El reloj

 

      Los reyes son muy raros. En general. Si no, me observen a Isabel II, con esos sombreros y esos estampados tan carpetovetónicos (la primera vez que utilizo esta palabra; no tengo idea de qué querrá decir, pero me encanta; debe ser porque es esdrújula). O al rey de Suecia. O a ése que se ha casado con la Mette-Marit, que no sé si será ya rey o no. Ni siquiera sé de dónde pretende ser rey, si es que aún no lo es. De un país fresquito, me da la impresión, de ésos que te anochecen encima a las cuatro de la tarde. Lo miraría en el Google, pero estoy ciertamente vaga.

     Pues eso, una sabe que la monarquía es, en esencia, rarita. Y, ¿cómo no?: ¿Cómo debe ser eso de nacer en la más alta cuna, que te críen para ser la persona más importante de tu país -cosa que objetivamente es un heredero al trono, como luego argumentaré-, que sepas que todo el mundo -menos algún anti-sistema- te va a tratar siempre como si fueras la cosa más bonita que ha parido madre, la releche en verso, que si Su Alteza por aquí, Su Majestad por allá, peloteos arriba y abajo? Lo que no me explico es cómo, alguna vez, algún monarca ha sido medianamente decente. Y alguno ha habido. Incluso a los republicanos recalcitrantes como la que suscribe, algún rey en la historia de la humanidad nos resulta mínimamente apreciable. Como regidor, o regidora, de su reino, dentro de lo que cabe, y entendiendo el mundo en el que el soberano, o la soberana, vivía. No voy a citar a nadie, porque conozco al personal, y no tengo ganas de juerga. Simplemente, confieso tal debilidad personal. Pero no llegaré al extremo -obviamente- de declarar, como mi profesora de Historia de 3º de B.U.P., que “me acuesto con Felipe II y con Carlos I”. Qué promiscuidad. Válgame Dios. Que yo soy capaz de dormirme con el Madrid de Felipe IV, pero nada más.

     Oye, me pido ser Heredera al Trono. No haces más que acompañar a Papá, o a Mamá, a los actos oficiales, hasta que tu juventud te abandona, con todas las consecuencias. Deshechas -“ay, no, de verdad que no, mil gracias”- la posibilidad de ser general antes de ser monarca, vives como quieres, te casas y te descasas, sueltas algún discursito y todos te ríen las gracias. Puedes ser del Atleti sin problemas, cada sonrisa tuya provoca humedades en la prensa rosa, y nadie se atreve a hacer bromas sobre ti.

     Ahora. Lo mejor es ser Rey Mago. Para empezar, estás eternamente vivo, aunque sea en la imaginación de los enanos. Todo el mundo te espera con fruición. No repartes nada, pero los regalos ajenos te los adjudicas como propios. Eres políticamente correcto -de Oriente, uno de ellos negro como el cordobán-, encantador, desprendido, simpático, trabajas menos que el sastre de Tarzán, ¡y no existes! (O sea: nada de pagar el gas, llenar la nevera, aprovechar las rebajas, etc.) Pero, mago o no, sigues siendo raro.

     Y lo digo con fundamento: Este año, amén de ciertas maravillas muy propias de la que suscribe (un mini-paraguas, un bonito anillo para el pulgar, un sello ex-libris) los Reyes Magos han tenido la ocurrencia de traerme un precioso reloj de pulsera. Hecho por una escuela de maestros relojeros parisinos -Louis Pion-, que tienen casa en los Campos Elíseos y en el boulevard Montmartre. Me lo he colocado en la muñeca a la velocidad del rayo. Soy así de impulsiva. ¡Es tan bonito! ¡Me ha hecho tanta ilusión!

     Pero me ha poseído, el maldito reloj. Ahora sé en qué hora vivo. Hacía mucho que no tenía idea de qué hora era, si no miraba a la esquina derecha del ordenata, o al pequeño reloj de porcelana del salón -sevillano-, incluso a los relojes electrónicos que el Ayuntamiento tiene a bien colocarnos cada 200 metros, en la calle de Goya. Me ha cambiado la vida. Ahora mismo es casi hora de irse a dormir, según me anuncian las maliciosas manillas. El estrés me domina.

     Claro que el estrés me dominaba antes. En realidad, creo que todo me domina. Como le dije a un amigo -con toda sinceridad-, que se rió mucho al oírlo: “Todo es más fuerte que yo.” Lo decía en serio.

     Este encantador reloj, tan bonito, tan renuevo, me da una sensación extraña. Estos reyes... Esta monarquía... Me parece que me estoy volviendo loca. Madre mía. No sabéis el miedo que me da.<

 

 

Para escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es

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