou Harris... y tantos otros.

He vuelto a quedarme pasmado con aquel despliegue de talento.

A esas tempranas horas del día —o a esas tardías horas de la noche, para otros—, a uno se le agolpan las ideas más extrañas.

Me he quedado pensando en que Rick Danko y Richard Manuel ya no viven. El primero apareció muerto en extrañas circunstancias. El segundo se disparó un tiro en la boca. No sé por qué. O tal vez sí, pero prefiero no imaginarlo.

He divagado luego pensando en lo impresionante que es la música que acumula el territorio de Norteamérica (en este caso hay que incluir a Canadá). Y en el papanatismo de mucha gente de por aquí, que habla de los Estados Unidos como si por aquellos pagos todo el mundo fuera tonto del culo. En las solas manos de Robbie Robertson había —sigue habiendo— más genio musical que en las de toda la directiva de la SGAE junta. Y hago gracia de Ramoncín y de Teddy Bautista, para no abusar.

Siguiendo ese hilo, he recordado la noche del sábado. Varios amigos y amigas estuvimos quejándonos a la luz de la luna mediterránea del páramo intelectual que ha sido España desde ya hace casi un siglo. ¡Ortega y Gasset, nuestro gran filósofo! ¿Y los teóricos de la izquierda? ¿Cuáles? Qué vergüenza.

¿Y es este país el que se permite mirar por encima del hombro a tantos otros?

Nunca hemos sido gran cosa. Y seguimos en ello.

Llegado a tan filosófico punto, me he quedado mirando distraídamente una mancha que tengo en la uña del pulgar de la mano derecha.

Lleva ahí meses. Creo que fue resultado de un golpe. Antes, ese tipo de manchas se me desplazaban rápidamente hasta el borde de la uña y desaparecían al punto. Ésta se resiste.

Supongo que todo es así en la vida. Las heridas tardan más en desaparecer. Pugnan por quedarse para siempre.

Dice Bob Dylan en el arranque de No Direction Home que gastó buena parte de sus años mozos tratando de saber adónde quería ir; cuál era su verdadero hogar, su destino. Y que, con el paso del tiempo, acabó descubriendo la verdad: que no iba a ninguna parte. Que nadie va a ninguna parte. Que el destino no existe. Que sólo existe el recorrido.

Kavafis llamó a eso Itaca. Era un optimista.

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 Dos crispaciones

(Lunes 12 de diciembre de 2005)

El pulsómetro de la Ser, del que la cadena radiofónica del grupo Prisa se está haciendo amplio eco en el día de hoy, indica que un sector muy amplio de la población ve con desasosiego el grado de crispación que detecta en la vida política española. Según la Ser, la mayoría culpa de ese mal clima sobre todo al PP. No me extraña, porque es verdad que los dirigentes del PP practican con verdadero entusiasmo el oficio de tocapelotas, pero tampoco me extrañaría que el dato esté algo exagerado. Ya se sabe que en esto de los sondeos es de aplicación aquello de que «el ojo del amo engorda el caballo»: sus resultados tienden siempre a complacer a quienes los encargan. De hecho, el PSOE tampoco pierde muchas ocasiones de pagar al PP con la misma moneda, como hemos podido comprobar este mismo fin de semana con el regreso a la superficie del hundido Prestige.

Como he escrito en la columna que hoy me publica El Mundo, buena parte de los escándalos que maneja el partido de Rajoy —¿o habrá que seguir diciendo «de Aznar»?— son insustanciales hasta decir basta. (*)

Algunos comentaristas políticos cercanos al PSOE dicen: «Están haciendo con Rodríguez Zapatero lo mismo que le hicieron a Felipe González». El propio González ha sugerido esa comparación, comentando con ironía: «Sólo dejarán de gritar cuando vuelvan al Gobierno».

Es célebre —bueno, entre algunos— el arranque del primer capítulo de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, espléndido librito que Carlos Marx escribió en 1850. Decía el único marxista al que nadie duda en seguir reconociendo como tal: «Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa». No sé si Felipe González estará tratando de representar los dos papeles a la vez; en todo caso, los aznaristas sí. La escandalera que se montó —que montamos, yo entre otros— contra el intento de régimen que protagonizó Felipe González durante su trecenato tenía muchos y muy sólidos motivos: el terrorismo de Estado, con su secuela de secuestros, torturas y asesinatos; la corrupción económica, política y personal, a los más diversos niveles; el desmantelamiento sistemático de los movimientos sociales; la reacción centralista, de la que fue muy clara expresión la LOAPA; el servilismo pro-Washington, expresado en casi todo, pero muy notablemente en la traición al movimiento anti-OTAN, en la doble traición al pueblo saharaui y en la participación en la primera Guerra del Golfo... Aquella catarata de desvergüenza provocó una movilización importante de la izquierda real. La derecha originaria —no sobrevenida, como la felipista— se dijo que la ocasión la pintan calva, y se apuntó a las denuncias con enorme entusiasmo —aunque muchas de ellas no le cuadraran lo más mínimo, ni política ni éticamente— porque vio que le desbrozaban a gran velocidad el camino hacia el palacio de la Moncloa. 

