[Del 15 al 21 de julio de 2005]

 

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Tensar la cuerda

(Jueves 21 de julio de 2005)

Me habían informado de que iba a suceder, pero he preferido esperar a que la noticia fuera oficial antes de comentarla: el grupo parlamentario de EHAK, Ezker Abertzaleak, ha nombrado asesor a Joseba Álvarez, ex dirigente de Batasuna (o dirigente de la ex Batasuna, como se quiera).

Tiene perfecto derecho a hacerlo, porque los grupos parlamentarios pueden contratar como asesor a cualquier ciudadano. Es decir: se trata de una decisión que no plantea ningún problema reglamentario. El problema que plantea es político, puesto que la designación como asesor de EHAK de un muy caracterizado representante de la ilegalizada Batasuna va a proporcionar otro argumento de peso a quienes están promoviendo en la Audiencia Nacional la ilegalización de EHAK como continuadora de Batasuna.

EHAK y Batasuna ya sabían que los nombramientos de este sesgo están siendo utilizados por el juez Grande-Marlaska para engrosar el sumario de la ilegalización del nuevo partido parlamentario vasco, así que no cabe atribuirles ninguna ingenuidad. Han actuado a sabiendas de las repercusiones que iba a tener lo que hacían.

Me pregunto por qué lo hacen.

Es obvio que en el seno del aparato del Estado –y, más concretamente, entre una parte importante del poder judicial, identificado con lo que podríamos llamar «la línea Mayor Oreja-Garzón», y la parte del poder ejecutivo que se alinea con las posiciones de Rodríguez Zapatero– hay una tensión muy fuerte. El presidente del Gobierno quiere neutralizar la Ley de Partidos –neutralizarla, sin más, no derogarla– para que no dificulte sus propósitos, y sus adversarios quieren que la ley de marras siga en primer plano, precisamente para boicotear los propósitos de Zapatero.

Lo que resulta chocante, al menos a primera vista, es que Ezker Abertzaleak se dedique a aportar munición al bando más hostil al diálogo y la distensión.

Pero vayamos a lo concreto. Supongamos que los promotores de la ilegalización de EHAK tienen éxito y que el fantasmagórico Partido Comunista de las Tierras Vascas engrosa la lista de las organizaciones declaradas fuera de la ley. ¿Qué repercusiones prácticas tendría eso? En lo que se refiere a los intereses de Batasuna, cero, poco más o menos. Lo único que le interesa a Batasuna de EHAK es el grupo parlamentario, que seguiría existiendo tal cual. Y si el Tribunal Supremo quisiera reiterar la torpeza de procesar a la Mesa del Parlamento Vasco por no disolver ese grupo, mejor para Batasuna, que habría conseguido introducir otro factor de conflicto más entre Madrid y Vitoria.

Deduzco que los de Otegi está tensando la cuerda a propósito, para situar a Zapatero ante sus contradicciones, que son de peso.

Claro que lo de tensar la cuerda ha sido siempre y sigue siendo problemático. No conviene menospreciar el peligro de que se rompa. De hecho, esta cuerda, en concreto, tiene ya demasiados remiendos.

Yo me andaría con tiento.

Pero yo no soy asesor de EHAK. Es Joseba Álvarez quien ha sido designado para el cargo.

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Opiniones vacantes

(Miércoles 20 de julio de 2005)

Durante mi periodo de vacaciones, que lo es sólo a tiempo parcial –inconvenientes que tiene trabajar como autónomo–, no respondo a casi ningún correo electrónico. Pido disculpas por ello a quienes me escriben, pero es que, si además de todas las otras tareas que sigo cumpliendo también me ocupara de la correspondencia, mi periodo de vacaciones seguiría siendo un periodo pero, desde luego, no de vacaciones.

Ocurre sin embargo que algunos mensajes, aunque no los conteste, me dejan un runrún que sigue ocupándome las meninges, a veces de manera recurrente.

El otro día, un viejo amigo al que nunca he visto –cosas de Internet– me pidió que opinara sobre un suceso ocurrido en Galicia, que no sé si es extraño o ha sido muy mal contado por los pocos periódicos que lo han contado (o yo he visto). Un joven resultó herido por la explosión de una carta-bomba. Como quiera que el mozo es, según se dice, de ideas independentistas, algunas crónicas dejaron planear sobre el hecho la sospecha de que el joven no hubiera sido víctima de un atentado, sino que lo estuviera preparando él y le hubiera salido mal. Las insinuaciones me parecieron innobles y contrarias a la deontología periodística –en el supuesto de que tal cosa exista–, porque si el periodista tiene algún dato que contar, lo cuenta, y si no se calla. Máxime tratándose de asuntos de semejante gravedad. Pero tampoco podía yo aportar nada más que esa crítica al tratamiento informativo del suceso, de modo que me callé. En condiciones normales, habría tratado de indagar más, y hasta es posible que hubiera hecho alguna llamada telefónica para recabar información de algún amigo gallego experto en los entresijos de la actualidad de su tierra, pero no lo hice, por la cosa de las vacaciones, y al final me he quedado a disgusto conmigo mismo.

