Apuntes del natural

[Del 25 de junio al 1 de julioo de 2004]

 

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Hágase la luz

(Jueves 1 de julio de 2004)

No tengáis duda: si los responsables de una compañía eléctrica dicen que tales o cuales fallos en la red de distribución les han pillado por sorpresa, mienten. Porque puede que sean una banda de sinvergüenzas, pero no son tontos. Todos ellos saben que la inversión que dedican a mantenimiento y mejora de la red es muy insuficiente. Pero no ponen remedio a esa situación.

¿Les da igual que los usuarios tengan problemas? No es eso. Es que, en la medida en que hay problemas, y los problemas se generalizan, y se generalizan las protestas, tienen más excusas para pedir a las administraciones públicas que les autoricen a aumentar las tarifas. «No llegamos», dicen, con todo el morro.

El descaro con el que actúan no tiene límites. En la zona de Alicante donde vivo, tenemos cortes cada dos por tres. Por lo común son breves, pero a veces se prolongan. Los hemos tenido de más de un día. Los breves también tocan las narices, porque te pueden apagar el ordenador en el momento en el que aún no habías salvado el trabajo con el que estabas, y no siempre se recupera bien. Cabe también que el corte desajuste la programación de algunos aparatos, lo que, si no estás en casa, puede hacerte una faena de importancia.

De los cortes prolongados y de sus efectos en figroríficos, sistemas de riego y demás, mejor no hablar. Baste con decir que en esa zona se hace casi imposible vivir en una casa de campo sin tener un generador de electricidad propio.

Puede que no sea ocioso contar que, cuando llevamos la electricidad hasta el paraje donde vivo, en el que por aquel entonces no había más de quince o veinte casas de campo desperdigadas, la compañía nos obligó a pagar a escote, de nuestro propio bolsillo, toda la instalación, torretas, cables y mano de obra incluidas. Una pasta. Supongo que tampoco hará demasiada falta precisar que, de entonces a aquí, se ha aprovechado de la instalación que nosotros costeamos para buscarse nuevos clientes, y que, cuando los logra, no se planta precisamente en la puerta de nuestra casa a devolvernos la parte alícuota.

Si fuera un caso especial, no tendría mucho sentido citarlo en un artículo. Si se tratara de un área geográfica en concreto, habría que buscar el por qué de la especificidad. Si el problema fuera cosa de una sola compañía, bastaría con concentrar el oprobio sobre ella. Pero no: le sucede tres cuartos de lo mismo a la inmensa mayoría, en todas partes y a manos de todas las compañías. Cuando hay tormentas, porque hay tormentas. Cuando hace calor, porque hace calor. Cuando hace frío, porque se hielan tales o cuales elementos de la instalación. Cuando hace viento, porque se caen los cables. Sus redes de distribución funcionan a condición de que nadie las tosa.

Llevan en éstas ya bastantes años. Sus trabajadores han denunciado la situación por activa y por pasiva: la red se está deteriorando y nadie le pone remedio. ¿La culpa? El desmedido afán de beneficio de las compañías, sin duda. Pero también el laissez faire de unas  administraciones que no les ajustan las tuercas. No lo perdamos de vista: tratándose de un servicio público, la responsabilidad última es de los poderes públicos.

 

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La parábola y el error

(Miércoles 30 de de junio de 2004)

Las autoridades estadounidenses han comunicado que hoy harán entrega al Gobierno de Irak de Sadam Husein y de once de sus colaboradores, también presos. A continuación, han aclarado que, de todos modos, tanto Husein como los suyos seguirán bajo custodia de las tropas de Washington. Es decir, que los van a entregar, pero no van a entregarlos.

Es una perfecta parábola de lo que están siendo el llamado «traspaso de poderes» y la supuesta «devolución de la soberanía»: les dan los títulos y los reconocimientos formales, pero se quedan con el control efectivo. No es que duden del espíritu servicial de los nuevos gobernantes; es que se temen que no sepan hacer las cosas como es debido. En vista de lo cual, mantienen todo bajo su férula. Por si acaso. 