Es ridículo comparar el intenso asedio contra el felipismo que alcanzó sus más altas cotas en el período 1989-1996 con el absurdo festival verborreico y sin ningún fundamento serio que se han montado los fantoches de opereta que rigen en la derecha española actual. Entonces se habló mucho de «la pinza» que la izquierda con principios y la derecha le montaron a González. Lo cierto es que la «pinza» en cuestión fue el resultado no buscado de la  coincidencia de enemigos entre dos oposiciones de naturaleza muy distinta. ¿Quién podría hablar ahora, en todo caso, de ninguna «pinza»? El PP vive en una soledad política total. Responde que su soledad es magnífica, porque cuenta con el respaldo de la mitad de la población española. Podría discutírselo, pero hoy no tengo tiempo. Sólo le digo que un partido que no tiene ni alianzas ni proyectos de alianza, que se ha granjeado la enemiga de todos los demás partidos, que ha conseguido echar en manos de su oponente incluso a quienes tenía en posición más favorable para el acercamiento, es un partido con un horizonte de gobierno más que problemático.

Y a quienes pretenden que estamos como en 1995 me limitaré a recordarles que, para aquellas fechas, González estaba prácticamente como Rajoy ahora: sin aliados. Tenía muy pocos y le salían carísimos.

La prueba es irrefutable: los resultados de las elecciones de 1996 no hacían imposible un gobierno de coalición con alguien del PSOE en cabeza. Guerra se puso a tratar de negociar esa posibilidad. Se convenció de que no tenía nada que hacer cuando llegó a Cataluña para negociar con Pujol... y el honorable ni siquiera le recibió.

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(*) En algunos casos, no tienen ni una mala brizna de escándalo. Hace unos días oí o leí a no sé qué comentarista del PP que «denunciaba» indignado que en la dirección de Esquerra Republicana de Catalunya hay gente que perteneció a Terra Lliure, como si eso demostrara la intrínseca maldad del partido de Carod. No pretendía que se trate de nadie que preconice en estos momentos la lucha armada: el crimen estaba en el hecho de que lo hizo hace años. «Vaya —me dije a mí mismo—, ¿y por qué no pone a caldo al propio PP, que ha encumbrado a varios ex miembros de ETA, que también en su día preconizaron la lucha armada, o incluso la practicaron?». Recordé que Mario Onaindia, que se paseó por Euskadi pistola en mano durante un buen puñado de años y no desmintió haberla utilizado en alguna ocasión, terminó en la dirección del Partido Socialista de Euskadi y en el Consejo Editorial de El Mundo, y nadie creyó oportuno condenar por ello ni a los socialistas de Redondo Terreros ni al diario madrileño. Entre los «cerebros» de El País también hay, ahora mismo, alguno que supo en su día lo suyo de pistolas. ¿Y qué?

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Los agentes del lobo

(Domingo 11 de diciembre de 2005)

El PP se ha echado las manos a la cabeza porque el proyecto de reforma estatutaria propiciado por el BNG considera la posibilidad de que se incorporen a Galicia municipios limítrofes ahora integrados en otros ámbitos autonómicos, si tal es el deseo de los habitantes de las ciudades o pueblos en cuestión. Según el partido de la derecha, ésa es una muestra más de la degeneración atomizadora de la identidad española que está propiciando el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Sin embargo, un sencillo análisis del texto de varios estatutos de autonomía en vigor  revela que los hay que contienen ya disposiciones análogas, o incluso mucho más aparatosas, que Fraga, Aznar y Rajoy admitieron en su momento sin el menor inconveniente.  

Hace pocos días, un ciudadano bienhumorado se divirtió denunciando en diversos medios, en tanto que inaceptables ambiciones separatistas del nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña, lo que en realidad era trascripción de varios artículos del Estatut vigente, ratificado por las Cortes Españolas en 1979. Logró que picaran en su anzuelo un montón de comentaristas espontáneos, que convinieron en que las pretensiones citadas eran inaceptables, por más que procedan de una Ley Orgánica que cuenta ya con más de un cuarto de siglo de antigüedad.

