[Del 4 al 10 de marzo de 2005]

 

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Las víctimas

(Jueves 10 de marzo de 2005)

Es digna de mención la cantidad de tonterías que están circulando en estas horas previas a la conmemoración del primer aniversario de los atentados del 11-M. La última que he oído: llaman «héroes» a las víctimas. ¿Qué tendrá de heroico que vayas tan tranquilo en un tren y te maten o te hieran inopinadamente? Las víctimas de un atentado son sujetos pasivos. O pacientes, por partida doble. La definición de «heroísmo» que aporta la Academia Española empieza diciendo: «Esfuerzo eminente de la voluntad...». Ninguna de las víctimas de las bombas del 11-M lo fue porque realizara un gran esfuerzo para verse en esa situación, ni mucho menos. Qué más hubieran querido que librarse de ello.

Por idéntico motivo, resulta también absurdo calificarlas de «mártires». Es mártir la persona que muere o sufre mucho en defensa de determinadas ideas o creencias. No vale con que quien la mate o torture actúe por razones ideológicas. Ha de ser ella la que se vea en esa trágica circunstancia en razón de su propia actividad religiosa, ideológica o política.

Se puede –y se debe– honrar con el mayor respeto la memoria de las víctimas del terrorismo sin incurrir en hipérboles carentes de sentido. Con lo que realmente les sucedió basta y sobra. No hay necesidad de atribuirles lo que no fue cosa suya.

Otro absurdo aún más frecuente: dar por hecho que las opiniones políticas que expresan las víctimas supervivientes o los familiares de los muertos son especialmente acertadas. El sufrimiento no proporciona ninguna garantía de clarividencia. Todo lo contrario. Lo más probable es que alguien que ha sufrido un daño excepcional, a veces físico, siempre psicológico, quede con el ánimo alterado, ofuscado. Lo raro –y realmente admirable, casi inhumano– es lo contrario: que mantenga su ponderación tras haber pasado por una experiencia tan traumática.

Cuando las víctimas del terrorismo se meten en discursos políticos, lo correcto es comprender sus sentimientos y dejar de lado sus posibles excesos. Por el respeto del que su sufrimiento les hace acreedores. Pero pretender que sus afirmaciones políticas sean tomadas como verdades reveladas –casi siempre para ser exhibidas acto seguido como aval de tales o cuales posiciones partidistas– es, dicho sea sin tapujos, una bajeza. «Las víctimas siempre tienen razón», decía en sus tiempos Mayor Oreja. Pero nunca cedió el micrófono a la viuda de Juan Carlos García Goena, al que los GAL asesinaron tomándolo erróneamente por un miembro de ETA y que echaba pestes del PP.

Por regresar al 11-M y poner el ejemplo de una persona por la que he expresado públicamente mi respeto: lo que dice Pilar Manjón no es ni mejor ni peor porque lo diga la madre de una víctima de los atentados de ese día. Vale lo que vale, y allá cada cual a la hora de aquilatarlo. Ella es una mujer que tenía una determinada concepción del mundo cuando mataron a su hijo. Tras de lo cual siguió teniendo la misma concepción del mundo. Mucho más dolorida, pero ni más ni menos acertada que antes de aquel nefasto día.

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Je suis en grève, monsieur Chauvin!

(Miércoles 9 de marzo de 2005)

La Comisión de Evaluación del Comité Olímpico Internacional, que mañana tiene una importante jornada de trabajo en París para evaluar la idoneidad de la capital francesa como organizadora de los Juegos Olímpicos de 2012, se topará con una masiva huelga general en defensa de la semana laboral de 35 horas, importante conquista social que el Gobierno de la derecha francesa quiere anular. Por lo que leo, es casi seguro que a la movilización sindical se unirá la estudiantil. De modo que mañana París estará al pil-pil.

La gente del Comité Olímpico Francés se declara desolada por esta situación. Uno de sus más conocidos miembros sostiene que el golpe que sufrirá el prestigio de París ante la Comisión de Evaluación del COI por culpa de esta huelga puede ser letal para sus aspiraciones olímpicas. «Si los enviados del COI llegan a la conclusión de que Francia tiene demasiada propensión a declararse en huelga, podemos haber arruinado por completo nuestras posibilidades», ha dicho. Según él, la decisión final entre una capital u otra se tomará por una diferencia de muy pocos puntos. Éstos, tal vez.

