No se crea ni se destruye; se transforma

 

El televisor rezuma palabros místicos, emocionantes, extenuantes; impregna el ambiente con un sarpullido virtual de maledicencias, frases épicas y citas vitalicias. Lázaro Carreter debería tener un resorte en el brazo con capacidad suficiente para lanzar miles de dardos por minuto. El salvajismo delirante se instala en las irreflexiones de los presentadores y otros devoradores de idiomas. Está abierta la veda: falta saber quién dirá la burrada más grande. Burradas, sí, pero por desconocimiento, incapacidad, imbecilidad o falta de recursos. Otra cosa es la mala leche, el sectarismo, la cobardía, la memez...

La propaganda ha asaltado definitivamente la sala de estar de la información, la ha violado y se jacta de ello en la barra de una cafetería de alto standing, con directivos que apestan a fondos reservados, perfume de querida y lodo amoral. Estos fabricantes de información se creen importantes porque plagian asuntos ajenos y llegan a la conclusión de que la información no se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma. Retocan a gusto del pagador, maquillan por orden de los señores de arriba,  adornan, embellecen sin preguntar ni cómo ni por qué; sólo les mueve el olor del dinero. Han pasado de ser los tontos de la clase a creerse los listos de este Oeste sin sheriff. Un Oeste en el que el pianista es un becario, el único capaz de ponerle música a este escenario de traiciones y navajazos. Se podría decir con menos rodeos, pero yo no podría expresarlo con mayor pesimismo. Informar hoy, en muchos casos,  se ha convertido en una proeza. Falsificar es el hermano sinónimo más recurrente en estos días de necedad y embrujo. La visión romántica del periodismo se ha volado la tapa de los sesos en el cuartucho de una pensión. No le daba ni para pagar la renta, y el casero le había puesto las maletas en la calle.

Descanse en paz.

 

De repúblicas, señoritos y Letonia

 

Jeb Bush se encuentra de gira flamenca por los madriles. El hermano del impresentable saltó el otro día con un saludo muy especial para su amiguísimo José María Aznar, al que se refirió como “presidente de la República de España”. A ver si Josemari le echa un par y  en la próxima gira por Disneyworld presenta sus respetos a la Casa Real estadounidense.

A Mariano Rajoy se le nota cada día más cuándo está contando una milonga que no se  cree ni él mismo. Grave defecto para la profesión de las mentiras por excelencia. Los asesores tienen trabajo. Casi tanto como el Grecian 2000.

Javier Arenas se desenvuelve mejor en el medio televisivo. El portavoz de los políticos con síndrome de señorito andaluz eleva su ceja derecha con tal destreza que ha destronado a Carlos Sobera, anterior recórdman de la comunicación no verbal. Arenas es capaz de convencer a la Corporación Dermoestética de que Loyola de Palacio debe ser su imagen corporativa.

¿No le pareció importante a TVE la movilización de más de tres millones de ciudadanos españoles? ¿No lo suficientemente importante como para realizar avances informativos a lo largo de la tarde del pasado sábado? ¿Esa es la información de todos? ¿La televisión de todos, quizá? ¿Tu información es lo primero?

Lo primero es lo primero. Carlos Lozano, presentador de Operación Triunfo preguntaba el otro día a los tres finalistas si sabían dónde estaba Letonia. Como los tres pusieron cara de Defensor del pueblo, les dijo: “Tranquilos, tranquilos, nadie tiene mucha idea de dónde está Letonia”. Pues nada, lo que él diga. Lo raro es que no montaron un concurso con mensajes al móvil preguntando a la audiencia dónde se encuentra ese país. <

 

Para escribir al autor:  Marat@navegalia.com

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