Se han puesto de moda las escandaleras más bobas. ¿Hablaron los dirigentes del PSE-PSOE con los de HB hace cuatro o cinco años? El PP lo denuncia apoyándose en lo dicho por Otegi, y los socialistas vascos, indignados, niegan haber mantenido «conversaciones políticas» con la izquierda abertzale durante ese periodo. Lo cierto es que esas conversaciones existieron, y fueron políticas —¿qué iban a ser, si no?—, y en ellas estuvo Redondo Terreros, y el PP fue informado de su existencia. Todo el asunto es una simpleza. No tiene nada de criminal hablar con unos, con otros o con quien sea, para saber a qué atenerse y afinar las propias posiciones. Una cosa es hablar y otra, muy distinta, pactar.

Pero los socialistas tampoco tienen derecho a quejarse demasiado. Son los cuervos que ellos mismos criaron los que les están sacando los ojos. Recuerdo la época en que Rodríguez Zapatero, por presumir de ridiculeces, incluso alardeaba de no haber hablado nunca con el presidente del PNV. Como si departir con el máximo dirigente de un partido gobernante en una comunidad autónoma fuera un desdoro. (Eso sin contar con que, además, lo que decía era mentira: sí había hablado.)

Convierten en cuestiones de vida o muerte —de lesa patria: es la moda— asuntos que en realidad carecen de entidad, o que han sido desquiciados, o que se los han sacado de la manga, sin más.

Hay quien recuerda el cuento y se queja de que esta gente dice tantas veces «¡Que viene el lobo!» que cuando realmente venga el lobo nadie les hará caso.

Yo creo que no lo hacen por error. Actúan así a propósito. Centran todo el debate en el tamaño de la cerca, en los balidos de las ovejas y en el color de la lana para distraer la atención del rebaño. Son los agentes del lobo.

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Las piedras de siempre

(Sábado 10 de diciembre de 2005)

Vuelvo con Arnaldo Otegi, de renovada actualidad en estos días por la aparición de un libro de entrevistas en profundidad que le han hecho dos periodistas de Gara. Según las reseñas de la obra que he podido leer —el libro todavía no lo he visto—, el dirigente de HB expresa con especial énfasis su esperanza de que el PNV no incurra esta vez, en el hipotético proceso de paz del que tanto se habla, «en los mismos errores que cometió en Txiberta, en Argel y en Lizarra».

No sé a qué errores del PNV se refiere, en concreto, pero lo que más me inquieta de sus declaraciones es que siga empeñado en buscar pajas en los ojos ajenos y no vea las vigas que le hieren los propios. Confío en que se trate de una mera táctica y que, aunque no hable de ello, sea consciente de la necesidad de que ETA, y con ella los sectores de la izquierda abertzale que le son más fieles, se abstenga de caer en los mismos errores que cometió en Txiberta, en Argel y en Lizarra.

En los tres casos que menciona, la dirección de ETA evaluó rematadamente mal la relación de fuerzas y planteó unas bases de acuerdo imposibles. Tal vez incluso indeseables —ésa sería otra discusión—, pero en todo caso imposibles.

En Txiberta, en plena Transición, cuando se supo que iba a haber elecciones —las que acabarían celebrándose el 15 de junio de 1977—, ETA reclamó que ningún partido nacionalista vasco presentara candidaturas en tanto el Gobierno de Madrid no decretara una amnistía total. La consigna de «amnistía total» era entonces clave, sin duda, pero estaba claro, dicho sea brevemente: a) que el Gobierno de Suárez no iba a conceder la amnistía total antes de las elecciones, porque su debilidad no se lo permitía; b) que las elecciones se iban a realizar de todos modos, con o sin presencia del nacionalismo vasco; c) que bastantes partidos, entre ellos el PSOE y el PCE, iban a acudir a las urnas, también en Euskadi; d) que la oportunidad de participar en las elecciones la compartía una amplia mayoría de la sociedad vasca, y e) que, de preconizar el boicot a las elecciones, de éstas podía derivarse la formación de unas instituciones en las que los partidos nacionalistas tuvieran un peso muy inferior al que les correspondía. (Para no perder de vista cuál era el ambiente político de la época tal vez baste con recordar, a modo de grandes pinceladas, que la UCD de Adolfo Suárez fue mayoritaria en Cataluña, y que en Euskal Herria los partidos «españolistas», comprometidos con la reforma de Suárez, obtuvieron el 50% de los votos, aproximadamente.)

En las conversaciones de Argel —que fueron entre ETA y el Gobierno español, mano a mano—, la organización armada volvió a aquilatar mal sus fuerzas y presentó unas exigencias que el Ejecutivo de González ni quería ni podía asumir, con lo que se desperdició otra ocasión importante.