Ante la lluvia de críticas que les ha caído encima por la coincidencia de la huelga general con la presencia de los enviados olímpicos, los convocantes de la protesta han hecho ver que la fecha de su movilización fue acordada cuando aún no se tenía noticia de la tal visita, de modo que son los otros los que han coincidido con ellos, y no al revés.

En cualquier caso, tampoco parece que les moleste demasiado lo sucedido. Imagino que pensarán –y con razón– que la candidatura olímpica es otro factor que opera a su favor: si el Gobierno quiere Juegos Olímpicos, que no irrite a quien puede estropeárselos.

Todo lo cual, visto en conjunto, me deja un regusto agridulce. Que los sindicatos franceses no se dejen apabullar por los chauvinistas que se indignan contra ellos porque ponen en peligro «los altos intereses de la Nación» me parece de perlas. Esa es la parte dulce. La parte amarga me la da el convencimiento de que es literalmente inimaginable que pudiera suceder algo así por estos pagos.

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Traducción del título, para quien la necesite: «¡Estoy en huelga, señor Chauvin. El soldado Chauvin, cuyo nombre dio origen al término chauvinismo, se hizo célebre durante la época del Primer Imperio francés por su nacionalismo desaforado y exclusivista, despectivo por sistema hacia lo procedente del extranjero en beneficio de todo lo surgido en la propia Nación.

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Día de la mujer trabajadora

(Martes 8 de marzo de 2005)

Al Día de la Mujer Trabajadora se le puede objetar todo.

En primer lugar, no es correcto el uso que se hace del adjetivo «trabajadora», convirtiéndolo en sinónimo de «asalariada», lo que desdibuja el hecho de que muchísimas mujeres –la mayoría– realizan trabajos socialmente necesarios por los que no perciben un salario sujeto a nómina. Una cosa es que a las labores domésticas se les niegue el valor económico que tienen, lo mismo que se hacía en tiempos con el servicio militar, y otra muy distinta que limpiar, cocinar, cuidar de las criaturas y de la gente anciana, etcétera, no implique un gasto de fuerza de trabajo, por mucho que se realice en el ámbito familiar.

En segundo término, no es positivo referirse a «la mujer», en singular, porque eso favorece las consideraciones esencialistas y las reivindicaciones uniformizadoras, que desdeñan las grandes diferencias que existen entre unas y otras mujeres, producidas por sus diversos orígenes sociales, geográficos u otros. Una denominación que equipara a Ana Botella o a Condolenza Rice con una trabajadora fabril de Taiwán o una campesina de Liberia –perdóneseme la extravagancia de la caricatura– no acaba de ser muy útil para el análisis social.

En fin, también es objetable que se dedique un día específico a recordar realidades y necesidades que deberían estar en primer plano durante todo el año, sin descanso. Una conmemoración así puede servir incluso de coartada a más de uno. Como le dijo un niño de primaria a su maestra cuando ella recordó que ese día se celebraba la jornada anual de repudio de la violencia contra las mujeres: «¡Ah! Entonces, ¿mañana ya podré volver a pegar a las niñas?»

Es cierto: al Día de la Mujer Trabajadora se le puede objetar todo.

Pero no más que a tantos otros días dedicados a esto o lo otro. ¿Cómo no señalar la incongruencia del 1º de Mayo, oficialmente considerado «Fiesta del Trabajo»? Si es fiesta, no hay trabajo; si hay trabajo, no es fiesta. Sin contar con la gracia que supone dedicar un día concreto a los trabajadores. ¿Un día al año para ellos y los 364 restantes para quienes los explotan?

Sin embargo, no he visto nunca que nadie maldiga el 1º de Mayo. En cambio, no pasa 8 de Marzo sin que el uno o el otro reitere las correspondientes críticas a la celebración de la jornada en cuestión.

Yo tengo una crítica nueva que formular contra el Día de la Mujer Trabajadora. No contra el 8 de marzo, sino contra el modo en que se celebra. A saber: creo que hoy debería ser realmente una fiesta para las mujeres. Que cada 8 de Marzo quedaran dispensadas de toda obligación, remunerada o no, doméstica o extradoméstica.

