Apuntes del natural

[Del 3 al 9 de octubre de 2003]

 

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Muchos contra el Guggenheim,

ETA contra el Guggenheim

(Jueves, 9 de octubre de 2003)

Sigo con mis trabajos, ésos que me llevan a sumergirme durante horas y más horas en el pasado, convertido en rata de hemeroteca.

Ayer, repasando los avatares del año 1997, me encontré con un suceso que ya tenía casi olvidado (como tantos otros: mi memoria es muy selectiva. A veces, extrañamente selectiva).

Recordaba que el plan para la construcción del museo Guggenheim suscitó una fuerte oposición entre las fuerzas progresistas vascas, que nos lo tomamos como una especie de imitación local del faraonismo felipista que condujo a meterse en un solo año en la organización de unos Juegos Olímpicos y de una Exposición Universal. A parte de eso, tampoco nos gustaban las fuerzas económicas comprometidas en el proyecto, y nos pareció puro papanatismo recurrir a un arquitecto del quinto coño, teniendo en Euskadi excelentes profesionales de la cosa.

ETA también se opuso al proyecto del museo, insistiendo en que era una muestra del «servilismo» del PNV.

De todo eso me acordaba. Lo que tenía ya prácticamente enterrado en la memoria es lo que sucedió el 14 de octubre en las puertas del edificio que iba a ser oficialmente inaugurado cuatro días después. La noche de ese día, un comando de ETA trató de penetrar subrepticiamente en el museo para colocar una potente carga de explosivos. Descubierto por los ertzainas que hacían guardia, se produjo un fuerte tiroteo, a resultas del cual un ertzaina perdió la vida y uno de los miembros de ETA fue detenido.

Transcurridos seis años de aquello –casi día por día–, mi criterio sobre la construcción del museo Guggeinheim ha variado por completo. En lo que se refiere al edificio y al museo como tal, varió desde el mismo momento en que lo vi por fuera y lo visité por dentro. Admito que pueden ser parcialmente justas algunas críticas que aún se le dirigen desde el punto de vista arquitectónico –se dice que la hermosura del continente apaga a veces el brillo del contenido expuesto–, pero en conjunto me parece un acierto pleno.

En cualquier caso, mi autocrítica va mucho más lejos: creo que la construcción del Guggen ha permitido una revitalización económica de Bilbao tan sorprendente como extraordinaria. La ciudad, que había recibido un golpe mortal con la mal llamada reindustrialización, ha resurgido de sus cenizas y tiene ahora un vigor y una pujanza que jamás hubiera esperado, y menos en plazo tan breve.

Me equivoqué yo. Nos equivocamos muchísimos. Es muy posible que la mayoría. Pero los estragos que produjo nuestra equivocación se quedaron en las neuronas de los promotores de la idea. Tampoco descarto, ni mucho menos, que nuestras críticas obligaran a afinar más el proyecto y hayan contribuido a mejorarlo.

También se equivocó ETA. Pero ninguna autocrítica que pudiera entonar ahora devolvería la vida al ertzaina que mató. Al ertzaina al que los suyos mataron porque trató de evitar que pudieran destruir una obra de arte y, ya de paso, boicotear el renacimiento económico y cultural de Bilbao.

 

Post scriptum 1º.– Sería interesante que las fuerzas más críticas de Cataluña y Andalucía hicieran balance de sus respectivos fastos del 92. ¿Acertaron los que se opusieron? ¿Erraron? ¿En qué acertaron y en qué se equivocaron? Yo, lo de Sevilla sigo sin verlo, salvando el AVE, que salió carísimo –porque allí metió el cazo todo dios– pero es muy útil. En cambio, lo de Barcelona lo veo mejor. Pero hablo a ojo. Que opinen los que conocen esos asuntos de primera mano.

Post sriptum 2.– Hoy, aniversario de la muerte de Brel, a las 16:40, France 5 (visible en el canal 305 de Canal Satélite Digital y, en general, en todos los televisores conectados al satélite Astra) emite un programa especial de una hora dedicado al cantautor belga.

 

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Respuestas enérgicas

(Miércoles, 8 de octubre de 2003)

Me parece perfectamente comprensible que los padres de una chavala brutalmente asesinada reclamen que los menores responsables del hecho sufran penas muy superiores de las que les asigna el Código Penal del Menor. El sufrimiento y la indignación de los familiares son tan comprensibles como imposibles de compartir, si se admite que la finalidad de la pena no es la obtención de venganza sino la rehabilitación del delincuente.