Es insultante para los iraquíes colaboracionistas, desde luego, pero admitamos que hay razones suficientes para sospechar que, en efecto, es muy posible que no supieran hacerlo bien.

El ministro del Interior ha anunciado que Sadam Husein tendrá un juicio público con todas las garantías y que la prensa internacional podrá asistir a él. Si el ex dictador no está acabado del todo, ese juicio puede ser todo un espectáculo.

¿Cómo será que no aprenden? También a Milosevic le montaron un juicio público, y en cosa de nada el ex dictador yugoslavo estaba rebotando las acusaciones que le dirigían lanzando otras aún más graves contra las potencias que patrocinaban el juicio. El pliego de cargos que pueden preparar los abogados de Husein contra Estados Unidos y Gran Bretaña puede ser de campeonato.

En el caso de Milosevic, los grandes medios de comunicación llegaron a un pacto –implícito, si es que no explícito– para dejar de prestar atención a aquel juicio que estaba resultando tan poco conveniente. Y desapareció de las noticias. Pero dudo de que con el juicio a Sadam pudieran hacer algo semejante.

Existe otra posibilidad, nada desdeñable. Puede ser muy bien que estén hablando de ese juicio, pero no tengan la menor intención de celebrarlo. Por lo menos en los próximos años.

Ya sé que no es eso lo que están diciendo pero, total, una mentira más o menos, ¿qué más da?

 

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Dichos contra hechos

(Martes 29 de de junio de 2004)

En las cumbres de la política, la distancia entre los dichos y los hechos suele ser grande. A veces incluso muy grande.

Pero lo de Irak supera todos los límites. Porque en todo lo relacionado con ese conflicto, las palabras al uso no es ya que estén distantes de los hechos, sino que acostumbran a ser su negación directa. Tanto, que dejan de ser útiles incluso para los fines que en principio cabría atribuirles: pierden su capacidad de disfrazar la realidad.

Tomemos la ceremonia del traspaso de poderes realizada ayer, cuando el administrador de Washington, Paul Bremer, le pasó los papeles al primer ministro iraquí, Ayad Alaui, y salió como si se lo llevaran los demonios (tal vez se lo llevaban). Según los integrantes del nuevo Gobierno de Bagdad, el adelantamiento y el secretismo de la ceremonia representaron «un éxito» porque «cogieron por sorpresa a los terroristas». ¿Qué clase de éxito puede reclamar un Gobierno que se ve obligado a obrar a escondidas?

Horas después, Bush afirmaba que había sido «un gran día para el pueblo de Irak». A esas mismas horas, el pueblo de Irak acogía la noticia como si no fuera con él. Nadie celebró nada.

Hablan de «traspaso de poderes». Estamos en las mismas. ¿Qué poderes? No hay ni un solo resorte de poder digno de ese nombre que no siga mediatizado o controlado directamente por EEUU. Empezando por el principal: la fuerza armada. Es bien sabido que quien tiene las armas tiene el Poder, y Washington no sólo tiene las armas –y a los 140.000 soldados que las llevan–, sino que se reserva el derecho a decidir qué hace con ellas en todo momento. A las nuevas autoridades les está vedado incluso injerirse en las actividades no ya sólo de los militares estadounidenses, sino hasta en las de los contratistas llegados desde el Imperio. No pueden meterse en sus asuntos incluso aunque se trate de asuntos delictivos: gozan de inmunidad.