Estaría muy bien para ellas. Y estoy seguro de que resultaría la mar de aleccionador para muchísimos hombres.

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Demagogos

(Lunes 7 de marzo de 2005)

Mucho se comenta en la prensa del día sobre la nueva pata de banco de Pasqual Maragall, que ha comparado la situación de su Gobierno –la situación en la que él ha puesto a su Gobierno, debería decir– con la de una mujer maltratada. Se trata de un intento chapucero de guarecerse detrás de una causa bien vista (aunque tampoco fuera tontería el que perpetró días atrás, cuando apeló a la Guerra Civil y trazó un paralelo entre el levantamiento militar de 1936 y el acoso al que le someten CiU y el PP).

Este hombre está que se supera a sí mismo en el arte de meter el cuezo sin parar. No tiene nada de extraño que los medios de comunicación lo pongan de vuelta y media.

En lo que no estoy de acuerdo es en que el suyo sea un caso especial de demagogia. Muy al contrario. De hecho, apenas hay político español de campanillas que no se apoye en la demagogia más pura y más burda para tratar de colocar su mercancía política. Tan es así que hace ya tiempo que me resulta muy difícil escuchar los noticiarios sin perder la calma con los unos y los otros por las tonterías que dicen como si fueran cosas serias y profundas.

Ayer fue Zapatero el que logró sacarme de quicio. Mitin en Donostia (él, monísimo, todo de negro, pero en plan como muy informal). Hilo conductor de su discurso, reproducido hora tras hora por radios y televisiones: la autodeterminación y el terrorismo como asuntos paralelos. Que si hay que atreverse a renunciar a la autodeterminación para acabar con la violencia, que si de lo único que tiene que independizarse Euskadi es de las armas... Tanto más lo oía, tanto más me indignaba: si la tesis que trataba de defender era la misma que la propugnada desde siempre por el tándem Mayor Oreja-Redondo Terreros, a saber, que no cabe ser nacionalista y oponerse a ETA porque entre el nacionalismo vasco y el terrorismo hay una unidad inseparable, ¿por qué no lo decía francamente de una puñetera vez y se dejaba de jueguecitos de palabras?

Tesis: «De lo que tiene que independizarse Euskadi es de las armas». Respuesta: Ah, ¿sí? ¿De las armas y sólo de las armas? ¿Y del sida no? ¿Y de la precariedad en el empleo no? ¿Y de la tortura no? ¿Sólo cabe un tipo de independencia?

Tesis: «De lo que tiene que independizarse Euskadi es de las armas». Respuesta: ¿De todas? ¿También de las armas de las Fuerzas Armadas españolas?

No piensan en el contenido real de lo que dicen; sólo en cómo puede sonar lo que dicen en los oídos acríticos de quienes les oyen. En el fondo, su ocupación más importante no es inventar frases resultonas para oídos acríticos, sino asegurarse de que la mayoría de los oídos sean acríticos.

Zapatero tiene en eso bastante mejor suerte que Maragall: el asunto sobre el que habla cuenta con muchos más oídos acríticos.

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Calvos detrás de la oreja

(Domingo 6 de marzo de 2005)

Diversos medios de prensa con sede en Madrid saltan hoy lanza en ristre a la palestra para tocar las narices a CiU o, más precisamente, a Convergència. El País analiza con lupa las concesiones de obra pública realizadas por los sucesivos gobiernos de Jordi Pujol y revela que unas pocas constructoras se han llevado casi tres cuartas partes del total. El Mundo publica un artículo editorial en el que se pregunta si las ingentes donaciones anónimas opacas de las que se ha beneficiado Convergència en los últimos años no habrán podido servir a determinadas empresas para pagar tratos de favor. (Una posibilidad que, dicho sea de paso, ya había apuntado yo en la página de al lado de ese mismo periódico unos cuantos días antes.) (*)

No son estos dos diarios los únicos medios de comunicación que hurgan hoy en esa herida. Lo raro es toparse con alguno que no lo haga, aunque casi todos sigan de un modo o de otro las estelas dibujadas por estos dos grandes referentes de opinión.

Se me ocurren varias explicaciones para tan súbito interés (todas ellas políticas, por supuesto). Imagino que habrá quien querrá enseñarle los dientes a la gente de Artur Mas para que deje de boicotear la carrera política de Pasqual Maragall. Y supongo que habrá algunos otros que estarán buscando todo lo contrario: agudizar las contradicciones internas del panorama político catalán para que naufrague el tripartito, en general, y el intento de reforma del Estatut, en particular. 