Por esa razón, resulta preocupante que los dirigentes políticos al más alto nivel, incluidos algunos ministros, se pongan a hacer coro a los familiares y defiendan un mayor endurecimiento de las leyes, a veces con argumentos tan peregrinos y demagógicos como que puede haber una enorme diferencia en la gravedad de las penas merecidas por dos delincuentes entre los que en la práctica sólo hay una diferencia de edad de pocas semanas. Si se admite que entre la minoría y la mayoría de edad hay una diferencia no ya de semanas, sino de segundos, y que entre una situación y otra debe haber cambios jurídicos fundamentales, ¿a qué viene ese escándalo absurdo? Ayer le oí repetir en la radio ese argumento rastrero a un individuo llamado Esteban Ibarra, que preside una organización que se llama, sarcásticamente, Asociación contra la Intolerancia.

Pero no lo hacen para caer simpáticos. O no sólo, por lo menos. Tratan sobre todo de crear el caldo de cultivo necesario para el avance del autoritarismo. ¿Qué más puede desear un político autoritario que gobernar sobre una población que, lejos de vigilar sus hipotéticos excesos, los jalea y aplaude?

Se crea un clima social favorable a las medidas enérgicas y a la aplicación de la mano dura –en eso como en todo: también con respecto a la inmigración, a la igualdad de los sexos, a la tolerancia ideológica, a la inseguridad ciudadana, a la crisis y la incertidumbre económicas–, y luego, como un destilado natural, aparecen los Schwarzenegger dispuestos a recoger en las urnas el resultado y montarse un gobierno ultrarreaccionario.

 

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El dinero de los partidos

(Martes, 7 de octubre de 2003)

Un informe del Tribunal de Cuentas afirma que una cuarta parte del dinero que manejan los principales partidos políticos tiene un origen irregular. En algunos casos, la procedencia no es sólo irregular, sino opaca: así a la hora de las donaciones anónimas, que en los ingresos de CiU alcanzan un monto realmente espectacular.

El Tribunal sostiene que la contabilidad oficial de los partidos no refleja fielmente sus gastos, que no unifican todos sus ingresos y que se aprovechan de su presencia en instituciones de carácter local para otorgarse fuentes de ingresos suplementarias. Eso por mencionar sólo los hechos probados.

Según los integrantes del Tribunal, debería procederse a una reforma de la Ley de Financiación de los Partidos Políticos que regulara determinadas prácticas confusas e impidiera que otras claramente ilegales encuentren cobertura.

Es la enésima vez que el Tribunal hace esa recomendación. Y se puede apostar sin ningún riesgo lo que harán los partidos políticos: dirán que, en efecto, hay que reformar esa ley y, a continuación, seguirán en las mismas.

La clave del problema no está en la ley, sino en la realidad.

Los partidos tienen un volumen de gastos que no pueden afrontar de ninguna manera con los ingresos que perciben.

El primer gran capítulo que les desborda es el de las campañas electorales. Se gastan no sólo lo que no tienen, sino lo que nunca podrían tener, aunque obtuvieran resultados excelentes.

A considerable distancia, pero también como una pesada carga, deben soportar los gastos de mantenimiento del aparato burocrático del propio partido: locales, sueldos de personal, organización de actos, propaganda, etc.

Tal volumen de gasto no podría verse compensado de ningún modo por los fondos que aporta el Estado para el sostenimiento de las fuerzas políticas con representación parlamentaria ni –mucho menos aún– por las cotizaciones de sus militantes.

Sólo cabe concebir una solución para paliar esa tremenda desproporción entre gastos e ingresos: que los partidos se pusieran de acuerdo para reducir drásticamente el despliegue propagandístico –en buena medida inútil, dicho sea de paso– que hacen durante las campañas electorales. Pero es más que improbable que pudieran llegar a ese acuerdo. Bastaría con que uno pretendiera aprovechar la rebaja de los otros para obtener ventaja y de inmediato volverían todos a las mismas.

El Tribunal de Cuentas es muy benévolo. Digamos más bien que no quiere líos. Se limita a fiscalizar lo que los propios partidos le ponen sobre la mesa. Si investigara las comisiones –o las generosas donaciones– que obtienen algunos partidos con vara alta en la Administración por la adjudicación de grandes obras públicas, o por recalificaciones de terrenos, o por asignación de determinados servicios, vería lo que es bueno.

Lo que pasa es que no quiere verlo.

