La granja

 

La casualidad (aunque mi mala leche acumulada me dice que es más bien la causalidad) ha querido que Terelu se encuentre con su mamá María Teresa en Antena 3. La veterana ha cogido sus bártulos de Telecinco y se ha ido con la música a otra parte, concretamente a la competencia (aunque mi mala leche acumulada me dice que más bien a  la incompetencia). La mamá Campos parece tener como libro de cabecera el “No sin mi hija” de Mahmoody y  Hoffer. Pero allá cada cual con sus lecturas. Además, la actitud protectora de una madre es comprensible, aunque se pretenda disfrazar con vestidos de faralaes de los que caen flecos periodísticos. 

A la niña Campos la han llamado para presentar un nuevo espacio, un bodrio que nada aporta de nuevo a la ya opaca y bochornosa programación televisiva. Se trata de un concurso en el que unos famosotes comparten habitáculo, se pelean, se mosquean, se aburren, se nominan, salen de la casa, y después se ven las caras en interminables y esperpénticos debates, tan intrascendentes como vacíos. Estos populares inquilinos de la granja ordeñan, limpian, cocinan y  barren, supervisados por un ganadero. Lo que no nos cuentan es la pasta gansa que se están embolsando por llevar a cabo esas tareas a las que, por otra parte, no deben estar acostumbrados. 

Terelu se ha vestido de bailarina orwelliana para darle un toque pomposo y melindroso a una granja sin más rebelión que la pereza, el sopor y el aburrimiento.

Primero fue la casa de Gran Hermano, después el autobús de Antena 3, la academia de OT, la selva de los famosos, el castillo de las mentes prodigiosas (snif) y ahora la granja de los famosos. Mañana será el turno del retrete de los gañanes o de la comisión de las mentes prodigiosas, con Rubalcaba nominando a Zaplana y Acebes bailando un chotis con Martínez Pujalte.

Así es la tele del siglo XXI. Estos programadores bienpensantes de la caja tonta no se atreven a darle caña a la audiencia. ¿Quieren emociones fuertes? ¿De verdad quieren escenas sadomasoquistas? Pues  que se atrevan a meter a doce de estos famosos de la nadería en una universidad durante tres meses, con la obligación de asistir a cinco clases diarias, tomar apuntes, estudiar y hacer exámenes. Les apuesto doble a sencillo a que no duraban dos semanas cantando el Gaudeamus Igitur. Ah, y como premio, una linda beca en cualquier empresa. Sí, una golosina laboral, eso de currar por la cara, neoliberalismo del bueno. Vamos que iba a dejar al ganador  a merced del “mercado inteligente”. (En Alemania ya la inteligencia del mercado anda por las nubes, reventando récords. Ahora quieren que los trabajadores curren más horas, pero sin aumentar el salario; y todo en aras de la productividad. A este paso,  los ciudadanos de los países “desarrollados” vamos a acabar reviviendo el Germinal de Zola. Imagínense en los “no desarrollados” cómo está el panorama).

Pero sigamos con la nueva milonga de Antena 3. La granja es una versión surrealista de “La casa de la Pradera”, sólo que nos han cambiado a la inocentona Laura Ingalls por la chica del Playboy,  y al papá al que daba vida Michael Landon por Shangay Lilly, un tío con turbante que da vida a algo que aun no he sabido descifrar. Por cierto, que la modelo “conejita” del Playboy   ya ha optado por hacerle mimitos al empresario. Son cosas inevitables del directo, de la vida en la granja o del origen de las especies, ya se sabe. Empresario-modelo;  modelo-empresario; tanto monta, monta tanto (con perdón).  Esa relación inevitable es una especie de déjà vu crónico, una  inferencia lógica.

Se supone, aunque es mucho suponer,  que los moradores de esa granja deben su presencia allí a su popularidad (que no a su fama), y ésta es una de las grandezas de tanta miseria. Citemos, aunque sea a fuerza de contener la risa, a algunos de estos celebérrimos personajes. Paquito Fernández Ochoa es de los que más juego dan. Ganador de una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de invierno de 1972, es, a buen seguro, el tipo que más ha rentabilizado un éxito en la historia del deporte. Todavía sigue siendo reclamo televisivo, 32 años después de deslizarse por aquellas rampas nevadas con el gorrito de lana en la cabeza. Y todavía siguen llamándolo Paquito. Sus calzoncillos han dado mucho que hablar,  lo que ya dice bastante del nivel del programa. El esquiador duerme en gayumbos, sin importarle la masiva presencia de cámaras en los aposentos de la granja, y a Terelu y sus contertulios de caspa y esmalte de uñas les da por criticar la ropa interior del ex deportista.

 Otra vieja gloria invitada a la granja es Paquita Torres (seguimos con los diminutivos), miss España 1966 (seguimos retrocediendo en el tiempo). Desde aquel gran logro hasta hoy debe su popularidad a... hummm... su matrimonio con el jugador de baloncesto Clifford Luyk, hummm... a que es madre de la modelo Estefanía Luyk... ¡ah, claro, y a sus desfiles!, o sea, a sus labores. Preguntada por sus aficiones, se hincha de sinceridad y responde con un impertérrito “me encantan la ropa y los zapatos”.

Permítanme un tercer ejemplo: Maricielo Pajares, popularísima en el gremio de los famosetes por ser hija del actor Andrés Pajares, protagonista de aquel filme de culto titulado “Los bingueros”. 

Paquita, Paquito y Maricielo, los tres forman parte del combinado nacional. Pueden imaginarse al resto. Con granjeros así el éxito de audiencia está garantizado. Terelu mastica las palabras adornada por una aureola de laca y potingues. Se la ve suelta, gozosa, orgullosa de sí misma. Los guionistas se exprimen el cerebro en busca de pruebas ingeniosas. Falla el exprimidor (aunque mi mala leche acumulada me dice que...)

  

Para escribir al autor: Marat_44@yahoo.es

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