Puedo imaginarme muchas posibilidades –muchas–, salvo una: que los responsables de los grandes medios de comunicación no tuvieran desde hace un montón de años una idea bastante precisa de cómo se financiaba el partido de Pujol. Porque era un lugar común en el mundo periodístico capitalino.

Otra cosa es que no lo sacaran a la luz porque carecieran de pruebas.

Pero tampoco eso me lo creo. Si no tenían pruebas es porque no las buscaban. Y ni siquiera: a veces se las encontraban sin buscarlas y hacían como que no.

 

(*) Escribí el pasado 2 de marzo en mi columna de El Mundo: «Me cuentan que en los últimos años ha funcionado mucho una técnica que se diría inspirada en la obra de Mario Puzo: el partido en el poder –en el poder que sea, donde sea– adjudica tal o cual obra importante a una empresa sin exigirle nada a cambio; se limita a hacerle ver lo cara que está la vida política y lo bien acogidas que son las donaciones voluntarias. Suelen entenderlo perfectamente.»

 

Nota.– Me preguntaréis: «Vale pero, ¿por qué has titulado este apunte “Calvos detrás de la oreja”?». Respondo: por dos razones. Primera (y sobreentendida): se emplea esa expresión para aludir a quienes parecen haber descubierto lo obvio. Y segunda: porque el presidente del Consejo de la Administración de Fomento de Construcciones y Contratas (FCC), empresa vinculada a las hermanas Koplowitz que hizo un montonazo de obras públicas en Cataluña durante el mandato de Pujol, es Marcelino Oreja. (Esta segunda razón no es sobreentendida. Es don Marcelino el sobreentendido. El entendido en sobres, quiero decir.)

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El azar

(Sábado 5 de marzo de 2005)

«El azar no es sino el modo en que se manifiesta la necesidad»

(Roger Garaudy, La liberté)

 

He tenido una semana –otra semana– de trabajo intenso. No me quejo. Peor sería que no me encargaran nada.

Como buena parte de mi labor de escritor me la curro en casa, trato de hacérmela más llevadera oyendo música.

Hay gente que es incapaz de escuchar música mientras escribe; se distrae. A mí me ayuda, siempre que sea música conocida. Con frecuencia pongo un cedé, aprieto la tecla de repeat all y dejo que vaya y vuelva durante horas y horas: diez, doce, lo que me dure la sentada ante el ordenador. Y al día siguiente, lo mismo. Y al siguiente.

He escrito libros que están asociados en mi memoria a un solo disco. El felipismo de la A a la Z es para mí el Brecking Ball de Emmylou Harris. Si oigo ahora ese singularísimo disco, respondo como el perro de Pavlov: me vienen los sentimientos, las vivencias y hasta los olores de aquellos pocos meses de 1996 que invertí en escribirlo.

De lunes a viernes de esta semana que acaba, he escuchado una y otra vez un disco de recopilación de la obra de Ray Charles, que ahora está muy de moda, probablemente por lo del Óscar. Tras repasármelo un centenar de veces y terminar de una puñetera vez el trabajo con el que estaba, mi cabeza –voluble tanto por naturaleza como por afición– se me fue a otros territorios. Ya valía de Ray Charles.

Oí que al fondo, en la sala, en una película de televisión que no estaba viendo, sonaba la voz de Otis Redding cantando I’ve Been Loving You Too Long (To Stop Now) y me vino el deseo de escucharla. Otra vez Pavlov: me sentí en 1971 en mi casa de Burdeos, en la rue de la Coquille, oyendo una y otra vez ese disco, y me acordé de mi amigo Eugenio preguntándome en tono de coña por qué me gustaba tanto ese señor «que se pasa todo el rato llorando».

Miré entre mis discos y encontré viejos vinilos de Redding. Pero no aparecía por ningún lado el I’ve Been Loving You de marras. Peor aún: encontré una patética versión en directo de The Rolling Stones, en la que Mick Jagger exhibía un hilillo de voz con el que desafinaba como un canalla. Sólo sirvió para darme aún más deseo de escuchar el original.

