Trabajadora y maltratada

 

Maragall ha terminado de herir mi sensibilidad. No me extraña nada que Rajoy se dedique a hablar de todo menos de la situación de la mujer en un acto llamado “El PP con las mujeres”, o alguna contradicción semejante. No espero nada bueno de esa colección de catecúmenos de la Falange. Pero que un hombre al que yo guardaba un cierto respeto, que me ha parecido siempre de lo mejor que milita en ese rosario de despropósitos que constituye el Partido Socialista español y sus franquicias varias, diga que el gobierno que él encabeza se siente como una “mujer maltratada”, ha sido demasiado para mí. Incluso peor que haber visto cómo sacaba los trapos sucios de las presuntas comisiones percibidas por CiU durante sus años en el Govern, para luego retirar la insinuación ante las amenazas de ruptura de Artur Mas.

Para ilustrar a Maragall acerca de los sentimientos de una mujer trabajadora, y maltratada en su lugar de trabajo, os voy a contar una historia: se trata de una persona que cobra una miseria. Aunque esté a gusto en su puesto actual, necesita ascender, porque no hay otra posibilidad para mejorar su salario. Bueno: a su pesar, intenta obtener un ascenso. Se presenta, dentro de la organización, a un puesto intermedio. Aprueba con nota, y con un considerable esfuerzo de estudio, tres exámenes difíciles. Demuestra que tiene un alto nivel de inglés, que sus conocimientos sobre la materia específica en la que su trabajo debe desarrollarse son muy satisfactorios. Por fin, demuestra que sabe expresarse oralmente y por escrito. Todo esto evidenciado, debe recibir la noticia de que no le van a dar el puesto al que opta porque al tribunal no le parece la persona idónea para ocuparlo. El tribunal da pruebas públicas de su incompetencia: aunque la mujer ha superado de sobra todos los obstáculos con los que se ha encontrado (diseñados por el propio tribunal), en última instancia se decide que todo eso es papel mojado y que nada demuestra en relación con su competencia para ocupar el lugar que, según todo el personal que sabe de la noticia, la aspirante merecería.

La única explicación que la mujer escucha -y entiende como otra variedad más de maltrato- es que su pinta no corresponde con la pinta que le gusta al tribunal que tengan las mujeres: delgaditas, rubias, altas, y vestidas conforme a unas posibilidades económicas de las que la aspirante carece, y por culpa de lo cual ella se presentaba al ascenso. Se siente engañada e insultada.

Esta mujer no tiene noticia de que nada parecido haya ocurrido en la misma organización a un hombre. A cambio, sí sabe de varios casos parecidos cuyas víctimas son, también, mujeres.

Esta mujer soy yo.

Y la herida es lo suficientemente seria como para sentirme perfectamente dolida al escuchar a Pasqual Maragall comparar a su gobierno con las mujeres. Hace falta tener poca sensibilidad.

Y poco interés: qué poco les importan a éstos las mujeres.

 

Para escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es

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