Cada ámbito de poder cuyo control dicen haber «traspasado» al nuevo Gobierno de Bagdad lleva aneja alguna condición o algún requisito que hace que, en el nada probable caso de que sus protegidos quisieran obrar por libre, Washington podría devolverlos al redil por la vía rápida. Antes de irse, y para rematar la faena, Bremer ha dejado firmados un conjunto de decretos que tienen rango de normas constitucionales provisionales, razón por la cual el Ejecutivo (?) de Ayad Alaui no puede ni rectificarlos ni contravenirlos. Además, cada organismo de cierto peso de la nueva Administración va a contar con un asesor norteamericano que se encargará de vigilar el día a día de sus actividades.

Estamos ante una gran farsa representada por los poderosos de la Tierra. Todos, desde Bush hasta Chirac, desde Schröder hasta Blair, desde Berlusconi hasta Putin –pasando por Kofi Annan, cuando hace falta–, montan sus números, sus declaraciones, sus cumbres y sus resoluciones para hacer como si les importaran las normas del Derecho internacional. En el fondo, lo único que pretenden es fijar sus equilibrios de poder. Entre ellos.

Pero el problema es Irak. Y en Irak todo sigue igual.

Allí, frente a la cruda realidad, de nada sirven las farsas.

 

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A la espera del desencanto

(Lunes 28 de de junio de 2004)

Cuenta El País de hoy que una asamblea de Corriente Roja, tendencia situada a la izquierda de Izquierda Unida y que, según el periódico citado, aglutina a entre un 15% y un 20% de la militancia de la organización federal, ha llegado este fin de semana al acuerdo de disolverse, ante la evidencia de que IU es «incorregible». Dice que algunos de quienes la han integrado hasta ahora se volcarán en la actividad de unos u otros organismos anti-globalización y que otros se mantendrán en IU, pero sin centrarse en el esfuerzo por reorientar la línea de la Presidencia Federal.

Seguro que en los próximos días aparecen bastantes artículos y opiniones dando detalles de lo acordado y argumentándolo, pero no creo que a nadie se le escape que esa decisión puede agudizar la crisis de IU de forma considerable. Llamazares ha convocado una Asamblea Extraordinaria, pero la sensación general es que, después de los fracasos experimentados en las dos últimas convocatorias electorales, IU ha entrado en barrena, y no se ve qué golpe de timón podría enderezarla. Soy de la opinión de que Llamazares ha cometido errores graves –no ha sabido mantener visible la personalidad  propia de IU, distanciándose más claramente del PSOE–, pero también me parece muy evidente que la situación política creada en todo el tramo final del Gobierno de Aznar y en estos primeros meses de Gobierno de Zapatero no ha facilitado nada esa tarea. Más bien todo lo contrario.

De todos modos, es probable que el ambiente actual de desaliento sea mayor en la militancia de IU que entre sus votantes. Entre los que le quedan, quiero decir. En mi criterio, una vez gastados sus primeros y vistosos fuegos artificiales, el Gobierno de Zapatero va a ir enseñando cada vez con más claridad su verdadero rostro. Es poco probable que se acentúe la fuga de votos de IU al PSOE. Cabría incluso que se produjera un cierto movimiento de retorno. La cuestión es saber si cuando eso ocurra habrá una organización preparada para acoger el desencanto o si esa organización formará parte ella misma del desencanto.

 

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El bochorno

(Domingo 27 de de junio de 2004)

El hasta ese momento jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, general Luis Alejandre, montó ayer una bronca de mucho cuidado con ocasión de su relevo. Primero dio plantón al ministro del ramo no acudiendo a la ceremonia de toma de posesión de los tres nuevos electos a la Junta de Jefes de Estado Mayor (JUJEM), y luego aprovechó el acto de cesión del simbólico bastón de mando en el Cuartel General del Ejército para vomitar sapos y culebras. Sin dar nombres, pero en audible tono de cabreo –con el mismo aire torvo que el personaje de Gila adoptaba para mascullar «Alguien va a matar a alguien»–, Alejandre culpó de su forzado cese a la envidia, la deslealtad y la manipulación.

