Nada, ni por ésas

 

     "'¡Coma mierda! ¡Tantos millones de moscas no pueden estar equivocadas!' También es verdad. Si tantos millones de insectos, digo de ciudadanos y ciudadanas con derecho al voto, deciden que el PP es el partido que debe gobernar en España, será por algo. Tal vez seamos nosotros, los no partidarios, los que estemos en un error. Haré un esfuerzo por creer lo que el Gobierno nos dice. Voy a hacer caso a sus consignas y a sus explicaciones. Así podré presumir de racionalidad cartesiana, o quizá de empirismo aplicado. Si la realidad que el Gobierno explica resulta coherente con mi experiencia, votaré a Mariano Rajoy en las elecciones de marzo. Palabra scout."

      Estas cosas pensaba yo hace unos días, en un -creo- admirable empeño por cuestionar mis posturas políticas. Y dicho y hecho, me puse manos a la obra. Comencé por creerme a pies juntillas que la culpa de que me resulte tan carísima la compra no es de nadie sino mía, por no saber comprar, como afirman el ministro Rato y el secretario de Estado de Comercio y Turismo, Utrera Mora. "Compran ustedes en cualquier lado, sin comparar precios ni nada, a lo loco, y luego pasa lo que pasa. A ver si nos fijamos", vienen a decir. Pues venga: me dispuse a hacer la compra con calma, como si no tuviera otra cosa que hacer en todo el día: "a ver si es que no hago bien en trabajar, a ver si es que trabajo porque soy una caprichosa, como todas las mujeres; si fuera un ama de casa aplicada y desvelada por la limpieza, el ahorro y la vida espartana, esposa y madre ejemplar, probablemente tendría tiempo y ánimo para comparar precios", me dio por pensar; pero aparqué tal juicio para no amontonarme, y proseguí en mi afán comparativo-comprador. Que me llevó a comenzar mi búsqueda de productos en oferta por los pasillos del supermercado Dia de mi barrio. Desolador paisaje, voto a tal. Qué sensación más grave producen en el espectador esas latas de conserva dispuestas dentro de cajas de cartón. "¿Esto qué es? ¿El economato de un campo de refugiados?", gruñí, presa de mi incorregible, gratuita y censurable rebeldía. Ante la severa mirada del reponedor de estantes, opté por meterme los comentarios graciosetes en salva sea la parte, y dedicarme a lo que allí me había llevado. Desplegué mi lista de la compra: carape, de veinte productos con los que tenía que hacerme, diez brillaban por su ausencia en aquel comercio. Y de la decena salvable, no encontré mi marca. Daba igual: tenía una misión que cumplir, tragué saliva, e introduje en la cesta no menos de cinco artículos marca Dia. Con un par. Bueno, baratos sí que resultaban, las cosas como eran. Me dirigí a la caja. Tremenda cola para pagar. Cuando llega mi turno, alabado-sea-el-señor, la amable cajera me informa de que las bolsas de plástico repletas de logos de la cadena Dia no se regalan. Hay que pagarlas. Pues se pagan, todo sea por salvar a España de la inflación. El resto de la mañana la dediqué a comparar ofertas en Sabeco, Ahorramás y Maxcoop. Hice una breve incursión en Ecosum, pero me daba cosa pasearme por el distrito de Salamanca con el logo de Eroski, así que abandoné el intento. Total: tres horas y veinticinco minutos de compra, más un viaje al Cortinglés de Goya para agenciarme una bolsa de almendras molidas, producto a lo que parece propio de gourmets requetefinos e insensatos. Y eso que servidora quería incluir dichos frutos secos en una simple y villana pepitoria. Ahorrar, sí ahorré. Cierto es. Ahora bien: ¿Cómo se las apañarán los miembros -femeninos, naturalmente- del Gobierno para gastar menos en la compra, con todas las cosas que tienen que hacer? Misterio misterioso. Debe tratarse de una raza especial de super-mujeres, sin duda. Concluí que, si alguna vez el PP propone en las elecciones un Gobierno compuesto exclusivamente de féminas, contarían con mi seguro voto. Pero mi recelo hacia el sector pepero masculino persistía en mi contumaz pensamiento sedicente.