Otro lector me ha mandado una razonada misiva reprochándome mi insistencia en la crítica a las autoridades españolas por incrementar los ingresos del erario con el dinero del tabaco. Resumiendo sus argumentos –aunque espero que no caricaturizándolos–, alega que el Estado encarna el afán colectivo y que alimentado sus arcas se contribuye al pago de muchas necesidades sociales.

Respondo a este lector desde este Apunte, más que nada para no quedarme también con ese runrún y darle a mi contestación, ya de paso, una utilidad más amplia.

Mi respuesta, esquemáticamente expuesta, incluye estos elementos:

1º) El Estado no es representación de la colectividad, sino –puestos a señalar su esencia– el instrumento más eficaz para perpetuar el orden social vigente. El viejo Carlos Marx lo definió como «el capitalista colectivo». No le faltaba razón.

2º) Claro que el Estado es más cosas. También atenúa las tensiones sociales cumpliendo importantes funciones: infraestructurales, sanitarias, educativas, asistenciales,  etcétera. Lo cual es positivo.

3º) Esas funciones las cumple con el dinero que obtiene de los ciudadanos a través de los impuestos (el  Estado no paga nada de su bolsillo porque no produce; no tiene beneficios propios).

4º) Con los impuestos realiza las funciones positivas arriba mencionadas, pero también otras que son inevitablemente o potencialmente negativas. (Por poner dos ejemplos concretos que me irritan, por muy diferentes que sean: la intervención española en Irak la pagamos los contribuyentes, y los actuales cursos de verano de las Universidades, que son un prodigio de compadreo y gorroneo, también.)

5º) A diferencia de otros que también subrayan los puntos anteriores (todos o algunos), soy partidario de pagar los impuestos que me corresponden en función de mis ingresos, dado que es imposible no contribuir a los gastos negativos del Estado sin menoscabar también sus gastos positivos, que considero imprescindibles.

6º)  Propugno los impuestos directos, establecidos en función de la renta de cada cual. A cambio, miro con prevención los impuestos indirectos, que pagan todos los consumidores por igual, al margen de la diferencia de sus disponibilidades. Es típico de los gobernantes más procapitalistas acentuar los impuestos indirectos y rebajar los directos.

7º) Entiendo que determinadas mercancías teóricamente superfluas deban estar gravadas con impuestos especiales, pero no participo de la doble moral que lleva a combatir de cara a la galería y, a la vez, hacer la vista gorda o fomentar en la práctica la fabricación y el consumo de drogas tales como el alcohol y el tabaco.

(Y paro. ¡Menos mal que era una exposición esquemática!)

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No fume usted; contamine con todo lo demás

(Martes 19 de julio de 2005)

El anuncio oficial del anuncio oficial (sic) contra el consumo de tabaco que va a decir: «¿Fumar? Pues va a ser que no», con ese vaaserquenó que sale ya hasta en la sopa, ha conseguido reducir a escombros lo que me quedaba de paciencia.

La cosa tiene delito: las famosas «autoridades sanitarias» que aparecen en todas las labores de tabaco con mensajes amenazantes, escritos en un malísimo castellano, han llegado a un acuerdo con las empresas de telefonía móvil para que envíen a sus usuarios mensajes no solicitados dándoles la vara con anuncios topiqueros en contra del fumeque.

Yo no fumo. Hace ya tiempo que dejé de hacerlo, y la prueba de que no lo echo en falta es que he perdido la cuenta de cuánto hace de ello. No sólo no soy fumador activo, sino que soy un pésimo fumador pasivo. Tal vez por las barbaridades que hice con mi aparato respiratorio durante los decenios en que conseguía liquidar tres cajetillas de tabaco al día, el caso es que el humo de los cigarrillos ajenos me sienta fatal. El domingo llegué a abandonar mi asiento en un concierto que se celebraba al mal llamado aire libre porque no paraba de venirme a las narices el humo de los cigarrillos que consumía de manera compulsiva una pareja sentada justo delante de mi.

