Ay, el fútbol

 

Al fin ha ganado el Barça la liga. Me alegro por los culés, y también por mi hígado. Mi madridismo nunca ha precisado ir en contra de nadie, y me parece correcto que un equipo que ha hecho, como es el caso, una liga magnífica, se lleve el triunfo a casa. Por otra parte, tengo comprobado que cada vez que mi equipo gana una competición se monta por las calles de mi ciudad tal festival futbolero, tal invasión de mendrugos forofos y fanáticos, que casi, casi, dan ganas de que hubiera ganado otro equipo. De ahí que este segundo puesto liguero suponga un alivio para cierta parte de mis vísceras, nada delicadas por otra parte. Más aún, teniendo en cuenta cómo se las gastan algunos profesionales del fútbol, como el gran delantero Samuel Eto’o, que con lo que gana podría gastar algo en aprender modales: me refiero a su coreo del “Madrid, cabrón, saluda al campeón”, el otro día en el estadio barcelonista. Da gusto que esas mamarrachadas las hagan gentes que resultan aclamadas por otras aficiones. De vez en cuando reconforta que sean otros los que tengan que avergonzarse de la hinchada o de la plantilla del equipo preferido.

En esto del fútbol yo sólo tengo un odio: me asquean el 90% de los sinvergüenzas que ocupan puestos directivos en los clubes. Muy significativamente, detesto a Florentino Pérez y a sus colegas, algunos de los cuales forman parte de la flor y nata del empresariado madrileño, el mismo que ha hecho de mi ciudad un vestigio de lo que pudo haber sido y no fue: la misma gentuza que nos tiene a mis paisanos y a mí vendidos, por este orden, a la especulación inmobiliaria, el tráfico rodado y Fomento de Construcciones y Contratas (u otras malas hierbas del mismo gremio).

Si esta falta de copas y títulos que padece el Real Madrid sirviese para que mi equipo dejase de dar cobijo a esta panda de sanguijuelas, la daría por bien empleada. No caerá esa breva.

 

 

Ay, Madrid

 

Y es que Madrid está imposible. Cuando regreso a casa tras pasar algunos días en la playa, o en otra ciudad, me asombra el mal aspecto que tiene la gente. Cuántas caras largas, qué cetrino el color de la piel de tantos transeúntes, cuanto nervio, cuánta mala leche. No me extraña que así sea, en todo caso. Os digo que Madrid ya no es una ciudad en la que se pueda vivir sin trasegarse algún narcótico para ir tirando, o sin echarse al coleto cantidades inmoderadas de estimulantes o depresores del sistema nervioso central, a menos que se salga poco de casa o se disponga de una cuenta bancaria que permita pasearse por las calles madrileñas sin entablar contacto directo con los estresados lugareños, sólo frecuentando locales lujosos que la chusma no tiene oportunidad de visitar. Y más vale no sintonizar Telemadrid.

Los responsables políticos locales, muy significativamente Esperanza Aguirre y sus acólitos, contribuyen con todas sus fuerzas a que ni siquiera nos quede la oportunidad de relajarnos un solo momento: la presidenta de la Comunidad se ha empeñado en hacer de Madrid -en conjunción con Valencia- el baluarte ultraderechista desde el que resistirse contra viento y marea a la actual hegemonía socialista. Sin importarles a quiénes atropellan, van dejando en la cuneta cabezas remolonas (no ya díscolas), como la del propio alcalde de Madrid.

Lo mejor que se puede hacer es largarse de aquí a todo trapo, sin mirar atrás. La pena es que el exilio requiere que se den muchas circunstancias cuya concurrencia no es habitual. Que si no...

 

 

 

Para escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es

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