Que se haya agarrado un berrinche de mil pares el señor éste –que no sólo daba por sólida su posición, sino que incluso pensaba que iba a ascender, según cuentan– entra dentro de lo que explican las humanas debilidades. Lo increíble es que se permita mostrarlo así, a lo bestia. Y no digamos que Bono y los suyos examinen su proceder y no vean motivo para reconvenirle, como dice El País. Si hasta en el PSOE empieza a haber ya más disciplina que en el Ejército, toma Perejil y vámonos.

Este caballerete, por muy soberbio que sea, tenía que saber que estaba ocupando un cargo de confianza, y que la confianza es eso lo que tiene: que te la pueden quitar con el mismo derecho que te la concedieron. Y si por medio han aparecido unos análisis de ADN que demuestran que lo tuyo no parece que fuera ni el celo ni el rigor extremos, y si el personal sigue acordándose de que te referiste a las condiciones de vuelo del Jak-42 diciendo despectivo que tú no te dedicabas a organizar viajes de novios a Cancún, pues qué quieres: razón de más.

Pero estamos en lo de siempre: lo llamativo no es que este caballero tenga esos prontos; gente así la hay a puñados en todas partes. Lo que verdaderamente llama la atención –y preocupa– es: 1º) Que un personaje como éste, con un equilibrio emocional tan dudoso, fuera el jefe del Estado Mayor del Ejército del Estado español; 2º) Que haya un general que suelte todas las memeces que se le pone, regando a litros fuera de tiesto, y sus compañeros del Cuartel General del Ejército lo celebren con una gran ovación; y 3º) Que el meapilas que ejerce de ministro de Defensa se arrugue ante ese despliegue de chulería cuartelera y no le monte al general gallito la de Dios es Cristo.

Resumen: estamos ante el guión del celebrado sainete celtibérico «Pero ¿en qué manos estamos?», entrega 855 y media.

 

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El calor

(Sábado 26 de de junio de 2004)

Ya está aquí. Amagó hace un par de semanas, pero ya vuelve el ataque con todo su furia.

Hablo del calor.

Llevo fatal el calor. De siempre.

Recuerdo con horror el día de mi primera comunión. La perpetré el 29 de junio de 1955, fecha que en San Sebastián hizo un solazo terrible, de infarto. Me disfrazaron con un repulsivo esmoquin blanco con solapas de raso que era como una sauna ambulante. Me tocó pasar por el trance en solitario, en la capilla del colegio de Santa Teresa, ya desaparecido (lo demolieron, como casi todas las villitas de mi barrio, para construir una casa de muchos pisos).

Aquel día pervive en mi memoria como una espantosa pesadilla. Doy por hecho que las ingratas condiciones en que me tocó vivir la infeliz ceremonia, en la que me encontré con un cura imbécil que se empeñó en contar a la feligresía el contenido de mi confesión para demostrar cuán inocente es la infancia –valiente chorrada–, fueron decisivas en el precoz advenimiento de mi ateísmo.

 

Mi siguiente encuentro traumático con el calor se produjo el 3 de julio de 1967 en Madrid.

Lo veo como si fuera hoy. Estaba recién casado y fui a la capital del Estado –por entonces todavía no Reino– con Begoña, mi primera mujer, para pasar unos días con una pareja de compañeros de fatigas antes de irnos a París a seguir conspirando.

Madrid podría estar tranquilamente a 35º.

Viajeros muy poco expertos, habíamos metido todos nuestros pertrechos en una sola maleta enorme.

Llegamos a la estación de Chamartín tras algo así como 12 horas en el pasillo del tren (no conseguimos asiento) y nos encontramos con que tampoco había taxis. Ni había ni se les esperaba.

Entonces las maletas no tenían ruedecitas. Y teníamos que ir hasta la Plaza de España.

