El ataque de los clones

 

Aún no he salido de mi asombro.  Esta mañana en ese Metro de Madrid  en el que se vuela, según Gallardón, he asistido a una nueva versión del ataque de los clones, pero en formato pirata –¡como se entere la SGAE!-. Sí, una invasión de seres vestidos de manera idéntica, en una antología épica sin precedentes en los años de existencia del suburbano madrileño. Decenas, ¡qué digo decenas, miles, miles de clones! Una pesadilla, una explosión, una reproducción ilimitada y asistida de abrigos de piel marrón. El mismo patrón, cortes similares, diseño clonado, influencias plagiadas... Los ándenes se han convertido en un plató de Hitchcock, aunque la idea original la ha desarrollado mejor que nadie George Lucas. Un ir y venir desconcertante de mujeres envueltas en prendas idénticas  me ha provocado un cierto mareo; tenía la sensación de estar siempre ante las mismas señoras, de cruzarme en todo momento con las mismas chicas. Largas pellizas las cubrían desde el cuello hasta los tobillos, reluciendo brillantes en su estreno ante el perverso mundo de las miradas ajenas. El Metro se ha convertido en una pasarela multitudinaria en la que los incitadores al consumismo se han abrazado entre vítores, brindis y grandes carcajadas. Finalmente el ataque no se produjo, pero los clones tienes capacidad suficiente para atemorizar. De haber conocido este día, Ortega hubiera cambiado el título de su obra, dejándonos  La rebelión de las pellizas entre los libros más influyentes del pensamiento español del siglo XX. Pero yo había venido hoy a hablarles de la tele, ¿no?

           En la caja tonta lo que se produce es otro ataque, el de los singulares cantarines de cartón piedra ejercitando sus play backs sin descanso. La noche del pasado 31 fue una vez más un escaparate de fotocopias: los mismos cantantes, las mismas coreografías: Chenoa, Bustamante, Bisbal, Álex Ubago, etc... ¿Es que no se cansan? ¿Es que no hay más intérpretes, más repertorio, más variedad? El mundo de la música se ha convertido en una gran superficie que devora a los pequeños comercios.  ¿Quieres vender discos, chaval? Péinate así, llámate así, vístete así, di esto... ¡Pero si ayer mismo aparecía una rubia en la presentación de su disco, que  ante la pregunta de los periodistas de cuál era el título de su nuevo trabajo tenía que echar mano de su agente porque no tenía ni puñetera idea!

           La última de los magos de la plaga audiovisual consiste en vendernos actuaciones y discos de niños que no levantan dos palmos del suelo, cargaítos de gomina hasta las cejas, con ropa de la que gusta promocionar en desfiles la Campos,  e imitando éxitos del momento. ¡Y se venden sus discos! ¡Se venden! Las criaturas no tienen ninguna culpa, las  sitúan en los escenarios moviendo los labios y haciendo aspavientos -supuestas coreografías- para regocijo de sus progenitores y de las casas discográficas, dispuestas a vender, si hace falta, las recetas cantadas de Arguiñano. Los niños poco tienen que ver con los cantores de Viena; algunos, los jodíos,  es que desafinan una barbaridad, pero ahí les tienen. Luego llega Bertín Osborne y les brinda un programa en exclusiva. Ellos reproducen los espasmos que les recetan sus papás, verdaderos instigadores y responsables de la milonga. Y en el colmo de la perversidad conceptual, TVE crea un concurso para descubrir al niño más inteligente de España. ¡Lo llevan claro! Los niños más inteligentes no van a la tele a hacer el paria.<

 

Para escribir al autor:  Marat@navegalia.com

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