Recaída

 

El paciente lector tendrá oportunidad de comprobar en más de una ocasión, si es que sigo transcribiendo mis pensamientos en este espacio que Javier tan amablemente me concede, en qué medida me contradigo con hechos y con palabras, mal que me pese y aunque mis esfuerzos por evitarlo sean muchos. Sé muy bien que contradecirse “es humano”, pero debo confesar que no todas las características de mi especie me llenan de satisfacción, precisamente. Y es ésta, sin duda, una de las que más me irritan. Como mal menor, (1) hago por evitar la contradicción; (2) cuando tal cosa acontece, reconozco que he incurrido en ella –soy partidaria de la teoría que afirma que el ser consciente de los problemas facilita la mitad de su resolución–; y (3) hago mía la máxima ex contradictione, quod libet (*), con un descaro digno de esquela.

El espich anterior tiene su explicación: he vuelto a contradecirme, esta vez en la modalidad “fáctica”.

Comencemos por los antecedentes; más tarde comprobaréis cómo esta vez he encontrado alguien a quien echarle la culpa de la fatalidad, cosa que –reconozcámoslo- no ocurre todos los días.

Hace años estuve suscrita al Círculo de Lectores. Me suscribí en uno de mis famosos (en el sentido que san Cervantes daba al término) momentos de debilidad, persuadida –era más joven y aún más impulsiva que ahora- por la posibilidad de comprarme novelería histórica, a la que entonces era aficionada. Dos novelas seguidas de Gore Vidal pusieron fin a tal adicción. Conseguí terminar el contrato de dos años sin que éste acabara conmigo, y llena de gozo me persuadí a mí misma de que no volvería a caer en las redes de dicha organización. En tal época de éxito personal le dije a quien me quería oír que los libros que ofrecía el Círculo en su revista eran lo más alejado de mis gustos lectores; que lo mismo me ocurría, en la versión auditiva, con los compact discs que pretendían venderme; y así.

Ayer llamó a mi puerta (sí, sí, como Avon, igualito) un pollo repeinado y de veintipocos años con un envidiable arrojo personal, y unas ganas evidentes de convencerme (“sin compromiso alguno”, por supuesto) de que aceptase recibir la revista del Círculo de Lectores. Le expliqué lo más amablemente que pude la lamentable impresión, ya relatada, que la empresa para la que él trabajaba había dejado en mi recuerdo. Pero como el muchacho no quería dejar pasar la oportunidad de venderme la moto, estaba consiguiendo que mi pisito se quedase helado, a base de obligarme a mantener la puerta abierta. No tuve otra (soy de carácter débil) que dejarle pasar a casa. Una cosa llevó a la otra, al final me lió, y claro: ¡Vuelvo a ser socia del mil veces maldito Círculo de Lectores!

Cuando conseguí desalojar al individuo, me encontré preguntándole a mi gata Jazzy por qué había firmado el papelito que vuelve a encadenarme a la revista que creí despedir para siempre, durante otros interminables dos años. Como quiera que Jazzy tiene el detalle de no administrarme explicaciones (¡menudo susto me llevaría, de lo contrario!), llegué a la siguiente conclusión yo sola: evidentemente, el muchacho me daba pena; le pagan por suscripción, y a mí no me resulta demasiado oneroso comprar un libro cada dos meses. Después de mis recientes visitas al INEM; de las conclusiones a las que llegamos mis compañeras de trabajo y yo misma acerca de nuestras míseras soldadas; de contemplar cómo ha subido la vida; de escuchar al bestia parda de Álvarez Cascos decir lo que dijo sobre la compra de viviendas; de aguantar cómo Rato opina que el IPC sube debido al asunto de las vacas locas; etc., después de todo ello, una, que tiene un corazón sensible, no puede evitar sentirse empática con la situación laboral ajena. Y eso la lleva a una a suscribirse al Círculo de Lectores, por ejemplo.

La culpa de mi recaída, amigos míos, es sin duda, del Gobierno. Y no estoy de broma.<

 

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(*) Javier Ortiz me ha indicado, con su sutileza habitual, que el uso de latinajos "poco comunes", por llamarlos de alguna manera, sin su
correspondiente traducción al castellano, puede entenderse como una pedante desconsideración por parte de la humilde autora de este artículo a su posible público lector: debo indicar, ante esta circunstancia, que no es mi intención pasarme de lista –aunque pueda parecer lo contrario–, entre otras cosas porque no hay de dónde sacar tal exceso de listeza. En todo caso, la máxima «Ex contradictione quod libet» viene a querer decir que a la contradicción sigue cualquier cosa. Para terminar, pido disculpas a los posibles damnificados por la exposición de mis escasos conocimientos de lógica de predicados, y de mi latín de bachillerato. Vale.

 

(22 de noviembre de 2002)

 

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