Ibarretxe, en soledad

 

Se habla sin parar, a tontas y a locas las más de las veces, y no pocas con la peor intención, del llamado “Plan Ibarretxe”, que no es otra cosa que un proyecto de debate sobre una nueva manera de relacionar al País Vasco con el Estado español. Casi todo, en el proyecto de Estatuto Político presentado a la Cámara vasca, es discutible. Ésa es, precisamente, la intención -la valiente intención- de Ibarretxe y de los que apoyan su iniciativa: encontrar una vía para el diálogo, abrir la posibilidad del debate entre todos los entes políticos vascos y españoles. Admirable proyecto. Pero, me temo, inviable en la práctica. Porque falta intención política, sin más.

Los partidarios de la autodeterminación de los pueblos (es mi caso) defendemos, más o menos objetivamente, la bondad del diálogo para resolver los problemas políticos. Pero pocos se dan cuenta de que la intención de dialogar falta en los dos bandos, en importante medida. Si se me permite hablar de dos bandos, en este caso: los partidarios de la autodeterminación de Euskadi, en sus diversas formas, y los contrarios a que los vascos ejerzan tal derecho. Los primeros habitan tanto en el País Vasco como en Madrid, Cataluña, Canarias y Oriente Medio. Lo mismo ocurre con los segundos. El problema es que éstos son más. Muchos más. Los Gobiernos españoles, también los democráticamente elegidos, han sido siempre centralistas.

Ésa es la gran diferencia.

Es cierto que los mecanismos propagandísticos españolistas llegan a mucho más territorio que los nacionalistas vascos. Los voceros de su ideología campan por sus respetos, en toda España, País Vasco incluido. Mentir a sabiendas acerca de la ETA no está sólo permitido: está bien considerado. Los noticieros aseguran saber “de fuentes fidedignas” que ETA ha establecido contacto con el lehendakari, para inspirarlo en lo que a este proyecto político se refiere, y nadie parece ponerlo en duda. Ensucian las palabras “convivencia”, “democracia”, “Constitución”. Las dotan de infames significados, y casi nadie -tampoco en el País Vasco- se queja amargamente de esta manipulación. Y no es sólo por miedo a ser estigmatizado. También hay mucho de convicción política en esta mansa aceptación.

Para que se produzca un debate tranquilo y sin histerias, como propone Ibarretxe, los unos y los otros deberían intentar calmar a sus partidarios, dejar de abrir brechas entre el País Vasco y el resto de España, no provocar el recelo entre vascos y españoles. Disciplinar a la población para que sus prejuicios contra los vascos, y contra los españoles, respectivamente, sean apartados momentáneamente, y pensar en acabar con ellos definitivamente. Arzalluz responde siempre al fuego, y no es el único en el PNV que lo hace. A veces incluso lo abre, él solito. Del PP y del PSOE no hace falta comentar nada. De sobra sabéis cuál es su intolerable actitud habitual. Pero que sean más poderosos y también más numerosos, no quiere decir que sean los únicos que abren brecha y provocan el enfrentamiento. La diferencia entre los españolistas y los partidarios de la autodeterminación es más cuantitativa que cualitativa.

Ibarretxe, un hombre notablemente sensato, dialogante, inteligente, respetuoso, honrado y convencido de la bondad de sus posturas políticas, está muy solo en su afable actitud. Va a Granada a explicarse, unos fascistillas -consentidos por la policía- lo atacan, y él sabe muy bien, y así lo declara, que ésos no son más que algunos carcas alienados que no representan a los granadinos, y escasamente a sí mismos. Pero en su tierra cada vez hay más recelo frente al resto del país: no frente a nuestros políticos. Hacia los ciudadanos que vivimos por aquí. Se habla, cada vez más, de los “españoles”, como si con tal gentilicio se refiriera el que lo emplea a la Guardia Civil torturadora. Ignoro hasta qué punto Ibarretxe es consciente de esto; sólo me queda confiar en su capacidad intelectual, que supongo elevada. Tanto como su persistencia y su constancia.

Muchos vascos suelen decir (con mucha razón, en general) que los medios de comunicación del resto del país son envenenadores y mentirosos, en lo que a ellos se refiere. Se equivocan. Los medios de comunicación de toda España son tergiversadores, maledicentes, falaces y sinvergüenzas. Unos más, y otros menos, naturalmente. Pero la manipulación informativa también la padecemos los demás, y perjudica a casi toda la realidad que nos rodea.

Yo os diría, lectores vascos y republicanos, que despreciáis al “populacho español baboso” (sic, no diré el nombre del pecador) que creéis apoya en gran número y con gran alegría monárquica a su Alteza el Príncipe de Asturias, que pongáis también en cuarentena esa realidad que os venden las cadenas de radio y televisión, y la prensa cibernética o en papel. Hay menos monárquicos en España que hinchas del Fórum de Valladolid. Es, simplemente, otra mentira más. Pero muchos la creéis.

Lástima que la buena intención de Ibarretxe sea tan poco habitual como su entendimiento de las cosas.<

 

Para escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es

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