Pronunsieision

  

Leo a Javier Ortiz lo siguiente: “Ni el ruso ni lo ruso han sido nunca el fuerte de la prensa española.” Se refería a los maltratos que la lengua y la cultura rusas reciben, según él, por parte de los periodistas españoles. Confieso mi analfabetismo en lo que al ruso se refiere, pero doy por válidas las quejas de Ortiz. En todo caso, puedo dar testimonio personal de que la desconsideración hacia otras lenguas y otras culturas, no se restringe –ojalá así fuera- al ruso y a Rusia, sino que abarca a todo el resto del mundo, y la practica la mayoría de los habitantes de España, con especial ahínco los que viven en áreas monolingües.

Muchas veces, escucho a los corresponsales en el extranjero decir cosas como Baquinjam Palas (en la palabra “Buckingham”, ni la u se transforma en a, ni existe en inglés el sonido «j», ni la hache se pronuncia; si castellanizasen completamente la palabra y pronunciasen Buquinam estarían mucho más cerca de la pronunciación inglesa). Luego se quejan de que en Londres no los entiende nadie. En Roma, dicen el Campidoglio, tal cual (en italiano, la terna “gli” se pronuncia como la elle castellana: debería hablarse del Campidollo). Los apellidos franceses dan también para mucha guasa: un “monsieur Lemarchant” puede transformarse en un mesié Lemarchán tan ricamente. Sin embargo, desde mi punto de vista es el alemán el idioma peor tratado de todos: El piloto de fórmula 1 Michael Schumacher se convierte irremediablemente en Maiquel Sumaquer en boca de los comentaristas de carreras (ignoran la jota aspirada de Mikhael y los sonidos «sh» y «j» de Shumajer).

Tanta tropelía escuchada me ha hecho darme cuenta hace tiempo de que en este país, (1) en general, hay una lacra muy seria en la enseñanza de idiomas extranjeros; y (2) más grave aún: en España se da mucho un desprecio generalizado a otras culturas ajenas a las nuestras. No se sabe de qué presumen todos estos listos destroza-lenguajes, pero es evidente de qué carecen.

 

La selección comesantos

  

Reconozco mi aversión personal a la Iglesia católica, al clero, a sus templos y a su iconografía (no a sus fieles de buena voluntad). Y eso que yo nunca he recibido malos tratos corporales por parte de curas o monjas, ni me tocó aguantar ejercicios espirituales atemorizadores o charlas contumaces sobre la condenación eterna. En los años en que yo estudié la EGB -en un colegio católico-, la enseñanza de la religión estaba muy dulcificada. Me hablaban mucho más de Jesús (un jipi enrollado, amigo de los niños, pacifista y bonachón) que del Dios del Sinaí. Sin embargo, a los doce años me decidí por el ateísmo, y en ésas sigo. Desde entonces, me fastidian horrores las declaraciones de los obispos acerca de temas que no les incumben en absoluto, como la planificación familiar o la autodeterminación de los pueblos. Y cuando veo a los equipos de fútbol, incluido el Real Madrid (mi favorito), ofrecer sus triunfos al santo patrón de su ciudad, o a la virgen de turno, se me llevan los demonios, con perdón.

Ayer vi al equipo nacional de fútbol, con su seleccionador a la cabeza, abrazar a Santiago Matamoros con devoción, y pedirle que su santa presencia los acompañe en la competición que los aguarda en Portugal. Ya sé que el equipo de España representa a quienes se sienten representados por ellos, y a nadie más, y supongo que entre tales ciudadanos los habrá que vean con buenos ojos este tipo de exhibiciones beatas. Allá ellos. Pero el fervor mariano de Iñaki Sáez (que reza un Ave María antes de cada partido, como confesó frente a la catedral compostelana) y de los futbolistas a su mando es su asunto particular. Me molesta sobremanera que se institucionalicen las creencias religiosas del personal.

Claro que aún me molesta más que se reúnan con un ex ministro franquista a almorzar. Por muy presidente de la Xunta que sea.

  

Los rojos catalanes

 

 El desalojo de los inmigrantes encerrados en la catedral de Barcelona, durante el cual se detuvo a 60 personas, da una idea bastante completa de cuál es la intención del Govern catalán en lo que respecta a los ciudadanos que viven en Cataluña sin papeles y sin poder regular su situación legal. Pasqual Maragall ha tenido el cuajo de declarar que “el problema se ha resuelto de manera rápida y positiva, creo que gracias a la madurez del colectivo que se encerró y al comportamiento de las personas que hicieron la mediación”, muy en la línea de aquél “teníamos un problema y lo hemos resuelto” de José María Aznar, si bien con maneras más melifluas, las propias del personaje. Lo cierto es que el problema no se ha resuelto en absoluto, ni rápida ni lentamente.

Los inmigrantes han decidido concentrarse en la Plaça de Catalunya para proseguir con sus justas reivindicaciones, porque tras el desalojo nadie ha mostrado la menor intención de reunirse con los portavoces de la protesta, ni en el Gobierno catalán ni en el central. Cuyo delegado en Barcelona, por cierto, ha declarado que gentes con “intereses espúreos” a los de los inmigrantes se han aprovechado de ellos para transformar el problema de la inmigración en un problema “de orden público”: la inmigración ilegal ya es un problema de orden público, y es repugnante considerar a los inmigrantes que estos días luchan por conseguir un trato digno por parte de las instituciones autonómicas y estatales, una panda de imbéciles a los que se manipula con facilidad. Por otra parte, el hecho de que alguien pudiera sacar beneficio de su situación en absoluto impide que ésta suponga un problema muy serio, que hay que solucionar cuanto antes.

De un gobierno que se dice “de izquierdas” lo menos que cabría esperar es cierta consideración hacia estos hombres y estas mujeres, cuyo único delito es... no ser ni catalanes ni españoles. Por el contrario, el PSOE ha resultado ser de la misma opinión que el obispo de Barcelona, Ricard Maria Carles, que ha lamentado “las manipulaciones interesadas” de las que, según él, “fueron víctimas los sin papeles”. Que los votantes del tripartito saquen sus propias consecuencias.

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.                   Para escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es

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