Apuntes del natural

[Del 28 de noviembre al 4 de diciembre de 2003]

 

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La «alarma social» de Arzalluz

(Jueves, 4 de diciembre de 2003)

Asegura Arzalluz que, si sigue adelante el procedimiento judicial contra Atutxa, Knörr y Bilbao, se producirá «una gran alarma social» en Euskadi. Insinúa que podría armarse mucho jaleo.

No estoy yo tan seguro.

Me consta que la gran mayoría de la sociedad vasca desaprueba que los tres representantes parlamentarios tengan que acudir a declarar a los juzgados. Y que le parecería aberrante que se les encausara (no digamos ya que se les encarcelara). Pero de ahí a que saliera a la calle a armar bronca, y que mantuviera el nivel de esa bronca durante un cierto tiempo, creo que hay una considerable distancia.

Por tres razones.

La primera es que la base social del PNV es de natural poco dado al follón. Gente de orden, por lo muy general. De orden vasco, pero de orden.

La de EA no le va a la zaga en eso.

Queda la de EB-IU, cierto, pero tampoco es tanta.

La segunda razón es que no poca de la gente que desaprueba la iniciativa político-judicial está en sintonía ideológica con HB, EH o como quiera llamársele y piensa que, en realidad, tampoco está tan mal que los socios del Gobierno de Vitoria prueben alguna dosis de la medicina que les recetan a ellos cada dos por tres. A más de uno le he oído razonar en la línea de: «Tampoco ellos se movilizaron por nosotros cuando nos llovían las hostias por todas partes». (Ya sé que el lío en el que están metidos Atutxa, Knörr y Bilbao es por negarse a disolver el grupo parlamentario Sozialista Abertzaleak, pero la gente de la izquierda abertzale tiende a considerar que lo hacen por sus propios intereses, para que el tripartito se quede con el papel protagonista de la pugna con Madrid.)

Y luego está la tercera razón, que puede acabar resultando la fundamental: la sociedad vasca está cada vez menos predispuesta a la movilización.

–Si hay algo en lo que yo no creo –me comentó hace poco en tono de chacota un dirigente del PNV–, es en una huelga de hambre de vascos. Podemos arriesgar la vida, pero el estómago... ¡jamás!

Tal vez fuera así en tiempos. Ahora, ni la vida, ni el estómago... ni el week end.

No digo yo que no haya gente dispuesta a comprometerse y dar el callo. Algunos sectores. Claro que sí. Pero la mayoría se conforma con dar su opinión a los encuestadores. Y luego sigue con sus cosas.

También –ya, me temo– en Euskadi.

 

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Claves de ERC

(Miércoles, 3 de diciembre de 2003)

¿Por qué Esquerra Republicana de Catalunya se inclina por el pacto con el PSC e IC-EV, y no con CiU? Durante mi estancia en Barcelona oí algunos argumentos, cuyo peso real ignoro –no conozco la realidad catalana de primera mano–, pero que reproduzco, porque pueden ser de interés para otros foráneos como yo.

En primer lugar, ERC no se fía de la sinceridad de Artur Mas. Loco por lograr la Presidencia de la Generalitat, ahora promete el oro y el moro, pero una vez investido podría fácilmente dar largas a los compromisos.

La voluntad transformadora de alguien que ha sido uno de los principales cómplices de la política pujolista de chanchullos (*) y de conciliación con Aznar no merece mucha confianza, ciertamente. (Su precipitada visita a Ibarretxe da muestra perfecta de su oportunismo: hace un mes no quería verlo ni en foto.) Si ERC se viera atrapada en esa red, perdería buena parte del crédito de izquierdas que se ha ganado en los últimos años.

El PSC tampoco es de fiar, por supuesto. Pero Maragall, si llegara a president, se jugaría toda su carrera política a esa carta. ERC lo tendría pillado por los cuatro costados.

En esa alianza –que en Cataluña llaman de progrés–, ERC representaría la parte gobernante del nacionalismo. Con CiU en la oposición (y en forzosa crisis, por eso mismo), una parte de la burguesía catalana se volvería de su lado, así fuera sólo por espíritu práctico. ERC se convertiría en el interlocutor necesario de bastantes sectores económicos, sociales y culturales. Además, su gestión de un buen puñado de materias sensibles para el electorado catalanista le ayudaría a neutralizar los efectos inevitablemente negativos que le acarrearía haber pactado con un partido que, por mucho que se pretenda autónomo, es parte del ultraespañolista PSOE. La presencia en el Govern de IC-EV le serviría para tener vigilado a Maragall también en los asuntos de más carga social.