Luego fuimos a tomar una copa en un local muy simpático pero, como quiera que la abrumadora mayoría de los componentes de nuestro grupo fumaba sin parar, ayer me levanté con una carraspera de mil pares. Siempre hay alguien que dice: «Es que los ex fumadores os ponéis de un fundamentalista...». Como si la irritación de mis vías respiratorias fuera una opción ideológica.

Pero soy consciente de que durante mis muchos años de fumador tuve que hacer la cusqui muchas veces a muchos otros, de modo que tampoco tengo derecho a ejercer ahora de intransigente absoluto. Me quejo amargamente cuando me atufan, pero tampoco lo convierto en un casus belli.

De todos modos, me he prometido a mí mismo corregirme. Desde ahora voy a ser más tolerante. Voy a afear menos su vicio a los fumadores (y a las fumadoras, una de las cuales me acompaña muchas horas al día durante casi todo el año). Me propongo hacerlo como muestra de mi rechazo a esa campaña que considero ilícita (no puede ser legal el envío masivo de mensajes de correo no solicitados) y, sobre todo, hipócrita. ¿Por qué no obligan a colocar en la parte trasera de todos los coches letreros que digan, por ejemplo, «La emisión de CO2 perjudica gravemente la salud», o bien: «El uso abusivo de vehículos de motor contribuye poderosamente al cambio climático», o bien: «La falta de concienciación de las autoridades españolas hace que nuestro país no cumpla con las disposiciones del acuerdo de Kyoto»?

La ministra del ramo se queja de que el tabaco en España es demasiado barato, lo que lo hace «muy accesible a los jóvenes». Sólo le ha faltado añadir: «...y a los pobres». Déjense de mandangas. No lo encarezcan; no sermoneen. Si lo tienen tan claro, prohíbanlo. ¡Total, una prohibición más o menos!

Y prívense de paso de la sustancial tajada que se llevan gracias a los impuestos que gravan las ventas de ese producto. Y enfréntense a quienes lo cultivan o se mantienen en el poder gracias a quienes lo cultivan: como Rodríguez Ibarra, sin ir más lejos.

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Unas cuantas taifas

(Lunes 18 de julio de 2005)

Ahora cuentan que es el presidente de la Junta andaluza, Manuel Chaves, el que afirma que jamás de los jamases aceptará que el Estatuto de autonomía de Cataluña defina a su comunidad como «nación». 

Tengo contado en diversas ocasiones eso de que el PSOE tiene dos ramas constitutivas, una de vocación federal, francamente minoritaria, otra jacobino-celtibérica, abrumadoramente abrumadora. Es esta última la que se está dedicando a abrumar en este tramo del estío, tan propicio a las universidades de verano, ellas mismas tan propicias a los mítines de pago.

Hay una especie de principio de Arquímedes de la política española que establece que la capacidad de los políticos centralistas para mostrarse comprensivos con la realidad plurinacional de España es directamente proporcional a lo necesario que les sea el apoyo de los partidos nacionalistas para gobernar.

Se diría que en este caso no está funcionando ese principio, puesto que son varios los dirigentes socialistas –y Chaves lo es por partida triple, puesto que ostenta también el muy solemne cargo de presidente del partido– los que se están rebelando contra la política seguida por el secretario general y presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero.

Pero no es así. Sí está funcionando. Lo que sucede es que los socialistas que se rebelan contra las concesiones de Zapatero no necesitan de ningún apoyo nacionalista para gobernar.

No lo necesitan en Andalucía. No lo necesitan en Extremadura. No lo necesitan en Castilla-La Mancha.

No lo necesitan en su chiringuito parlamentario, o en la fundación de la que viven, o en su concreto negociete pandillar. Antes al contrario: en los ambientes en los que ellos se desenvuelven, ese apoyo les estorba.

Cada jefe del PSOE está tomando postura en el debate sobre la posible reorganización territorial del Estado en función de su singular interés, de su bandería específica, de su secta.

Presumen de que constituyen una gran nación y no pasan de ser un puñado de caudillos de unas cuantas taifas.

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Educar, conducir

(Domingo 17 de julio de 2005)

El Consejo de Europa ha vuelto a pedir al Estado español que reforme el artículo 154 del Código Civil, que autoriza a los padres a «corregir razonable y moderadamente a los hijos» sin fijar el límite de lo que se entiende por «razonable» y «moderado». Lo que el Consejo de Europa pretende es que el Código aclare que entre los medios de corrección autorizados no están los castigos físicos ni las actitudes humillantes.