 

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La radio deportiva

(Lunes, 6 de octubre de 2003)

A veces, cuando quiero enterarme de cómo van los partidos de Liga durante los fines de semana, conecto la radio. Sobre todo dos emisoras: RNE y la Ser. A Radio Nacional le veo la ventaja de que no emite publicidad, aunque es bastante reiterativa y un tanto plana. El Carrousel Deportivo de la cadena Ser es más animado y cuenta con comentaristas especializados, aunque no esté muy claro en qué son especialistas algunos especialistas. A cambio, aporta dos graves inconvenientes: tiene mucha publicidad y, lo que es peor, la publicidad la protagoniza Pepe Domingo Castaños. «Anima: ¡Pepe Domingo Castaños!», anuncian con gran alborozo. ¿Que anima? Y un cuerno.

La trayectoria profesional de Castaños es sorprendente. Salido de la nada de modo fulgurante y prometedor, hace la tira de décadas –hizo incursiones incluso en el mundo de la canción–, ha acabado por regresar a la nada, pero con mucho ruido. Porque encargarse de hacer gracietas para corear la publicidad no es precisamente la culminación de una gran carrera. A mí lo único que me deja perplejo es que se tome con tanto humor –al menos aparente– su actual destino y que no se corte un pelo a la hora de vocear alborozado cada tres minutos las excelencias de unos puritos que, según él, dan bocú de yé, pronunciado tal cual. Porque esa es una particularidad de Carrousel: no sólo machaca con la publicidad, sino que, además, casi toda ella es de tabaco y de alcohol. Lo cual no parece muy adecuado para un programa que se dice deportivo. Digo yo.

Lo que me deja más perplejo de las emisiones deportivas son las retrasmisiones de los partidos de fútbol. Porque, por razones que no alcanzo a comprender, la radio y la televisión invierten sus papeles. En la radio, cuya audiencia se supone que no está viendo lo que ocurre en el campo, se pasan todo el rato haciendo comentarios técnicos, sin relatar ni un pijo de las evoluciones de los jugadores sobre la hierba. En la tele, en cambio, donde te están mostrando lo que sucede, se empeñan en contártelo: «Zidane... Figo... Figo a Roberto Carlos... Roberto Carlos prepara su pierna izquierda...», etc. Lo lógico sería lo contrario, me parece: que en la radio te cuenten lo que no ves y que en la televisión te comenten lo que ves. Algo de esto es lo que hacen Michael Robinson y compañía en Canal +. Pero las demás cadenas de televisión, empezando por TVE, nada, erre que erre: a contarte lo que ves. Y las radios, al revés.

Con lo cual, acabo casi siempre por quitarlo. O, alternativamente, por dormirme. Que es para lo que están hechos los fines de semana... y la mayoría de los partidos de fútbol.

 

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La desesperación

(Domingo, 5 de octubre de 2003)

Se requiere mucho fanatismo para hacer estallar una bomba en un restaurante y llevarse por delante a todos los comensales, como hizo ayer una joven palestina que mató en Haifa a 19 personas e hirió a unas 60.

Pero todavía se requiere más para hacerlo dejando en ello también la propia vida.

Alguna vez he bromeado con la curiosa fe de muchos católicos, que dicen estar convencidos de la existencia del Paraíso y del lugar que les espera en él, pero no tienen la más mínima prisa por efectuar tan venturoso tránsito y se aferran como posesos a este valle de lágrimas. ¡Vaya un extraño interés en no mejorar! He tomado el pelo a más de uno diciéndole que lo suyo ni es fe ni es nada; que, para fe de verdad, la de los creyentes del Islam que no dudan lo más mínimo en dar su vida por la causa.

Pero sé que no es verdad. No es cuestión de fe. Me consta que son bastantes los combatientes palestinos que se inmolan no porque pretendan alcanzar la salvación eterna sino, pura y simplemente, porque dan más importancia al objetivo que a su vida.

Mucha gente de por aquí no sabe que hay organizaciones armadas palestinas que están más próximas del marxismo que del islamismo. Son laicas. Es perfectamente posible que la muchacha que se suicidó ayer en Haifa haciendo volar ese restaurante judío fuera atea.

En la actual cultura occidental, la vida pasa por ser el bien supremo. Pero hay mucha gente en el mundo que no valora tanto la vida. Ni la ajena ni la propia.

Y no sólo en razón de su miseria material. Puede haber resortes mucho más fuertes que la miseria. De hecho, la miseria no suele mover a casi nada. La venganza puede más. Y el odio. Y el orgullo colectivo herido por la humillación, la chulería y la crueldad del ocupante.