Todo ello mueve a pensar –insisto en que estoy reproduciendo argumentos ajenos– que la presencia de ERC en una Generalitat presidida por Maragall con respaldo de IC-EV reforzaría las posibilidades del partido de Carod-Rovira de convertirse de aquí a cuatro años en la principal fuerza política del nacionalismo catalán, lo que le situaría en condiciones de aspirar a la Presidencia de Cataluña con el argumento irrebatible de sus propios votos.

Ése es, según lo entendí, el núcleo esencial de la argumentación de quienes respaldan en ERC la idea del tripartito.

Visto el asunto desde fuera de Cataluña, parece obvio que un gobierno catalán así supondría un elemento de dinamización de la monocorde política española. Obligaría al PSOE a replantearse su seguidismo pepero en bastantes terrenos. Porque, si quiere regresar alguna vez a la Moncloa, no puede prescindir a la vez de Euskadi y Cataluña: es demasiado censo junto. Incluso el propio Rajoy, menos fanatizado que Aznar, tal vez creyera bueno bajar el pistón y mostrarse menos beligerante.

Ahora bien, y al margen de que sea deseable: ¿es posible ese Govern de progrés? ¿Lo permitirán las presiones del establishment sobre el PSOE? Sigo dudándolo.

 

(*) Hace años escuché el testimonio privado –por eso no lo cito por su nombre– de un empresario capitalino que aspiraba a hacer un negocio importante en Cataluña. Según él, fue convocado de urgencia por Jordi Pujol. Le dijo que, si quería el visto bueno de la Generalitat, tenía que pasar por la caja de Convergència y depositar el porcentaje correspondiente. Lo que más le había sorprendido es que fuera el propio Pujol quien se hubiera encargado de la gestión.

¿Cierto? ¿Falso? Yo, desde luego, no estuve en la reunión. 

 

Otra nota: Si te las arreglas para entender el catalán escrito y tienes interés por seguir los vaivenes de la actual coyuntura catalana, te recomiendo vivamente que sigas la información del diario El Punt, que acaba de iniciar su andadura en Barcelona. Es muy interesante. La de hoy, por ejemplo, permite matizar y actualizar lo que he contado aquí arriba.

 

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Semáforos republicanos

(Martes, 2 de diciembre de 2003)

–Parece que Barcelona está llena de semáforos con los colores de la bandera republicana –me dijeron el sábado.

Ya he contado que estuve por allí el pasado fin de semana.

–¿Sí? –respondí, incrédulo.

Acudí a la capital de Cataluña con un grupo procedente de Madrid. Gente más o menos directamente relacionada con el mundo de la Enseñanza. Abierta, librepensadora. No comentaban lo de los semáforos en mal plan. Sólo como curiosidad.

–¡Caramba con Esquerra Republicana de Catalunya! ¡Qué rápido hace notar su avance!

 Horas después salió a relucir el asunto durante una conversación de sobremesa con un amigo catalán, catedrático de la Universidad de Barcelona. Le entró la risa.

Los semáforos republicanos de los que mis amigos habían visto “llena” Barcelona –nos explicó–son tres en total. Lo que había sucedido es que mis compañeros de expedición habían acudido a un Congreso cuya sede se encontraba precisamente en el lugar donde están instalados los tres semáforos en cuestión. Y además no tienen nada que ver ni con ERC ni con las recientes elecciones. Fueron puestos allí hace más de una década por el Ayuntamiento de Barcelona como una forma de acompañar la inauguración del vecino Pabellón de la República, edificio universitario que es copia del pabellón que la República Española exhibió en la Exposición Universal de París de 1937.

La anécdota me dejó pensativo. Sin ninguna mala voluntad, una gente bienintencionada –doy fe de su ausencia de malicia– había tomado un dato real, del que sólo conocía la apariencia, como exponente de un fenómeno general tan insólito... como inexistente. ¡Qué cuidado hay que poner a la hora de elevar lo particular a general! Es sencillísimo patinar.

Hablé luego con más gente que se sabía la historia de los semáforos. Me lo presentaron como un ejemplo de normalidad democrática y de respeto al pasado.

Tampoco eso es exacto.

Por estos pagos la normalidad rara vez es normal. La réplica barcelonesa del Pabellón de la República fue inaugurada por los Reyes. Para no molestarles, la placa que conmemora el hecho lo llama “Pabellón del Gobierno de España”, eludiendo la referencia a la República y pasando por alto el hecho de que el edificio no representó al Gobierno, sino al Estado. Es decir, a la República. El recuerdo histórico se les quedó entre Pinto y Valdemoro.

Es como el homenaje de ayer en Madrid a las víctimas del franquismo. Si quienes combatimos el franquismo tuvimos razón, ¿para cuándo los ajustes de todo tipo que corresponden, incluyendo los que afectan a la enseñanza de Historia que reciben los escolares? ¿Para cuándo la prohibición expresa de homenajear a quienes fueron nuestros verdugos? ¿Para cuándo el apartamiento de la vida pública de aquellos que participaron personalmente en nuestra represión y siguen en cargos oficiales?

