Aznar, el político átomo

 

Aznar, otra vez Aznar. Políticamente resultó ser muy pequeño. Su bagaje dejó muy satisfechos a los dueños del dinero, o sea,  a los grandes. Sacó pecho y lo lució hasta que un buen día el pueblo le desinfló el wonderbra. La mejor de sus decisiones fue, sin duda,  la de abandonar la presidencia tras ocho años de mandato. Ése fue un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la Humanidad.  Salió por la puerta de atrás afligido, conmocionado y renqueante.  Su rostro desencajado en la calle Génova tras el varapalo electoral lo decía casi todo. Creyó que se le añoraría, que le harían dar la vuelta al ruedo tras la faena, pero el pueblo decidió aquel 14 de marzo indultar al toro y menospreciar al novillero Rajoy. Aznar guardó las banderillas,  hizo las maletas y se preparó para una nueva vida, lejos del ruedo parlamentario.

 Apadrinado por universidades norteamericanas y foros de chiripitifláuticos reaccionarios, José María Aznar está llamado a protagonizar aún muchas jornadas de diversión mezquina y bochornoso espectáculo. Chemari tiene la gracia de los conejitos Duracell, que duran y duran, haciendo caso omiso de la consigna de Gracián que decía que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Aznar no sabe ni quién es Gracián, por mucho libro que le escriban desde las oscuridades editoriales. Aznar es un político breve, pero unos cuantos engolados  y adinerados vejestorios nos lo quieren perpetuar. Estos conservadores impenitentes tratan de crionizar intelectualmente a nuestro Josemari, como si fuera el Walt Disney de las conferencias, con sus dibujitos animados bajo el brazo. Aznar es su propia caricatura a tamaño natural, y con ella va alegre, feriante, de mesa redonda en mesa redonda.

  Aznar ha sido un político menor, algo topo, gris, de pensamiento enclenque, gobierno desmadejado y menguada pertinencia.  Fue cocinero de menudencias infinitas con  sus doctrinas filosóficas en escabeche y sus gallinejas en forma de receta léxica. No pasó del “España va bien”. Ésa fue su mayor aportación metafísica. El cuco ex presidente creyó que lo dejaría todo atado y bien atado, pero su caudillaje tocó fondo con el circo de Acebes tras el 11-M. Chemari gritó mil y una veces el “pasen y vean” en la pista central, pero se olvidó de cerrar la jaula de los leones y la cosa acabó en carnicería electoral. Chispeante, atolondrado, medio náufrago, el leve Aznar se dejó llevar como si fuese una bola de acero en medio de una esas máquinas de pinball en las que se encienden y apagan luces mientras resuenan mil y una campanas. El jefe  mequetrefe perdió la partida. Pero su infinito ego le impidió asimilar la derrota.

Al minúsculo politiquillo lo invitaron la semana pasada a presidir una mesa redonda en el foro Ambrosetti. Qué curioso, en la Italia de su amigo Berlusconi, quien lleva camino de convertirse en la una nueva señorita Pepis, con tanto culto a la imagen, tanto estiramiento facial y esos injertos capilares de alta alcurnia. Ahora toca recoger, pensará Aznar. El caso es que nuestro exiguo ex presidente compartía mesa con el mismísimo John Ascroft, ese fiscal yanqui al que le da por ir tapando los pechos de las estatuas que representan a la Justicia. Pues con tipos como ése  se encontraba  Chemari cuando se supo de la matanza de Beslan. El futuro presidente de honor del PP se encendió, preparó su discurso de incongruencias y se  puso a largar. Confieso,  llegados a este punto, que es poco menos que imposible soltar más gilipolleces en menos tiempo (es fonética, léxica  y materialmente imposible) y cuesta horrores decidirse por mostrar unas y descartar las otras. No voy a entrar a evaluar el cociente intelectual de Ansar; ni yo soy Martín Prieto, ni Aznar es Marina Castaño, aunque el caballero de la triste figura comparta con ella tantas inquietudes y amistades. Además, la cuestión no estriba en el cociente intelectual de Chemari, sino en cómo utiliza ese cociente. Y aquí tienen ustedes una prueba irrefutable, de antología, vamos. Dice el pequeño Josemari que estamos en guerra. ¡Pues primera noticia! ¿Y con quién? ¿Está España en guerra con Chechenia? ¿Acaso con Irak? ¿Quizá con los palestinos? ¿Con los hutus o con los tutsis? ¿Y por qué no nos cuenta cuál es el origen de esta guerra, qué motivos han llevado a esta guerra? Pero dejemos que se explique Aznar: resulta que es el  terrorismo internacional el que le ha declarado la guerra a la sociedad occidental libre, próspera y predominantemente laica. ¡Toma ya!  ¿Es o no es pequeño este tipo? ¡A la sociedad occidental! O sea, que ponen una bomba en Bali, Managua o Nueva Delhi y la cosa también es contra Occidente. Y habla de sociedad predominantemente laica. ¿Lo dirá por sus ministros del Opus Dei o por los miembros de su gabinete pertenecientes a los legionarios de Cristo? ¿Lo dirá por la enorme fe de su antiguo fiscal general del Estado o por la evangelización crónica de su presidente del Tribunal Constitucional?