Si de hacer el inventario completo se tratara, aún podrían recordarse más oportunidades frustradas. Por ejemplo, la que propició Pérez Esquivel, en la que se llegó a un acuerdo de tregua fáctica de varios meses —seis, me parece recordar—, que se suponía había de dar paso a un proceso negociador en un país del norte de Europa. ETA rompió aquella tregua por su cuenta, sin que nunca se hayan aclarado del todo las razones (aunque, estando Belloch de por medio, me puedo creer cualquier cosa).

A lo largo de los últimos 30 años, ETA ha hecho siempre lo mismo. Va retrocediendo en la radicalidad de sus exigencias, pero siempre tarde. Cada vez que los golpes recibidos le inducen a avenirse a lo que el enemigo le proponía unos años antes, el acuerdo ha dejado de ser posible, porque el otro ha llegado a la conclusión de que ya no tiene por qué ceder tanto. ETA actúa como esos malos pujadores que acuden a las subastas y se toman tanto tiempo en evaluar cada oferta que, cada vez que finalmente se deciden a aceptar una, el subastador ya ha subido el precio, con lo que, si finalmente acaban comprando, siempre lo hacen tarde y caro.

Yo no soy quién para dar consejos a nadie pero, puestos a hacer en este capítulo un balance serio de las piedras en las que conviene no volver a tropezar, ésta es la que veo más clara: cuanto antes firme ETA, más logrará. Cuanto más tarde, más tendrá que negociar a la baja. Que ella misma decida lo que prefiere. 

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 Navarra

(Viernes 9 de diciembre de 2005)

Afirma Arnaldo Otegi que «nadie discute hoy en día que Euskal Herria es una nación».

Sostiene Mariano Rajoy que, con la excepción de Rodríguez Zapatero, «nadie tiene dudas sobre qué es España».

Hace unos días escribí por aquí que «nadie discute» que el juego del F. C. Barcelona es de otro mundo, comparativamente hablando, y una amiga me afeó que usara esa expresión, que tantas veces he denostado. Le respondí que en el caso del Barça me parece lícito utilizarla, porque, efectivamente, nadie —que yo sepa ha puesto en duda el carácter cualitativamente superior de lo que sus jugadores suelen hacer en los últimos tiempos sobre la hierba de los estadios.

Lo de Otegi y lo de Rajoy, en cambio, no se sostiene: vaya que sí hay gente que duda de que Euskal Herria sea una nación; vaya que sí hay gente que alberga serias dudas sobre qué es España. Por discutirse, incluso se discute qué es una nación, y hasta los hay que creen —gente de alma poética— que puede haber «una nación de naciones».

Considera Otegi que no es concebible un futuro de Euskal Herria del que esté ausente Navarra. Una vez más, todo depende. Si de futuro político se trata, cabe concebir eso y mucho más (o mucho menos, como se quiera). A cambio, si de lo que estamos hablando es de la comunidad cultural vasca, entonces es otra cosa. En ese caso, como no medie una bomba atómica o algún ángel exterminador semejante, no veo yo cómo podría desprenderse el pueblo navarro de los lazos que le unen a las gentes de los otros territorios de Euskal Herria.

Otegi se basa en una evidencia cultural para formular una especie de dogma político. Y eso no es lícito, intelectualmente hablando. La gente de Navarra no puede decidir a qué ámbito cultural y antropológico pertenece, porque eso le viene dado, pero sí tiene derecho a decidir en qué ámbito político quiere situarse.

Por cierto que resulta risible oír a Miguel Sanz, Mariano Rajoy y tutti cuanti de la derecha afirmar —ayer lo hicieron en tropel— que «Navarra ha de ser lo que los navarros quieran».

En primer término, porque no creo que, en el nada reprochable caso de que a los navarros les apeteciera que Navarra se convirtiera en la primera potencia mundial, eso pudiera llevarse a cabo sin más, por el aquel de no frustrarlos.

En segundo lugar, porque fueron ellos, los jefes de la derecha, los que decidieron en su día que, a diferencia de lo acaecido por otros lares, el régimen autonómico de Navarra no fuera sometido a referéndum.

Y, en fin, porque no acaba de ser del todo lógico que consideren que los navarros tienen derecho a decidir su destino político sin injerencias ajenas y, en cambio, nieguen ese mismo derecho —el de autodeterminación, en suma— a la población de las tres provincias de la Comunidad Autónoma Vasca.

La verdad es que, así que se ponen a hablar, se meten en cada jardín...

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