Hace ya 11 años que el Consejo instó a España a reformar su legislación en este sentido. Otras instituciones y organizaciones también lo han reclamado. Ni el uno ni las otras han tenido éxito. Los demandantes alegan que la redacción de la ley española abre «un campo de ambigüedad» que deja finalmente al arbitrio de cada juez el establecimiento de la frontera que separa lo razonable y moderado de lo excesivo e inmoderado. Señalan que, conforme a la actual legislación española, un mismo comportamiento puede ser aceptado o castigado, según quien lo juzgue. Tienen razón, aunque no veo yo que la prohibición de los castigos físicos y de los tratos «que comporten menoscabo de la integridad y dignidad personal» de las criaturas –por emplear la redacción de una de las propuestas que están sobre la mesa–, vaya a establecer criterios no susceptibles de interpretaciones judiciales subjetivas.

Todos y todas sabemos por experiencia propia lo difícil que es manejarse en estos terrenos. Mis recuerdos más desagradables de la infancia –me refiero al ámbito doméstico, porque de eso se trata– apenas recogen episodios violentos (sobre mi persona). Tampoco castigos especialmente humillantes (en lo que a mí se refiere, insisto). A cambio, guardo clavados en lo más hondo varios casos de patente arbitrariedad. Me marcó de por vida comprobar que una misma actuación mía podía caer en gracia, resultar indiferente o ser materia de sanción según el humor del que estuviera mi padre.

¿Debería la ley prohibir también los comportamientos paternos arbitrarios?

Oh paradoja, recuerdo con verdadero afecto, por chocante que parezca, unos azotes que me dio en cierta ocasión mi madre, serena, sin perder la calma, para reconvenirme por una reacción estúpida y violenta que había tenido yo. Entendí muy pronto que tenía toda la razón, y me bajó los humos por mucho tiempo, si es que no para siempre.

Uf. El asunto es complicado, vaya que sí.

Leo en El País una entrevista con un experto que se queja de que muchos padres de hoy en día reproducen miméticamente con sus hijos las pautas que siguieron sus padres con ellos. Seguro que tiene razón, pero a mí me resulta no menos preocupante la actitud de muchos padres que, tal vez por rechazo a lo que vivieron ellos cuando fueron niños, dejan que sus hijos hagan lo que se les pone en las narices, cuando quieren y como quieren. Al menos en mi entorno, veo que van a irrumpir en la sociedad, a no tardar mucho, auténticas legiones de malcriados y malcriadas.

Suele decirse que el oficio de la paternidad –y la maternidad– es el único, de entre los más delicados y peligrosos, que cualquiera está autorizado a ejercer sin preparación ni título alguno. Y es verdad.

No tengo nada en contra de las reformas legislativas que se proponen. Al contrario. Pero no creo que entremos en la vía de las soluciones correctas mientras las madres y los padres, aparte de estar bajo vigilancia legal, no aprendan dos cosas clave: la primera, que el verbo «educar», como sabían los latinos que nos lo inspiraron, es casi sinónimo de «conducir»; y la segunda, que, para conducir a alguien, tiene uno que empezar por saber adónde va él mismo.

Lo cual, tratándose de un país lleno de gente que cuando no vota a este Aznar vota al otro Zapatero, resulta –me temo–  harto problemático.

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Por pura lógica

(Sábado 16 de julio de 2005)

La cadena Cope, que financia el episcopado español y sirve al PP internacional, está muy ufana porque ha develado que Jamal Ahmidan, apodado El Chino –uno de los suicidas de Leganés, presuntos autores de la  matanza del 11-M–, tenía en su ordenador un documento suscrito por un grupo fanático en el que se decía que el atentado de Madrid fue reivindicado con mucha rapidez para perjudicar «al Gobierno del innoble Aznar».

La Cope no ha revelado cómo le ha llegado esa información, resultado de la investigación policial.

A decir verdad, ése no es un punto que me inquiete demasiado. Si yo fuera ministro del Interior, me preocuparía que los documentos confidenciales de los cuerpos de seguridad a mis órdenes circularan por ahí con tanta alegría, pero es bien sabido que no soy ministro del Interior, para satisfacción de todas las partes implicadas en ese venturoso hecho.

Con lo que me da igual.

Lo que no acabo de ver es el gran interés de la noticia.

Primero, porque es evidente que el documento fue elaborado para su difusión pública. Es un comunicado. Ahmidan lo pudo ver en Internet y guardarlo por las razones que fuere, que pudieron ser muchas.