De acuerdo: ellos no huelen a naftalina. ¿Decimos a qué huelen?

 

P.S.—Sigo agradeciendo las muestras de simpatía, realmente abrumadoras, recibidas tras mi accidente. Aviso que el retraso de hoy en este apunte no se ha debido a ningún contratiempo en mi salud, sino a que me han llamado inopinadamente de la radio y he estado ocupado en otras cosas. (Por cierto: ¡qué complicado es ponerse los cascos de auriculares con una sola mano!)

 

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No soy supersticioso, pero...

(Lunes, 1 de diciembre de 2003)

El nefasto fin de semana que inicié el viernes con un aparatoso accidente que me produjo dos largas y profundas heridas en el antebrazo derecho –ver el apunte del sábado para los detalles– tuvo su origen, como conté, en la rotura de un espejo. He comprobado que los supersticiosos tienen razón: la rotura de un espejo trae mala suerte. Sobre todo cuando los pedazos rotos te caen encima. Pero las consecuencias del mal fario no se quedaron ahí. Para remate completo de la faena, ayer, cuando aterricé en Madrid –algo es algo–, comprobé que Iberia me había perdido una maleta y había roto el sistema de arrastre de la otra. Puse al tanto al taxista de la situación. Me pareció un detalle de honradez elemental. No se accidentó. Sólo se metió en un interminable atasco. Tardé el doble de Barajas a casa que de Barcelona a Madrid.

Conocedor el personal de mi decidida afición por el humor negro, he recibido ya un puñado de mensajes orientados por esa vía, que me toman el pelo con mi entrada –provisional, espero– en el gremio de los mancos. A varios lectores –incluido uno de Boston– se les ha ocurrido señalarme que eso me ha pasado por dedicarme a ofrecer mi brazo para que Ibarrtxe pueda seguir exponiendo su plan. Otro me dice que la cosa tampoco es tan grave, dado mi conocido izquierdismo. Otro más manifiesta su esperanza de que esto no signifique que doy mi brazo a torcer. En fin, una perfecta asquerosa me escribe: “¿Y quién dijo que tú no te cortabas nada?”.

Fuera de eso, mi fin de semana barcelonés me ha dado un buen puñado de datos interesantes sobre la situación política catalana, pero los dejaré para próximos días, que esto de la escritura a una sola mano me agota y, además, tengo que ir a que me hagan una cura en el desastre.

 

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Los espías de Aznar

(Domingo, 30 de noviembre de 2003)

¿Cuántos espías españoles hay en Irak? ¿Por qué? ¿A qué se dedican?

Trillo dice que pillaron a ocho juntos porque procedían a un relevo, pero los testimonios que se publican hoy no encajan con esa afirmación. Todo indica que se desplazaban juntos.

Tampoco me parece demasiado verosímil la tesis de que fueron atacados a ojo, por una partida armada que no sabían quiénes eran. Tras el reciente homicidio de otro agente de los servicios de inteligencia españoles en Irak al que fueron a buscar a su propia casa, no resulta descabellado pensar que el espionaje español allí instalado tiene algún topo que da cuenta de sus movimientos a la resistencia.

Digo “la resistencia”, pero sería mucho más propio hablar de “las resistencias”, en plural, a la vista de la diversidad de objetivos y medios que se aprecian. Lo de ayer no fue obra de dos o tres espontáneos fanatizados sobre la marcha y prestos a inmolarse de cualquier modo. Es muy probable que las diversas formas de resistencia ni siquiera cuenten con un mando único.

Parece lógico, puesto que las diferencias ideológicas han de ser necesariamente grandes: el Baaz de Sadam siempre fue un movimiento laico y ahora están actuando también fuerzas integristas islámicas.

En todo caso, cada vez se confirma con más intensidad lo que algunos dijimos cuando George Bush dio por terminada la guerra: que lo que tal vez había concluido era la fase convencional de la guerra, pero no, en absoluto, la guerra. No consigue nada mejor su amigo Aznar cuando se dedica a cambiar el nombre de las cosas (“conflicto” en vez de guerra, “terrorismo” en lugar de resistencia), como si con ello cambiara las cosas mismas.

Lo único que hubiera podido cambiar lo ocurrido ayer en Irak (“a las 15:45 hora española, 13:45 hora local”, como precisó un cada vez más atribulado Trillo), es que nadie hubiera podido disparar contra ocho espías españoles... sencillamente porque no hubiera espías españoles en Irak.

 

(P.S.-- Sigo escribiendo lo más escuetamente que puedo, por las razones explicadas infra. Aprovecho para agradecer las muchas muestras de solidaridad que me han llegado por correo electrónico. Supongo que entenderéis que no conteste a los mensajes, en estas condiciones.)