De modo que, delincuente que soy, miré a ver si podía bajarme la canción por Internet. Y sí. Allí estaba. Cómo no: es un clásico.  

Pero, según estaba seleccionado la descarga, vi otra cosa que me pareció que tenía que estar muy bien: «Otis Redding & Aretha Franklin: “Georgia On My Mind”». «Vaya, qué bien, no sabía que eso existiera. ¡Pues para casa también!», me dije. Y la incluí en el lote del burrito.

Esta mañana, según me he levantado, he mirado el estado de la cuestión. Ya estaba descargado el Georgia On My Mind de Redding-Franklin. ¡Excelente!

Según me disponía a repasar la prensa del día, lo he metido en el equipo de música para escucharlo.

Y he comprobado que era, en efecto, Georgia On My Mind. En la misma clásica, inimitable, inconfundible versión de Ray Charles que me he pasado oyendo una y otra vez, sin parar, durante toda la semana.

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Los malos vientos del PP

(Viernes 4 de marzo de 2005)

«Si lo del Carmel hubiera ocurrido en Madrid, yo estaría en este momento en libertad condicional bajo fianza, suponiendo que yo y mis amigos hubiésemos podido pagarla, y tendría por lo menos a 100 o 200 personas del PSOE impidiéndome la salida de mi casa, llamándome especuladora, sinvergüenza, asesina, golfa...». El insólito tono enrabietado de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, da cuenta de la profundidad de su amargura.  Desesperanzada Esperanza.

Parece que no es exclusiva suya. Otros dirigentes del su partido se han expresado en términos similares en los últimos tiempos. Ayer mismo, el concejal de Vivienda del Ayuntamiento de Madrid y máximo responsable del PP en ese sector, Sigfrido Herráez, mostró idéntico desaliento en un programa de radio. «Nosotros tenemos un problema mediático. No sé por qué no sabemos transmitir y denunciar lo que otros hacen mal ni tampoco defendernos», dijo. Y añadió: «El PP ha recibido ataques en bloque de diversos grupos mediáticos y no creo que esos mismos grupos mediáticos vayan a defender lo que mi grupo defiende desesperadamente...».

Aguirre y Herráez, viejos compañeros de armas, coinciden en quejarse no sólo del maltrato al que les somete la oposición política, sino también la Justicia: doña Esperanza está convencida de que ella nunca merecería la benevolencia que los jueces están demostrando con Maragall (es decir, que o los juzgados de Barcelona son pro-PSC, o los de Madrid son anti-PP, o ambas cosas a la vez: todo salvo ecuánimes), en tanto don Sigfrido considera que la Fiscalía está siendo utilizada contra su partido: «Los fiscales son políticos (sic); los utiliza el PSOE», dice.

Son dos ejemplos de eso que los topiqueros llaman «perder los papeles», pero cabría reseñar  muchos otros, tomados de recientes declaraciones de Zaplana, de Acebes o del propio Rajoy, en los que dejan ver –quizá no tan crudamente, pero con la suficiente nitidez– ese común sentimiento de rabia y desaliento ante lo que sienten como una persecución poco menos que universal contra ellos y contra su partido.

Es curioso cuán olvidadizos son los políticos. Si tuvieran algo más de memoria y algo menos de egolatría, verían que su reacción se parece como una gota de agua a otra a la que mostraban Felipe González y los suyos en el último tramo de su paso por La Moncloa y en los inicios de su travesía por el desierto de la oposición: la misma fijación por la prensa hostil, el mismo convencimiento de ser perseguidos por un cierto sector de la Justicia, compinchado políticamente con sus enemigos...

«¡No compares! ¡Nosotros no hemos organizado nada parecido a los GAL!», me saltan siempre algunos de ellos. Y yo les respondo: «¿Y os creéis que los votantes le dieron la espalda a Felipe González por lo de los GAL? Es muy posible que los cafelitos de Juan Guerra y la caseta del perro de Boyer resultaran mucho más decisivos».

Los regímenes de opinión pública son así: el que rema a favor del viento avanza, y el que tiene el viento en contra se desespera ante la escasa utilidad de sus esfuerzos.

Ahora el PP tiene el viento en contra. En lugar de enrabietarse tanto, debería empezar por asumir que está en donde él mismo invirtió años para ponerse.

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