Ni estrellas, ni sol, ni luna*

 

     Hay un portal en este mismo sitio web –más parece un terrain vague–, que ocupa un espacio inmerecido en la red de redes. Se trata, ya lo habrán adivinado, de la infecta sección que Belentxo Martos satura incomprensiblemente, semana tras semana, con presuntas reflexiones personales, llenas de caos y de información adulterada, de exposiciones gratuitas de querencias de la autora, y de literatura trasnochada, al lado de la cual los peores momentos de Manolito Gafotas son parte de lo más florido de las letras mundiales. He creído mi deber dar al traste, de una vez por todas, con la posibilidad de que la Martos influya de alguna manera en las cándidas mentes de los inocentes y descuidados lectores. Alguien tenía que hacerlo, y este humilde Amigo del Pueblo, desde su bañera, no ha sido nunca enemigo de las acciones temerarias.

     Crean mis bienamados seguidores -son legión- que no es plato de mi gusto el dedicarle más de la atención estrictamente necesaria, a tal personaje. Pero nunca he sentido desapego hacia el deber social. He aquí mis fundadas críticas al Portal de Belén, en el que, a pesar de su festivo nombre, nunca he encontrado cuerpo astral alguno. Ni estrellas, ni sol, ni luna. Algún meteorito pseudoliterario ha dejado caer la autora sobre el prodigio de las humanidades, que ha causado daños probablemente irreparables en el panorama cultural que nos rodea.

 

Martos y trece

 

     Comenzaré discrepando con Javier Ortiz, a quien por lo demás respeto y alabo el gusto de contar conmigo entre los colaboradores de su página, cuando afirma, en la presentación de la funesta sección y de su autora, que Martos está “siempre presta a la coña y al juego de palabras divertido”. Ignoro a qué se debe tal falta a la verdad, pero sé de buena tinta que Belén no habita precisamente en la casa de la guasa. De hecho, al recabar información en los tugurios barriobajeros que frecuenta (espero que este esfuerzo ímprobo merezca recompensa), he escuchado expresiones como “es de un triste que se te descompone el cuerpo”; “tiene menos gracia que Rajoy bailando el mambo”; “siempre cuenta los mismos chistes, da grima oírla”; o “da la impresión constante de venir del funeral del único hombre que le ha hecho caso”. Por otra parte, no es difícil darse cuenta, si a alguien se le ocurre dar un repaso por sus escritos -lo cual recomiendo encarecidamente no hacer-, de que los chascarrillos con los que salpica aquí y allá sus octavillas y pastiches adolecen del mismo fino sentido del humor que los berridos de Los Morancos de Triana o los monólogos de Chiquito de la Calzada, con el agravante de que Martos pretende, encima, hacerse pasar por una intelectual.

 

Si no sabes, ¿para qué te empeñas?

 

     Lo cual me lleva a la otra cara de este oscuro asunto: ¿Desde cuándo, oh Diosa Razón, cuyo sueño produce este tipo de monstruos, alguien de tan escasa y descuidada formación, que se permite opinar sobre artistas consagrados a los que no debería hacer otra cosa que rendirles silenciosa pleitesía, encuentra acogida en un espacio en el que publican gentes de tan valiosa categoría como la de este humilde crítico polivalente? Martos deja al descubierto constante y bochornoso sus lagunas culturales, con la desvergüenza y la osadía propias de la ignorancia, cuando cita a autores que todo el mundo conoce, como si con ello ascendiera en la escala de la sabiduría. Y lo que provoca en el paciente lector no es sino una sonrisa de compasión, cuando no una molesta caries que nace por culpa de la presión de sus pobres mandíbulas, presas de patas en él. Presas de la ira, esto es. (Empieza a afectarme, y pido disculpas por ello, el releer las cosas de Martos; lo que no he tenido más remedio que hacer, en pro de la exactitud de la crítica que me ocupa.)

     Cierto es que en lo que respecta a sus opiniones políticas -si es que son propias y no fruto del plagio, detestable costumbre en la autora-, aunque salvando ciertos matices sin importancia, este jacobino con dermatitis coincide básicamente. La cuestión es que nada tiene de extraño tal sincronía opinatriz, si se tiene en cuenta que lo que Martos expone, plena de convicción de que cuenta pensamientos originales, no son sino obviedades y lugares comunes que cualquier persona sensata corroboraría.

     El vicio que afea los escritos de la autora es, sin embargo, tan desagradable que provoca en el que los lee la necesidad de distanciarse del contenido de lo leído. Y ese sucio hábito no es otro que el uso de palabras y expresiones malsonantes, verbi gratia: “bestia parda” (refiriéndose a Álvarez Cascos); “los odio” (a los miembros del Gobierno); “pelma” (su sufrido jefe); “digo yo que ya hemos tenido bastante con tantas generaciones de hijoputas”; “joder”; “coño”; “hostias”; etc. Esta exhibición de lo profundo de su extracción social sólo produce disgusto en el que incautamente cae en las redes del Portal de Belén.

     Ojalá este artículo abra los ojos de los que alguna vez han sentido algún aprecio hacia los escritos de Belentxo Martos. Si así no fuera, permítanme entonar a pulmón lleno la obra maestra de los inconmensurables Scorpions: “Beware of the alien nation / beware of the truth that they seek”. O tal vez el castizo éxito de moda, emulando a Simancas: “Vale, que a lo mejor me lo merezco, bueno”. País. <

 

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* Dedico este texto a la memoria del gran Antonio Rivero Crespo, (a) “El Peíto”, también conocido como el “cuñao” del “Risitas”, ambos colaboradores insignes del programa “Los Ratones Coloraos”, de Jesús Quintero. Crespo falleció el lunes 29 en Sevilla. Desde la bañera, mi admiración y mi respeto. D.E.P.

 

Para escribir al autor:  Marat_44@yahoo.es

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