Segundo, porque no creo que nadie con dos dedos de frente dudara de que los autores del triple atentado del 11-M pretendían perjudicar al Gobierno de Aznar y, en la medida de lo posible, contribuir a su derrota electoral. Estoy seguro de que no lo dudaban ni siquiera los patrocinados políticos de la cadena Cope, por más que se esforzaran en aquellas horas en negar la relación directa entre la masacre de Madrid y el entusiasmo belicista de Aznar. (También ahora Blair rechaza que los atentados de Londres tengan nada que ver con la presencia británica en Irak, y tampoco ahora se lo cree nadie.)

El meollo del asunto no está ahí. La cuestión estriba en que la gente del PP cree que Aznar perdió las elecciones por culpa de los atentados del 11-M y no por sus errores políticos, cuando lo cierto es que su inconsciente y presuntuosa participación en el trío de las Azores fue la más acabada expresión de su inconsciencia política y de su utilización del poder del Estado para fines espurios.

No fueron los terroristas de Madrid los que acabaron con la mayoría del PP. De eso se encargaron los electores. Lo que las bombas de Madrid hicieron fue motivar a una parte sustancial del electorado, hostil a la política del PP pero poco entusiasmada por los asuntos electorales –con mucha razón, dicho sea de paso–, que llegó a la conclusión de que los delirios de grandeza tipo Aznar constituyen un grave riesgo para la salud pública. Esa parte del electorado, habitualmente abstencionista, fue la que decidió que había que poner fin a la aznarada cuanto antes.

Aznar fue incapaz de evaluar el alto grado de riesgo que asumía –que nos obligaba a asumir a los demás– optando por la guerra. El propio Rajoy llegó a decir, cuando se iniciaron las operaciones bélicas en Irak, que eso no ponía a España «en el punto de mira del terrorismo internacional». Buena parte del personal –otra no– llegó a la conclusión de que era muy inconveniente seguir en las manos de gobernantes tan torpes, o tan inconscientes, o tan mentirosos. Porque es lógico suponer que su grado de inteligencia, de honradez y de interés por los demás mortales es el mismo siempre, se trate de ir a la guerra, de abordar la paz en Euskadi, de idear un Plan Hidrológico Nacional o de planificar la política pesquera.

Los echaron del Gobierno no por las bombas del 11-M, sino por pura lógica.

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Leed, leed, malditos

(Viernes 15 de julio de 2005)

Un lector me cuenta que se ha tomado el trabajo de comparar la importancia dada por los medios de comunicación a los iraquíes muertos como resultado de acciones armadas y la que esos mismos medios han otorgado a las víctimas de los atentados de Londres. Según él, la relación es de 1 a 0,00066, aproximadamente.

Me vienen a la memoria los versos de Blas de Otero: «Porque escribir es viento fugitivo, y publicar, columna arrinconada».

Repaso un despacho de la edición digital de la BBC sobre una noticia del pasado martes a la que apenas nadie ha prestado atención en Occidente. Renuncio a hacer literatura con ella. Me limito a copiarla tal cual la contó la BBC, que no creo que sea el más firme representante de la subversión anticapitalista en Londres. Dice así:

 

Irak: sospechosos mueren sofocados

 

 

Nueve obreros en Irak murieron tras ser arrestados y detenidos durante horas en un contenedor metálico, expuesto a las inclemencias del verano.

 

Doce obreros habían sido sorprendidos durante un intercambio de fuego entre tropas estadounidenses e insurgentes y fueron detenidos al llevar un colega herido a un hospital en Ameriya.

Fuentes policiales afirmaron a la BBC que un residente local, pensando que eran insurgentes, llamó a la policía, la cuál envió comandos para arrestar a los hombres.

 

Calor mortal

Alrededor del mediodía los doce sospechosos fueron introducidos en un contenedor metálico por agentes de la policía.

Al llegar la noche, ocho de los prisioneros habían muerto y tres se encontraban en condición crítica.

Los sobrevivientes fueron llevados al hospital central de Bagdad, donde el personal informó de la muerte de un noveno.

Durante los meses de verano, la capital iraquí alcanza temperaturas de hasta 50 grados centígrados.

 

Denuncias de torturas

Un doctor señaló a la BBC que uno de los sobrevivientes había sido sometido a choques eléctricos por parte de los comandos.

Los sobrevivientes se encontraban bajo custodia policial mientras eran tratados y fueron evacuados sin permitírseles contacto con periodistas.

Recientes informes de prensa en el Reino Unido indican que comandos de la policía torturan sistemáticamente a los detenidos.

 

 

Es todo.

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