Un jacobino de pacotilla

 

            La verdad es que no me siento muy contenta esta mañana; a mi nueva gatita le ha salido un sarpullido en sus partes y a la pobre hay que curarla con manteca de cerdo después de ponerla al baño María. Tras la parafernalia inicial, se coge la manteca, se le echa sal, vinagre, limón, corteza de queso, un poquito de yema de huevo, nuez moscada y se le rocía a la pobre gatita en su zona dolorida. Parece una pócima, pero es lo único que funciona medianamente.

Lo estoy pasando muy mal con el dichoso sarpullido. Para colmo de males, la semana pasada se me escapó Rigoletto, mi canario, una pequeña joya de incalculable valor sentimental. Lo estaba bañando tan tranquila, pero Ángel se dejó la puerta del baño abierta y ¡zas!, me quedé sin pajarillo. Mira que le dije a Ángel que subiéramos a la buhardilla, que allí no hay manera de que se escape; pues nada. Y luego la torpe de Guadalupe, nuestra chica del servicio doméstico, que tiene manos de porcelana. Dice la señora Lupe, Lupita para la familia,  que Rigoletto le mordió el dedo gordo de la mano (sic). Ya veis que llevo una semana un tanto trágica. Tengo complejo de Maura, de verdad. Aunque, bien pensado,  el maurismo no va conmigo.

 Os podéis imaginar el coñazo que es estar todo el santo día con la cazuelita y la manteca de los mil demonios. Pero no os voy a martirizar hoy con los problemas de Anita. La he llamado así a mi gatita a ver si de mayor  me sale concejala. Hoy, en realidad, os quería hablar de Marat, mi vecino. Sí, ese jacobino fantoche que se empeña en dárselas de intelectual cuando es un botarate mayúsculo, un trepa rancio y, sobre todo, un pelotilla de Javier. No le estoy calificando así gratuitamente; ¿qué diríais de quien le ha enviado a Ortiz una cesta con ocho botellas -a cada cual más exuberante- y tropecientas barras de turrón?; ¿qué decir de quien, además, en el colmo del rastrerismo, ha osado retratar a Javier en un lienzo, no ya ordinario sino más propio de un niño de parvulario, se lo ha enmarcado y se lo ha regalado con un lazo insufriblemente hortera? Pues eso. 

     El injustamente olvidado Harvel Pachiarsvksi escribió alrededor de 1840 unos poemas magistrales. Uno de ellos me sirve para que captéis más fácilmente lo que pienso sobre este capullín con alas del Marat: Labriegos bajo la ventisca / soldadesca de alas quebradas / murieron ya las vanas esperanzas / y los desertores cantaron en las fosas del espanto.

Conozco a Marat desde hace algo más de tres años, tiempo suficiente para desenmascarar al farsante que se esconde tras él. No sólo es un crítico de televisión que no ve la televisión; es que, además, sus panfletos nos hablan de cualquier cosa menos de la caja tonta. No podría ser de otra manera: Marat juega a ser periodista, un verdugo de la derecha, sin embargo, lo primero que sorprende de su despacho es la foto autografiada  de Manuel Fraga que preside su mesa barata del Ikea.

     Y es que, en el fondo, Marat es un mar de contradicciones. Se le aguanta bien los cinco primeros minutos de conversación, pero luego este jacobino de pacotilla se torna en una especie de quejicoso alborotador, de esos que tiran la piedra y esconden la mano. Supe de su indomable caradura un día que tomábamos unas copichuelas con mi Angelito del alma en un garito indescriptible, típico en los recorridos nocturnos del “niño de la bañera”. Los tres comenzamos a beber unos chupitos de Kiwi con Vodka. Marat perdió pronto los papeles, como de costumbre, se tragó más de veinte y comenzó a cantar la Marsellesa en un idioma que sólo él comprendía, pues de que aquello no era francés doy yo fe. Arrastrando su culo en pompa lo sacamos del garito completamente abochornados. Ángel acudió presto a por el Mercedes –que una es roja, pero no gilipollas, y el coche me lo dejaban tirado de precio, un chollito- para meter al Marat como pudiéramos en la parte de atrás. Antes de que  culminase la operación rescate, el muy bandido me puso perdida con una vomitona secuencial interminable. Siento ser tan descriptiva, pero así es el amigo Marat. Lo dejamos en su casa aquella noche; Ángel incluso le puso el pijama; no queríamos que su mujer se lo encontrase así al regresar del trabajo. ¿Y sabéis qué? Al día siguiente ni siquiera llamó para darnos las gracias. No es que una necesite ese reconocimiento o la etiqueta de buena samaritana, pero qué menos que una llamada.

     ¿Qué se puede esperar de alguien que sitúa en el siglo XX la Revolución Francesa? Lo mínimo que hay que pedirle a quien se llama a sí mismo Marat es que sepa quién fue tal personaje. Pues bien, ni papas; no tiene ni idea de quién fue Jean Paul Marat, el “amigo del pueblo”. Claro, que si le hablas de Danton se cree que le estás insultando en francés. ¿Cómo demonios puede ir alguien de jacobino francés por la vida sin tener ni idea del idioma galo?