Conclusión científica: la majadería discursiva de este saltimbanqui con bigote es inversamente proporcional a su tamaño como político. Aznar es, definitivamente, la mínima expresión de la coherencia política. Es el político átomo.

Otra perla del empequeñecido ex presidente: “Se está en guerra con toda una ideología totalitaria”. Aznar luce una vez más su flaca memoria, una sorda atención y enarbola  la bandera de la  irreflexión. En 1936 se luchó contra una ideología totalitaria. Y en 1940,  miles de españoles combatieron a Hitler, lo derrotaron cinco años después (algunos, más de 10.000,  pagando con su propia vida) para encontrarse luego con la pasividad internacional, que permitió a Franco hacer a sus anchas. Y a Franco, cabeza hueca e icono de la ideología totalitaria apenas se le plantó guerra. ¿Es que ha olvidado Ansar sus raíces contemplativas y complacientes? ¿Acaso combatió Manuel Fraga, el papá pitufo de los populares, la ideología totalitaria? ¿No ha sido la fundación Francisco Franco  mimada por el Gobierno Aznar con enormes aportaciones económicas?

Y sigue erre que erre, como los conejitos de las pilas alcalinas, ya lo avisaba: “El mundo terrorista y radical debe ver nítidamente que estamos en un único combate”. A estas alturas ya  no sabe uno si acudir a la antropología, a la ciencia marina o a la granja de Terelu. ¿Cómo se puede soltar tal memez y quedarse tan ancho? ¿Cuáles son los contendientes? Que responda este visionario de tres al cuarto de qué lado deben ponerse los españoles. ¿Acaso hay que estar con las fuerzas especiales rusas que han violado, torturado y masacrado a ciudadanos chechenos inocentes? ¿Qué crítica ha levantado el Gobierno de Aznar contra la deshonrosa actuación de Putin en Chechenia, denunciada una y mil veces por Amnistía Internacional y descrita con todo lujo de detalles por la periodista Anna Politkovskaya? El ex presidente del gobierno español ha mirado a otro lado, como Chirac, como Schröder y como tantos otros líderes políticos.

Lo más triste de todo es que a Aznar  le paguen dinero, y mucho, por evacuar sus sandeces, por hacer sonar la flauta. Sus mecenas no tienen en cuenta que el pentagrama de Aznar es tétrico, está lleno de borrones y de notas discordantes. Su concierto es tan previsible como mohíno. Pero él venga que sopla y resopla y vuelta a resoplar. Se ha convertido, pese a su insignificancia política, en una atracción de feria, siempre dispuesto a hacer reír a neoliberales, listo para ser adorado por los reptiles del fondo.

 Y Aznar, por mucho que quieran convertirlo en un ideólogo, por más que se empeñen en darle forma de teórico, aunque el susodicho se empeñe en crecerse, no pasará de ser la mínima expresión del raciocinio político. Siempre será el político átomo.

 

Para escribir al autor: Marat_44@yahoo.es

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