Impertinencias

 

Los apasionados a la parrilla televisiva están de enhorabuena: ya tienen a punto su “Código fuego”. Y no es éste precisamente un primer plano de las andanzas gastronómicas de Karlos Arguiñano –brillante cocinero y mejor hombre de negocios-, sino una nueva serie de ficción que alienta buena parte de las mejores aspiraciones de la incalificable Antena 3. Tiempo tendré de comentarles mi parecer acerca de este ir y venir de apagafuegos encabezados por José Coronado y Maribel Verdú, pero vaya por delante una premonición, malvada, si se quiere: quien juega con fuego...

      En la vecina Telecinco prefieren el trasiego de un Hospital Central pionero en los partos hiperbólicos. Sí, los responsables de la serie no tienen reparo alguno en presentarle a la aún dolorosa parturienta su recién nacido de toma pan y moja, o lo que es lo mismo, un pequeño que podría emanciparse sin dificultades antes de la conclusión del rodaje del capítulo. ¿Es que no existen muñecos más apropiados? ¿No sería mejor utilizar uno de estos bebés de pega que tienen pis y caca, tan naturales ellos, y que nos visitan cada Navidad en mil y un anuncios televisivos? Los estadounidenses de Urgencias son otra cosa. Allí los muñecos dan el pego, si es que no utilizan verdaderos recién nacidos. Ay, la producción nacional. Así está la tele, hermana tonta del más que tocado cine español. Por cierto, que el triunfito Bisbal debe hacérselo mirar con la mayor urgencia, aunque sea en el Hospital Central de la tele de Berlusconi. Su costumbre espasmódica, ese timbre que le recorre todos los poros de su eléctrico organismo, le va a acabar jugando una mala pasada. De momento, me pareció observar en el rostro del almeriense, entre la boca y la barbilla, una especie de herida. Debe de ser esa manía suya de morderse con los incisivos superiores, al tiempo que se da vuelta y media y airea esos rizos de Farmatint al viento. ¿Se imaginan a Bisbal encerrado tres meses en la casa de Gran Hermano?

      Nada menos que 50 kilos se ha llevado el mañico Pedro Oliva después de superar ese tiempo en el habitáculo de Guadalix de la Sierra. Mientras Mercedes Milá se empeñaba en convertir a un concursante argentino en sex symbol, el rudo Pedrete se ganaba la confianza de una audiencia ensimismada por las hazañas linguales del pibe que se peina como Luis Ortiz (el de Gunilla, no sé si conocen). La catadura de estos ociosos concursantes se puede apreciar sin problemas a la conclusión del sarao. Gustan de participar en verbenas populares y novilladas pasionales. Participan como asalariados en distintos programas de televisión y radio, colaboran con la prensa del corazón (¿para cuándo denominarla prensa del intestino grueso?), se enchufan a galas y otras funciones de estropajo y recaudaciones amplias. Se convierten en objetos de culto de la plebe... y a partir de ahí: a verlas venir. Objetivo cumplido. Los triunfitos, al menos, saben cantar. Bueno, algunos. Lo importante, a la postre, es echarle cara. En este arte del atrevimiento o la osadía, tanto los triunfitos como los ociosos de Gran Hermano tienen un referente insuperable en Manuel Fraga, capaz de cambiar el lema de “Una grande e indivisible” por el de “Miña Terra Galega” en un abrir y cerrar de ojos amnésico, aunque sea doblando los párpados ajenos a hostias... dialécticas. El presidente de la Xunta es todo un maestro en el arte de la supervivencia. El ex ministro franquista sigue sin perder los pantalones y se atreve en plena rueda de prensa a criticar a los periodistas que osan dirigirle preguntas insensibles o incómodas: “Esa pregunta, además de ser  una impertinencia...”  Don Manuel, usted también es una impertinencia, pero no sólo para sus enemigos políticos, sino que también los es para aquellos que se supone que van en su mismo barco. Por cierto, una embarcación ideológica a la que podrían llamar festivamente Prestige. Qué más da otra impertinencia.<

 

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