Cargué la maleta todo el tiempo que pude. A mitad de la Castellana, Begoña me dijo que ya tiraba ella durante un rato del monstruo, para que yo recuperara un poco el resuello. Como la gente es muy dada a juzgar las cosas sin conocer los antecedentes, dos minutos después ya había caballerosos viandantes madrileños que me decían de todo por permitir que una mujer arrastrara aquel maletón mientras yo caminaba tan tranquilo, con las manos en los bolsillos.

Pasé aquellos días en Madrid preguntándome a todas horas cómo era posible que hubiera tanta gente viviendo en un sitio tan inhóspito. Mi actividad fundamental era ir de sombra en sombra y de horchatería en horchatería.

El destino ha querido que al final me haya pasado 28 años instalado precisamente en esa ciudad que desde el primer verano me pareció tan inhóspita.

Todos los años, uno tras otro, he blasfemado contra el calor.

Vuelvo hoy a esa tradicional actividad, aunque ya con el asidero que proporciona la existencia del aire acondicionado –loado sea su inventor– y con el alivio añadido de saber que en cosa de 15 días emprenderé el vuelo hacia lugares más ventilados, sea por el aire de las alturas sea por la brisa del mar. Vivement les vacances!

Ya os iré contando. Porque una de mis diversiones fundamentales durante las vacaciones es... seguir escribiendo.

 

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En 15 segundos

(Viernes 25 de de junio de 2004)

Me dicen que el programa de ETB Pásalo, en el que suelo participar una vez por semana, no es «como todos ésos magazines que emiten por las tardes las televisiones». Por lo visto –en mi caso habría que decir más bien «por lo no visto»–, casi todos los asuntos que se abordan en las tertulias de esos programas son dimes y diretes sobre el famoseo. Si así fuera, dudo mucho que ETB me invitara a participar, porque no creo que haya muchas personas menos informadas que yo sobre esos cotilleos. Ayer salió la filmación de una señora; pregunté (fuera de antena) que quién era; me contestaron que Carmen Janeiro; pregunté que quién es Carmen Janeiro y me miraron de arriba abajo, como si fuera un extraterrestre. Pretendieron que lo mío era una pose.

Según me dicen, Pásalo se diferencia de ese género de programas no sólo por el temario sino también porque los contertulios no damos voces, no hablamos todos a la vez y nos escuchamos con respeto. De todos modos, no deja de ser un magazine de televisión, lo que lo somete a ciertas reglas. Ayer, cuando propusieron que habláramos de la célebre «crisis de los 40», comenté algo que luego pensé que tal vez no lo estaba diciendo en el lugar más adecuado. Recordé una afirmación del crítico de televisión del Canard Enchaîné, que escribió hace ya bastantes años que la televisión es un medio esencialmente estúpido, porque no hay tesis de cierta hondura que pueda ser expuesta en menos de tres minutos y en televisión cualquier explicación que lleve más de tres minutos resulta interminable. El presentador, que es muy rapido de reflejos y tiene mucha chispa, se limitó a sonreír y a decirme: «Pues venga, que ya llevas dos y medio».

Una cosa que a mi me resulta graciosa y que ocurre con frecuencia en el programa es que nos proponen comentar los datos de encuestas que invariablemente calificamos de estúpidas. Ayer evocaron una según la cual los vascos suelen dedicar (en este caso no me atrevo a decir «solemos») entre 15 minutos y media hora a los «juegos previos» antes de «hacer el amor». Hubo dos comentarios que me parecieron particularmente oportunos. Uno metodológico: preguntamos si «los vascos» tienen por costumbre auxiliarse de un cronómetro cuando follan. Y el otro, mucho más de fondo: pusimos en cuestión la propia idea de «juegos previos», sólo comprensible en la mentalidad de alguien que identifica sexo con penetración.

Esto último viene a demostrar, por cierto, que tampoco tenía toda la razón el periodista de Le Canard Enchaîné antes citado: a veces, una reflexión concisa puede dar más que pensar que un largo rollo. Ahí el quid no está en la reflexión, sino en el grado de inteligencia de quienes se sientan delante de la pantalla.

 

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