     No me quiero cebar con el pequeño Marat, a quien le saco muchos años. Se conserva bien, es mono, guapete, pero nada del otro mundo. Otra cosa es lo que él se cree. Le tuvieron que sacar a palos de una discoteca de Vallecas. Se presentó al concurso de Míster Vallecas. Se pasó de listo, fue de intelectual y casi lo matan a palos. De nuevo Angelito y yo tuvimos que mediar para sacarle de apuros. Tiene ese don, mete siempre la pata. Quizá sea por su exasperante carácter reaccionario. Sí, puede que os sorprenda, si es que le habéis leído -que hay gente para todo-, pero es más facha que Isabel San Sebastián, y además no tiene esas piernas.  Suele maquillarse de un izquierdismo vano cuando se sienta enfrente del ordenador, pero si se analizan sus diatribas, se halla un derroche de conservadurismo de piedra, difícil de demoler. Marat tiene de jacobino lo mismo que yo de Santa Teresa de Jesús.

Lo escribía Platón en sus Diálogos: “Y las almas que sólo han amado la injusticia, la tiranía y las rapiñas van a animar cuerpos de lobos, de gavilanes, de halcones. Almas de tales condiciones, ¿pueden ir a otra parte?”  El filósofo de anchas espaldas me sirve para mostrar a Marat desnudo, para desarmarle, para retirar esa coraza, esa careta vil que le envuelve el rostro, su gran rostro, no de beldad sino de morro, que se pisa Marat el morro que tiene. Cuando lo echaron de las juventudes del PP juró  vengarse, así que la belicosidad de sus escritos está aliñada por la venganza y el vandalismo de una oveja descarriada. Este jacobino de pacotilla cree que tiene lectores, pero me consta que ni siquiera lo lee su madre. Para leer tonterías ya se compra uno La Razón, que además te regalan un parchís, coño.

     Y no lo iba a decir, pero si no lo digo reviento: ¿cómo demonios puede haber alguien que te felicita la Navidad llamándote a cobro revertido? Acepté la llamada por vergüenza ajena, porque la última vez, el día de mi cumpleaños, cuando me llamó a cobro revertido para felicitarme, juré no volver a descolgar el teléfono si me llamaba.

     Y que conste que no me quiero cebar, porque,  en el fondo, me cae bien el chico. Yo lo achaco todo a su inmadurez. Bueno, y un pelín a su soberbia. Siempre se muestra como un soberbio, con tanta metáfora y tanto mal rollo que se desprende de sus escritos. No hace distinciones, le da igual insultar a Aznar que a Rajoy. Y yo creo que hay que saber distinguir. ¿Acaso ha tenido tiempo Rajoy para mostrar sus carencias? Creo que habría que otorgarle un voto de confianza, ¿no?  Dio la cara con lo del Prestige y ahora debe tener su oportunidad. Que no piense nadie que estoy piripi, que llevo sin darle al drinking seis horas ya, no, es que tampoco podemos prejuzgar a todos los dirigentes políticos. Cuando una tiene que estar en desacuerdo, está en desacuerdo, pero sin radicalismos, que no conducen a nada bueno. Sin ir más lejos, esta Navidad nos hemos podido permitir unas angulitas en la mesa –nada del otro mundo, medio kilito para seis personas-, o sea, que lo del Prestige parece que ya ha pasado, que la mar nos devuelve ya sus manjares con presta elegancia y conmiseración.

     No pretendo alargarme en exceso, aunque el miserable personaje daría para una tesis. Y no creáis que es nada personal; si me tengo que tomar unas birritas con él no voy a poner pegas –con tal de que las pague-. Quizá lo que peor llevo de Marat es su envidia. Si le enseño la moto que me he comprado –una Kawasaki de nada, 600 c.c-, me dice que ese modelo da problemas; si le enseño mi vestido de Nochevieja, me dice que todo el mundo lo tiene igual; si le invitamos a cenar a Horcher nos dice que allí no se come nada del otro mundo; si le digo que me he gastado 1.450 euros en una subasta con el retrovisor de la moto de  Daltrey en Quadrophenia, me dice que soy una fetichista.

Marat es en el fondo un redomado clasista, un nefasto ser. Y a estas alturas aún no me he detenido a analizar sus artículos. Imagino que las correcciones de Javier pueden permitir que vean la luz cada miércoles con un pelín de decoro. Me vais a perdonar, pero tengo que darle otra vez  la manteca a la gatita. En seguida retorno.

     Ya estoy aquí de nuevo;  es que los maullidos pueden conmigo;  la pobre lo debe pasar muy mal con ese escozor. Os decía que Javier debe pasarse horas tratando de dar forma a los tebeos que le envía Marat. Lo que pasa es que Ortiz es un santo y ni siquiera se lo dice al jacobino vinagrera ése.

Sus lagunas culturales darían para inundar el planeta. Si le hablas de Augusto se cree que te refieres a un centrocampista del Numancia; si citas a Clarín, piensa que es un guitarrista argentino de jazz...

     En fin, que es Navidad y tampoco quiero darle mal rollo a la página de Javier. Angelito y yo estamos adornando nuestro Belén del salón. Nos lo acaban de traer de El Corte Inglés. 1.500 euros,  la bromita. Pero ha merecido la pena. Si vierais al niño Jesús... Voy a ver si cantándole unos villancicos  le cura a mi gatita su... eso.

     Aunque mejor, pongo a calentar más manteca. <

 

 

Nota de la autora: Si alguien conociera algún remedio para la dolencia de mi gatita le agradecería que me lo hiciese llegar, pues lo de la manteca no acaba de dar resultado. Prometo regalar unas entradas para el musical Cats. Y un último ruego, aprovechando que es Navidad: tengo en casa repetidos cuatro discos de vinilo de The Beatles. Si alguien los quiere,  no tiene más que pedírmelos a esta dirección de correo. Se los haré llegar tan pronto como me sea posible. Es que me da pena tirarlos.

 

 

Para escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es

Para volver a la página principal, pincha aquí