Yo, Aznar

    Cuenta uno con la pequeña ventaja –pero grandísimo inconveniente– de no pretender dejar satisfechas a ninguna de las dos partes que manosean y controlan el cotarro político español. Hoy abundan las conciencias teledirigidas adscritas al PSOE o al PP, lo que garantiza calor, cobijo y alimentos, especialmente en la tribu periodística en las épocas de reinado de “los nuestros”. Contemplar el trasiego de entrantes y salientes (indultados y  herejes, en el argot de la materia)  en los lujosos despachos de TVE constituye, sin duda, uno de los mejores ejemplos de este culto a las siglas y a la ciega obediencia debida.  Telemadrid ha vivido recientemente el desembarco de un Mayflower muy peculiar fletado por Esperanza Aguirre. Poco más o menos sucede en  el resto de canales autonómicos, siempre a expensas de las decisiones políticas de la fuerza imperante en cada momento.

Ni populares ni socialistas han demostrado hasta ahora estar a la altura de las circunstancias en la comisión de investigación del 11-M. Hay que quererse muy poco para dar por bueno eso de que tenemos los políticos que nos merecemos. ¡Naranjas! ¡Ni hablar! ¡Y un carajo! Lo debates, los discursos, los careos, las comparecencias nos muestran intervenciones ramplonas, delatan una absoluta falta de imaginación y recursos, desnudan a sus señorías, dejando a la vista sus vergüenzas y especialmente sus desvergüenzas.

       La presencia de Aznar en la comisión puso de manifiesto el trauma infinito que sufrió el 14 de marzo pasado el menguante político popular, ahora vedette de las FAES y Georgetown. Respaldado por una cohorte de vasallos de perfil bufonesco y actitudes macarriles, el ex presidente del gobierno cayó una vez tras otra en un ejercicio yoísta, convirtiéndose en el ombligo de su mundo de alucinaciones y resentimientos mefistofélicos. Aznar dijo “yo” en más de 400 ocasiones a lo largo de su comparecencia. Eso sí, no asumió la más mínima responsabilidad en el desaguisado puesto en escena por el igualmente patético Acebes, ayer guardia pretoriano del gran dios aznarino.

       En la sala, arropando a su líder espiritual, estuvieron también los palmeros  Eduardo Zaplana, Martínez Pujalte y Federico Trillo, la familia Monster de la política española. Sus risotadas y su actitud irrespetuosa describieron a la perfección su concepto de la política como espectáculo. El grupo de bufones hacía sonar sus cascabeles en forma de desvergonzadas carcajadas, olvidando la seriedad que exigía la comisión y el respeto debido a 192 víctimas.  No sé si estamos ante la peor camada de políticos de nuestra historia, pero resulta difícil imaginar personajes con menos aptitudes para el desempeño de la representación parlamentaria.

       El mequetrefe Aznar, el prepotente Aznar y  el obseso Aznar se impusieron al profesor de universidad Aznar, borraron la retórica del escritor Aznar y  desdibujaron al profundo y metafísico conferenciante Aznar. El ex presidente cumplió con  el guión preestablecido, soltó lo que tenía que soltar ante la comisión,  llevaba la lección muy bien aprendida. Se limitó a decir lo que le dijeron que tenía que decir, trató de no caer en lo que le aconsejaron que no cayera, repitió una y otra vez los ataques que le recomendaron que repitiera.

       Pero, no nos engañemos, el asalto a la mediocridad de Aznar se quedó en aguas de borraja. Uxue Barkos, comisionada del Grupo Mixto,  pareció la única con cualidades para sobresalir entre una medianía, más bien mediocridad, apabullante. Acorraló al engreído y arrogante conferenciante de Georgetown, atascado en su enfermizo quita y pon de las lentes, que sospecha uno sean de adorno.

       Después de once horas,  Aznar salió de la sala con sus andares de grandeza –como sus aires–, escoltado por su cuadrilla. No salieron por la puerta grande. Lo realmente difícil de la  faena fue determinar, una vez concluida, quién era el torero y quién el toro.  Ésta parece la eterna pregunta sin resolver en  nuestra arena política.

       Y a las puertas de la plaza, dos grupos: los dogmáticos y las víctimas: la España de Galdós, la España doliente, y del otro lado, los que se arrogan y atribuyen los colores nacionales, envueltos en símbolos de halcones disfrazados de palomas, arropados por banderas de España. Raro fue no ver águilas.

Parecen, una vez más,  las dos Españas irreconciliables.

 

Para escribir al autor: Marat_44@yahoo.es

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