Les braves gens

 

Non les brav´s gens n´aiment pas que

L´on suive une autre route qu´eux

(G. Brassens, “La mauvaise réputation”)

 

No, a la gente no gusta que / uno tenga su propia fe. Desde luego que no. A la buena gente, a la gente de bien, a los bienpensantes, no les gusta que alguien se salga de la norma, del comportamiento habitual. “¡Es intolerable!”, se les escucha decir cuando observan actitudes extravagantes o poco comunes, o lo que es aún peor, escamosamente honradas o sospechosamente íntegras. (En la mayoría de los casos, estas últimas no se las creen: “Ésta dice eso para hacerse la guay, pero luego es como todos: todo el mundo tiene un precio”. Y es que el ladrón tiende a pensar que el resto de la gente comparte su condición, probablemente para sentirse mejor consigo mismo.)

Así, cuando una afirma que es indignante la reforma penal que ha anunciado el Gobierno español, mi derredor concluye que soy una cripto-filo-etarra. Ante la aclaración personal de que no sólo no me gustan los métodos de la ETA, sino que además no comparto los pensamientos políticos difundidos por la propia banda, y que en general opino que el terrorismo no sólo no ayuda a resolver la “cuestión vasca” ni ningún problema de cualquier índole, sino que tiende a empeorarlo, deciden que soy una “defensora de pleitos pobres”, o -cielos- una progre.

Si me declaro decididamente en contra de la guerra contra Iraq, esbozan una sonrisa conmiserativa: “Así que eres una pacifista”. No, no soy una pacifista ni dos pacifistas. “Entonces estás a favor del régimen de Sadam”. Tampoco, me parece un tío muy feo y muy desagradable. “Pues ya me dirás cómo se acaba con la injusticia en Iraq”. Bombardeando a los que sufren la injusticia, no. Y, por otra parte, no estaría mal acabar con el régimen de Bush, que nos da muchos y variados problemas a todos los habitantes del planeta. “¡Aaah!”, exclaman llenos de gozo, “a ti lo que te pasa es que eres una anti-americana, o sea, una progre”. Ya estamos. Les explico que estoy en estrecho contacto con ciertos estadounidenses de izquierda y que edito con ellos un fanzine bilingüe, que es bastante más de lo que ellos -tan “pro-americanos”- han hecho nunca por conocer aquella cultura. Miran para otro lado. Ya no sólo soy una progre, sino que además soy una “lista y/o una intelectual de pacotilla”. Vaya por Dios.

Si abogo por el intento de reinserción social de los delincuentes (maltratadores, ladrones, violadores, asesinos, timadores, desfalcadores, etc.), soy una inocente (una tonta, vienen a querer decir), o en último extremo, una progre.

Si solicito el aborto libre y gratuito, si creo que es recomendable legalizar la droga, si me repatean la xenofobia y el odio a la homosexualidad, si opino que la igualdad legal y práctica entre hombres y mujeres está muy lejos de alcanzarse, si acudo a una manifestación, si defiendo el derecho de los pueblos a su auto-determinación, si no leo best-sellers, si no me gusta comprar lotería de Navidad, si me aburre hablar de “trapitos” y me desespera comprarlos, si prefiero ver las películas en versión original, si no preparo las cosas con una antelación desmedida, si no comparto la opinión de los contertulios radiofónicos, si no tengo un salvapantallas con Brad Pitt o similar, si no aguanto las cursilerías, si prefiero el humor de Les Luthiers al de Los Morancos de Triana, soy una rarita. O una progre, claro está.

Lo gracioso del asunto, es que los progres tampoco me aguantan. Cuando comento que “voy” con el Real Madrid, muchos muestran su incredulidad. Otros, sencillamente me insultan. Algunos me llaman “centralista” o cosas aún peores. Por otra parte, cuando confieso a este sector de la población que me gusta estar mona en lo posible, hacer el canelo, ver la tele, contar chistes o hablar de Gran Hermano, de ferretería industrial, o de lo que se tercie, sin apelar al materialismo histórico necesariamente, me dicen de todo (o me lo piensan en la cara, que decía el otro). En cuanto a la política, hay género de todo tipo: cualquiera les dice que soy internacionalista de convicción. O no se lo creen… o me llaman “centralista”. Es que soy de Madrid, ¿sabéis? Eso no es fácilmente perdonable, a menos que pidiese perdón por haber nacido, día sí y día no. Lo cual, sencillamente, no me da la gana hacer.

Y dejo para otro día contaros qué opinan les braves gens cuando me ven indicar a un camarero que me ha dado de más con las vueltas, o afirmo con rotundidad que, si llegase el improbable caso de que yo me dedicase a la política profesional, no habría manera de comprar mi silencio o mi aquiescencia ante lo que no me parece justo ni razonable.

En todo caso, yo me siento bien conmigo. Otra cosa más que se me censura es que sea tan independiente a los vituperios ajenos. A mí no me molesta que hablen mal de mí: lo que de verdad me fastidia es que lo hagan en mi presencia. “Yo, es que soy muy sincero”, dicen: por mí, podrían meterse la sinceridad donde mejor les cupiera. Rarita que es una.<

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Para escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es

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