Como en este caso.

Para entender por qué el pueblo de Israel sufre tantos atentados suicidas, lo primero que hay que considerar es la actuación del propio Estado de Israel. Quien no deja a los demás espacio para la esperanza, provoca él mismo la desesperación ajena.

Que no se extrañe luego de sufrir sus efectos.

 

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Personalizar el impersonal

(Sábado, 4 de octubre de 2003)

«Si suben los precios de las casas, es, lógicamente, porque se venden», afirmó ayer Mariano Rajoy. El sucesor se está instalando en un estilo de suficiencia y autosatisfacción insufribles. En esa misma intervención de ayer, acusó al PSOE de estar «haciendo el zascandil» y de «no plantear con seriedad las cosas serias». Habrá que concluir que, una de dos: o considera que su planteamiento sobre la carestía de la vivienda es serio... o considera que el problema de la vivienda no es serio.

Obviamente, si «se» venden pisos así de caros es porque «se» compran a ese precio.

La cuestión está en determinar quién es «se».

Hay que personalizar el impersonal. Porque «se» no es cualquiera. «Se» no es, ni mucho menos, la mayoría. La mayoría de los habitantes de las grandes ciudades no puede plantearse la compra de un piso, a los precios que están. No ya la compra: a veces ni siquiera el alquiler. Con la precariedad que hay en el empleo y los bajos salarios que perciben, los jóvenes tienen que quedarse a vivir con sus padres o agruparse para hacerse con un techo que compartir. Muchas, muchísimas parejas tienen que renunciar a convivir, y las que lo logran consiguen pisos tan pequeños que apenas caben: como para tener hijos, así fuera con todos los apuros económicos del mundo. ¿Cómo podría plantearse el pago de un plazo hipotecario o de una renta de alquiler superior a los 600 € quien no los gana, o gana sólo un poco más?

Los pisos «se» venden, sí, pero ¿quién los compra? Los compra, en importante proporción, la franja minoritaria de la población que tiene medios económicos bastantes y que ya tiene casa. Compra para hacerse con una residencia secundaria o, muy frecuentemente, como inversión, para vender más caro al cabo de cierto tiempo. O las dos cosas, porque nada les impide hacerse con la propiedad de tres, cuatro o cinco casas.

Sostienen los justificadores de todo que la revalorización incesante de las viviendas beneficia también a los muchos ciudadanos que ya son –somos– propietarios. Es una memez como la copa de un pino. ¿De qué me vale a mí que mi casa de Aigües, ésta desde donde escribo, haya multiplicado por cuatro su valor en diez años, si no podría comprar nada mejor con el dinero obtenido por su venta? ¿De qué le vale a nadie que su vivienda se revalorice sin parar, si en algún sitio tiene que vivir y no puede vender caro sin comprar luego igual de caro? No: la carestía de la vivienda beneficia sólo al que no necesita vivir en la casa que compra. Porque es eso lo que lo sitúa en condiciones de vender.

O, dicho de otro modo: las casas son cada vez más caras porque la legislación actual no penaliza ni la especulación inmobiliaria ni el mantenimiento de viviendas desocupadas, y porque los poderes públicos no promueven la construcción de viviendas sociales para su venta y para su alquiler. Es así de sencillo.

¡«Se» vende porque «se» compra! ¡Y a eso llama Rajoy «plantear con seriedad las cosas serias»!

Debemos ir haciéndonos a la idea, por duro que resulte: todo indica que el sucesor está a la altura del sucedido.

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Verlo en 800 x600

Hace tiempo que venía planteándome la necesidad de hacerlo, pero no encontraba el momento. Ayer lo hice.

Me refiero a la visión de esta página en una resolución de 800 x 600 píxeles, en vez de los 1.024 x 768 con los que trabajo normalmente.

Había recibido algunas cartas de gente lectora que se quejaba de ciertos desajustes que yo no veía por ningún lado y quería comprobar si se debían a eso. Y sí. Comprobé que el menú de la página de arranque, visto a ese tamaño, resultaba rarísimo. Había elementos que no quedaban centrados ni por el forro y las líneas se cortaban en lugares absurdos. Además, el letrero de estos Apuntes del Natural se volvía gigantesco y ocupaba dos líneas.

Corregí todo ello lo mejor que pude y supe, aunque eso me obligó a renunciar a algunas ventajas sólo visibles en la presentación a 1.024 x 768.

Acabada la tarea, me quedé meditabundo.