 

 

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Artis mutis

(Sábado, 29 de noviembre de 2003)

La única satisfacción que me queda es que, en este caso, nadie podrá mirarme con displicencia y decir que soy un hipocondríaco.

Lo relataré brevemente, y en seguida entenderéis por qué.

Ayer, por razones incomprensibles en las que lo único que tengo claro es el papel de Isaac Newton, un espejo del hotel en el que estoy, en Barcelona, decidió desprenderse. Y yo decidí intentar sujetarlo. El espejo se hizo añicos en el aire, y dos de sus pedazos cayeron sobre mi antebrazo derecho, provocando un desastre –dos, en realidad– de dimensiones conmensurables, pero espantosas. Un corte, en forma de U, llegó hasta el hueso. Según dijo un simpático médico del hospital donde acabé, era “como si alguien hubiera querido quitarte un solomillo, para que me entiendas”. Habría sido un solomillo grueso, a fe, pero la imagen da bien la idea de lo que quedó colgando.

El otro corte fue grande pero, comparativamente, una broma.

Bueno, abrevio. Chorro de sangre que iba mareando a todo el mundo, torniquete, ambulancia, Hospital del Mar, cirugía, una buena noticia (no hay ningún tendón roto), una operación de cerca de dos horas, puntos de sutura hasta el aburrimiento (no sé cuántos porque no miraba, pero más de medio centenar, desde luego) y, al final, el brazo en cabestrillo por no menos de tres semanas.

Esto que sale aquí escrito lo he compuesto con una sola mano, sin Dios ni ayuda. Veremos si me arreglo para seguir escribiendo en las próximas semanas. Las cosas de ganarme el pan las haré como sea, claro, pero el resto...

No tenía ni idea de todas las cosas que se hacen con dos manos. Empiezo a saberlo. Y a 600 kilómetros de casa.

 

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Sin oposición

(Viernes, 28 de noviembre de 2003)

Hace ocho o diez años, un electo del PSOE oprimió con el pie el botón de voto de un compañero ausente y la foto del suceso se la aprendió de memoria toda España.

Hace unos días, Carlos Iturgaiz extendió alegremente la falange de uno de sus dedos –habría podido ser cualquier otra parte de su anatomía, pero fue una falange– y logró, aunque de manera efímera, que Jaime Mayor Oreja no fuera contabilizado una vez más como nulo en el Parlamento de Vitoria.

Casi nadie ha dicho nada.

El culpable del fraude se ha excusado diciendo que estaba «enredando» (sic!) con los artilugios del escaño de su jefe. Y los principales oponentes de su partido en Madrid han mirado para otro lado. Hoy por ti y mañana por ti.

Hace ocho o diez años, Felipe González, a la sazón presidente del Gobierno, hacía lo que podía en los foros europeos para arañar algunas compensaciones económicas que le permitieran regresar a casa dándose aires de gran estadista. La oposición del PP, por boca de José María Aznar, lo ridiculizaba tildándolo de «pedigüeño». Hasta le hacían chistes pintándolo de limosnero.  Ahora Aznar va por el continente de puerta en puerta reclamando que alguien se acuerde de lo que le prometieron en Niza, gimoteando por lo poco que los demás se atienen a sus viejos compromisos. Y la oposición, en vez de chotearse a cuenta de su paténtica realidad, se solidariza con él por «patriotismo».

¿Qué oposición tiene Aznar? En lugar de machacarlo, en lugar de buscar sus puntos débiles y de darle hasta en el carné de identidad, como hizo el PP en su día, los socialistas se dedican a ponerle objeciones que el 90% de la población ni siquiera entiende de qué van, o que le importan una higa. Y cuando hablan para que se les entienda, le atacan por la derecha, como Rodríguez Ibarra, que se queja de que el PP no haya recurrido al terrorismo de Estado en su lucha contra ETA, porque –dice– ellos habrían «mirado a otro lado». ¡Y dejan que un tipejo así aparezca como parte de su flor y nata!

No es sólo el PSOE. Oí hace dos o tres días a un responsable de Comisiones Obreras de Madrid afirmar que su sindicato no critica la composición del Gobierno de Esperanza Aguirre, porque Aguirre... ¡tampoco juzga la composición de los órganos dirigentes de su sindicato!

«¿Será posible?», me pregunté. Y me respondí: Si; claro que es posible. 

Mientras el personal no les muestre a todos ellos amablemente por dónde pilla la puerta de salida, ahí seguirán. Los unos, haciendo como que gobiernan. Los otros, haciendo como que se oponen.

Recordarán ustedes aquello de Hegel, que decía que todos los pueblos tienen el Gobierno que se merecen. Se quedó corto: también tienen la oposición que se merecen.

  

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