      Así que probé con otro campo. El inmobiliario. Aseguran destacados miembros del Gobierno que los pisos se compran, luego su precio no es disparatado. Es más: Rato -otra vez él- dijo en el Congreso que con un 13% del capital mensual familiar se puede comprar una casa. "Hagamos cuentas: el 13% de nuestros ingresos mensuales es... una caca, con perdón. Y ojo: yo soy personal laboral fijo del Estado, y mi cónyuge trabaja como consultor externo para Aena. ¿Con esto se puede comprar un piso, seguro? Pues oye, si el Ministro lo dice será verdad." Y con tal disposición me dispuse a buscar cubículo para la familia Martos-Martínez, o Martínez-Martos. Con el 13% susodicho nos llegaba para comprar un zulo interior de 10 m². No cabía ni la gata. Nada. "Probemos con el 40% que los bancos aceptan como máximo para hipotecarnos la vida. A ver... Otra caca. De mayores dimensiones, pero hez al fin. A ver con esto que nos dan." A tomar viento del barrio que nos gusta, en el que ahora vivimos de alquiler, nos alcanza para un piso de protección oficial, "a reformar" (el concepto de "reforma" es tan rico que sus diversas acepciones ocuparían un tomo de la Espasa: abarca desde poner una lámpara en el salón hasta tirar todo el piso y hacerlo de nuevo), en un simpático entorno lleno de gentes de mal vivir y peor morir, sin metro y con una combinación de autobuses tan alocada que nos llevaría dos horas llegar al trabajo. Mis sospechas se confirmaban: Si el 13% del sueldo de Rato alcanza para comprarse una casa en el barrio en el que vive, es que cobra demasiado. Empezaba a mosquearme seriamente con las declaraciones del Partido Popular. "¿Quién diantres los vota? No, desde luego, los que tienen que comer todos los días ni requieren un techo bajo el que cobijarse. Esto sí que es un misterio, y no lo de si hay vida en otros planetas", me dije.

      Pero aún no quería rendirme. Fiel a mi máxima "hasta que los hechos no te demuestren lo contrario, nada es mentira a priori", me situé frente al televisor, papel y lápiz en ristre para tomar notas, sintonicé el telediario de Urdaci, y determiné que lo que dijeran José María Aznar y Mariano Rajoy sobre el papel de España en la guerra de Irak era, en principio, sensato, razonable, y cierto, en suma. [Se me coló Trillo afirmando que ojalá el Ejército español hubiera "tomado" (sic) el islote de Perejil hace cuatro años, pero lo dejé correr: "éste no ha comido con agua", supuse.] Qué queréis que os diga: incluso el propio telenoticiero No-Dal desmentía sus aseveraciones. "Hoy en día el mundo es más seguro que antes", decía Aznar. "Nuevo atentado en Irak: veinte muertos y cuarenta heridos al explotar una bomba al paso de un convoy estadounidense", refutaba la realidad. "Si no se encontraron las armas de destrucción masiva, sí podemos asegurar que el régimen de Sadam tenía pensado fabricarlas", aseveró Rajoy ante mis desdichados y miopes ojos. "Ni había armas de destrucción masiva ni Sadam tenía medios para fabricarlas", afirma -en el mismo programa- el ex-jefe de la misión de inspección de la ONU. Con esto y con otras barbaridades salidas de la boca de la original ministra de Exteriores era más que suficiente.

     A mi pesar tenía razón (a veces es mejor no tenerla, habida cuenta de lo funesto de lo que una piensa de cuando en cuando sobre el mundo) cuando decía que el Gobierno del Partido Popular sólo beneficia a unos pocos, y perjudica profundamente al resto. Me quedé sin saber qué cualidades de la mierda hacen que las moscas la devoren, pero seguramente eso se debe a que mi intelecto no alcanza a resolver determinados enigmas. El sacrificio que realicé poniendo en duda mi juicio sobre el Gobierno sólo sirvió, pues, para ser consciente de que vivo en una sociedad que no entiendo. Sólo espero equivocarme en mi vaticinio sobre las próximas generales. Me temo que volverá a ganar el PP, como prueba de que el cerebro humano está aún en rodaje. Vamos, digo yo. Yo qué sé. A mí, que me registren.

 

Para escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es

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