Me pregunté cuantas veces los desajustes entre los humanos, nuestras diferencias, no se deberán a los diferentes códigos –a las diversas perspectivas– con que afrontamos la realidad, los unos y los otros.

No tanto a contradicciones de intereses: a meros prismas de la visión.

Y me pregunté luego cuantas veces adoptar la mirada del otro –ponerse en su lugar– no nos permitiría corregir muchos desenfoques, aunque fuera a costa de renunciar a ciertas ventajas de nuestra propia mirada.

Pero en seguida me di cuenta de que, una vez más, estaba pensando en Euskadi.

 

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Informes académicos

(Viernes, 3 de octubre de 2003)

Se ha formado un enorme socavón en Aragón, a medio kilómetro de la vía del AVE Madrid-Lleida.  Vistas las dimensiones de la oquedad, asaz considerables, más parece asunto de espeleólogos.

¿Es muy importante, moderadamente importante, poco o nada importante que se haya producido tamaño agujero? ¿Correrá peligro el tren cuando circule por esa zona? Hay unos expertos de la Universidad de Zaragoza que dicen que el peligro es muy considerable, pero se lo oigo contar a un político que me consta que no es geólogo experto, sino un tránsfuga del MC que se pasó al PSOE en la modalidad de parejas, con gran éxito de público (ya que no de crítica), y que tal vez sepa de entretelas, pero no de subsuelos.

El Ministerio de Álvarez Cascos dice que cuenta con otros informes igualmente académicos que aseguran que esos agujeros no tienen ninguna importancia; que están muy lejos de la vía.

Me lo decía hace poco un catedrático gallego, hombre no demasiado de izquierdas, pero sí experimentado: «Eso de los informes académicos es una coña marinera. Tú llegas y dices que tienes un montón de dinero y que necesitas un informe académico favorable a tal o cual alternativa... y encuentras los catedráticos que te hace falta, y te elaboran el informe, vaya que sí. Y si luego aparece otro que necesita un informe igual de académico que diga lo contrario, y también tiene sus dineros, pues lo consigue, faltaría más. Tras de lo cual, los catedráticos y profesores nos cachondeamos mucho, y ponemos a parir a los unos y a los otros en la barra de la cafetería, pero no los denunciamos. Porque el corporativismo está por encima de todas las ideologías.»

¿Cuál es el resultado? Que los informes académicos firmados por expertos valen una mierda.

Como los expertos.

Como lo académico.

 

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Los milagros

Lo de hoy sí que es ya noticia: hay un preboste de la Iglesia suiza que ha dicho –eso cuentan, al menos– que Karol Wojtyla «vive sus últimos días».

La verdad es que el caballero en cuestión no podría tener peor aspecto.

El representante de Dios en la Tierra se muere y Dios no hace nada.

¿Por qué? ¿Tal vez porque, como dicen algunos, no quiere interferir en las cosas de los hombres? Entonces, ¿por qué resucitó a Lázaro? ¿Y por qué lo hizo la primera vez que aquel buen señor se murió, y no la segunda?

No es sólo el asunto de las resurrecciones. Me intrigan los milagros, en general. Los realizados directamente por Dios, en cualquiera de sus tres personas, y los efectuados por delegación, sea a través de María, en cualquiera de sus cientos de formas –porque cuidado que hay vírgenes–, sea por los miles de santos y santas que honra la Iglesia Católica.

Adelantaré que yo no creo en los milagros, porque no he tenido constancia concreta y fehaciente de ninguno, exceptuando el éxito literario de Ángeles Caso. Pero, de creer en ellos, no podría evitar hacerme un puñado de preguntas que me parecen de sentido común: ¿por qué esos milagros y no más? ¿Por qué tántos y tan portentosos en la antigüedad y tan pocos y tan discretos ahora? ¿Por qué se forró Dios a hacerlos hace veintiún siglos, cuando las comunicaciones eran tan malas y tenía uno que fiarse de lo que otros relataban, y no hace ninguno ahora, que podría ser retransmitido en vivo y en directo al mundo entero y no cabría vuelta de hoja?

O, por volver al comienzo: ¿por qué curó tantos enfermos en la Palestina del siglo I y deja ahora que su fiel siervo Karol vaya inclinándose más y más hacia la tierra que habrá de acogerlo a no tardar demasiado?

O, ya metidos a preguntar: ¿no se plantea siquiera qué clase de legado dejó a su paso por Palestina? Porque menos mal que eso es Tierra Santa, que si llega a ser Maldita...

 

 

 

 

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